Hoy en día, aunque algunos lo hagan a regañadientes, se acepta ampliamente que la clave del desarrollo en África reside en la industrialización. Incluso las instituciones financieras internacionales (IFI) controladas por Occidente han llegado a esta conclusión después de muchas décadas de aplicar ventajas comparativas diseñadas para confinar a los países más pobres al yugo histórico del intercambio desigual, es decir, la exportación perpetua de materias primas a cambio de bienes manufacturados del Norte Global. Vale la pena mencionar que, si bien la mayoría de la gente está de acuerdo en la necesidad de la industrialización, todavía se debate si debe ser liderada por el Estado o por el “sector privado”. Naturalmente, las IFI defienden este último argumento.
La cuestión de la energía se suma a los debates sobre el camino correcto para la industrialización. Para que la industrialización de África despegue y tenga éxito, tendrá que estar respaldada por cantidades considerables de energía barata y confiable. Sin embargo, muchos gobiernos africanos no han comenzado a considerar seriamente la cuestión energética y lo que significa para el desarrollo nacional y continental. Más bien, parecen haber caído víctimas de un discurso energético que se ha elaborado en el Norte Global y sirve a sus intereses. Esta es la acusación formulada por Brian Kamanzi en un excelente ensayo titulado África y la crisis energética mundial (mayo de 2024), publicado en nuestra serie Intervenciones Panafricanas Tricontinentales.
Kamanzi, un experto en energía que estudia el sector energético sudafricano y el papel que pueden desempeñar los movimientos sociales a la hora de influir en la dinámica energética, divide su ensayo en dos partes importantes. La primera parte detalla los propósitos que ha tenido la energía eléctrica en tres períodos distintos de la historia africana: la era del colonialismo, la era de la liberación nacional y la era del neoliberalismo. En la era del colonialismo, el principal propósito de la electricidad era facilitar la extracción de recursos naturales de las colonias a las metrópolis. Esta fue, por ejemplo, la razón de ser de la gigantesca presa de Kariba construida por el gobierno colonial británico en 1959 y que todavía funciona hoy en día. En la era de la liberación nacional y la construcción de naciones, la electricidad se consideraba el vehículo vital para la emancipación total. Kamanzi escribe:
La electricidad… se convirtió en un recurso estratégico clave necesario para aumentar el aprovechamiento de los recursos locales y desarrollar la capacidad productiva local en una variedad de sectores.
La soberanía energética surgió como un componente de las propuestas para un Estado desarrollista y algunos proyectos de obras públicas notables relacionados con la energía fueron la presa Akosombo de Nkrumah en Ghana [y] la presa Asuán de Gamal Abdul Nasser en Egipto…

Además, en lugar de limitar el acceso a la electricidad a una pequeña élite vinculada a la extracción de recursos, como ocurrió durante el colonialismo, los nacionalistas buscaron ampliar el acceso en sus propios términos:
Los programas para ampliar el acceso a la energía incluyeron ambiciosos planes de electrificación rural vinculados a una variedad de estrategias de desarrollo rural. Las inversiones en infraestructura de distribución y transmisión de energía aumentaron, lo que llevó a la formación de redes nacionales más grandes y, posteriormente, redes regionales.
Los planes de electrificación rural generalmente consistían en planes para extender la red nacional y presentaban proyectos para utilizar recursos locales específicos para apoyar proyectos de electrificación de pequeña escala en la minería, la agricultura y los ferrocarriles.
Lamentablemente, la promesa de esa era pasada dio paso a la era del neoliberalismo bajo la égida de las IFI. Hoy, las consideraciones sobre la electricidad y la energía no sirven a objetivos emancipadores, sino a los intereses parasitarios de los capitalistas locales y extranjeros. Esta clase sigue beneficiándose de la insistencia de las IFI en la “propiedad privada [de la generación de electricidad] bajo los llamados productores independientes de energía”. Las empresas eléctricas nacionales, que alguna vez fueron el orgullo de los países africanos recientemente independizados, son ahora sombras de lo que fueron y siempre están al borde de la quiebra.
La segunda parte del ensayo de Kamanzi se enfrenta a las contradicciones y la hipocresía del paradigma emergente del “ajuste estructural verde”. En virtud de este paradigma, el loable objetivo de “hacer más verde la economía” ha sido capturado y cooptado por los capitalistas globales. Wall Street y las IFI quieren que los gobiernos “eliminen el riesgo de las asociaciones público-privadas para la infraestructura verde mediante el ofrecimiento de garantías soberanas e incentivos públicos, mientras que las ganancias derivadas de [la energía verde] se privatizan. En esencia, el resultado es un programa de ajuste estructural verde”.
El ajuste estructural verde también requiere que los altos costos de la transición verde corran a cargo del Sur Global:
Los ciudadanos del Norte Global también han estado presionando a sus gobiernos para que cambien a fuentes de energía renovables para reducir la dependencia de combustibles fósiles contaminantes y frenar el colapso climático. Aunque parezca noble en la superficie, rara vez se reconoce que los países más pobres del Sur Global, que albergan metales y minerales, como litio, cobre y otras tierras raras, necesarios en cantidades masivas para la transición energética, serán los que se llevarán la peor parte de la extracción y de los bajos precios de las materias primas.
Pero ¿qué ocurre con las economías de África que dependen de los combustibles fósiles? El discurso sobre la transición energética no ha articulado un marco coherente y satisfactorio de compensación para países como Angola y Gabón que, a través de una historia de colonialismo y neocolonialismo, han desarrollado una dependencia existencial de las exportaciones de petróleo.
Kamanzi termina su ensayo con un conjunto audaz de propuestas políticas que, de adoptarse, podrían poner a África en el camino hacia la soberanía energética plena y, al mismo tiempo, satisfacer las demandas de un futuro más limpio y verde. Hace un llamamiento a que la planificación del desarrollo nacional tome en serio la cuestión energética y a que los países africanos aumenten su poder de negociación negociando acuerdos de financiación climática como un bloque en lugar de entidades individuales.
Esperamos que el reflexivo ensayo de Brian Kamanzi llegue a sus manos y a los escritorios de los responsables de las políticas que pueden impulsar un futuro energético africano que beneficie a todos.
*Grieve Chelwa es investigador senior del Instituto Tricontinental de Investigación Social y profesor asociado de Economía Política en el Instituto de África.
Artículo publicado originalmente en Tricontinental