África Análisis del equipo de PIA Global

Egipto: un actor central en las dinámicas de África y Oriente Medio

Escrito Por Beto Cremonte

Por Beto Cremonte*-
Egipto ocupa una posición geopolíticamente estratégica que lo sitúa como un pivote clave entre África y el mundo árabe. Bajo el liderazgo de Abdel Fattah El-Sisi, el país ha asumido un papel cada vez más relevante, tanto en las dinámicas internas de África como en los conflictos regionales que impactan al Cuerno de África.

Egipto y el conflicto en el Cuerno de África

El Cuerno de África, compuesto por países como Etiopía, Somalia, Eritrea y Sudán del Sur, ha sido históricamente una región de tensiones geopolíticas y disputas étnicas. Egipto tiene un interés estratégico clave en esta región debido a su dependencia del río Nilo, que es la principal fuente de agua para su economía y población. La construcción de la Gran Presa del Renacimiento en Etiopía ha exacerbado las tensiones entre ambos países. Mientras que Addis Abeba busca consolidar su soberanía hidroeléctrica, El Cairo ve este proyecto como una amenaza existencial.

En 2024, estas tensiones adquirieron una nueva dimensión con el conflicto entre Etiopía y Somalia en torno al puerto de Berbera, arrendado por la región de Somalilandia a potencias extranjeras para proyectos de desarrollo y comercio. Este puerto, visto como un punto estratégico en el Golfo de Adén, se ha convertido en un foco de disputa que involucra intereses locales y geopolíticos. Egipto, buscando contrarrestar la influencia etíope y proteger sus propios intereses en la región, desplegó tropas en la frontera para apoyar al gobierno somalí. Este movimiento refleja una creciente militarización de la política exterior egipcia, alineada con su objetivo de reforzar alianzas con actores clave en la región.

El papel de Egipto en este conflicto también subraya su estrategia más amplia de proyectar poder mediante acuerdos militares y económicos. Al mismo tiempo, evidencia cómo las tensiones en el Cuerno de África están profundamente influenciadas por la intervención de actores externos, desde potencias del Golfo hasta países occidentales y asiáticos. La militarización y la instrumentalización de las disputas locales por intereses internacionales plantean riesgos significativos para la estabilidad de la región y complican los esfuerzos de resolución pacífica. Egipto, por su parte, busca consolidar su posición como un actor central en estas dinámicas, aunque esto podría agravar las tensiones ya existentes y fortalecer percepciones de intervencionismo en África.

El-Sisi ha adoptado una postura diplomática agresiva en los foros internacionales, buscando aliados tanto dentro como fuera de África para presionar a Etiopía. Sin embargo, también ha recurrido a alianzas con países del Golfo, como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que tienen intereses económicos y militares en la región. Este enfoque refleja cómo Egipto intenta proyectar poder más allá de sus fronteras inmediatas, pero también resalta la fragilidad de una región profundamente impactada por las maniobras neocoloniales y el intervencionismo de potencias externas.

El liderazgo de El-Sisi: control y consolidación

Desde que Abdel Fattah El-Sisi llegó al poder en 2013, su gobierno ha sido acusado de adoptar medidas autoritarias para consolidar el control político. Bajo el pretexto de combatir el terrorismo, ha restringido las libertades civiles, encarcelado a disidentes y aplastado cualquier oposición significativa. No obstante, también ha proyectado una narrativa de estabilidad que ha resonado con muchos actores internacionales, particularmente con Estados Unidos y la Unión Europea, interesados en mantener a Egipto como un aliado clave en la región.

El-Sisi también ha buscado diversificar las alianzas de Egipto, acercándose a potencias como Rusia y China. Esto forma parte de una estrategia para reducir la dependencia de Occidente y posicionar al país como un mediador en los conflictos regionales, aunque muchos lo perciben como un actor polarizador que perpetúa dinámicas de dominación en África.

Egipto se ha esforzado por mantener una influencia significativa en África, presentándose como un puente entre el mundo árabe y el continente africano. Históricamente, bajo líderes como Gamal Abdel Nasser, Egipto desempeñó un papel destacado en los movimientos de liberación anticolonial. Sin embargo, en las últimas décadas, esta influencia se ha erosionado debido a las crisis económicas y la creciente competencia de otras potencias regionales.

En la actualidad, El-Sisi busca recuperar esta relevancia a través de iniciativas como la presidencia de la Unión Africana en 2019 y proyectos de infraestructura transfronteriza que posicionan a Egipto como un socio clave para el desarrollo africano. Sin embargo, estas iniciativas también se enfrentan a críticas que las acusan de perpetuar relaciones de dependencia económica y de explotar los recursos del continente en favor de las élites egipcias y extranjeras.

Las revueltas egipcias: ¿Revolución de colores o resistencia popular?

Las revueltas que comenzaron en Egipto en 2011, como parte de la llamada «Primavera Árabe», fueron inicialmente vistas como un levantamiento popular contra el régimen autocrático de Hosni Mubarak. Sin embargo, una lectura crítica desde el antiimperialismo plantea preguntas sobre el grado en que estas movilizaciones estuvieron influenciadas o cooptadas por intereses externos.

Aunque es indudable que las demandas de justicia social, democracia y dignidad surgieron de la base popular, también es cierto que potencias occidentales, como Estados Unidos, han tenido un largo historial de intervenir en movimientos sociales para favorecer cambios de régimen alineados con sus intereses geoestratégicos. El ascenso y caída de los Hermanos Musulmanes y la consolidación del gobierno de El-Sisi son evidencia de cómo las élites locales e internacionales buscan manipular las aspiraciones populares en beneficio propio.

Hacia fines de 2024, Egipto experimentó una nueva oleada de protestas populares, desencadenadas por una creciente crisis económica que incluye una inflación descontrolada, el desplome de la moneda y el aumento de la pobreza. Estas protestas, organizadas en gran medida por movimientos juveniles y sectores marginados, han sido reprimidas brutalmente por el gobierno, que acusa a actores externos de instigar la desestabilización. Aunque algunos analistas han tratado de encuadrar estas movilizaciones dentro del marco de las «revoluciones de colores», resulta fundamental destacar las raíces locales de estas demandas, que reflejan el profundo descontento social frente a las políticas neoliberales implementadas por El-Sisi y la élite gobernante.

Un aspecto clave de estas movilizaciones es la influencia de las narrativas mediáticas internacionales. Los medios occidentales tienden a encuadrar estas protestas bajo el prisma de una «democratización» alineada con valores liberales, lo que en ocasiones despolitiza las demandas locales y minimiza las complejas realidades sociales y económicas que las generan. Al mismo tiempo, estas narrativas pueden ser utilizadas para justificar intervenciones externas bajo el pretexto de proteger los derechos humanos, perpetuando la subordinación de Egipto a intereses geoestratégicos extranjeros.

Raíces estructurales de la crisis

La crisis económica que impulsa las protestas de 2024 está profundamente arraigada en la estructura socioeconómica de Egipto. Las políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), como la eliminación de subsidios y la devaluación de la libra egipcia, han agravado la pobreza y ampliado las desigualdades. Sectores como la agricultura y las pequeñas empresas, que sustentan a gran parte de la población, han sido particularmente afectados, lo que alimenta el descontento social.

La respuesta del gobierno de El-Sisi ha sido marcada por una escalada de represión, caracterizada por la detención masiva de manifestantes, el cierre de espacios públicos y el control estricto de las redes sociales para limitar la organización ciudadana. La brutalidad policial y las tácticas de intimidación han sido ampliamente denunciadas por organismos de derechos humanos. Sin embargo, el gobierno justifica estas acciones como necesarias para preservar la estabilidad nacional frente a supuestas amenazas externas, un argumento que busca desviar la atención de las causas internas de las protestas. Esta dinámica represiva no solo agudiza la crisis social, sino que también pone en evidencia el profundo aislamiento entre las élites políticas y la población, marcando un punto de inflexión en el descontento popular que podría desencadenar nuevos episodios de resistencia.

Egipto se encuentra en una encrucijada histórica en la que sus dinámicas internas y externas se entrelazan en un delicado equilibrio. Desde su protagonismo en los conflictos del Cuerno de África hasta su papel como puente entre el mundo árabe y África, el país refleja las complejidades de una región marcada por tensiones geopolíticas, intereses transnacionales y aspiraciones populares. El liderazgo de El-Sisi, aunque consolidado mediante tácticas autoritarias, enfrenta crecientes desafíos en un contexto de crisis económica y movilización social.

Las revueltas populares de 2024 subrayan la desconexión entre las élites gobernantes y las demandas legítimas de justicia social y económica de las clases trabajadoras y sectores marginados. Aunque los intentos por encuadrarlas como «revoluciones de colores» pueden minimizar su carácter genuinamente local, estas movilizaciones reflejan la resistencia de un pueblo cansado de las políticas neoliberales y la represión sistemática.

Egipto, como otros países en el Sur Global, continúa siendo un terreno de disputa entre las aspiraciones de sus ciudadanos y las dinámicas de poder impuestas tanto desde adentro como desde afuera. La posibilidad de una transformación dependerá significativamente no solo de la capacidad del pueblo egipcio para sostener sus demandas, sino también de una revisión crítica de los modelos de desarrollo y gobernanza que perpetúan las desigualdades y subordinaciones. En este contexto, el desafío para el futuro será reconciliar las legítimas luchas populares con una visión de soberanía e independencia que trascienda las lógicas del intervencionismo y la explotación.

*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.

Acerca del autor

Beto Cremonte

Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la Unlp, Licenciado en Comunicación social, Unlp, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS Unlp

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