Cuando Chávez asume la presidencia y pone en marcha el proceso constituyente que diera inicio a la República Bolivariana de Venezuela, los sectores alineados con Estados Unidos en la región caracterizaron al proyecto bolivariano como un proceso de violencia que desestabilizaría la región.
Pero fueron justamente estos sectores y la derecha neoliberal del país los que desataron un golpe de Estado el 11 de abril de 2002 a sangre y fuego en su afán de derrocar al presidente constitucional elegido por las mayorías populares, recurriendo incluso a mercenarios extranjeros y a la presión de la embajada norteamericana que trató de aislar al país para que se reconociera al gobierno del usurpador Pedro Carmona.
Derrotado el golpe por el gobierno y pueblo bolivariano a pocas horas de iniciado, el presidente Chávez se dirigía al país con estas palabras:
A Dios lo que es de Dios, al Cesar lo que es del Cesar y al Pueblo lo que es del Pueblo. Comienzo así estas palabras llenas de no sé cuántos sentimientos que se cruzan por mi pecho, por mi alma, por mi mente, pensamientos, sentimientos… en este momento soy como un mar multicolor. Todavía debo confesarle con los buenos días a toda Venezuela, a todo el pueblo venezolano, a toda la sociedad venezolana, les confieso que todavía estoy estupefacto. Todavía estoy asimilando este proceso que ahora bien podemos llamarlo —para escribir no se cuántos libros para la historia venezolana y ejemplo del mundo— este es un proceso de contra-contra-revolución… y se han quedado demostradas muchas cosas que ya tendremos tiempo. No pretendo a esta hora, cuando son veinte minutos para las cinco de la mañana, este saludo, antes que un mensaje, es un saludo de mi corazón a Venezuela y al mundo, desde este Palacio que es del pueblo y que el pueblo —lo dije en mi mensaje de hace unas tres noches en donde vi en la avenida Urdaneta, y más acá y más allá, cuando veníamos en el helicóptero, lo decíamos allí— el pueblo llego a este Palacio para no irse más y ha quedado demostrado.
Yo, hablando del pueblo, debo decir a ustedes que lo que ha ocurrido en Venezuela en estas últimas horas es en verdad inédito en el mundo, el pueblo venezolano y sus verdaderos soldados, el pueblo venezolano y su Fuerza Armada, esos soldados del pueblo han escrito —y esto no es grandilocuencia, es una verdad— una nueva página ¡y qué gran página! para la historia venezolana, de América Latina y también pudiera ser, del mundo. Ejemplo de un pueblo que ha despertado definitivamente. De un pueblo que ha reconocido y asumido sus derechos, sus obligaciones. De una Fuerza Armada cuya esencia, cuyo corazón estructural, cuyos oficiales, suboficiales y tropa están conscientes de su responsabilidad histórica y no se han dejado confundir y manipular ni engañar, y ha brotado desde el fondo de la situación, desde el fondo de un alma, de un cuerpo ha brotado esa fuerza que ha restituido la legitimidad y la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Con este discurso, el Comandante Chávez inaugura una nueva etapa en la política no solo venezolana, sino también de la región, pues sabiendo que la conjura no estaba acabada, hace un llamado al diálogo a la oposición democrática y a los sectores de la sociedad civil y de la iglesia para descomprimir la caldera y aislar a las facciones radicales alineadas con el imperialismo.
Sabía que quedaba un arduo trabajo para lograr la pacificación y romper el aislamiento internacional que formaba parte del juego montado por la oposición con la participación militante de los multimedios de información venezolanos e internacionales, junto con los funcionarios de carrera incrustados en la cancillería y en ese Estado paralelo que significaba PDVSA y su poder económico autónomo, hasta ese momento, que manipulaban junto con Washington el negocio petrolero a expensas de las necesidades del pueblo venezolano.
Con la paz como bandera y la política como estandarte, Chávez fue derrotando cada maniobra de los golpistas y cada manipulación de los sectores de la oposición nacional e internacional. Así enfrentó el terrible “Paro Petrolero” que, para el último semestre de 2002, trataba de poner en jaque al gobierno bolivariano. Sin un discurso de venganza o retaliación y con el pueblo movilizado, el Comandante articuló la recuperación de la petrolera secuestrada por los intereses multinacionales y la puso al servicio del pueblo.
Luego del paro petrolero durante el 2003 continuaron los disturbios y con la fragilidad político, económico y social, negativa para la población y el país, la Organización de Estados Americanos (OEA) y el estadounidense Centro Carter organizaron una «mesa de negociación y acuerdo», en la que se acordó un pacto contra la violencia entre gobierno y oposición que esta de ninguna manera cumplió, pero sirvió para acordar la realización de un referéndum revocatorio en 2004.
Después de distintos movimientos y de la activación de planes violentos, como las “guarimbas”, el 9 de mayo de 2004 vendrían las acciones ejecutadas desde Colombia con paramilitares colombianos que son capturados en la finca Daktari, al Este de Caracas en territorio manejado por la oposición, con el fin último de asesinar al presidente Chávez.
A esto Chávez responde con la movilización y la convocatoria a lo que se conocería como “La Batalla de Santa Inés”, que culminaría el 15 de agosto de 2004 donde el Sí, que expresaba estar a favor de la destitución de Chávez, obtenía 3.576.517 votos equivalentes al 42%, mientras que el No, que apoyaban las fuerzas revolucionarias para la continuidad de Chávez en el gobierno, lograba 4.991.483 votos, equivalentes al 58%
Nuevamente sorteando la adversidad, el proceso bolivariano apostaba por la paz y la democracia de la mano de la movilización popular.
Con estos antecedentes, el presidente constitucional de Venezuela se involucraba en las gestiones que intentaban lograr un proceso de paz en el país neogranadino entre la guerrilla de las FARC- EP, las más antiguas de Colombia, y el presidente conspirador Uribe Vélez.
Chávez sabía que la paz en Colombia obstaculizaría de alguna manera que Estados Unidos utilizara a ese país como cabecera de playa para sus operaciones contrarrevolucionarias hacia el proceso bolivariano y, con la observación de otros países, esa gestión daría por tierra las acusaciones infundadas y oportunistas de que Venezuela era una retaguardia de la guerrilla.
En esta oportunidad los buenos oficios del gobierno bolivariano duraron seis meses y el 3 de marzo de 2008 tras la muerte de Raúl Reyes, ‘número dos’ de las FARC, en una operación militar colombiana en territorio ecuatoriano, se desata un conflicto diplomático entre Venezuela, Colombia y Ecuador que el 8 de marzo, luego del cierre de embajadas y tensiones con movimientos de tropas de Ecuador y Venezuela en las fronteras con Colombia, con una resolución de rechazo a la operación de Colombia emitida por la Organización de Estados Americanos (OEA) culmina el incidente diplomático, pero Chávez no deja de desenmascarar al presidente de Colombia:
«El gobierno de Colombia es un gobierno que está alineado con la política del imperio y yo sigo señalándolo. Y si ese gobierno me acusa a mí de estar violando la carta de la OEA, yo acuso al de Colombia de ser instrumento y amenaza del imperio de los Estados Unidos contra la integración y la paz de América Latina,» expresó el líder revolucionario.
Y agregó, en alusión al presidente colombiano Álvaro Uribe:
«Te equivocas compadre (…) el conflicto armado en Colombia no tiene solución militar. Insistiendo en que hay que buscarle un arreglo político. (…) No han podido liquidar a la guerrilla en 60 años y no lo harán en 600 años más, como tampoco creo que la guerrilla podrá tomar el poder en Colombia por las armas, porque es un conflicto que se estacionó».
Chávez era un geoestratega que conocía en profundidad el valor de la paz en la construcción política y durante los años de su mandato atendió todos los procesos de desestabilización tanto internos como regionales, poniendo por delante la política y la paz. Actuó con UNASUR y ALBA-TCP en los conatos de Golpe contra Evo Morales en la crisis política del 2008, cuando la oposición separatista quiso derrocarlo; en el golpe de Estado en Honduras de 2009 contra Manuel Zelaya; en la crisis política en Ecuador de 2010 contra Rafael Correa y en 2012 en la destitución del presidente de Paraguay, Fernando Lugo.
Luego de la desaparición física del Comandante, el presidente Nicolás Maduro, antiguo canciller de Chávez, tuvo que poner a prueba su templanza y aprendizaje en el camino del enfrentamiento a la desestabilización, los intentos de magnicidio y la inestabilidad regional, con el agravante de que aquella construcción continental solidaria y complementaria ya no existía, o al menos había quedado reducida a tres firmes resistentes antimperialistas: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El presidente Maduro tuvo que soportar embates terribles, sanciones, bloqueos y saqueos de recursos legítimos instigados por la propia oposición nativa que desde el 2015, tras el triunfo electoral en las elecciones legislativas, recurrió al absurdo intento de formar un gobierno paralelo auspiciado por varios países del continente, de Europa, y EE.UU junto a organismos internacionales.
Los últimos años fueron de una perversidad contra el pueblo y gobierno venezolano nunca antes vivida, pero así y todo Maduro, como Chávez en su momento, apostó a la paz y es así que en el 2022 llegamos a ver en paralelo la participación del gobierno bolivariano en las mesas de diálogo por lograr la paz en Colombia entre los actores armados, fundamentalmente el ELN, con el gobierno popular de Gustavo Petro. También fronteras adentro, la crisis internacional empujó a que la oposición y, sobre todo, la administración norteamericana tuvieran que acudir al llamado al diálogo y desmonte de los planes terroristas elucubrados contra el presidente Maduro; y, en México, converger en un proceso que apunte al bienestar de la nación bolivariana.
Sin titubeos, con la guardia en alto y con un alto sentido de responsabilidad, los sueños de Bolívar siguen firmes sorteando las provocaciones y desafiando a quienes piensan más en la destrucción que en la construcción de los nuevos tiempos.
Oscar Rotundo* Analista político. Editor de PIA GLOBAL. Miembro del equipo editorial de la revista del Centro de Estudios e Investigaciones de las Relaciones Cívico-Militares (FUNDAPAS) de la República Bolivariana de Venezuela. Colaborador en programas de análisis político de Telesur y Hoja de Ruta Radio de Ecuador.
Este articulo fue publicado originalmente por el https://avionnegro.com.ar/ Revista de Cultura Política.
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