Aunque no existe un acuerdo general sobre la existencia de cuatro o cinco revoluciones industriales, también hay consenso en cuanto a los siguientes procesos: la Primera Revolución Industrial, durante la segunda mitad del siglo XVIII, se basó en la máquina de vapor y es el punto de partida del sistema capitalista. Nació en Inglaterra y se difundió en Europa y EE.UU. durante el siglo XIX. Su impacto en la producción material y en el cambio social fue estudiado por economistas clásicos, entre quienes puede distinguirse la polaridad de enfoques, como se advierte entre Adam Smith y Karl Marx.
La segunda tuvo como ejes de cambio a la electricidad, el petróleo y los elaborados químicos, que transformaron la vida humana desde inicios del siglo XX. Nacida en los EE.UU., acompañó su consolidación como potencia hegemónica en el mundo, al mismo tiempo que fundamentó el desarrollo del imperialismo, con la expansión de las gigantes empresas monopólicas en una nueva era capitalista que también adelantó a Europa. La tercera Revolución Industrial nació igualmente en los EE.UU. y está asociada con la energía atómica y la electrónica; mientras la cuarta, propia del siglo XXI, se vincula con el internet y las energías renovables, con base en una gama de países que ya no solo incluye a las regiones tradicionales, sino que ha potenciado a Estados del Oriente, Rusia y China.
Las Revoluciones Industriales no se originaron en América Latina, pero fueron asimiladas por los distintos países de la región a diversos ritmos históricos. Estados nacidos de revoluciones independentistas que colocaron en el poder a elites criollas, mantuvieron largamente estructuras económicas precapitalistas, basadas ampliamente en relaciones de servidumbre en los campos, donde predominaron haciendas, latifundios y plantaciones (con esclavos hasta mediados del siglo XIX) así como comerciantes y pocas familias de banqueros, en los que se encuentran los núcleos incipientes de burguesías. Manufacturas y ferrocarriles movidos por máquinas de vapor eran visibles en grandes países como México, Argentina o Brasil y con presencia escasa o nula en otros países. El capitalismo latinoamericano despega y se desarrolla al compás del siglo XX, con la incursión de empresas imperialistas, el crecimiento de la industria y la modernización inducida por inversiones estatales en infraestructuras (sobre todo extensión de la electrificación) que modernizaron ciudades y crearon condiciones materiales para el desarrollo de la industria. Igualmente, como en un proceso escalonado, son los grandes países latinoamericanos los primeros en industrializarse, seguidos por otros con mediano avance (Colombia, Chile, Perú, Venezuela) y el resto con baja industrialización que solo despega en la década de 1960.
Sin embargo, la gran mayoría de países latinoamericanos continúan dependiendo del sector primario exportador (bienes agrícolas, minerales, petróleo) y los más pequeños carecen de capacidades para competir con exportaciones del sector secundario (manufacturas, industria) y solo internamente han desarrollado el área de construcciones.
Este tipo de desarrollo capitalista, dependiente y al mismo tiempo “subdesarrollado”, ciertamente ha provocado la modernización capitalista de los países latinoamericanos, pero sin crear condiciones generalizadas para la promoción de mejoras en la calidad de la vida y el trabajo de enormes sectores de población. Hasta hoy, en los distintos países hay un sector de población desocupada y, sobre todo, sub-ocupada, que mantiene y reproduce el capitalismo-subdesarrollado de América Latina.
Todos estos procesos han sido ampliamente estudiados por una abundante bibliografía. Y han conllevado a una situación actual conflictiva: en plena globalización multilateral, que consolida un nuevo mundo multicentral/multipolar, el neoliberalismo latinoamericano, tan persistente desde la década de 1980, no ha sido capaz de superar la matriz primario exportadora, ni de promover un desarrollo industrial y tecnológico. Ecuador puede servir de ejemplo sobre un proceso incluso inverso: la década del gobierno de Rafael Correa (2007-2017) tuvo la intención de cambiar la matriz productiva y desarrollar una economía social para el Buen Vivir. Los logros en progreso social y desarrollo fueron importantes y están reconocidos por informes nacionales e internacionales.
En lugar de, por lo menos, mantener lo logrado, el gobierno de Lenín Moreno literalmente destruyó fuerzas productivas y provocó un retroceso económico y social del país, sin precedentes. Pero el gobierno de Guillermo Lasso, continuador de la obra de Moreno, tampoco se propuso revertir esa situación, pues solo se orientó por las consignas empresariales-oligárquicas para convertir al país en un paraíso de las rentabilidades privadas, bajo un desastre institucional y el crecimiento inédito de la inseguridad. Sin duda, el ascenso de Daniel Noboa a la presidencia contó con el respaldo electoral de la mayoría del país; pero eso no impide observar las perspectivas históricas. Es evidente que se trata de un nuevo gobierno empresarial. Y, conociendo las mentalidades y consignas bajo las cuales se mueve la elite dominante, no hay ninguna señal que permita observar que habrá un cambio en el modelo de economía empresarial-neoliberal seguido por el país desde hace seis años.
Para América Latina hay un problema generalizado: no cuenta con una burguesía capaz de cumplir el papel revolucionario que Marx observaba en las burguesías europeas que impulsaron el capitalismo. No son capaces de provocar las transformaciones de la región y mucho menos para impulsar procesos de economías sociales que, como las europeas o la canadiense, puedan brindar a sus poblaciones algo de seguridad y protección a sus vidas y su trabajo. Más preocupadas por garantizar el sistema que aprovecha mejor a sus fáciles rentabilidades, el neoliberalismo es una ideología acomodada a su visión del mundo y no sujeta a las ideas originales de sus fundadores como Hayek, Von Mises o Friedman que, por cierto, analizaron y observaron a los EE.UU. y a los grandes países centrales, pero no las economías de América Latina. El neoliberalismo resulta así una teoría extraña a las necesidades latinoamericanas. Pero sigue vigente y continúa haciendo daño.
Con el éxito electoral de Javier Milei en Argentina, el libertarianismo anarco-capitalista toma el poder para guiarse por conceptos que están aún más a la derecha económica y política de lo que ha logrado el neoliberalismo. Ya hay síntomas que su “ejemplo” será seguido en otros países latinoamericanos.
Juan José Paz y Miño Cepeda*. Doctor en Historia Contemporánea. Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia de Ecuador; fue vicepresidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC), entidad de la que es Director Académico en Ecuador.
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Foto de portada: Diego Rivera, representación trabajo obrero en industria automotriz (mural Detroit Isntitute of Arts)