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Estados Unidos atiza la estigmatización de China

Por Jorge Fernández.- La Administración Trump ha abierto una Caja de Pandora con la prohibición temporal a extranjeros que hayan estado en China.

 

La Administración Trump anunció recientemente que prohibiría temporalmente la entrada a extranjeros que hayan estado los últimos 14 días en China. A raíz de esta exclusión, apresurada y de efectos colaterales dañinos, se ha estimulado en el mundo la aplicación de medidas impulsivas que, en un principio, buscan detener una epidemia pero que, al final, terminan alimentando la propagación del pánico y la inseguridad.

Acciones como las adoptadas por un país de la talla de EE. UU., puestas en funcionamiento justo en medio de los trabajos de prevención y control que China emprende, inducen al error en otros Estados, e influyen perniciosamente en estrategas a la cabeza de organizaciones que tienen relaciones con China. La estimulación indirecta del temor genera un efecto dominó que obnubila la razón de prácticamente cualquier persona, llámese dirigente, CEO o líder de opinión.

En medio de este desafortunado escenario, no faltan leñadores que atizan el temor, a saber, los difusores de noticias falsas y de información sesgada que con mentiras e información parcial corrompen la inteligencia social. Sus ignominiosos escritos hacen cundir el pánico e insultan el trabajo de miles de personas que ponen en riesgo sus vidas para salvar las de otros. La difamación en sus escritos envenena la solidaridad que debe prevalecer para contener la propagación de un virus.

Sorprende sobremanera que a estos difusores de la falsedad se sumen miembros adscritos formalmente al cuarto poder. Figuras que en teoría deberían apoyarse en la objetividad, hoy, de cara a la epidemia que se vive en China, remueven la hoguera del sensacionalismo y la ambigüedad, acribillando a muerte la deontología del periodismo. De sus emponzoñadas plumas se propaga por internetun aire de división, xenofobia y discriminación.

“China es el verdadero enfermo de Asia”, “Toda persona procedente de China será caso sospechoso de coronavirus”, “El virus chino se tornó más contagioso”, “¡Niños chinos quédense en casa!” y “¿Peligro amarillo?» son parte de una colección de monumentos a la exclusión que han sido publicados a raíz del brote del nuevo coronavirus. Cada uno de estos titulares desnuda un ambiente enrarecido de estupidez, que es estimulado, a su vez, por conductas impulsivas asumidas por algunos Estados.

Los EE. UU. han ordenado la salida sistemática y gradual de aquellos empleados gubernamentales que residen en China, incluida también una recomendación extendida a sus ciudadanos para abandonar el país asiático. Otros países han secundado la medida, lo que ha generado indefectiblemente un entorno de nerviosismo entre la comunidad de extranjeros que radica en el país. Sin importar que vivan en el epicentro de la epidemia o a miles de kilómetros de ahí, las peticiones a consulados para repatriar a sus ciudadanos no se han hecho esperar.

Y de cara a esto, en las redes sociales ha surgido un debate en torno a las acciones de EE. UU. a la luz del brote del virus H1N1 en 2009. La conducta que el mundo asumió frente a la epidemia en la unión americana contrasta con las medidas emprendidas hoy por la Administración Trump. ¿Qué se habría pensado si algún país hubiese prohibido temporalmente la entrada de estadounidenses? ¿Qué se habría pensado de los países si sus consulados hubiesen extendido recomendaciones para abandonar la unión americana? ¿Qué se habría pensado de la prensa si al virus se le hubiese bautizado con un nombre alusivo a los ciudadanos estadounidenses?

Ningún argumento hubiese sido válido para justificar acciones bañadas de estigmatización, de discriminación y de xenofobia. Entonces, ¿por qué EE. UU. ha adoptado conductas que lo encasillan en el marco del rechazo hacia los chinos?. Conviene recordar que 59 millones de estadounidenses contrajeron el virus, que a 265 mil se les internó y que 12 mil perecieron a causa de la enfermedad. Las cifras hacen que la sangre se le hiele a uno…¡59 millones de estadounidenses infectados!. Pero no por lo alarmante de los casos al pueblo estadounidense se le repudió, se le rechazó o se le negó la entrada a China.

Si sirve de consuelo, la dignidad de aquellos a los que se les niega la entrada por llegar de China será solo “temporalmente” ultrajada. La admisión llegará con el tiempo so pena de pudrir y mutilar una relación de amistad entre dos pueblos. El problema a sortear a largo plazo, no obstante, no será la contención de un virus, sino que será, por el contrario, la sujeción de todos los demonios que se están nutriendo con esta prohibición. ¿Se revertirá la idea inconsciente de que los chinos son portadores de un virus? ¿Se acabarán los letreros que prohiben la entrada a chinos? ¿Se terminará la negación de servicios a ciudadanos chinos en el exterior? Estos son sin más el resultado más contundente de la prohibición.

El impacto que genera el veto a extranjeros que hayan estado en China será difícil de borrar de la psique social. La restricción ha abierto una Caja de Pandora cuyos males están infectando el raciocinio y el sentido común de las personas en EE. UU. y en otras partes del mundo. Aquellos que ven las dimensiones del problema dicen con sorna que la estupidez se propaga más rápido que el virus. Quizás tengan razón. Pero a diferencia del virus que aqueja a China y para el cual aún no hay vacuna, ese tipo de estupidez sí tiene una: se halla en la transformación de los valores y parámetros de la cúpula política estadounidense. Por ahí puede empezar el presidente Donald Trump.

Pueblo en Línea