Hace mucho tiempo que Washington y sus socios atlantistas demonizan a China, la sancionan comercialmente, la difaman como difusora del COVID-19, violadora de los Derechos Humanos y de las minorías nacionales. Ahí no acaban las falsedades, pues EE UU tiene sus bases militares, flota, misiles y armas nucleares apuntando contra Beijing.
Es importante para Argentina y la situación internacional analizar y refutar esa campaña imperial. Secundariamente debe dejarse sin sustento las acusaciones supuestamente de “izquierda”, de trotskistas y círculos muy dogmáticos, quienes afirman que China habría restaurado el capitalismo y hasta sería imperialista. Lo primero es una gran falsedad; lo segundo, una imbecilidad política funcional a las tesis imperiales.
GRAN LUCHA CONTRA EL COVID-19
Acusada injustamente de cuna del coronavirus, incluso de haberlo creado en laboratorios de Wuhan, el país socialista viene dando lecciones de cómo combatir esa pandemia, puertas adentro y en el mundo entero.
Su enfoque fue muy científico desde diciembre de 2019-enero de 2020 cuando se reportaron los primeros casos. Ahí inauguró su política de “COVID cero”, que articula confinamientos masivos en la región infectada, ayuda estatal a esas poblaciones incluso en comidas y sustento diario, funcionamiento de hospitales anteriores o construidos en tiempo récord con planteles médicos (muchos del Ejército Popular de Liberación), vacunas propias, testeos, etc.
China brindó toda la información y experiencias disponibles al mundo, vía la Organización Mundial de la Salud (OMS), donó vacunas y envió médicos y equipos sanitarios a muchos países.
Al 18 de abril pasado, el Consejo de Salud chino informó que llevaba aplicadas 3.317 millones de vacunas a su población, 87,4 por ciento completamente vacunada. Sus vacunas Sinopharm, CanSino y CoronaVac también sufrieron la propaganda en contra del capitalismo, inspirada por BionTech-Pfizer, Johnson&Johnson y Moderna.
La política estatal contó con el protagonismo, organización, solidaridad, conciencia y disciplina de la población china. Así las cosas, durante 2020 y 2021 los casos en ese país bajaron notablemente. Ahora en marzo y abril de este año hubo un rebrote grave, en especial en ciudades como Changchun y Shanghái, donde viven 9 millones y 12 millones respectivamente. La política del gobierno de Xi Jinping, frente a la variante Omicron, sigue siendo similar que ante las anteriores.
Es importante precisar las cifras, para ver la real dimensión de este rebrote y la estadística global de China, en comparación con la estadounidense.
En Shanghái el 20 de abril pasado tuvieron 2.634 casos, preocupante para los bajos registros del país, pero nada que ver con los catastróficos conteos de otros países. Desde el inicio de la pandemia en 2020 y hasta el 21/4/2022, en total China tuvo 693.000 contagios y 4.663 muertos. Cada muerto provoca dolor, pero compárese esos números con los de EEUU: 80.700.000 contagios y 6.210.000 muertos.
China no se limitó a salvar vidas chinas. En total donó 2.100 millones de vacunas a 120 países y organizaciones internacionales, de las que 600 millones fueron para África, el eterno olvidado en estas crisis, amén de saqueado y discriminado por el imperialismo.
Ese humanismo chino es señal inequívoca de socialismo.
AGRESIONES DE EEUU CONTRA CHINA
Antes de demonizar en 2020 a China por ser supuestamente la fabricante del coronavirus -sigue hoy con la discriminación a los asiáticos dentro de EEUU, algo habitual hacia afros y latinos- ya en 2018 Donald Trump adoptó sanciones económicas contra el país asiático, con mayores aranceles a sus productos, prohibición de venta de insumos tecnológicos, etc. Esto último fue y es parte de la campaña estadounidense contra la red de 5G china y Huawei, que incluyó la detención en Canadá de la hija del presidente de esa empresa.
Antes que el gobierno de Vladimir Putin comenzara su operativo militar especial en Ucrania, el 24 de febrero pasado, Washington, el Pentágono y medios periodísticos que abrevan en esas fuentes contaminadas, ya acusaban a Beijing de estar detrás de la incursión militar. También dijeron que Xi Jinping empujaba a Putin a esa campaña, para que se desgastara la OTAN-EEUU y la misma Moscú, y quedar como la gran potencia del siglo XXI.
Eso es falso de principio a fin. El presidente Xi y el canciller Wang Yi repetidamente abogaron por una solución pacífica del conflicto, que no hubo por culpa de Washington y la OTAN. Estos empujaron al gobierno de Ucrania y sus batallones neonazis a la matanza de ruso hablantes en el Donbass desde 2014 en adelante. Y estallada la guerra a partir de febrero pasado, Beijing insistió en una negociación pacífica. Eso sí, apoyando a Rusia contra el posible ingreso de Kiev a la OTAN, exigiendo que Washington informe qué habían hecho sus 26 laboratorios biológicos en Ucrania, denunciados con pruebas por la cancillería rusa de Serguei Lavrov.
Hace días la administración Biden alimentó esa guerra de la parte neonazi con 800 millones de dólares en armas y redobló la apuesta con otra partida igual de financiamiento al gobierno de Zelenski. China en cambio no se inmiscuyó en la guerra e insistió en una negociación donde se atendieran las razones de Putin para que la OTAN no se extienda hasta la frontera rusa dándole membresía a Kiev.
El problema de fondo en Ucrania es EEUU, no China. Alentando nuevas expansiones de la OTAN hacia el Este, como lo viene haciendo desde 1991 con la implosión de la URSS, el imperio quiere cercar y eventualmente agredir a Rusia.
Esto sería un primer round, porque su pelea de fondo es contra China, a la que amenaza desde Taiwán, Corea del Sur y Japón, con la VII Flota asentada en bases niponas. Hay maniobras militares en el mar meridional de la China. Provocan a Beijing con darle entidad “China” a la separatista Taiwán (provincia separada en 1949 con apoyo militar de EEUU al fascista régimen de Chiang Kai Shek).
Esas maniobras militares se basan en el tratado AUKUS, de EE UU, Reino Unido y Australia, que suman a Japón, Corea del Sur y Filipinas, contra China. Desde 1997 los documentos reservados del Pentágono plantean que USA concentra el grueso de sus fuerzas militares en la región Asia-Pacífico. Léase, contra el país socialista, pero también contra todos los que no quieren regresar a un mundo unipolar y bregan por otro multipolar. China no está sola. Rusia, Irán, Venezuela, India, Cuba, Movimiento de Países No Alineados, CELAC, ALBA, son también los afectados, además de los pueblos de Ucrania, Donetsk y Lugansk, los trabajadores de Europa y el resto del planeta. ¡Si tocan a China, se levanta el mundo! Esa debería ser la consigna de los pueblos.
ECONOMÍA CRECE DESDE EL PIE
EEUU y el capital financiero internacional, con deuda externa, fondos especulativos y buitres, Wall Street y empresas trasnacionales, han sido los responsables de crisis económicas internacionales, como la de las hipotecas subprime en 2008, con mayor desocupación, pobreza, hambre y desigualdad en el mundo.
China, en cambio, habiendo crecido al 10 por ciento del PBI durante décadas y últimamente al 5 por ciento o más, ha sido un sostén para la reactivación mundial. Hasta el FMI y Banco Mundial han tenido que reconocer ese peso de la economía china, la única que creció en su peor año de la pandemia, 2020, el 2,3 por ciento. Luego aumentó 8,1 en 2021 y lleva 4,8 % interanual en el primer trimestre de 2022. El primer favorecido por esas mejorías es el pueblo. En febrero de 2021 se informó que en los últimos años se habían sacado de la pobreza a 770 millones de habitantes, una marca que causa sana envidia en los argentinos, donde el 37,3 por ciento vive en la pobreza y una parte en la indigencia.
Desde diversos ángulos se quiere presentar aquel crecimiento como una victoria del “capitalismo chino”. Analistas del establishment de Argentina y del mundo, políticos como Cristina Fernández de Kirchner en la reunión de parlamentarios del EuroLat y el trotskismo, cada uno con sus matices, explican el auge de China como un fenómeno del capitalismo.
No es así. Es un país socialista (no comunista, no existe el comunismo, sin Estado, sin clases y sin lucha de clases), en el cual existen diversas formas de propiedad: estatal, social, colectivas, privadas, nacionales y extranjeras, pero lo fundamental es estatal.
El Estado orienta y determina el rumbo de la economía mediante planes quinquenales. No se produce lo que a cada empresa se le ocurre pues hay un plan forjado por el Estado, determinado a su vez por la dirigencia del mismo, en general parte del Partido Comunista de China y orientado por sus congresos nacionales cada cinco años. En el segundo semestre de 2022 se hará el XX Congreso de PCCh.
Los resortes fundamentales de la economía y los bancos son estatales, directos o controlados por el Estado. Las empresas extranjeras para poder vender su producción en el mercado interno chino deben cumplir varios requisitos, entre ellos asociarse al Estado o compartir tecnología. Las empresas chinas son las que registran mayor número de patentes de innovación tecnológica en el mundo y esto repercute en el avance de la economía. Eso desespera el imperialismo y de allí las sanciones y la agresividad porque sabe que está siendo desplazado como primera potencia económica.
Un dato objetivo. Las empresas estatales administradas por el Gobierno central chino (SOE, sigla en inglés) invirtieron más en investigación y desarrollo para impulsar el desarrollo basado en la innovación. Spanish.xinhuanet.com informó el 17 de abril que “el aporte total de investigación y desarrollo de las SOE de enero a marzo se expandió un 18,9 por ciento interanual a 151.420 millones de yuanes (23.760 millones de dólares)”. Agregó que “la eficiencia de producción de las empresas estatales centrales aumentó de manera constante. Su productividad laboral total anualizada fue de 727.000 yuanes per cápita en los primeros tres meses, un aumento interanual del 13 por ciento”. Las empresas estatales administradas por el Gobierno central expandieron la inversión en capital social el año pasado para mejorar la competitividad de estas compañías.
No todo es aumento de la economía, bajo hegemonía estatal. También hay línea política e ideológica que procura reforzar el socialismo y eso es gravísimo para Washington.
Culminando hace unos días una gira por la provincia de Hainan, el presidente Xi decía: “Hay que consolidar y ampliar los logros obtenidos en el estudio de la historia del Partido y la educación en ella, llevar adelante el gran espíritu fundacional del Partido, hacer un buen uso de los recursos revolucionarios de Hainan, como el Sitio Conmemorativo de la Columna Qiongya y el Parque Conmemorativo del Destacamento Rojo de Mujeres, guiar a los numerosos miembros y cuadros para afianzarse en los ideales y las convicciones, continuar los genes revolucionarios, y transmitir la sangre revolucionaria. Hay que fortalecer la educación y la formación de los cuadros, y centrarse en superar el formalismo y el burocratismo”.
Quiere decir que no hay “perestroika” ni “glasnost” en Beijing, sino más socialismo, con peculiaridades chinas. Está clara la naturaleza socialista del país. Eso demuele la imbecilidad de que es “imperialista”, pero va un punch final. Los yanquis tienen 625 bases militares en el mundo. China ninguna. Perdón, sólo una, en Yibuti, en el cuerno de África, para asegurar las vías navegables del comercio mundial contra piratas y contrabandistas, y misiones humanitarias en África. 625 a 1. Números abrumadoramente diferentes y con objetivos políticos muy diferentes.
Notas:
*Periodista y referente del Partido de la Liberación de Argentina.
Fuente: Colaboración