La aparición de las primeras noticias acerca de que en una lejana ciudad china (Wuhan) había contagios masivos de un nuevo coronavirus letal pasó inadvertida por varias semanas incluso por la propia OMS.
Para cuando intervino el organismo multilateral de la salud, la pandemia ya estaba desatada y recorría la “nueva ruta de la seda” haciendo estragos.
Luego de la falta de reacción inicial se produjo un formidable experimento de disciplinamiento social global que no reconoce precedentes. El propio Michel Foucault no hubiera sido capaz de elucubrar semejante situación, ni tampoco los escritores distópicos que proyectaron la fascistización como Zamiatin, Orwell, Huxley o Atwood.
La economía se paralizó por completo y comenzaron las discusiones sobre “nueva normalidad”, el mundo “pospandemia” y prospectivas de distintos planos que no pueden escapar, de todos modos, a la conclusión de la profundización de las tendencias históricas macropolíticas y macroeconómicas previas a la pandemia.
Por estos días con aperturas de cuarentenas, recaídas y demás circunstancias, el mundo ha seguido su marcha, el hegemón decadente, también; y las nuevas polaridades geopolíticas aprovecharon para reposicionarse. Lo que ha resultado evidente al amparo de cualquier escuela de ciencias políticas es la utilización de la peste y de su cura en términos de geopolítica.
Génesis y la tesis del ataque
La discusión sobre el origen del virus, como en todos estos casos, es pasible de interpretaciones y en torno de la narrativa sobre su origen se juegan también posicionamientos geopolíticos y de disputa de sentidos.
Ya hemos planteado la idea propalada por los medios occidentales (mayoritariamente en manos del globalismo) con su control sobre la circulación de discursos que infirió a pensar, cuando uno se enteraba de una feria a cielo abierto y del consumo de sopa de murciélagos, en una aldea campesina; cuando en realidad se trata de una ciudad con una urbanización super-moderna, casi futurista. Cosas de los medios y de los imaginarios que son capaces de construir.
Temprano Trump habló de “la peste china” en su cuenta de Twitter. Los chinos no tardaron en señalar, mediante el portavoz de su cancillería, Zhao Lijian, la curiosa situación de que tropas de marines hayan estado semana antes asentadas en la propia Wuhan, muy cerca de la feria a cielo abierto, para los VII Juegos Mundiales Militares CISM, deslizando sutilmente la sospecha.
Probablemente Xi y Trump sean conscientes que un ataque de ese tipo, si es que se trató de eso, es más probable que provenga del globalismo multilateral que de los propios gobiernos orgánicos de cada país. En esto no debemos olvidar la guerra abierta entre Huawei y Apple, y el enrolamiento político de los big five que expresan al globalismo unipolar (Facebook, Apple, Amazon, Netflix y Google, las FAANG) que, como van a sostener algunos analistas, crean el problema y la solución, con la vacuna por un lado, y la criptomoneda (fuera de control estatal), por otro lado, para poder salvar la economía.
Los teóricos de las visiones conspirativas, no sin fundamentos, se apuraron en sostener que se trató de algún tipo de ataque biológico responsabilizando del mismo a distintos actores, a los chinos contra occidente o a los Estados Unidos contra los chinos.
La guerra biológica es tan vieja como la guerra, desde el curare en la punta de las flechas o las cerbatanas venenosas, hasta la infiltración de enfermos de tularemia que utilizaban como táctica los hititas; pero no es de eso de lo que pretendemos tratar en este artículo.
Historiadores de pestes reflotaron que la gripe española en realidad viajó a Europa a bordo de un buque de guerra norteamericano, se trata de la pandemia que más muertes produjo en el globo. Es además la peste donde, como hoy, el uso del tapaboca se impuso socialmente como asepsia desesperada.
Lo que evidenció la pandemia es que un mundo con un nivel de desarrollo del conocimiento inusitado y un desarrollo de las fuerzas productivas formidable, producto de la inequidad, la desigualdad, la concentración de riqueza y el despilfarro que redunda en falta de planificación y previsión, se vuelve peligrosamente vulnerable.
El tablero mundial ahora es de Go, no de Ajedrez
La peste estalla en medio del declinacionismo norteamericano (esto no importa su caída en el mediano plazo) que a expensas del mismo se ha vuelto más bestial en su desesperación por mantener su expansionismo cada vez más insostenible. A la vez, la peste explota en el propio corazón de China que está hoy comandando el proyecto de integración euroasiático con la Rusia de Putin y que evidencia el surgimiento de un mundo multipolar.
Los actores que surgen (nótese lo deliberado de no utilizar el término “emergen” para no reproducir narrativas geopolíticas dadas) prefigurando el mundo multipolar, se encuentran consolidados en sus proyectos de mediano y largo plazo; el hegemón declinante se encuentra en plena crisis interna incluso a nivel de sus clases dirigentes.
Eso explica la diferencia de comportamiento de los distintos gobiernos respecto del manejo de la pandemia y el aporte a desarrollar una vacuna. Todo tiene que ver con la geopolítica de la salud.
El supremacista desesperado, Donald Trump, compró a la farmacéutica Gilead el 90% del suministro mundial del antiviral remdesivir, hasta aquí el único método de tratamiento de Covid-19, para la población norteamericana. Rompió con la Organización Mundial de la Salud (OMS), y lanzó la operación “Warp Speed” de inversión en el desarrollo de vacuna y coordinación de la provisión masiva, si fuera posible, para las elecciones. Asimismo, compró por adelantado dosis a Pfizer-BioNTech y Johnson & Johnson.
Por su parte Alemania y Francia, con Italia y Países Bajos intentan construir una plataforma de cooperación europea para desarrollar la vacuna, la “Alianza de Vacuna Inclusiva”. Las embestidas acaparadoras de Trump operaron como catalizadores del europeísmo y nacionalismo al interior de estos países. La anécdota del intento norteamericano para la compra de derechos a la germana CureVac que fue respondida con un contundente “Alemania no está a la venta”, complementa con la marcha atrás que debió dar la gala Sanofi que había comprometido prioridades a los Estados Unidos y tuvo que retractarse. Macrón puntualizó que, de desarrollarse la cura, será un bien de la humanidad.
Gran Bretaña en sintonía con el Brexit abandonó las políticas de cooperación por una vacuna de la Unión Europea y se enfocó en la vacuna de ARN del Imperial College London y en la vacuna de la Universidad de Oxford, que firmó un acuerdo con AstraZeneca para manufacturar 100 millones de dosis. Pareciera ser que Oxford va adelantada en la carrera ubicando a Gran Bretaña en su antiguo lugar de preponderancia científica.
Con otra lógica, otra temporalidad y otra mirada histórica, China (BRICS) ha desarrollado la diplomacia del barbijo enviando suministros y asistencia a distintos países que lo requirieron, a la vez que anunció créditos por dos mil millones de dólares, transferencia de conocimientos y específicamente mil millones de dólares para desarrollo de la vacuna a América Latina y el Caribe. El desarrollo farmacéutico de distintas empresas chinas está planteado bajo el paradigma de “bien de la humanidad” concretando así una “Diplomacia de Vacunas”, cuyos primeros beneficiarios serán obviamente los BRICS y los miembros de la Alianza para la Cooperación de Shangai; Brasil producirá en su territorio esta vacuna.
La India (BRICS) se ha convertido también en un actor de importancia en el desarrollo de investigación y producción porque es el principal exportador de fármacos del mundo, producto arquetípico de la deslocalización del globalismo, ofrece territorio y mano de obra excesivamente barata. Ha restringido la exportación de medicamentos siendo que abastece la cuarta parte de la industria farmacéutica occidental. El Instituto Serum, el productor de vacunas más grande del mundo, acordó con la Universidad de Oxford para empezar a producir masivamente vacunas que han pasado la Fase 2, asegurándose la provisión a la población de su país.
Finalmente, Rusia (BRICS) produce un nuevo “momento Sputnik” con el anuncio de la vacuna. Cuando en 1957 la Unión Soviética sorprendió al mundo anunciando la orbitación exitosa del Sputnik 1, se produjo una crisis de envergadura en la noción de posición dominante en la carrera espacial que detentaban los Estados Unidos y que le fue arrebatado en ese momento, con consecuencias profundas. El reciente anuncio del presidente Putin del descubrimiento de una vacuna contra la Covid-19, no antojadizamente nombrada “Sputnik V”, provocó en Occidente el mismo efecto que el suceso homónimo del siglo pasado.
Emiratos Árabes Unidos, Nicaragua, Filipinas y Cuba estrecharon relaciones con Rusia a fin de poder colaborar mediante ensayos clínicos y pruebas en sus propios territorios.
Pero Cuba merece una mención especial en el desarrollo del Interferon para el tratamiento de Covid y las misiones médicas especiales que jaquearon la lógica misma del bloqueo que padece.
México, de López Obrador, tuvo un manejo singular de la pandemia que redundó en gran cantidad de muertes pero sin percepción social de que se haya tratado de una catástrofe sanitaria. A kilómetros de Estados Unidos, con una economía de maquilas y fluidez creciente con su vecino del norte, nunca cerró las fronteras.
El Brasil del errático Bolsonaro negoció a la vez con AstraZeneca y la Universidad de Oxford, para producir desde diciembre la vacuna; producto de su alianza BRICS acordó también la producción con Sonovac de China, que es algo que el gobierno chileno intentaba por su parte. A la vez que el Estado brasileño de Paraná avanza en negociaciones propias con Rusia para producir su vacuna en territorio carioca.
La aparición como actores de primer nivel de organismos no gubernamentales privados es un dato de consideración, más teniendo en cuenta su adscripción a un modelo mundial de globalismo multilateral que pretende avanzar sobre todos los obstáculos a su proyecto de financierización, inclusive a la noción de estados nacionales y gobiernos locales. Exponente de esto es la Fundación Bill y Melinda Gates (B&MGF) que controla a la Alianza para la Vacunación (GAVI) y la Coalición para las Innovaciones en la Preparación ante Epidemias (CEPI) ¿Filantropía?
Argentina empezó los ensayos con la vacuna de Pfizer/BioNTech, en un gesto polémico pero calculado para asegurarse aprovisionamiento. El Presidente Fernández fue apurado, por la infidencia temprana del locuaz ministro de Salud, y anunció la puesta en funcionamiento de la producción masiva de la vacuna de la Universidad de Oxford mediante el grupo Insud de Hugo Sigman, dueño del laboratorio cuya piedra fundamental se pusiera en una televisada ceremonia con la entonces Presidenta Cristina Fernández de Kirchner y fuera inaugurado en pleno macrismo. Sigman, con estrechos vínculos con la industria farmacéutica mundial y especialmente la mexicana (que le costó imputaciones en la exportación fraudulenta de efedrina), es presentado como un modelo de “burgués nacional”. Como otros recaudadores del Partido Comunista Argentino terminó mutando en megaempresario y hoy puesto en un lugar de privilegio apalancado además por sus relaciones con Carlos Slim, el hombre más rico de la región, que curiosamente por estos raptus de filantropía aparece financiando una parte importante de la producción de la vacuna en el dispositivo binacional para América Latina que se montó con laboratorios de México y Argentina.
Entre la OMS y la CEPI intentan una política mundial cuya herramienta principal es el Acelerador de Acceso a Herramientas Covid-19 (ACT), y pretende garantizar dosis para el 20% de la población de los países hacia finales de 2021; integra 150 países en tiempos donde el rol de los organismos multilaterales pareciera ir dejando lugar a la gestión privada.
Señora Bisman y los anticuarentena
Steve Bannon, profeta del neosupremacismo, va a señalar directamente el accionar de fundaciones como la de Bill Gates o Georges Soros a quienes identificará como exponentes del proyecto globalista. Con ese menjunje construirá un discurso berreta que, traducido en las consignas de los anticuarentena macristas argentinos, terminará caricaturizando y por tal ridiculizando algunas situaciones que son bien reales. Sin ir muy lejos aparecerá, en esas narrativas, el negacionismo de la propia existencia del virus.
Están los que creen que la pandemia es un invento de meta-control global y salen a manifestarse. Otros se muestran preocupados porque China haya lanzado un ataque bacteriológico al mundo occidental y, peor aún, que Rusia sea la que aporta la vacuna con intenciones oscuras de inocularle al mundo el comunismo al que la propia Rusia renunció hace ya décadas; señalando a Soros y Gates como enemigos y reivindicando a Google, no son gente que improvisa sino al contrario.
Por diversos dispositivos comunicacionales se va construyendo una todavía inorgánica e imprecisa narrativa que sustenta los proyectos neoliberales (aunque Bannon pretenda ser paladín de “populismos”; porque una cosa es el populismo para los países ricos contra el globalismo, y otra cosa es lo que se pretenda para poder saquear los países pobres que deben financiar el populismo de los ricos). Es la distancia que hay entre la “Señora Bisman” y Waldo Wolf. Son parte del mismo dispositivo, unos son la vulgata bestial, otros son la narrativa perfecta. No habría que reírse sino preocuparse, porque a pesar de Bannon, que es quien produce muchas de estas visiones, esa forma de mirar el mundo está instalándose y pretende producir nuevo sentido común.