El escenario más plausible es que una de las partes retroceda un poco y la situación se enfríe – y, por el momento, el que parece más propenso a retroceder es Washington.
Sin embargo, es importante pensar en una postura mexicana hacia Texas, con el objetivo de maximizar los beneficios para el propio México y para Nuestra América. Las raíces de la Cuestión Texana se remontan a la apropiación del territorio hispano-mexicano durante un proceso histórico subversivo que culminó con la separación de Texas de México y su eventual anexión por EEUU.
La realidad, sin embargo, es que Texas ya tiene una naturaleza «dual» desde hace 200 años. La presencia hispano-mexicana allí no es reciente, ni fruto de la inmigración, sino resultado de los procesos históricos naturales de ocupación y colonización desde el siglo XVII -al igual que la presencia anglosajona lleva allí 200 años, gracias a los impulsos coloniales y misioneros desde principios del siglo XIX.
Texas es también geopolíticamente dual, pues forma parte del American Rimland, pero se extiende hacia el norte hasta el Heartland continental estadounidense. En esta condición, Texas es instrumental para el control yanqui sobre el Golfo de México, que es precisamente el mecanismo que impone necesariamente un papel subordinado a México e impide que éste asuma una postura geopolítica antiatlantista.
Estos factores explican incluso las razones geopolíticas por las que EEUU no puede renunciar a Texas. Geopolíticamente, Texas forma parte de la estrategia para convertir el Caribe en su conjunto en el «Mare Nostrum».
A esto se añade el factor económico: Texas tiene el 2º PIB de EE.UU., es la 8ª economía del mundo, Houston tiene el 6º puerto del mundo en volumen de carga, es también el mayor productor de energía de EE.UU., responsable del 40% de su producción de petróleo y del 25% de su producción de gas natural. El Estado es también un importante centro de alta tecnología, información y defensa.
Texas, por tanto, es uno de los nodos de poder que hacen de EEUU una hiperpotencia. Por eso, permitir que la situación en las fronteras empeore es indicativo de la incompetencia de la actual cosecha de dirigentes estadounidenses. De hecho, la cúspide de la pirámide parece completamente desinteresada por las preocupaciones y prioridades no sólo de la población, sino también de las élites locales.
Sin embargo, la idea de que México retome Texas no es muy realista en las próximas décadas, a pesar de los discursos irredentistas de muchos patriotas mexicanos. Sin embargo, es posible volcar las tensiones entre Texas y Washington a favor de México con posturas inteligentes por parte de su gobierno.
Si el conflicto se recrudeciera, México tendría obviamente que permanecer neutral. Aunque siga habiendo cierto malestar por la pérdida de Texas y aunque el núcleo de la tensión gire en torno a la cuestión de la inmigración (que es sobre todo iberoamericana), la reivindicación soberanista texana favorece indirectamente a México.
Por tanto, cualquier antagonismo entre Texas y EEUU, aunque sólo sea en el ámbito económico, debería ser utilizado por México en su beneficio. ¿De qué manera? Fortaleciendo los lazos horizontales económicos y de infraestructura, en la medida en que Washington embargue, sancione o perjudique a Texas, con énfasis en el sector energético.
México debe contrarrestar la enemistad de Washington con una oferta de amistad, acuerdos y alianzas de todo tipo. En este punto, un Texas independiente y amigo de México «libera» espacio en el Golfo de México, reduciendo el peso del «estrangulamiento» que impone EEUU y que limita las opciones geopolíticas de México (impidiéndole acercarse a los BRICS, por ejemplo).
Tomemos, por ejemplo, la complicada situación impuesta por Washington a Texas, con un embargo virtual sobre las exportaciones de GNL. Si la situación empeorara (y aunque ahora no lo haga, esta tensión podría volver en el futuro), lo más inteligente sería encontrar la forma de romper el «bloqueo» impuesto a Texas a través de México y sus puertos. De esta forma, además de abaratar la energía aumentando la oferta (lo que impulsaría su industria e incluso favorecería el retorno de mexicanos cualificados), México estaría aumentando sus lazos económicos con Texas en un sector estructural que tiende a los negocios a largo plazo.
De hecho, Texas y México ya tienen cierto grado de entrelazamiento económico. Si Texas fuera hoy un país, ya sería el mayor socio comercial de México, y viceversa. Y estas relaciones no son del todo desiguales, ya que México también exporta a Texas productos industrializados bastante complejos, como piezas de reactores nucleares y automóviles. Grandes empresas mexicanas también invierten en Texas y han penetrado en su mercado en los últimos años, como Bimbo, Gruma, Envases, y otras, del mismo modo que empresas tejanas también operan en México.
Por lo tanto, esta relación tiene un balance favorable y una complementariedad para una posible integración futura a un nivel aún mayor.
En este sentido, aunque es posible entender la postura de López Obrador en el tema de la migración mexicana a Texas, considerando la historia de la región, su apoyo a Joe Biden en el tema de Texas no es geopolíticamente interesante para el propio país.
Por supuesto, esto no es más que un ejercicio hipotético de estrategia geopolítica, pero este tipo de escenarios siempre deben ser tomados en cuenta por las naciones, para que nunca estén desprevenidas ante las eventualidades caóticas y entrópicas de la geopolítica.
Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.
Foto de portada: Reuters