Análisis del equipo de PIA Global Asia - Asia Pacifico

Myanmar: catástrofe, ayuda humanitaria y Geopolítica

Escrito Por Tadeo Casteglione

Por Tadeo Casteglione* El reciente terremoto de magnitud 7,7 que sacudió Myanmar ha generado no solo una tragedia humanitaria sin precedentes, sino también un escenario donde las potencias regionales y globales muestran sus cartas estratégicas bajo el manto de la ayuda internacional.

Rusia y China, actores de primer orden en Asia, no han tardado en movilizar recursos y personal para asistir al devastado país, en un movimiento que trasciende la mera solidaridad para adentrarse en el complejo juego de intereses geopolíticos del sudeste asiático.

Esta catástrofe natural ha revelado, una vez más, cómo los desastres pueden convertirse en oportunidades para fortalecer alianzas, proyectar influencia y consolidar posiciones estratégicas en regiones clave.

Myanmar, país que ha oscilado entre diferentes esferas de influencia a lo largo de su accidentada historia reciente, se encuentra ahora en el centro de una dinámica que podría definir el futuro equilibrio de poder en el sudeste asiático.

La magnitud de la tragedia: Myanmar bajo los escombros

El terremoto que golpeó Myanmar no fue un evento sísmico ordinario. Con una magnitud de 7,7 en la escala de Richter, el movimiento telúrico sacudió violentamente amplias regiones del país, dejando a su paso una estela de destrucción que ha puesto en jaque la ya frágil infraestructura de esta nación del sudeste asiático.

Edificios reducidos a escombros, carreteras destruidas, puentes colapsados y sistemas de comunicación interrumpidos han dejado aisladas a comunidades enteras, complicando enormemente las labores de rescate y asistencia.

Las cifras preliminares de víctimas mortales y heridos, aunque todavía en constante actualización, sugieren una catástrofe de proporciones devastadoras. Miles de personas han quedado sin hogar, enfrentando condiciones precarias de refugio improvisado mientras los equipos de emergencia luchan contrarreloj para localizar supervivientes entre los escombros.

La tragedia cobra mayor dimensión al considerar el contexto sociopolítico de Myanmar. Un país que ya enfrentaba graves crisis humanitarias derivadas de conflictos internos, inestabilidad política tras el golpe militar de 2021, y vulnerabilidades estructurales propias de una economía en desarrollo.

El terremoto ha golpeado a una nación que apenas podía sostenerse a sí misma, multiplicando exponencialmente las necesidades de su población y exponiendo las profundas carencias de sus sistemas de respuesta a emergencias.

Rusia: la rapidez como estrategia geopolítica

La respuesta rusa ante la catástrofe ha sido notablemente ágil y contundente. Por orden directa del presidente Vladimir Putin y bajo la coordinación del ministro de Situaciones de Emergencia, Alexánder Kurenkov, Moscú desplegó dos aviones cargados con equipos especializados y personal de rescate apenas horas después de conocerse la magnitud del desastre.

El contingente ruso, compuesto por 120 especialistas del equipo de rescate aeromóvil Tsentrospas e integrantes del centro de operaciones de rescate de alto riesgo Líder, incluye unidades caninas especializadas en la búsqueda de supervivientes, anestesiólogos para atención médica inmediata y psicólogos para asistir a las víctimas traumatizadas por la catástrofe.

Esta composición multidisciplinar revela una operación cuidadosamente planificada, diseñada no solo para maximizar la efectividad de la ayuda, sino también para proyectar una imagen de capacidad técnica y organizativa.

La rapidez y contundencia de la respuesta rusa difícilmente puede explicarse solo desde la perspectiva humanitaria. Myanmar representa para Rusia un punto de anclaje estratégico en el sudeste asiático, una región donde Moscú busca aumentar su influencia como parte de su estrategia de diversificación de alianzas en su giro hacia el este, acelerado tras las tensiones con Occidente.

La junta militar popular que gobierna Myanmar, aislada internacionalmente y necesitada de apoyos externos, ha encontrado en Rusia un socio político y militar dispuesto a mantener relaciones cordiales sin cuestionamientos sobre derechos humanos o legitimidad democrática.

El envío inmediato de ayuda humanitaria sirve así a un doble propósito: por un lado, ofrece asistencia real a un país devastado; por otro, refuerza los lazos entre ambos regímenes, consolidando la posición de Rusia como aliado fiable en momentos críticos.

No es casualidad que la operación haya sido ordenada directamente por Putin, señalando la importancia que el Kremlin concede a esta acción en su proyección internacional.

China: el vecino estratégico que no puede fallar

La reacción de China ante el terremoto en Myanmar ha sido igualmente rápida, aunque con matices propios que revelan su particular estrategia regional. El gigante asiático activó inmediatamente sus mecanismos diplomáticos y consulares, priorizando inicialmente la verificación del estado de sus nacionales e intereses en el país afectado, para luego declarar su plena disposición a “hacer todo lo posible para brindar ayuda humanitaria de emergencia”.

La respuesta china está envuelta en un lenguaje que enfatiza constantemente los vínculos especiales entre ambas naciones. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores no dudó en calificar a Myanmar como un “vecino amistoso” y resaltó la “profunda amistad ‘pauk-phaw’ (fraternal)” que une a ambos pueblos.

Esta retórica, lejos de ser mera formalidad diplomática, constituye un elemento fundamental de la estrategia china de “diplomacia de vecindad”, donde Beijing se posiciona como potencia regional responsable y comprometida con la estabilidad de su entorno inmediato.

Para China, Myanmar representa mucho más que un simple vecino. Su posición geográfica ofrece a Beijing un acceso estratégico al Océano Índico, eludiendo el potencial bloqueo del Estrecho de Malaca.

Esta conexión se materializa en el Corredor Económico China-Myanmar, parte integral de la ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta, que incluye oleoductos, gasoductos y proyectos de infraestructura vitales para los intereses chinos.

Mantener la estabilidad en Myanmar y asegurar la buena disposición de sus autoridades resulta, por tanto, prioritario para Beijing.

La ayuda humanitaria tras el terremoto se convierte así en una herramienta de soft power que permite a China reforzar su influencia en un país clave para su seguridad energética y sus ambiciones geoeconómicas regionales.

Al mismo tiempo, la crisis ofrece a Beijing la oportunidad de proyectar una imagen de potencia responsable y solidaria, contrarrestando narrativas críticas sobre su papel en la región.

Ausencias que hablan por sí mismas

Mientras Rusia y China desplegaban rápidamente sus operativos de asistencia, resulta llamativo el relativo silencio inicial de las potencias occidentales. Estados Unidos y la Unión Europea, tradicionalmente prominentes en la respuesta internacional a catástrofes humanitarias, han mostrado una reacción más contenida y protocolaria.

Esta aparente timidez occidental no puede desligarse del complejo contexto político que rodea a Myanmar desde el golpe militar de 2021 que derrocó a un gobierno que respondía directamente a los intereses de Washington.

Las sanciones impuestas al gobierno popular de la junta militar y el desconocimiento de su legitimidad han creado un escenario donde la ayuda directa presenta dilemas diplomáticos y operativos para los países occidentales.

¿Cómo proporcionar asistencia efectiva sin legitimar a un gobierno que no reconocen? ¿Cómo garantizar que la ayuda llegue realmente a la población afectada y no sea instrumentalizada por las autoridades nacionales?

La geopolítica de la compasión

La manera en que se está desarrollando la respuesta internacional al terremoto en Myanmar constituye un caso de estudio fascinante sobre lo que podríamos denominar “la geopolítica de la compasión”.

Este concepto, aunque parezca contradictorio, refleja cómo incluso los actos humanitarios más genuinos están inevitablemente impregnados de cálculos estratégicos en el complejo tablero de la política internacional.

La ayuda humanitaria, en este contexto, funciona como una forma de diplomacia pública que permite a los estados proyectar una imagen positiva mientras consolidan su influencia. Rusia y China, al responder con prontitud y generosidad aparente, no solo están salvando vidas —un objetivo loable en sí mismo— sino también ganando la batalla narrativa y emocional asociada a la crisis.

Sus banderas ondean sobre los campamentos de refugiados, sus médicos atienden a los heridos, sus rescatistas extraen supervivientes de los escombros, creando así poderosos vínculos simbólicos y emocionales con la población local que repercutirá durante años por la humanidad y bondad de las acciones.

Este enfoque pragmático contrasta con la tradicional separación occidental entre ayuda humanitaria y política exterior. Mientras que las “democracias occidentales” tienden a canalizar su asistencia a través de organizaciones internacionales y ONGs que muchas veces sirven como mascara para otros fines de desestabilización, actores como Rusia y China integran perfectamente estos esfuerzos en su estrategia diplomática global, maximizando el retorno de imagen e influencia por cada dólar invertido en ayuda.

Myanmar: la encrucijada del sudeste asiático

Para comprender plenamente las implicaciones geopolíticas de la actual crisis, es necesario considerar la singular posición estratégica que ocupa Myanmar en el sudeste asiático.

Situado en la intersección entre el sur y el sudeste de Asia, con fronteras compartidas con China, India, Bangladesh, Tailandia y Laos, el país funciona como un puente natural entre diferentes esferas de influencia regional.

Esta ubicación privilegiada, sumada a sus abundantes recursos naturales —que incluyen gas, petróleo, minerales estratégicos y piedras preciosas— ha convertido históricamente a Myanmar en objeto de interés para múltiples potencias.

Durante la Guerra Fría, el país optó por una política de aislamiento y neutralidad que le permitió mantener cierta independencia. Sin embargo, las dinámicas contemporáneas y sus propias necesidades de desarrollo han ido erosionando progresivamente esta postura.

El terremoto ha llegado en un momento particularmente delicado para Myanmar. La junta militar que tomó el poder en 2021 enfrenta una resistencia interna significativa y un creciente aislamiento internacional.

En este contexto, la ayuda exterior no es solo una necesidad humanitaria sino también una tabla de salvación política para un régimen que busca desesperadamente legitimidad y apoyos.

Rusia y China, al presentarse como aliados incondicionales en este momento crítico, están posicionándose ventajosamente para la fase de reconstrucción que inevitablemente seguirá a la emergencia.

Los contratos para la reconstrucción de infraestructuras, las concesiones de explotación de recursos naturales y los acuerdos comerciales preferenciales serán posiblemente el “retorno de la inversión” que ambas potencias buscarán por su pronta asistencia.

El equilibrio de poder en transformación

La crisis en Myanmar y la respuesta internacional que está generando tienen el potencial de alterar significativamente los equilibrios de poder en el sudeste asiático. La ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), organización regional que tradicionalmente ha coordinado la respuesta colectiva a crisis en la zona, se encuentra en una posición incómoda, dividida entre la necesidad humanitaria de asistir a Myanmar y sus propios principios de no interferencia en asuntos internos.

India, potencia regional que comparte una extensa frontera con Myanmar, observa con preocupación el creciente protagonismo ruso-chino en un país que considera parte de su esfera natural de influencia. Nueva Delhi, que ha mantenido una relación pragmática con la junta militar a pesar de sus credenciales democráticas, podría verse obligada a intensificar su propia asistencia para no quedar relegada en esta carrera por la influencia regional.

Japón y Corea del Sur, aliados tradicionales de Occidente pero con importantes intereses económicos en la región, se encuentran igualmente en una posición delicada, buscando un difícil equilibrio entre sus “valores democráticos” y sus intereses estratégicos en una zona cada vez más dominada por la influencia china.

Lecciones para un mundo en transformación

La crisis en Myanmar ofrece valiosas lecciones sobre las dinámicas geopolíticas contemporáneas y el papel de la ayuda humanitaria como instrumento de política exterior.

En un mundo hiperconectado, la velocidad de respuesta ante crisis humanitarias se ha convertido en un factor crítico no solo para salvar vidas sino también para ganar ventajas diplomáticas. Rusia y China han demostrado una agilidad que contrasta con los más lentos procesos multilaterales occidentales.

La capacidad de Rusia y China para colaborar sin condicionamientos con regímenes cuestionados internacionalmente les otorga una flexibilidad operativa que las democracias occidentales, atadas a principios normativos, no pueden igualar fácilmente.

Junto con esto, la exhibición de capacidades tecnológicas avanzadas durante operaciones humanitarias funciona como una forma indirecta pero efectiva de proyección de poder, influyendo en las percepciones de aliados y adversarios.

El relativo repliegue del liderazgo global occidental está dando paso a dinámicas más regionalizadas, donde potencias como China y Rusia asumen roles predominantes en sus áreas de influencia inmediata.

    Cuando tiembla la tierra, se reescribe el mapa

    El terremoto que ha devastado Myanmar representa mucho más que una catástrofe natural; constituye un punto de inflexión geopolítico cuyas repercusiones trascenderán las fronteras del país afectado.

    La rapidez y contundencia con que Rusia y China han desplegado sus operativos de ayuda revelan una clara estrategia de proyección de poder e influencia en una región de creciente importancia estratégica global.

    Más allá de la genuina dimensión humanitaria —innegable y prioritaria desde una perspectiva ética—, la crisis está siendo instrumentalizada como una oportunidad para consolidar alianzas, demostrar capacidades tecnológicas y militares, y posicionarse ventajosamente para la inevitable fase de reconstrucción que seguirá.

    En este contexto, Myanmar se encuentra ante una encrucijada histórica. Las decisiones que tome su gobierno en las próximas semanas y meses, presionado por la urgencia humanitaria y las ofertas de asistencia condicionada, determinarán en gran medida su alineamiento geopolítico futuro.

    La balanza parece inclinarse claramente hacia el eje sino-ruso, consolidando una tendencia ya visible antes del terremoto pero acelerada dramáticamente por la crisis actual.

    El terremoto en Myanmar nos recuerda, finalmente, que en el gran tablero geopolítico global, incluso las tragedias naturales se convierten inevitablemente en oportunidades para la redefinición de equilibrios de poder. Cuando tiembla la tierra, también lo hacen los cimientos del orden internacional.

    *Tadeo Casteglione, Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.

    Foto de la portada: Sai Aung MAIN / AFP

    Acerca del autor

    Tadeo Casteglione

    Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales.

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