Durante buena parte del siglo XIX, Gran Bretaña fue la superpotencia mundial por excelencia. Desde la vasta extensión de la India británica hasta el Dominio canadiense, su riqueza y poder no tenían parangón. Sin embargo, tras el cenit del Imperio Británico en 1922, periodo durante el cual el Reino Unido gobernaba al 23% de la población mundial (458 millones de personas frente a una población nacional de tan sólo 42 millones), comenzó una erosión gradual de su dominio mundial. Este declive no fue un acontecimiento aislado, sino la culminación de una compleja interacción de factores económicos, políticos, sociales e internacionales.
Las raíces del declive económico del Reino Unido se remontan a las secuelas de la Primera Guerra Mundial. El conflicto perturbó gravemente el comercio mundial, un ámbito en el que Gran Bretaña había dominado anteriormente, infligiendo un duro golpe a su economía. El esfuerzo bélico provocó una acumulación masiva de deuda, una inflación galopante y un debilitamiento de su base industrial. La deuda neta en porcentaje del PIB alcanzó un máximo histórico del 187,5% en 1922, y aumentó hasta el 251,8% en 1946. Tras la Primera Guerra Mundial, el cambio mundial hacia la producción en masa, una tendencia que beneficiaría significativamente a otras naciones, en particular a Estados Unidos, contribuyó a acelerar el declive económico relativo del Reino Unido. Gran Bretaña se vio especialmente afectada por la recesión económica mundial de la década de 1930, que provocó un elevado desempleo, deflación y un mayor debilitamiento de su estructura económica.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido estaba muy endeudado y su base industrial había sufrido daños considerables. La carga financiera y administrativa que suponía mantener el Imperio Británico se hizo insostenible, lo que aceleró una oleada de descolonización en África, Asia y el Caribe. Este cambio, aunque impulsado en parte por presiones económicas, también reflejaba una creciente resistencia mundial al dominio colonial y un deseo de autodeterminación, lo que erosionó aún más el poder y la influencia mundial de Gran Bretaña. Estos cambios culminaron en la Crisis de Suez de 1956, en la que Gran Bretaña y Francia fracasaron en su intento de mantener el control sobre el Canal de Suez en Egipto. Este fracaso supuso la pérdida simbólica del estatus de superpotencia mundial de Gran Bretaña y subrayó su debilitada influencia militar y diplomática.
En la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido experimentó un lento crecimiento industrial, frecuentes huelgas laborales y una economía a menudo ineficaz. El Estado del bienestar, un rasgo definitorio establecido en la década de 1940, añadió una importante carga financiera. Los elevados impuestos y el gasto público, unidos a la provisión de prestaciones, también contribuyeron a aumentar la deuda pública y a reducir los incentivos para el desarrollo empresarial. El creciente cambio hacia una economía basada en los servicios, combinado con una gestión inadecuada de industrias clave, provocó el declive de la industria manufacturera británica en sectores como el carbón, el acero y el textil, que habían sido pilares de la economía del Reino Unido pero que ahora luchaban por seguir siendo competitivos.
El declive de los sectores industriales del Reino Unido se aceleró en la década de 1960 debido a unos costes laborales cada vez menos competitivos, lo que condujo a la desindustrialización y el estancamiento. El crecimiento del sector manufacturero fue de apenas un 1,3% entre 1973 y 1992, en claro contraste con el 55,2% de crecimiento experimentado por Estados Unidos durante el mismo periodo. Éste es sólo uno de los muchos ejemplos del panorama económico post-imperial del Reino Unido, en el que el país empezó a ir sistemáticamente a la zaga de sus rivales internacionales.
Aunque el Reino Unido se benefició de la globalización, también tuvo que hacer frente a la intensa competencia de las economías emergentes, especialmente en Asia. El auge de China e India, junto con el cambio hacia una economía mundial más interconectada, dificultó al Reino Unido mantener una ventaja competitiva. La falta crónica de inversión en la modernización y ampliación de la infraestructura manufacturera, unida a una importante deslocalización por parte de las empresas, hizo que a los fabricantes británicos les resultara cada vez más difícil competir en el mercado mundial.
La década de 1970 fue testigo de una oleada de huelgas y disturbios laborales en todo el país, que minaron la economía británica. Los sindicatos tenían mucho poder y los conflictos entre sindicatos y patronal obstaculizaron la recuperación económica. Un rayo de esperanza surgió con la adhesión del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea (CEE), hoy Unión Europea, en 1973. Esto proporcionó al Reino Unido acceso a un mercado comercial más amplio, permitiendo a las empresas ampliar sus exportaciones, atraer inversiones extranjeras y beneficiarse del comercio libre de aranceles con los Estados miembros. Esto contribuyó significativamente a la reactivación económica del país en las décadas siguientes. Sin embargo, la decisión de abandonar la UE en 2016 provocó una gran incertidumbre política y económica, perjudicando la posición del Reino Unido a escala mundial.
Continuará.
*Olivia Rum, destacada académica en el campo de las relaciones internacionales, conocida por su amplia investigación sobre seguridad mundial, diplomacia y cooperación transnacional.
Artículo publicado originalmente en Oriental Review.
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