Asia - Asia Pacifico

China es referente mundial de cómo combatir la pandemia

Por Sergio Ortiz*
Pese a las calumnias y demonizaciones de EE.UU., China vence al COVID-19 y es referente.

DOS POLOS OPUESTOS

La pandemia de COVID-19 empezó formalmente a fines de 2019 en la ciudad de Wuhan. Apenas tomó conciencia de la gravedad de la entonces epidemia, China notificó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que los 194 países miembros tomaran las medidas que consideraran necesarias.

Primera aclaración: que los primeros casos se hubieran descubierto en aquella ciudad china no significa que el virus no pudiera haber estado antes en otras latitudes. Investigaciones posteriores lo detectaron en aguas de otros países, posiblemente anteriores a su visualización en el país socialista.

Pero aun concediendo que el debut del coronavirus haya sido en China, eso no debería dar lugar a demonizar a ese país, culpabilizarlo y, peor aún, hacer acusaciones como las formuladas por Estados Unidos en tiempos de Donald Trump y reiteradas sin tanto énfasis, pero con similar veneno por Joe Biden. Los especialistas de la OMS que fueron dos veces a China en 2020 y junto a colegas locales estudiaron in situ todo lo necesario sobre el origen de la pandemia, hicieron informes internacionales señalando como la hipótesis más firme que el virus haya saltado de especies animales al hombre y allí había mutado y contagiado de a poco al mundo.

En ese entonces el magnate neonazi no sólo mintió al acusar que era el “virus chino” y que Beijing había ocultado el problema, sino que tampoco entendió nada de cómo combatir al virus. Ni barbijo recomendaba usar, en onda con los antivacunas y terraplanistas. Así le fue a EE UU y a otros discípulos suyos, como Jair Bolsonaro en Brasil, que hoy encabeza junto con Perú, Hungría, Bosnia y República Checa el ranking de más muertos por millón de habitantes.

Trump y sus agencias de “inteligencia”, poco inteligentes, hicieron correr supuestos informes dando por cierto una gran mentira: el virus habría sido una creación del laboratorio de Wuhan. Habría escapado de allí por ineficacia, inseguridad o, peor aún, ex profeso para infectar al mundo y en especial a los EE UU.

Esa conducta irracional – lo racional en una pandemia que afecta al planeta es unir esfuerzos más allá de políticas e ideologías diferentes- tuvo otro salto “cualitativo” el 15 de abril de 2020. El expresidente norteamericano anunció que su país salía de la OMS. La acusación, increíble, fue que la entidad cuyo director es el africano Tedros Adhanom había sido “cómplice de China”. El COVID era un “virus chino”. Y la OMS, ídem.

BIDEN NO TAN DIFERENTE

“China tiene control absoluto sobre la OMS pese a que solamente paga US$40 millones al año, comparado con lo que Estados Unidos ha estado pagando, que son aproximadamente unos US$450 millones al año”, dijo el magnate. Hasta Jack Chow, exembajador de EE UU para la lucha con el VIH y ex subdirector de la OMS estuvo en desacuerdo. “Esto es como quitar el financiamiento al cuerpo de bomberos justo cuando enfrentas un incendio devastador”. Trump quedó como un incendiario. Un culpable de que OMS y sus médicos debieran retirarse de programas en países pobres de África y Asia por falta de presupuesto. Fea la actitud, propia de una potencia imperial.

En este punto, sólo en esto, la administración Biden empezó mejor, porque su secretario de Estado Antony Blinken anunció en febrero pasado que EE UU volvía a la OMS y pondría 200 millones de dólares atrasados. Fue una buena noticia, aunque puede ser una maniobra interesada para que, con el argumento de esos fondos estadounidenses, Washington tenga más fuerza para impulsar nuevos “estudios” de la OMS y rastreos del origen del virus. La idea, no modificada, es inculpar a China.

De todos modos, entre Trump que dio un portazo a la OMS y Biden que tocó timbre para que le abran de nuevo, es preferible lo segundo. Y ya que estamos considerando los aportes a la entidad con sede en Ginebra, digamos que en 2020 el presidente chino Xi Jinping comprometió poner 2.000 millones de dólares entre ese año y el actual.

Para evaluar las políticas de las partes en pugna (China y EE UU) es bueno tener en cuenta cómo han contribuido en vacunas al mundo.

El 12 de julio pasado el programa Covax de la OMS llegó a un acuerdo con Sinopharm y Sinovac, de China, para distribuir 110 millones de dosis globalmente hasta octubre y otros 440 millones adicionales en el último trimestre de 2021 y la primera mitad de 2022. Ese mes el ministro de Relaciones Exteriores chino informó que habían enviado más de 500 millones de dosis a 100 países y organizaciones internacionales de Asia, África, Europa y América, entre ellos Argentina. El 6 de agosto esa cantidad había aumentado a 770 millones de dosis. El director general de Asuntos Económicos Internacionales de Exteriores, Wang Xiaolong, declaró que eso “es más de lo que han hecho otros países conjuntamente”. El día antes el presidente Xi se comprometió a entregar 2.000 millones de vacunas en 2021 y de ofrecer USD 100 millones al fondo Covax para “una vacunación equitativa a nivel mundial”.

Otros países, entre ellos EE UU, también han empezado a donar vacunas. Biden lo decidió con tardanza, luego de haber acumulado vacunas muy por encima de las necesidades de su población. El 21 de junio pasado anunció la donación de 14 millones de dosis a Latinoamérica y el Caribe por medio de Covax. Es parte de una donación mayor de 55 millones de inoculantes que la Casa Blanca repartirá en el mundo. Tarde, pero más vale tarde que nunca…

MAL EEUU CON EL MUNDO Y ARGENTINA

Durante buena parte de 2020, con la administración Trump, y parte de 2021 con Biden, EE UU acaparó vacunas y no proveyó al mundo. Con una población de 330 millones de habitantes atesoraba 1.300 millones de dosis. Eso fue decisivo para la desigualdad internacional denunciada por la OMS en febrero de 2021, cuando dijo que el 75 por ciento de las vacunas estaba en poder de 10 países ricos, en tanto 130 naciones no habían recibido ni una dosis.

Respecto a Argentina, Washington tuvo dos conductas que rozan lo criminal. El laboratorio mAbxience, del grupo Insud, de Hugo Sigman, produjo en su planta de Buenos Aires la vacuna de Oxford y AstraZeneca. Envió el principio activo a la planta de Liomont en México, donde debía envasarse y volver a Argentina y otros países. Como en México había demoras en la provisión de envases, ese material fue derivado a una planta de AstraZeneca en Albuquerque, EE UU, donde las vacunas quedaron largos meses retenidas porque las autoridades gubernamentales no permitían su exportación.

Debían llegar en marzo, pero recién a fines de mayo del 2021 arribaron a Buenos Aires las primeras 843.600 dosis de AstraZeneca, dentro del contrato firmado por ese laboratorio con Argentina para proveer 22 millones de dosis. El Diablo había metido la cola…

La otra inconducta estadounidense para con Argentina fue de los laboratorios Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson, particularmente el primero. Argentina fue el primer país que prestó colaboración a Pfizer para el testeo de su vacuna, mediante 4.500 voluntarios en el Hospital Militar Central, en Buenos Aires, con la fundación de Fernando Polack. Las pruebas comenzaron en agosto de 2020. Se aseguró que por tal colaboración argentina iba a estar en primera fila a la hora de la provisión de vacunas. No fue así. En octubre de ese año el Congreso aprobó la ley de vacunas, Ley N° 27.573. A Pfizer no la satisfizo el nivel de garantías en caso de juicios por efectos adversos. Y quería eliminar de la norma legal la causal de “negligencia” por la que se podría demandar al laboratorio, el cual reclamó otra ley. Así lo denunció el entonces ministro de Salud, Ginés González García.

Finalmente, el 3 de julio de 2021 el Poder Ejecutivo Nacional dictó un Decreto de Necesidad y Urgencia allanándose a los injustos requerimientos de Pfizer: desapareció la causal de “negligencia”, los juicios se harían en jurisdicción extranjera y las regalías percibidas por el Estado Nacional, por ejemplo, las petroleras, servirían de garantías para eventuales juicios.

Recién así, el 24 de agosto pasado, el laboratorio firmó con Salud un contrato para vender a Argentina 20 millones de dosis. Aún no llegó ninguna. Pudieron haber salvado miles de vidas…

SIGUE CAMPAÑA VENENOSA

En un punto nodal Biden sigue los pasos de Trump: acusa sin fundamentos a China de haber sido responsable del escape de un virus de laboratorio. La OMS en sus visitas de 2020 a China y en su estudio en el lugar a inicios de 2021 concluyó que el coronavirus era, más que probablemente, de origen animal y luego mutado y contagiado al hombre.

Sin embargo, el imperio siguió buscando “la quinta pata al gato”, que tiene cuatro. El 27 de mayo Biden pidió a las 18 agencias de inteligencia norteamericanas que en 90 días elaboraran un informe para demostrar aquella hipótesis antichina de “la creación” en laboratorio. El 24 de agosto la directora de Inteligencia Nacional de EE UU, Avril Haines, le presentó a Biden el informe. El 27 de agosto se conoció un resumen del mismo, que considera como una posibilidad cierta la fuga de un laboratorio chino, sin aportar pruebas.

A partir de allí Washington está presionando a la OMS y otros países para organizar, al margen de China, un nuevo rastreo del virus. Para Beijing, que no tiene nada que ocultar, hay que partir de los estudios anteriores de la OMS y en todo caso, sobre la base de acuerdos conversados en pie de igualdad entre los 194 países socios. Y, sobre todo, que tales estudios no sean politizados sino realizados por especialistas y científicos, acorde a la índole compleja del asunto.

La última vez el equipo conjunto OMS-China de expertos internacionales y chinos realizó una investigación de 28 días en China. Estudió una gran cantidad de datos relacionados con la epidemia. Visitó todos los sitios que quiso y se reunió con todas las personas que solicitó. Y en marzo, la OMS publicó oficialmente el informe conjunto del equipo, con las conclusiones más autorizadas, profesionales y basadas en la ciencia. Ahí se afirmó que la introducción de la COVID-19 a través de un accidente de laboratorio es “extremadamente improbable” y que es importante investigar los casos tempranos en diferentes países.

Con buen criterio, China reclama reciprocidad a EE UU: que muestre sus investigaciones sobre el origen del virus, y sobre todo, que abra las puertas de su sospechoso laboratorio militar de Fort Detrick, donde se elaboran armas biológicas en conexión con otras 200 bases militares suyas en el mundo.

La respuesta es un ominoso silencio. Cric cric cric. Se corrobora que Washington no es transparente ni cooperativo sobre el rastreo de los orígenes del virus.

La estrategia y planes sanitarios de China son una referencia mundial contra la actual variante Delta, que en su caso apareció en julio en el aeropuerto internacional Lukou de Nanjing, en la provincia de Jiangsu, por incorrecta sanitización de aviones llegados del exterior. A fines de agosto los protocolos contra la pandemia habían solucionado en lo fundamental ese brote, impidiendo su circulación comunitaria, según informó su Comisión Nacional de Salud.

Además de evaluar la justeza o no de las posiciones en pugna, es necesario tener en cuenta los resultados de las estrategias de ambos países.

Al 30 de agosto último China registraba sólo 94.898 contagios y 4.848 muertos, lo que arroja una tasa de 3.46 muertos por millón. A la misma fecha, EE UU tenía 39.3 millones de contagios y 638.711 muertos, con una tasa de 1.944 muertos por millón. Números así valen más que mil palabras.

Se baja el telón de esta velada polémica, para que los lectores saquen con tranquilidad, frente a sus pantallas, sus propias conclusiones. La mía es que EE UU no tiene con China principalmente un problema de aranceles comerciales ni por el virus. Su problema es político. El imperio se aferra a su plan agresivo y anacrónico para preservar un mundo injusto y bajo su exclusiva hegemonía. Y ese orden desigual está en crisis. Se está viniendo abajo. Cobran nuevo sentido las palabras de Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie.

Notas:

*Periodista y referente del Partido de la Liberación de Argentina.

Fuente: Colaboración

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