El colonialismo y el eurocentrismo han logrado mantener durante siglos los grandes hitos africanos en el más absoluto anonimato, especialmente cuando la mirada viene de los ojos que se ubican al norte del Mediterráneo o cruzan el Atlántico. Y que solo hacen referencia al continente “negro” de forma despectiva.
A lo largo de los siglo podemos observar, de manera lamentable y repetida, que se han generado una serie de mitos que han infravalorado los procesos históricos de los pueblos negros e incluso como se les han negado e invisibilizado su propia historia. Desconexión, dependencia o falta de civilización son sólo una pequeña muestra de las características que, desde Occidente, se han otorgado a África desde incluso antes del siglo XIX.
El lema de “África no tiene historia” que uno de los filósofos más ilustres de la Modernidad como fue Georg Hegel, sentenció en el siglo XVIII, está presente, mal que nos pese, aún en estos días. En palabras del propio Hegel: “Lo que entendemos propiamente por África es algo aislado y sin historia, sumido todavía por completo en el espíritu natural, y que sólo puede mencionarse aquí, en el umbral de la historia universal”. Más adelante el mismo Hegel sube la vara del menosprecio por el hombre africano acotado que: “El negro representa al hombre natural en toda su barbarie y violencia; para comprenderlo debemos olvidar todas las representaciones europeas. Debemos olvidar a Dios y la ley moral. Todo esto está de más en el hombre inmediato, en cuyo carácter nada se encuentra que suene ahumano”.
En 1945, un misionero franciscano de nombre Placide Tempels, publicó un libro en francés, “La philosophie bantoue”. El libro se consagra a describir las llagas que el colonialismo ha dejado en el alma africana. Esas llagas provienen de la esclavitud y de las ideologías sobre la superioridad racial y cultural del hombre europeo. Todos los hombres de la ilustración occidental que se ocuparon de los hombres de piel oscura les concedieron (a lo sumo) una mentalidad mística o irracional, decididamente inferior. Detrás de estos textos, nada inocentes por cierto, se dibuja el tráfico de esclavos, las vejaciones y las torturas de los “inferiores”.
Estos intentos, de hombres lúcidos, (es verdad, pero no por ello con una mirada equivocada o al menos sesgada por la condición de superioridad de raza) por negar la historia plena de un continente. Sin embargo, África tiene historia y la tiene bien triste. Su historia es la del mal de la rapiña del expolio de Occidente. La trata de esclavos hundirá el mal en el alma y el cuerpo africano, y el mal tendrá la forma del dolor, la tortura y el esclavismo.
Los mitos y el negacionismo sobre África
Uno de los primeros mitos que podemos referenciar, en cuanto a la negación profunda de la “africanidad” puede ser el del Egipto faraónico, cuyo nombre original era Kemet, la “tierra negra”. En este caso algunos investigadores como Cheikh Anta Diop, Bernal o Ferrán Iniesta ya señalaron que la egiptología de tradición champoliana había buscado los vínculos de Egipto con todas las civilizaciones “avanzadas” del mundo, menos con el África Negra, según la mirada eurocentrista y colonial resultaba imposible imaginar que esa civilización fuese también africana. En este sentido Diop se convirtió en una de las primeras voces en demostrar los vínculos sociales, culturales y políticos de Egipto con las poblaciones negras: desecación de cadáveres, representación de discos solares, estructuras arquitectónicas.
Entonces, ¿a qué se debe esta negación? Es evidente que desde la perspectiva europea no se puede permitir que una de las grandes civilizaciones de la antigüedad sea vinculada a África en vez de al espacio mediterráneo. Así lo expresó Dika-Akwa en su obra “Los problemas de la antropología y de la historia africana” de 1982: “Si se reconociese de entrada la identidad africana de Egipto, todo el fundamento de la historia de la humanidad tal como se ha escrito hasta hoy cambiaría”.
Junto a ese primer gran mito, también se han construido muchos otros como el del África desconectada, por ejemplo, donde y volvemos a la perspectiva eurocéntrica, el continente vivió aislado hasta la aparición del hombre “blanco”, hasta la llegada de los europeos en el siglo XV.
No es ninguna coincidencia que se difunda una imagen del África al sur del Sáhara sin contactos con otras regiones del planeta. De alguna forma, esta imagen ficticia vendría a justificar la idea de que África, antes de los europeos, no tenía historia, como pudimos ver en la afirmación de Hegel y que siguieron otros pensadores. Pero que claramente dista mucho de la realidad del continente. Negar los contactos africanos con los árabes a través del Sáhara desde el siglo VIII d.C., los vínculos de Egipto a través del Nilo con los reinos de Kush y Meroe; el Mar Rojo como espacio comercial con fenicios, griegos, romanos y otros pueblos es cuanto menos falaz e intencionadamente hipócrita. El Océano Índico fue un espacio de encuentro de culturas. De hecho, se conocen los contactos con China incluso antes del siglo X d.C.
Además de la desconexión, y el negacionismo de la africanidad, vamos a señalar también el mito del África incivilizada, primitiva y sumergida en un profundo desconocimiento de los avances que proponía el mundo occidental.
Desde el siglo XIX las ideas sobre civilización y progreso se confabularon para excusar la presencia europea: evangelizar y civilizar se convertía en la nueva misión sagrada. La conocida como “carga del hombre blanco” buscaba hacer avanzar a las poblaciones africanas hacia un estadio superior, occidental y cristiano. No podemos olvidar que el término “civilización” tiene un origen y un objetivo muy concreto y que sigue siendo necesaria una profunda revisión: ¿qué necesita un pueblo para ser civilizado? ¿Un Estado? ¿Un ejército moderno? ¿Producción en masa?
Es evidente que los pueblos africanos, con trayectorias históricas muy diferentes, nunca encajarían en los términos impuestos por los propios europeos, y aquí no vamos a hacer ninguna distinción particular, a pesar de que el colonialismo europeo llego de varios países con culturas muy disimiles entre sí. Aunque son numerosas formaciones políticas a lo largo y ancho del continente, no podemos excluir a aquellas que no “desarrollaron” esas estructuras.
La imagen del continente supeditada a Occidente y al resto del mundo sigue estando, aún al día de hoy, muy extendida. Por ello no podemos pasar por alto el cuarto mito que vamos a señalar, el del África dependiente.
No se nos escapa que con la manipulación occidental, se justificó la dependencia y sometimiento de las poblaciones africanas no sólo a Europa, sino también a Asia. El mito camita, que era una excusa más de Europa para esclavizar a los africanos, fue el primer paso de toda una serie de manipulaciones para justificar su supeditación. Con el fin de la esclavitud este mito tuvo que reiventarse, apareciendo la misión civilizadora de la colonización que ya hemos mencionado. Pero ¿Qué ocurrió cuando se hizo evidente que los pueblos africanos antes o después lograrían la independencia?
No parece casualidad que desde Occidente, el 20 de enero de 1949, con el famoso discurso del presidente estadounidense Harry Truman, se bautizara al 75% de la población mundial como “subdesarrollada”. África se convirtió entonces en el centro, una vez más, de la dependencia. Imagen muy presente aún en nuestra mentalidad.
De los mitos a la realidad
Por otro lado, que África fue colonizada no es un mito, es una realidad. Sin embargo, no deja de sorprender que el eurocentrismo nos haya hecho creer que, de la noche a la mañana y después de la Conferencia de Berlín (1884-1885), África amaneciera dividida y ocupada. Ni rastro de las resistencias africanas.
Por poner dos ejemplos: Somalia no fue completamente colonizada hasta 1927, el Mahdi de Sudán se enfrentó a los británicos casi veinte años, al igual que ocurrió en muchos otros territorios. No hablemos de la enorme repercusión que debió haber tenido la victoria de Etiopía sobre Italia en la Batalla de Adua en 1896. Ni rastro en los volúmenes de historia universal. ¿Por qué? ¿Por qué se menciona a la guerra ruso-japonesa de 1904 como la primera derrota de un ejército blanco frente a un Estado extra-europeo y no a la victoria etíope ocurrida ocho años antes? Sencillamente, porque a Japón sí que se le ha reconocido como un Estado moderno, civilizado y avanzado. Es decir, el país asiático se situaba en las supuestas antípodas africanas. Por eso hablamos del África (automáticamente) colonizada.
Por último, también se ha construido el mito del África sin interés, es decir, del continente como un espacio que a nadie ha interesado, otra falacia occidental, es bien sabido que Europa vino (y sigue viniendo) a saciar su hambre de riquezas a este continente. Este desdén de Europa hacia África es una imagen falaz: desde el interés en el oro que fluía de África hacia el viejo continente en la Edad Media europea, pasando por los intereses imperialistas basados en el control territorial, mental, de materias primas y de recursos humanos, o el espacio clave en que se convirtió el continente africano durante la Guerra Fría, vendrían a desmentir esa postura.
Para bien y, sobre todo, para mal, África siempre ha sido de interés para las potencias europeas y para los poderes globales de la URSS y EEUU durante la etapa bipolar, eso es innegable. También lo es actualmente: los intereses de China, India, EEUU, Europa, Turquía o Arabia Saudí y Rusia, entre muchos otros, son más que evidentes aunque se lo niegue y esto no forme parte de los tomos e la historia universal contada y por supuesto de aquella que aún no se escribió. Quizás hoy los Estado nación, tal como los conocemos no sean los participes directos, sino sus representantes directos. Las empresas y empresarios que solo ven en África la posibilidad de enormes negocios a muy bajo costo. La riqueza subterránea de los minerales que posee el continente, sumado a la mayor superficie de tierra cultivable del mundo y por supuesto la debilidad y dependencia de los gobiernos «independientes» de África, la transforman en una meca para los negocios de occidente.
Es tarea fundamental de aquellos que vemos en el continente africano esa negación recurrente, intencionada y maliciosa, hacer todo lo que esté a nuestro alcance para refutar, con argumentos, la posición eurocéntrica, occidental y negacionista de la historia africana. De la historia antigua y la que vamos escribiendo día a día. Esta tarea, aunque ardua de por sí, debe ser un faro comunicacional que sirva de guía a quien lo vea o desee ver.
*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación social y periodismo, Licenciado en Comunicación social, UNLP, Miembro del Equipo de PIA Global.