Colaboraciones Imperialismo

DECLIVE IMPERIAL Y GEOPOLÍTICA GLOBAL

Por Omar Hassaan Fariñas*. – Este trabajo de investigación pretende ser un aporte para el entendimiento de este momento de confrontación entre la decadente potencia imperial de occidente y la ascendente potencia oriental asiática que configura un momento bisagra para el porvenir de la Humanidad.

COMPLEJIDAD MULTIFACTORIAL, TRANSDISCIPLINARIEDAD Y PODER

Reconsideraciones para la Disciplina de Relaciones Internacionales

Parte I

En el año 1998, quien subscribe fue un estudiante del programa de maestría de Estudios Políticos de la conservadora Universidad canadiense “Western Ontario” (ahora denominada simplemente “Western”). En esa maestría atendí un curso dictado por un profesor anglosajón, bastante conservador como la universidad misma, un fiel y apasionado aliado ideológico y “espiritual” del “establishment” estadounidense, como tantos otros canadienses que se identifican como miembros del extendido “mundo occidental”, el llamado “Western World”.

El profesor tenía solamente unos 13 o 14 estudiantes (era un curso avanzado de posgrado, por lo cual no tenía muchos participantes), pero solo para efectos del profesor señalado, dos de estos tenían el mismo nombre. El académico anglosajón identificaba a estos dos participantes con el nombre “Mohammed”, pronunciando este nombre de la manera mas errada y distorsionada que su apertura bucal le permitía hacerlo, intencionalmente deformando la palabra, como con una mezcla de rabia y repugnancia. El primer estudiante que él identificaba como “Mohammed” (el cual es un nombre masculino, para quien no lo sabía) era una joven de 21 año de Indonesia, su pelo cubierta con un velo islámico y su cara expuesta para que todos puedan identificar un rostro claramente del sureste asiático (indonesia, Tailandia, etc.). El otro estudiante, naturalmente, era quien suscribe, un hombre de rostro blanco y de descendencia española (gallega) y egipcia. Como podrán darse cuenta, éramos como gemelos siameses, la “Mohammed” indonesia y el “Mohammed” egipcio/venezolano. Éramos como “two peas in a pod” (como dos gotas de agua), como dicen los anglosajones.

Quien suscribe le presentó a ese profesor un ensayo, como parte de las evaluaciones de la unidad curricular. Cuando fui a solicitar mi nota, me preguntó si yo era “Mohammed” para poder buscar mi papel (esto era en el año 1998, los correos electrónicos aun no eran la “sensación” que son hoy en día), y le dije que no soy “Muhammad”, que no existe ni un solo estudiante llamado “Muhammad” en su unidad curricular, y que yo poseo el “otro nombre de esos Árabes” que él tiene en su clase (el otro era el de la joven indonesia, quien poseía un nombre – femenino, obviamente – y de origen árabe por razones religiosas).

El profesor anglosajón se puso furioso, naturalmente. Con un fariseísmo indignado y la furia de una raza que jura por su indudable superioridad, me informó que a raíz de mi actitud “grosera”, merezco la nota recibida. Mi nota era “D –“, lo que implicaba que, para efectos de la Universidad, estaba “raspado”. Al resaltarle al ciudadano profesor que yo fui “raspado” antes de señalar su pequeña confusión racial (es decir, racista), el señor se explicó de manera más “académica”, y menos supremacista: “su trabajo es incomprensible”. Luego completó señalando que “el país que seleccionaste para tu ensayo es muy primitivo y arcaico, por lo cual es muy improbable que logre lo que indicas en tu papel”.

Confundido sobre cómo el profesor logó descartar tan aceleradamente mi trabajo por ser “incomprensible”, pero a la vez obtuvo la firme convicción – la cual surgió de ese mismo documento supuestamente “incomprensible” – que el objeto de mi investigación es algo meramente “primitivo y arcaico” (como lo debe ser también mi gente, seguramente), el profesor continuó “explicándose” de la siguiente manera: “me imagino que es porque el inglés es su “segundo idioma” (“your second language”, expresión en inglés que se refiere al idioma que no manejas bien). El inferior latinoamericano y árabe, al comprender el fondo del argumento del profesor, le ofreció la siguiente corrección: “no, profesor, el inglés no es mi segundo idioma, es mi cuarto. ¿Cuántos idiomas habla Usted?”. Ya el lector puede imaginarse cómo finalizó ese encuentro, y cómo finalizó el curso para quien suscribe (obtuve la peor nota de todo el curso y de todos mis estudios políticos e internacionales. Hasta quienes se inscribieron en el curso y nunca atendieron, obtuvieron mejores notas).

¿Qué tiene que ver este pequeño e intrascendente “interludio” con el estudio de las Relaciones Internacionales? El ensayo entregado, el que obtuvo “D – “, posee el siguiente título: “China: A Study in International Power” (La China: Un Estudio sobre el Poder Internacional). El ensayo, redactado en el año antes indicado, indica que en quince años (me equivoqué en la proyección de años, pero no en el contenido mismo) la China llegaría a ser una potencia global y no meramente regional, que lograría imponerse como un verdadero rival geopolítico de Estados Unidos, y, más importante, lo lograría mientras Estados Unidos aún mantendría su superioridad estratégica/militar y el gasto militar más elevado de la historia humana, incluso sin que la misma China obtenga victorias militares o acumule poder militar semejante al estadounidense. El ensayo argumenta que el llamado “Rise of China” (el auge chino) se dará a través de métodos que para entonces eran poco convencionales (en 1998, cuando todo “poder” era poder militar, y no existía debates sobre “guerras de cuarta generación”), como la cooperación económica, la proyección comercial y la construcción de sistemas financieros globales paralelos, lejos de la hegemonía gringa.

El profesor antes señalado no pudo haber concebido – en 1998 – cómo una delegación diplomática China llegaría a sentarse en frente de sus homólogos gringos de alto nivel, en propio territorio gringo (Anchorage, Alaska, 18 de marzo de 2021), y prácticamente “tirarle los papales en la cara” a sus huéspedes de origen anglosajón – asunto que efectivamente sucedió, veintitrés años más tarde. Muchos señalarían que las razones que explican la incredulidad del profesor anglosajón son obvias: soberbia, arrogancia, narcisismo racial/cultural, cosmovisión e ideología, etc.

En realidad, aunque todos estos elementos deben formar parte de una explicación, el factor quizás más importante que impidió a ese profesor de imaginarse ese escenario apocalíptico y distópico de “ciencia ficción”, presentado por un pequeño e insignificante simio llamado “Mohammed”, de poca capacidad craneal en el año 1998 – el mismo escenario que se transformaría en una realidad concreta en el año 2021 – fue las limitaciones y los problemas epistemológicos y conceptuales de ciertas disciplinas de las ciencias sociales como los estudios políticos, los estudios históricos, la historiografía, y, principalmente, las Relaciones Internacionales. Ese profesor anglosajón ya no existe y, si él existiría, su incredulidad de entonces hubiera sido sustituida por una profunda e infecciosa amargura colectiva que en la actualidad se está comiendo por dentro a la sociedad de George Floyd y Donald Trump. Lamentablemente, las condiciones de las disciplinas antes señaladas aun no han cambiado, en el 2021. Por esta razón, me atrevo a escribir este artículo de dos partes.

La primera parte de este documento nos otorga una breve introducción al tema en cuestión, seguida por una serie de elementos que abordan el tema del declive de una potencia mayor en el sistema internacional. A través de analistas occidentales como el británico Paul Kennedy, tendremos una idea general de lo que implica el concepto del declive para un grupo considerable de analistas históricos e internacionales. Las nociones del declive típicamente se asocian de una manera u otra con el realismo político, al Estado como un actor unitario, monolítico e independiente, y una noción del poder que se ejerce solamente a través de estas unidades monolíticas e independientes de las sociedades que las engendran. Adicionalmente, lo que determina el declive es la llamada “high politics” del Realismo Político, es decir, lo militar, lo político y lo diplomático, relegando lo económico a segundo plano, y si se considera, pues es un factor más del poder estatal, nada que ver con las dinámicas y relaciones sociales de producción en la sociedad en cuestión.

La segunda parte tomará los elementos expuestos y analizados en la primera parte para resaltar y analizar los problemas que enfrenta la disciplina de Relaciones Internacionales en la actualidad, y su problemático distanciamiento de las realidades del sistema internacional en esta tercera década del Siglo XXI. Esta segunda sección empleará temas de la geopolítica actual para demostrar que solo existe una utilidad política para teorías como el Realismo Político y el Liberalismo Internacional (sirven solamente para “hacer política”), lejos de cualquier utilidad académica o analítica. Finalmente, señalaremos ciertos nuevos enfoques que necesitamos para superar las grandes limitaciones de las teorías tradicionales de esta disciplina. A nuestro criterio, la complejidad multifactorial, la transdisciplinariedad y una nueva concepción del poder en las sociedades humanas (nacionales e internacionales) deben formar parte de los puntos de partida para el desarrollo de nuevas herramientas teóricas para analizar y comprender las Relaciones Internacionales.

Retomando nuestro tema para esta primera parte, lo que muchos analistas empiezan a evaluar después de Anchorage, Alaska, es el tema del declive gringo en el escenario internacional, con una memoria fresca de cómo fue la presidencia del magnate Trump y ahora cómo el Señor Biden llama al Presidente ruso “asesino” y empieza a estimular a sus vasallos en Kiev a movilizar tropas para amenazar a Rusia en la frontera con Ucrania, disparando de esta manera arbitraria la primera salva de su capítulo particular de esta segunda Guerra Fría. Para poder apreciar qué tanto nos hemos alejado de las concepciones del profesor anglosajón de 1998, podemos ver la redacción de la siguiente nota de prensa, ofrecida por la empresa gringa con sede en Nueva York (desde 1846), la famosa “Associated Press”, de fecha 7 de abril de 2021 https://news.yahoo.com/leaders-russia-china-tighten-grips-085652868.html) (traducida del inglés por el autor):

Los líderes de Rusia y China aprietan sus garras, se acercan más

  • MOSCÚ (AP) – No son líderes de por vida, al menos no de manera técnica. Pero en la realidad política, parece que los poderosos mandatos de Xi Jinping de China y, a partir de esta semana, de Vladimir Putin de Rusia, se extenderán mucho más durante el Siglo XXI, incluso cuando las dos superpotencias cuyos destinos dirigen van adquiriendo más influencia, con cada año que pasa.
  • Es más, a medida que consolidan el control político en el ámbito domestico, a veces con medidas duras, están trabajando juntos de manera más sustancial que nunca, ofreciendo así un desafío creciente para Occidente y la otra superpotencia del mundo, Estados Unidos, que elige a su líder cada cuatro años.
  • Al desafiar a Occidente, Putin y Xi han logrado fortalecer los sentimientos nacionalistas de sus poblaciones. La anexión de Crimea de Ucrania por parte de Rusia en 2014 impulsó los índices de aprobación de Putin a casi el 90%…
  • El impacto de la retención duradera del poder por parte de Putin y Xi difícilmente termina en las fronteras de sus respectivas naciones. Se propaga hacia el exterior en el equilibrio geopolítico de poder de innumerables formas…Putin ha buscado cada vez más fortalecer los lazos con China…Putin y Xi han desarrollado fuertes lazos personales para reforzar una «asociación estratégica» entre los dos ex rivales comunistas mientras compiten con Occidente por la influencia. Y a pesar de que Moscú y Beijing han rechazado en el pasado la posibilidad de forjar una alianza militar, Putin dijo el otoño pasado que tal perspectiva no puede ser descartada por completo.

Como podemos ver aquí, no solamente se habla de la inquebrantable alianza entre la China y Rusia, sino que ya, estas dos se definen abiertamente como “superpotencias” y rivales geopolíticos de una entidad que se denomina intercambiablemente como “Occidente” y “Estados Unidos” (relegando así a la Unión Europea a un socio minoritario en el marco de una alianza que encabeza Estados Unidos, naturalmente). Imagínense, por un momento, un viaje en el tiempo hacia el pasado, y ofrecerle esta nota de prensa del 2021 al profesor anglosajón canadiense del año 1998. Sería inicialmente incomprensible para él (como el ensayo que recibió “D – “), para luego simplemente catalogarla como ciencia ficción barata. Esto nos ayuda a comprender qué tanto ha cambiado el mundo desde la “gloriosa” y pomposa victoria de Estados Unidos en Irak, en el año 1991 (Operación Tormenta del Desierto), en el contexto del colapso de la Unión Soviética.

No obstante, el tema del declive es, lamentablemente, altamente controversial, y aunque pudiera contribuir en nuestro diagnóstico sobre la disciplina en cuestión, la manera en la cual se entienda y se estudia el término es lo que quizás pudiera determinar su utilidad para reconstruir el estudio del sistema internacional, para las próximas décadas del Siglo XXI.

Hace poco tiempo, antes de noviembre de 2020, me preguntaron sobe el supuesto “declive” estadounidense y el futuro inmediato del sistema internacional, particularmente en el contexto de una continuación del Señor Trump en la Casa Blanca por cuatro años más, o su sustitución por la sombra o cascaron de quien para entonces era el candidato “demócrata” (es decir, globalista), el Señor Biden (ahora Presidente). Naturalmente, mi respuesta fue bastante decepcionante para quien me preguntó, ya que siempre trato de evitar asumir el rol de una “Casandra” de la mitología griega para la geopolítica del Siglo XXI.

El punto es que el los interrogantes – más allá de lo que exigen en opinión y análisis – se encuentran recargados de nociones bastante problemáticas, las cuales siempre nos llevan por los oscuros y tristes caminos de la comprensión errónea, la interpretación imprecisa y las “predicciones” desprovistas de cualquier exactitud (y, por ende, utilidad). En este sentido, nos preguntamos: “¿Qué significa el “declive”?”; “¿Cómo pretendemos medirlo, y en base a cuáles criterio?”; “Si logramos determinar – de manera más o menos coherente – qué es el denominado “declive”, podremos aplicar este a la condición estadounidense en la actualidad?”; “¿Qué implicaciones posee este supuesto declive – o la ausencia del mismo – para el sistema internacional, y las políticas entre las naciones?”, y, finalmente, “¿Qué tiene que ver los Señores Trump y Biden con estos asuntos de declive?”

El declive debe ser comprendido y visto como un proceso sociohistórico de “longue durée” (larga duración – Fernand Braudel – Escuela de los Annales), y el futuro del sistema internacional debe ser contemplado en base a los movimientos de las “placas tectónicas” del sistema internacional, y no en base a la teoría del “hombre heroico de la historia”, es decir, la noción que los “hombres” (individuos) son los únicos y verdaderos “actores de la historia”. No obstante, el “triunfalismo” gringo después de las Segunda Guerra Mundial y su continuación en la Guerra Fría, es un tema que pudiera explicar mucho sobre el “declive” actual, y, por ende, el problema principal de la disciplina de Relaciones Internacionales.

El colapso de la Unión Soviética y el final resultante de la Guerra Fría pueden haber tomado por sorpresa a las élites estadounidenses, pero esta sorpresa rápidamente fue sustituida por un triunfalismo casi descarado. Ya en septiembre de 1990, el columnista conservador gringo Charles Krauthammer declaró que la era postsoviética era un “momento unipolar…El centro del poder mundial es la superpotencia indiscutida, Estados Unidos, a la que asisten sus aliados occidentales». El historiador de Yale Paul Kennedy, originalmente conocido como “la Casandra de las grandes potencias”, describió en 2002 a Estados Unidos como «la superpotencia más grande de todos los tiempos». Kennedy comenzó su artículo con una meditación casi erótica sobre los portaaviones de cubierta grande de la marina de EE. UU. y el poder militar en general, y concluyó de la siguiente manera:

  • Nunca ha existido nada como esta disparidad de poder; nada. He vuelto a todas las estadísticas comparativas de gastos de defensa y personal militar durante los últimos 500 años que compilé en el ascenso y el declive de las grandes potencias, y ninguna otra nación se le acerca. La Pax Britanica se manejaba a bajo precio, el ejército británico era mucho más pequeño que los ejércitos europeos, e incluso la Royal Navy era igual solo a las dos marinas siguientes; ahora mismo, todas las demás armadas del mundo combinadas no podían hacer mella en la supremacía marítima estadounidense. El imperio de Carlomagno era simplemente europeo occidental a su alcance. El imperio romano se extendía más lejos, pero había otro gran imperio en Persia y uno más grande en la China. Por tanto, no hay comparación.

Desde 1992, ya el politólogo gringo (de origen nipones) liberal Francis Fukuyama había alabado la unipolaridad mucho más entusiasmadamente que Kennedy, en su célebre obra “El Fin de la Historia y el Último Hombre”. Fukuyama afirmó que el orden de la posguerra fría, liderado por Estados Unidos será duradero y excepcionalmente dominante histórica y globalmente, como también alegó en una euforia de triunfalismo que la humanidad ya no podía concebir una alternativa viable al capitalismo “democrático”. Esta última palabra es un eufemismo que pretende no decir lo que es: el sistema ceremonial/protocolar político gringo – lo que llaman la “democracia liberal” – y el modo de producción de la economía neoclásica, el mismo que ahora se llama “neoliberalismo”. Para Fukuyama, a pesar de los cabos sueltos que atar, la historia, en el sentido ideológico hegeliano, había terminado. Para los gringos de entonces, la “historia” tiene una dirección visible, establecida por la libertad y el Autor de esa libertad: Estados Unidos. Ya sabemos quien es ese famoso. El mismo autor de las “libertades” de Vietnam, de Afganistán, de Irak, de Libia, de Haití, de…etc.

Lo interesante para nuestro análisis es que el mismo Kennedy, señalado arriba, fue condenado años antes de su artículo del 2002 por los propios gringos, a raíz de supuestas actitudes “antiamerican” (antigringas). Paul Kennedy era británico, aunque trabajó y vivió en Estados Unidos.  Su obra magistral, titulada “The Rise and Fall of Great Powers: Economic Change and Military Conflict from 1500 to 2000” (El Auge y el Declive de las Grandes Potencias: Cambios Economicos y Conflictos Militares de 1500 y hasta el 2000), consideraba que existe un patrón histórico amplio (el mismo “longue durée” que acabamos de indicar arriba), en el cual las grandes potencias, para seguir disfrutando de dicho status, tenían una tarea sencilla de entender, pero extremadamente difícil de ejecutar: equilibrar la riqueza y su base económica con su poder militar y sus compromisos estratégicos.

Por lo tanto, los estados estudiados por Kennedy enfrentaron una constante triple tensión entre inversión (en territorios ajenos), defensa (contra rivales imperiales) y consumo (niveles de vida de los ciudadanos del imperio/estado en cuestión). Al fracasar en este equilibrio, se corre el riesgo de una expansión excesiva que llevaría a una gran economía vulnerable a depredadores como fue la China del siglo XIX (en este caso, los depredadores principales fueron los mismos británicos), como una potencia militarizada excesivamente y estancada como la Unión Soviética, o como un fracaso inflexible y adicto al crédito como la España de Felipe II.

En ese mismo libro, aunque el enfoque no era Estados Unidos sino los imperios europeos (como todo buen eurocentrista) Kennedy advirtió que una serie de procesos históricos que ya han existido para otros imperios, si son mal administrados, pudieran erosionar la posición de poder relativo de Estados Unidos en el mundo. En este sentido, el poder relativo de Estados Unidos disminuiría con el tiempo, algo que Kennedy sugirió que pudiera ser inevitable: las dos opciones disponibles, de acuerdo con el anglosajón, era o manejar este proceso con prudencia, haciéndolo lo menos disruptivo y problemático posible, o negarlo por completo y, por lo tanto, acelerarlo.

El argumento de Kennedy fue provocador para la sociedad gringa, pues la misma rechaza insolentemente la noción del excepcionalismo gringo. Al ofrecer una evaluación escéptica de las perspectivas a largo plazo de Estados Unidos como la superpotencia unipolar, Kennedy argumentó efectivamente que Estados Unidos no está exento de dilemas históricos tradicionales, que a pesar de toda su supuesta “excepcionalismo”, la misma es, en última instancia, una gran potencia más, cuya dominación es finita, y sus fallas son las mismas de otras grandes potencias del pasado, por lo cual está sujeta a dilemas similares y fuerzas restrictivas que agobiaron a los imperios otomano, español, napoleónico o victoriano. Nada es eterno, ni siquiera la llamada “Pax Americana”.

Las criticas gringas contra Kennedy que más me fascinaron fueron las de Samuel Huntington y Joseph Nye, dos ideólogos emblemáticos del establishment estadounidense. Estos dos gringos señalaron que el masivo gasto militar de su país no es necesariamente un “drenaje improductivo” de la economía nacional. Adicionalmente, si Estados Unidos es supuestamente “un imperio”, su modo de existir es fundamentalmente diferente de los imperios del pasado, ​​con sus hambres por conquistar más y más territorios. De acuerdo con estos, Washington integra “voluntariamente” a los pueblos en un sistema duradero y más liberador de alianzas y mercados. Los argumentos de Kennedy fueron, en última instancia, un trabajo de determinismo, perdiendo de vista el papel vital de la elección individual y el azar en la historia.

Quien suscribe necesitó una breve pausa para poder traducir esta ultima línea del párrafo anterior, desde los trabajos de Huntington y Nye, ya que la riza fue incontrolable. No obstante, más allá del inmenso contenido ideológico y el divorcio total de las realidades sociohistóricas, estos argumentos son de inmensa utilidad para comprender el estado actual de la disciplina de las Relaciones Internacionales. Leer a ideólogos como Nye, Fukuyama y Huntington siempre es de gran utilidad, nunca para comprender la realidad social que nos rodea o las relaciones internacionales, sino para comprender y analizar los discursos del establishment gringo, sea este elaborado por el Realismo Político o el Liberalismo Internacional. Siempre es importante observar hasta cual punto los mismos gringos se creen sus propios discursos.

Kennedy, en su obra “The Rise and Fall of Great Powers”, nos ofrece su propia noción sobre el tema del declive de las grandes potencias, la misma noción que al ser aplicada a los gringos, generó toda la controversia que acabamos de señalar arriba. El inglés ofrece un análisis extenso sobre el auge y el declive de los imperios europeos, y el enfrentamiento entre las superpotencias de cada periodo que él evaluó. Kennedy respalda la opinión del historiador alemán Leopold von Ranke, al insistir que la historia se trata fundamentalmente de la alta política (esta es una expresión del Realismo Político, la cual se refiere a lo militar y lo diplomático).

De acuerdo con Kennedy, y tantos otros historiadores e internacionalistas del Mundo Occidental, cuanto más aumentan los Estados poderosos su poder, más grande es la proporción de sus recursos que deben dedicar para mantener y reproducir este poder. Si una proporción demasiado grande de los recursos nacionales se desvía para atender necesidades militares, esto a la larga conduce a un debilitamiento del poder. La capacidad de sostener un conflicto con un estado comparable o una coalición de estados depende, en última instancia, de la fuerza económica del Estado; pero los estados que aparentemente se encuentran en el cenit de su poder político, generalmente ya se encuentran en una condición de declive económico comparativo, y, aparentemente, Estados Unidos no es una excepción a esta regla.

El británico consideraba que el poder sólo puede mantenerse mediante un equilibrio prudente entre la creación de riquezas y el gasto militar, y las grandes potencias en declive casi siempre aceleran su desaparición desplazando el énfasis de sus políticas, de las primeras a las segundas. España, los Países Bajos, Francia y Gran Bretaña hicieron exactamente eso. Ahora, de acuerdo con Kennedy, es el turno de la Unión Soviética (ya aplicado) y Estados Unidos (aparentemente, por ser aplicado).

Ahora bien, el tema del declive es difícil de contemplar, y más aún en un momento histórico como el que vivimos, en donde los Estados Nacionales no son los mismos de los siglos XVIII, XIX y XX, sino una quimera amorfa de Estados y corporaciones multinacionales, ninguna capaza de vivir o sobrevivir sin la otra. Por eso surgen preguntas como las siguientes: ¿Qué sucede cuando una sociedad opulenta y poderosa deja de avanzar? ¿Cómo se puede entender que la peculiar combinación entre riquezas y capacidad tecnológica, por un lado, y el estancamiento económico, político, cultural y la deceleración demográfica – por el otro – puede crear un extraño tipo de “decadencia sostenible”, un malestar civilizatorio que podría durar más de lo que pensamos, un declive en pleno empoderamiento militar, un debilitamiento acompañando de una gran capacidad para influir a través de varias instancias y regiones geográficas?

El declive, como sea que se desea describir o conceptualizar, debe necesariamente describir una caída de los estándares de excelencia asociados con una era pasada de logros más positivos; aparentes heroísmos (o por lo menos capacidad de construcción de narrativas nacionalistas y altamente románticas del pasado – los Washingtons, los Lincolns y los Kennedys del nostálgico y romántico pasado gringo) que ceden ahora a mezquindades (los Bush hijos y los Trumps del depresivo y oscuro presente gringo); “buen gusto” que cede a la vulgaridad (la totalidad de la industria de Hollywood, por ejemplo); disciplina que cede al agotamiento (la ciudad de Detroit, Michigan, como ejemplo del declive industrial y productivo del país), la corrupción (de eso hay demasiado) y la “sensualidad” (aquí nos referimos más al tema de la trivialidad y lo frívolo sobre lo importante y lo de valor). La decadencia tiene connotaciones de (excesiva) indulgencia en los apetitos materiales, trastornos de los sentidos y violaciones de lo que anteriormente eran tabúes. Muchos suponen que es una búsqueda frívola de placeres exóticos y marginales, novedades para satisfacer paladares hastiados, sin contenido y sin rumbo.

Sin duda alguna, la decadencia está relacionada tanto con una visión moralista como con una fatalista. La palabra implica un juicio de la experiencia humana en una escala de valores y la compara con un estándar «correcto» o «saludable» (aunque por lo general idealizado), pero también está relacionada con el paso del tiempo, es un elemento comparativo sociocultural, económico y político de una entidad sociopolítica, sin duda alguna, pero capturada en dos o mas instancias temporales. El concepto de decadencia se ha utilizado para describir épocas de civilización en metáfora biológica, como seres que nacen, llegan a la madurez, luego se hunden en la senescencia y mueren porque han sido condenados «por la Historia».

La decadencia puede entenderse como resultado de la hipertrofia de esos mismos rasgos que los Occidentales (los europeos y sus antiguas colonias que mantienen los mismos rasgos socioculturales) supuestamente valoran: el progreso entendido de manera materialista, la supremacía del ser en relación al “Otro”, el aparente “individualismo” que en realidad es altamente homogenizado, etc. Los elementos que aparecen en primera instancia como “motores” del desarrollo cultural pueden, cuando se persiguen sin piedad y sin tener en cuenta otras virtudes, degenerar en motores de decadencia y declive. ¿Cómo sabemos cuando llega la decadencia? Por las confesiones abiertas de malestar, por la búsqueda en todas las direcciones desesperadamente por una nueva fe o creencias. Cuando en vez de innovar, buscamos atropellar a los rivales que sí logran innovar, cuando la antigua “águila” empieza a cazar las “moscas” del momento, temerosa de atacar “presas” más grandes por ser “depredadores” que sepan cómo aprovecharse de una “águila” en declive. Es cuando la entropía reemplaza el ímpetu o el empuje de las ideas y el espíritu de innovación.

Todo esto nos ayuda a observar un aspecto que surge de todos los elementos que acabamos de señalar, y muchos otros más que aun faltan por evaluar y considerar. El análisis del declive, como sea que se dé o se conceptualice, es necesariamente un análisis multifactorial, y, por ende, es necesariamente transdisciplinario. Historiadores e internacionalistas (dos caras de la misma moneda) tradicionales solo toman en consideración elementos como el “poder” estatal (o imperial), los ejércitos, y quizás una concepción muy rudimentaria de producción económica, como factores para examinar y analizar el declive de una unidad sociopolítica, sin comprender que estos procesos son extremadamente complejos, justo por sus múltiples factores – todos altamente interconectados – los cuales cubren áreas como lo sociocultural, lo científico, lo académico, lo artístico, etc. En ciertas instancias, el declive en una sociedad se evidencia mucho antes en sus expresiones culturales, sus productos artísticos y sus construcciones filosóficas (o la ausencia de estas), que en su equipamiento militar y su capacidad para obligar a “aliados” e intimidar rivales.

El declive es un proceso, no es un evento. El declive de la Pax Británica inició durante la Primera Guerra Mundial, cuando una alianza franco-británica y estadounidense fue necesaria para derrotar a Alemania, luego se consolidó con la necesidad de aplicar una política británica de “appeasement” con la Alemania Nazi – conscientes que la economía británica no hubiera aguantado una carrera armamentista contra los alemanes. Con tanto que critican al Primer Ministro británico Neville Chamberlain por su política de apaciguamiento, en realidad la Gran Bretaña del Siglo XIX nunca hubiera tenido que apaciguar a sus rivales, pero la Gran Bretaña de Chamberlain no era la del Duque de Wellington o Benjamín Disraeli. Luego el declive británico continuó con la derrota de los británicos en mano de los alemanes en el continente europeo y en el Pacífico (contra el Japón), pero fue finalmente asegurada con el desastre de Suez de 1956, en donde Estados Unidos y la Unión Soviética determinaron los eventos en el Medio Oriente, excluyendo a los británicos y los franceses. A pesar de este proceso, Gran Bretaña aún sigue proyectándose en el ámbito internacional, más como aliado subordinado de sus primos anglosajones del otro lado del Atlántico que como un actor independiente, seguramente, pero tampoco ha desaparecido por completo.

Por lo antes indicado, es menester tomar en consideración este aspecto particular del declive: siempre suele ser un proceso, raramente es un evento concreto y manifiesto. Es un proceso bastante complejo, y sobre todo multifactorial, lo cual implica un estudio transdisciplinario. Adicionalmente, y en varios casos, la gran potencia – de alcance global y no simplemente regional – pasa a ser una potencia mediana, con una presencia disminuida en el ámbito internacional.

En la próxima parte de este documento, empezaremos a emplear estos elementos abordados aquí para evaluar los problemas que padece la disciplina de las Relaciones Internacionales en la actualidad, y cuales nuevos enfoques podemos desarrollar para superar estos problemas.

*Profesor, investigador y Diplomático de carrera en Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela