El mundo está en constante evolución y cambio, y en los últimos años hemos sido testigos de un cambio sísmico que se ha visto reflejado en conflictos como la guerra ruso-ucraniana y las tensiones entre Estados Unidos y China en el estrecho de Taiwán. El declive del poderío estadounidense se ha vuelto evidente, como lo demuestra la debacle en Irak y Oriente Medio y la reciente retirada de Afganistán.
En su día, los estrategas neoconservadores estadounidenses argumentaron que las políticas de intervención agresiva mantenían a las grandes potencias emergentes, como China, fuera de las zonas designadas como dominios geopolíticos de Estados Unidos. Sin embargo, estos esfuerzos han fracasado y el futuro parece dirigirse hacia un nuevo orden mundial que no se centra únicamente en las prioridades de Occidente.
Desde el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania en febrero de 2022 y la visita de Nancy Pelosi a Taiwán en agosto del mismo año, hemos visto una aceleración de los cambios globales en nuevas alianzas económicas, formaciones geopolíticas, guerras territoriales y discursos políticos en competencia. Estos cambios se están manifestando en Oriente Medio, África y gran parte del Sur Global.
Más que una lucha por el poder
Aunque la guerra en Sudán es comúnmente entendida como una lucha de poder entre dos generales rivales y corruptos, Abdel Fattah al-Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo (también conocido como Hemedti), también es el resultado de una lucha de poder a nivel regional y global. La dimensión regional y global del conflicto en Sudán es una manifestación del orden mundial en constante cambio y de la intensa competencia por recursos y geografías críticas.
Sudán es uno de los países africanos más ricos en recursos naturales, gran parte de los cuales permanecen sin explotar debido a los conflictos en múltiples frentes y niveles del país. El Sur ha experimentado una secesión que dio lugar a la República de Sudán del Sur, mientras que en el Oeste, específicamente en Darfur, y en todo el país, los conflictos persisten.
La guerra civil entre el Norte y el Sur de Sudán y la crisis de Darfur también fueron prolongadas por intervenciones de terceros, incluyendo vecinos de Sudán y potencias mundiales. Desafortunadamente, en todos estos casos, el resultado ha sido terrible en términos de pérdidas humanas y materiales.
Sudán no es una excepción en cuanto a los conflictos por poder en el Sur Global, los cuales fueron una de las principales características de la Guerra Fría entre Washington y Moscú hasta la caída de la Unión Soviética en 1989-92. Sin embargo, el desmantelamiento de la URSS solo exacerbó la violencia, canalizada esta vez a través de guerras lideradas o defendidas por Estados Unidos en Oriente Medio, África y Asia. Con la intensificación de la rivalidad mundial, han resurgido los conflictos globales, especialmente en regiones estratégicas y ricas en recursos, sin claras lealtades políticas.
Sudán no será el último de estos conflictos.
Lo que complica ahora el panorama en Sudán es la implicación de otros actores regionales, cada uno con sus propios intereses, que aprovechan la rápida pérdida de liderazgo de Estados Unidos, que hasta hace poco era el principal hegemón político y militar de Oriente Medio.
Los actuales cambios en las relaciones de poder en Oriente Medio -como en otras partes del mundo- también son significativos dentro de contextos políticos históricos, no meramente actuales.
La historia al revés
Desde 1916, cuando se firmó el Acuerdo Sykes-Picot entre las antiguas potencias coloniales de Francia, Gran Bretaña y la Rusia zarista, Oriente Medio, el Norte de África y Asia Central se dividieron en esferas de influencia. Durante décadas, las prioridades mundiales eran casi exclusivamente occidentales, hasta que en 1917, la Revolución bolchevique abrió la posibilidad de un nuevo bloque global que rivalizara con la dominación occidental.
No obstante, el surgimiento de este nuevo bloque se retrasó, y fue en 1955 cuando nació el Pacto de Varsovia, «unificando a la Unión Soviética y sus aliados contra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar occidental que había visto la luz seis años antes».
Durante la Guerra Fría, se plasmó la rivalidad entre ambos bloques en una feroz competencia económica, política y militar, lo que incluyó conflictos de bajo grado, guerras por delegación y dos discursos ideológicos que definieron la política mundial durante gran parte del siglo XX.
El fin de la Guerra Fría en la década de 1990 trajo consigo un triunfalismo occidental que se manifestó en guerras coloniales en lugares como Panamá, Irak, Serbia, Afganistán e Irak de nuevo. China era un adversario digno y un aliado preciado, pero no un actor político global importante en ese momento.
La histórica visita del presidente estadounidense Richard Nixon a Pekín en 1972 tuvo un gran impacto, y aunque frustró los esfuerzos por unificar Oriente contra el imperialismo estadounidense-occidental, dio a Washington una enorme ventaja y un impulso estratégico sobre sus rivales. Ahora, sin embargo, la historia está cambiando de un modo que solo unos pocos geopolíticos podrían haber predicho.
Las nuevas competencias
El camino hacia la transformación del mundo no está completamente claro, pero hay numerosas señales que indican que está sucediendo. Sin embargo, la magnitud de esta metamorfosis varía entre distintas regiones. El conflicto geopolítico entre las potencias antiguas y emergentes es más evidente en algunas partes del mundo, como Oriente Medio, África, Sudamérica, Asia Oriental y el Pacífico. En cada una de estas regiones, se están produciendo cambios en las relaciones y dinámicas de poder.
Por ejemplo, en Oriente Medio, Irán está saliendo de su aislamiento impuesto por Occidente, mientras que Arabia Saudí está desafiando su antiguo estatus como régimen cliente. Este último movimiento es especialmente preocupante para Washington, ya que socava dos capas de dominación occidental en la región: la que siguió al acuerdo Sykes-Picot de 1916, que dividió la región en subregiones bajo la «protección» e influencia occidentales, y la que resultó de la invasión de Irak por Estados Unidos y la OTAN.
Durante muchos años, Washington ha dominado Oriente Medio sin competencia seria gracias a su enorme influencia política, presencia militar creciente y al uso de su moneda como arma. Sin embargo, Rusia y China han estado reivindicando sus derechos en la región durante años, aunque utilizando mecanismos diferentes al estilo occidental de antiguo colonialismo y neocolonialismo. Mientras que Rusia recurre a su larga tradición soviética de cooperación, China recurre a una historia más antigua de comercio amistoso e intercambios culturales.
Con su enfoque más franco y sin complejos de la política exterior, el estatus de China como nueva superpotencia se ha demostrado de manera sin precedentes en Oriente Medio. Los recientes acuerdos entre Irán y Arabia Saudí son un gran logro para la nueva China de orientación política, aunque el camino por recorrer sigue siendo muy difícil debido a los contendientes extranjeros y a los conflictos antiguos y nuevos de la región. Para tener éxito, China debe presentarse como un modelo nuevo y mejor que se contraponga a la explotación y la violencia occidentales.
Sin embargo, Estados Unidos y sus aliados occidentales y regionales siguen teniendo una influencia significativa en la región. Por ejemplo, los Emiratos Árabes Unidos se perfilan como un poderoso actor en la actual guerra de Sudán.
Es probable que la actual lucha por recursos, influencia y dominio conduzca a conflictos menores pero sangrientos, especialmente en países políticamente y socialmente inestables. Sudán encaja en esta categoría, lo que hace que su guerra actual sea especialmente preocupante. Aunque se ha hablado y escrito mucho sobre la enorme riqueza en materias primas, el potencial agrícola y el oro de Sudán, la lucha por el control de este país es esencialmente una guerra territorial, debido a su incomparable situación geopolítica.
Diferentes países, como Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Israel y otros, quieren salir victoriosos en esta lucha. Rusia sigue de cerca la situación desde sus diversas bases africanas. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia desconfían de las nefastas consecuencias de una intervención directa y del precio igualmente costoso de no intervenir. Por su parte, China está evaluando los retos y oportunidades que presenta la situación.
Es muy probable que el resultado de la sangrienta guerra de Sudán tenga un gran impacto no solo en los equilibrios políticos de este país, sino también en las relaciones de poder de toda la región.
*Ramzy Baroud es periodista, autor y editor de Palestine Chronicle.
Artículo publicado originalmente en Monitor de Oriente
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