Sin ningún resultado relevante, el domingo concluyó en Malta la cumbre con la que el Gobierno de Zelensky pretendía continuar presionando a sus aliados y países neutrales en la necesidad de invertir en el plan de paz del presidente ucraniano, es decir, alargar la guerra hasta que Ucrania logre todos sus objetivos. A pesar de que la asistencia muestra un claro descenso en el interés internacional por esta iniciativa, el siempre triunfalista Zelensky afirmó el sábado estar construyendo una iniciativa de paz “con el Sur Global”. La escasa relevancia, la menor asistencia que a similares cumbres anteriores y, sobre todo, la ausencia de China, uno de los países más importantes a los que Ucrania busca apelar, muestra que la iniciativa carece de futuro y que la credibilidad de Kiev más allá de Occidente se ha resentido en los últimos meses.
La situación geopolítica mundial, especialmente las consecuencias de la guerra de Israel contra Gaza, se suma como una preocupación añadida para Zelensky que, como recoge un artículo publicado el domingo por The Washington Post, refleja un momento delicado para el Gobierno ucraniano. Por una parte, Kiev ha querido mostrar su apoyo a Israel, no solo por sus alianzas anteriores y su deseo de convertirse en “un gran Israel”, sino también por el posicionamiento geopolítico que implica. La reacción a lo ocurrido en 7 de octubre y, sobre todo, al uso masivo de la fuerza, el bloqueo completo de Gaza y los bombardeos absolutamente indiscriminados con el objetivo de hacer el mayor daño posible han dividido a la comunidad política internacional en dos como ya lo hiciera la guerra de Ucrania.
Por motivos ideológicos, Ucrania siempre iba a posicionarse del lado de Israel, país con el que cuenta con afinidad política y un aliado común, Estados Unidos, principal suministrador de asistencia militar de ambos. En el pasado ha quedado claro que Kiev ha visto en Tel Aviv y sus medios un ejemplo a seguir, especialmente en lo que respecta a la represión de las poblaciones indeseadas. El paralelismo entre el desprecio que Israel ha mostrado siempre hacia la población palestina y el de Ucrania hacia el pueblo de Donbass es claro. A ello hay que sumar la cercanía histórica de los movimientos de liberación nacional, entre ellos el palestino, a Moscú, lazos que, aunque debilitados por las circunstancias, se han mantenido en la Rusia actual. Rusia ha de ser siempre la antagonista, por lo que el posicionamiento ucraniano con Israel es coherente en este sentido.
Desde el mismo 7 de octubre, Ucrania quiso explotar esos vínculos rusos, siempre más políticos que estratégicos y militares, para presentar los actos de Hamas y otras facciones palestinas como un brazo más de una marioneta manejada desde Moscú. Aplicando la máxima de George W. Bush de “si no están con nosotros, es que están contra nosotros”, Kiev ha argumentado desde el 24 de febrero de 2022 que todo país neutral era realmente un tonto útil al servicio del Kremlin, idea que sigue utilizando ahora para intentar vincular ambas guerras y lograr así no perder protagonismo ni financiación. Desde hace meses, Ucrania es consciente de que la administración Biden sufre cada vez más dificultades para solicitar nuevos fondos del Congreso, bajo control Republicano y en modo electoral, lo que implica que esas dificultades pueden aumentar a medida que se acerquen las elecciones de noviembre de 2024 e incluso las primarias republicanas. Tampoco la triquiñuela de Biden de incluir la financiación para Israel, Taiwán y el muro de la frontera en un mismo acto legislativo -todas ellas cuestiones importantes para el ala trumpista del Partido Republicano, con suficiente fuerza como para dificultar la aprobación- parece estar teniendo el resultado esperado. Ayer, el nuevo presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, que en el pasado ha votado ya en contra de financiar el esfuerzo bélico de Ucrania, afirmó en declaraciones a Fox News que las cuestiones de Israel y Ucrania han de ser separadas. Johnson insistió en la facilidad con la que el Partido Republicano aprobará la petición de fondos para Israel, dejando en el aire los 60.000 millones de dólares que Biden busca para Ucrania.
El intento de ligar el esfuerzo bélico ucraniano y el israelí no solo es un riesgo para Zelensky en términos de lograr de Estados Unidos la financiación deseada, de la que depende el armamento y, por lo tanto, la capacidad de las Fuerzas Armadas de Ucrania de continuar luchando, sino que le coloca en una situación comprometida ante algunos de los países a los que ha intentado acercarse. El patrón de voto en Naciones Unidas y la reacción de los países a la guerra de Israel se corresponde, sin grandes diferencias (una de las excepciones es Marruecos, único país africano que ha enviado armamento a Ucrania pero que, en esta ocasión, no ha podido ubicarse en el bando de Estados Unidos) con aquellos países que se han mantenido neutrales en la guerra de Ucrania. Y pese a que el posicionamiento firme del lado del bloque escogido, el occidental, ha sido la táctica de Kiev para mostrarse como país relevante y exigir protagonismo, las contradicciones de esta postura no han pasado desapercibidas para países que Ucrania considera significativos ahora mismo.
Este pasado fin de semana, Ucrania celebraba su cumbre por la paz -solo si esa paz se produce según los términos dictados por Kiev- en un nuevo intento de acercarse a los países del llamado Sur Global, esa mayoría de población del planeta que no se ha posicionado a su favor y que busca fundamentalmente impulsar un verdadero proceso que lleve a la resolución del conflicto. En ese grupo de países no solo se encuentran China e India, sino un amplio espectro de países árabes y musulmanes que han visto en la postura ucraniana la hipocresía propia del mundo europeo.
Ucrania ha basado en la idea del derecho de un pueblo ocupado a usar las armas contra el ocupante su insistencia en la guerra hasta lograr la recuperación de Crimea, donde repetidamente ha afirmado que todo objetivo es legítimo. Sin embargo, en opinión de Kiev, ese derecho no se extiende al pueblo palestino, cuya lucha armada ha calificado de terrorismo. Es más, Zelensky ha equiparado a Hamas y Rusia, definiendo a ambas como “el mismo mal, con la única diferencia de que allí hay una organización terrorista que atacó Israel y aquí hay un Estado terrorista que atacó Ucrania”. Tampoco antes del 7 de octubre la Ucrania de Zelensky o la de Poroshenko ofrecieron ninguna palabra en defensa de los derechos del pueblo palestino, bajo ocupación israelí desde hace décadas. Los derechos que Ucrania reclama solo para sí misma son negados a otros pueblos para los que no ofrecen tampoco muestras de piedad.
Kiev se ha quejado durante meses de la postura neutral de los países del Sur Global y Zelensky llegó a pronunciar un discurso ante la Liga Árabe, donde exigió de los países miembros un posicionamiento abiertamente favorable a su Ucrania. Sin embargo, en esta ocasión, y echando a perder los esfuerzos diplomáticos de veinte meses de trabajo, Kiev no solo se ha posicionado a favor de quien oprime sino que lo ha hecho sin fisuras. Como recoge The Washington Post, “no fue hasta diez días después cuando Zelensky, de forma indirecta, se refirió al bombardeo de Gaza mencionando la necesidad de desescalada y de proteger a la población civil. En este tiempo, Zelensky ha evitado criticar los bombardeos israelíes pese a la muerte de miles de civiles palestinos y, al menos, 21 ciudadanos ucranianos”. No ofender a su aliado y a Estados Unidos ha sido más importante que mantener la coherencia o buscar el acercamiento de los países musulmanes, algunos de los cuales han ayudado a Ucrania militar o políticamente o están mediando actualmente en casos como el retorno de niños ucranianos actualmente en Rusia. Ni siquiera la constante mención a Irán como enemigo común puede compensar lo que está siendo percibido como una incoherencia inexplicable.
Sin embargo, el intento de Kiev de vincular la situación en Oriente Medio con la de Ucrania colocando a Moscú en el centro de todas las conspiraciones sí ha tenido en las últimas horas un instante de victoria. El domingo, centenares de personas asaltaron el aeropuerto de Majachkalá, Daguestán, en busca de los pasajeros de un vuelo procedente de Tel Aviv. Ucrania y sus socios, que han exigido a los países cerrar las conexiones de transporte con Rusia, se han aprovechado ahora del mantenimiento de vuelos entre los dos países. El caos creado en el aeropuerto y en la propia pista de aterrizaje causó decenas de heridos, varios de ellos graves (ayer se rumoreó la muerte de una mujer, información desmentida por el presidente de Daguestán). Pese a la tardanza en la actuación de las autoridades, que en un momento dado perdieron completamente el control de la situación en el aeropuerto, 83 personas han sido detenidas. “Majachkala es una historia absolutamente rusa con un futuro inevitablemente lleno de crisis”, se jactó ayer Mijailo Podolyak, que afirmó que “como siempre, los rusos inicialmente hicieron estallar otro caos, con la esperanza de ganar dividendos de propaganda y después, al darse cuenta de la bárbara naturaleza de sus actos, empezaron a buscar formas para justificar la inequívoca muestra de xenofobia rusa”.
Rusia ha denunciado los hechos como instigados externamente y el desarrollo de los acontecimientos acerca más esa explicación que la teoría de la conspiración de Podolyak. A lo largo del día, el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, a quien no puede considerarse amigo del Kremlin, advirtió de que el canal de Telegram Utro Dagestan estaba instigando un pogromo contra los pasajeros del vuelo procedente de Tel Aviv. El canal había “publicado unas instrucciones de 19 puntos para manifestantes antisemitas, que ayudó a reunir en el aeropuerto de Majachkalá, donde ha aterrizado un avión procedente de Israel”. El manual “incluye obligar a los pasajeros a denunciar públicamente al Estado de Israel”. Posteriormente, el periodista añadía que “el político fugitivo ruso residente en Ucrania Ilya Ponomarev se identificó a sí mismo como inversor del canal el pasado mayo. Ponomarev trabaja creando unidades de voluntarios rusos que luchan del lado de Ucrania bajo los auspicios de la inteligencia militar ucraniana, el GUR”. Esta historia rusa cuenta con una parte espontánea, pero con otra que ni lo es tanto ni es tan rusa, pero que ha servido a Ucrania para volver a insistir en la necesidad de derrotar a Rusia para defender a Israel. Pese a que incluso los medios occidentales ven lo contraproducente de enemistarse con los países de mayoría musulmana, Ucrania ha elegido su bloque y continuará aferrado a él en busca de la ayuda que considera necesaria para conseguir unos derechos que exige para sí misma pero que niega a otros pueblos cuya situación es mucho más precaria.
Por Nahia Sanzo Ruiz de Azua, periodista, especialista en Ucrania/Donbass.
Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.
Foto de portada: extraída de Slavyangrad.