Al fin y al cabo, a Donald Trump no le tembló la voz al dirigirse con ese mismo irrespeto al Primer Ministro de Canadá, y al insultar a diestra y siniestra desde el día que asumió su segundo mandato.
Sin embargo, en esta ocasión, hasta ese título ficticio resulta excesivo para el mandatario de un país que, por decisión personal, transformó en vergonzosa colonia, incondicional y obediente a los designios de Washington. Sirviente encaja mejor.
Las últimas noticias hablan de una probable «sesión» de una parte del CECOT (aproximadamente la mitad) como territorio de EEUU. Referencias a «consultores militares», eufemismo para hablar de infames mercenarios, como Erik Prince y el de Gustavo Villatoro, un vendepatria que funge como ministro de Seguridad de El Salvador, figuran entre sus «impulsores».
En una América Latina y el Caribe que parece hoy la sombra de aquel continente rebelde y altivo, que alguna vez hizo del antiimperialismo y anticolonialismo, una seña de identidad, una bandera de combate y una innegociable trinchera, encontramos, de sur a norte y de mar a mar, un territorio que se divide entre gobernantes pusilánimes, que aspiran a negociar bilateramente con el imperio mejores condiciones para su dependencia, y otros tan entregados que ni siquiera buscan discutir lo que desde el Norte se decide.
En ese terreno quedan cada vez menos excepciones que se sumen a las tradicionales fuerzas revolucionarias y dignas -Cuba, Venezuela, Nicaragua-, cada vez más aisladas, en virtud de las vacilaciones y miserias del resto que, sin embargo, en tiempos de auge revolucionario, llenaban sus discursos de palabras como solidaridad, autodeterminación, integración.
Hoy, cuando esos pueblos hermanos resisten en condiciones cada vez más desfavorables, encuentran en muchos casos el silencio, la incomprensión o, peor aún, la deslealtad de quienes prefieren sumarse al coro imperial, para señalar a quienes defienden con dignidad su soberanía. Esperan, inútilmente, que esa actitud servil les depare un trato benévolo de parte de los matones que dirigen Washington estos días.
¿Una CELAC como oportunidad?
Entre las excepciones en Nuestra América empieza a brillar con luz propia la actitud gallarda de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, que se hizo presente a una reunión cumbre de CELAC, en Honduras, elevando las acciones de un organismo que mantenía desde hace tiempo un rumbo de inoperancia y fracaso.
La última expresión previa de esa lamentable realidad fue la incapacidad de reunir a los mandatarios latinoamericanos ante la indignante deportación del primer contingente de ciudadanos colombianos, anuncio anticipado de las atrocidades que vendrían con la complicidad incalificable de la dictadura salvadoreña.
Cuando muy pocos esperaban algo de esta desangelada CELAC, volvieron a aparecer por fin, viejos conceptos que jamás perdieron vigencia, sino que habían sido apartados por gobernantes incapaces de hacer frente, ni tan siquiera discursivamente, a las ofensivas del imperio sobre nuestra soberanía.
Hoy, con Colombia al frente del organismo, se abre un espacio de mínimas oportunidades. Aunque esto parezca poco, representa un enorme salto favorable frente a lo visto en los últimos años. En cualquier caso, prevaleció una narrativa solidaria ante naciones y pueblos agredidos, no solo de América; un coro común de condena a los bloqueos y sanciones.
Quizás el alto número de mandatarios y jefes de Estado presentes no se deba tanto a una conciencia de unidad latinoamericana y caribeña como al temor -o la comprensión- que, ante el embate de las fuerzas más oscuras del planeta, solo una mínima unidad permitirá considerar alternativas de supervivencia.
Tan aguda parece la degradación y el desgaste de los viejos paradigmas revolucionarios en nuestro continente que cada vez nos conformamos con menos, cada vez aplaudimos más algunas expresiones timoratas, que en el pasado resultaban criticables por su falta de firmeza o de concreción.
Décadas de neoliberalismo, de penetración cultural imperial, de guerra cognitiva permanente, fueron degradando la conciencia de amplios sectores sociales del continente, empujando a decisiones políticas cada vez más contrarias a los intereses de las grandes mayorías populares. De ese germen nace el creciente avance de fuerzas neofascistas y ultra reaccionarias, hoy empeñadas en empujar las ruedas de la historia en sentido contrario.
Esa transformación de nuestras sociedades debilitadas, agotadas económicamente, rotas en su tejido social solidario, fue lo que permitió que personajes oportunistas, como los que gobiernan Argentina en estos días, hayan contado en su momento con el favor popular en las urnas. Lo mismo puede decirse acerca del aplastamiento de las instituciones por el oficialismo en El Salvador, sin que en ese momento bajase un ápice la popularidad del autócrata al frente de tales desmanes.
O que hoy, pese a la evidencia abrumadora de la entrega del país a la delincuencia organizada, a los matones de Washington y a los mercenarios de “Prince and company”, el pueblo ecuatoriano permanezca dividido a partes iguales entre quienes opten por una propuesta de retorno a las políticas de seguridad social y equidad, y quienes abiertamente han demostrado su servilismo vende patria y, por ahora, sigan ganando los últimos.
Ese marco deplorable resulta irreconocible para una región que parió a Bolívar, a San Martín, a Toussaint Louverture, a Jean-Jacques Dessalines, a Artigas, a Juana Azurduy, a Manuela Sáenz, a Sucre, a Moreno, a Hidalgo, a Morazán, a Sandino, a Benito Juárez, a los dos Martí, a Zapata, a Villa, al Che, a Fidel, a Chávez. En este continente, un personaje representa algo todavía mucho peor que la tibieza y la traición de algunos en estos días. Ese personaje visita esta semana Washington, no como jefe de Estado sino como lacayo del imperio.

Visita vergonzosa
Resulta sonrojante leer los comentarios de analistas salvadoreños y extranjeros al intentar adelantar temas a tratar por estos dos personajes de la política, ya convertidos, en virtud de sus acciones, en violadores de derechos humanos, tratantes ilegales de personas, responsables de delitos de lesa humanidad.
Los expertos coinciden que no habrá en agenda otro tema que la seguridad, entendida esta exclusivamente como la de los Estados Unidos, según la particular visión de los supremacistas que gobiernan aquel país.
Por eso descartan cualquier gesto del salvadoreño en favor de sus ciudadanos migrantes. Como señalaba Ricardo Valencia, experto en relaciones internacionales, “Trump ha usado a Bukele como un vertedero donde envía a gente que le parece indeseable, sin que tenga pasado criminal. […]Para Trump, Bukele es una persona a la que le está pagando por hacer el trabajo sucio que no puede hacer él en EEUU”.
Cualquier estadista, de cualquier signo político, priorizaría la defensa de sus intereses nacionales, amenazados por los aranceles, la guerra comercial mundial desatada, y las evidencias de la actitud depredadora de Washington hacia los recursos naturales del continente, al que siguen considerando su indiscutible patio trasero.
Pero no estamos hablando de un estadista. Hablamos de un personaje interesado solamente en su prestigio personal, por cierto, en caída constante en su segundo mandato inconstitucional, que prioriza su relación con Trump y su imagen por encima de temas de país.
“Bukele no ha hecho ningún esfuerzo por proteger la permanencia de los salvadoreños en Estados Unidos. Esto es arriesgado y va en detrimento de la economía de El Salvador, que podría perder mil millones de dólares en remesas si Trump sigue adelante con sus planes de deportaciones masivas, que Bukele respalda. Pero el beneficio de una estrecha relación con Trump vale más para el prestigio de Bukele que para el pueblo salvadoreño”, afirmaba esta semana el especialista en ciencias políticas Michael Paarlberg.
“Trump ha expresado su deseo de ampliar las deportaciones a El Salvador, incluyendo las de ciudadanos estadounidenses, lo cual es ilegal. Sabemos que las primeras deportaciones violaron las Convenciones de Ginebra sobre Refugiados, sin embargo, anticipo que ambos anuncien algún acuerdo para ampliar las categorías de personas deportables a El Salvador”, sostiene Paarlberg.
Mientras tanto, desde EEUU como desde El Salvador, se siguen violando leyes locales e internacionales, y los migrantes venezolanos enclaustrados en el campo de concentración conocido como CECOT, continúan en el limbo jurídico, sin causa, sin jueces ni abogados, sin condena y sin delito, sufriendo penurias que ningún ser humano, ni siquiera un delincuente confeso, debería sufrir.
En un país civilizado las cárceles deben ser educativas y no punitivas, pero el castigo parece el único concepto que entienden los funcionarios de seguridad y de prisiones en El Salvador, que no por casualidad son investigados por organismos internacionales, en virtud de numerosas acusaciones de groseras violaciones a derechos humanos, muerte de prisioneros, torturas y tratos inhumanos y degradantes que un día, más temprano que tarde, los llevará al banquillo de acusados.
Para el dictador que visita a su amo, solo importa su prestigio, mientras su pueblo sufre hambre, represión, cárceles, persecución por razones políticas, o por resistir el despojo del país a manos de un grupo de familias que se han apoderado de las riquezas naturales, los recursos y el patrimonio de todos. Nuevos ricos que sostienen su poder escudados en la fuerza represiva del Estado a su servicio.
Ante estos ejemplos extremos de servilismo y sumisión, queda a América Latina y el Caribe la oportunidad de buscar formas organizadas de coordinar la defensa de sus intereses, de sus ciudadanos maltratados y criminalizados, de sus recursos menospreciados pero anhelados por el imperio.
En tres meses ha quedado claro que solo quienes enfrentan con decisión y unidad la arbitrariedad de los arrogantes supremasistas de Washington tienen éxito en hacer retroceder sus decisiones. El respeto solo se lo ganan quienes lo enfrentan. Para el resto, la respuesta de Trump fue tan evidente como florida “they are kissing my ass” dijo en su lenguaje de cloaca y su retorno a la diplomacia de los cañones, esta vez, arancelarios.
Es tiempo que desde América Latina y el Caribe aprendamos la lección, y aprovechemos la oportunidad que representa una muy limitada CELAC, que requiere para fortalecerse el imprescindible impulso de sus pueblos, para que presionen a sus gobernantes a adoptar actitudes consecuentemente antiimperialistas y de integración.
Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN. Colaborador de PIA Global
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