La alianza entre Marruecos e Israel no es solo un acuerdo diplomático: es la confluencia de dos regímenes de ocupación colonial que, con respaldo occidental, reproducen las lógicas de dominación, despojo y negación de los pueblos originarios. Ambos estados, que ocupan ilegalmente los territorios de Palestina y el Sáhara Occidental, se han presentado ante el mundo como democracias aliadas de Occidente. Pero tras esa fachada se esconde una práctica sistemática de apartheid, represión y colonización activa.
Desde una perspectiva anticolonial, la relación Marruecos-Israel debe analizarse no como una anomalía, sino como una alianza estructural entre dos proyectos coloniales modernos. El pacto entre Rabat y Tel Aviv no solo normalizó relaciones diplomáticas: selló un acuerdo geopolítico en el que la legitimidad de una ocupación se negoció a cambio del reconocimiento de otra. Gaza y El Aaiún, territorios sitiados por regímenes militarizados, representan hoy dos frentes de una misma guerra contra la autodeterminación.
La normalización como intercambio colonial: el pacto por el Sáhara
El 10 de diciembre de 2020, la administración Trump anunció que Estados Unidos reconocía la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, rompiendo con décadas de consenso internacional. A cambio, Marruecos aceptaba restablecer relaciones plenas con Israel, uniéndose así a los Acuerdos de Abraham. Este pacto no fue un avance hacia la paz, como lo presentaron sus promotores, sino un acto de validación mutua entre dos proyectos coloniales.
La proclamación estadounidense, firmada por Trump, afirmaba: “Los Estados Unidos reconocen la soberanía de Marruecos sobre todo el territorio del Sáhara Occidental y reafirman su apoyo a la propuesta de autonomía como la única base seria, creíble y realista para una solución duradera”. Para el pueblo saharaui, fue una traición internacional. El Frente Polisario, representante legítimo del pueblo saharaui según Naciones Unidas, denunció el acuerdo como una violación del derecho a la autodeterminación y relanzó su lucha armada tras casi 30 años de alto el fuego.
El Sáhara Occidental, una vasta región de 266.000 km² rica en fosfatos, arena y recursos marinos, sigue siendo considerado por la ONU como un “territorio no autónomo pendiente de descolonización”. Más de 170.000 saharauis viven refugiados en condiciones precarias en los campamentos de Tinduf, Argelia, mientras Marruecos explota sus recursos con apoyo de empresas internacionales.
En paralelo, Israel ganó un nuevo socio en África del Norte y consolidó una alianza estratégica con uno de los principales aliados de Europa en la región. Las declaraciones conjuntas de funcionarios israelíes y marroquíes celebraron el inicio de una “hermandad estratégica duradera”, basada en “valores comunes”, “seguridad regional” y “cooperación tecnológica”.
Pero detrás de esta retórica se oculta el verdadero sentido del acuerdo: normalizar la ocupación, criminalizar la resistencia y reconfigurar el orden geopolítico africano y árabe en función de los intereses de las potencias occidentales.
Línea de Tiempo Comparativa: Gaza y Sáhara Occidental
Año | Gaza (Palestina) | Sáhara Occidental |
1884 | — | Conferencia de Berlín: España obtiene derechos sobre el Sáhara Occidental. |
1917 | Declaración Balfour: Reino Unido apoya la creación de un “hogar nacional judío” en Palestina. | — |
1947 | Resolución 181 de la ONU: propone la partición de Palestina en dos estados. | — |
1948 | Creación del Estado de Israel; inicio del desplazamiento masivo de palestinos (Nakba). | — |
1963 | — | La ONU incluye al Sáhara Occidental en la lista de territorios no autónomos pendientes de descolonización. |
1973 | — | Fundación del Frente Polisario, movimiento de liberación del pueblo saharaui. |
1975 | — | Marcha Verde: Marruecos ocupa el Sáhara Occidental tras la retirada de España. |
1993 | Acuerdos de Oslo: intento de solución al conflicto israelí-palestino. | — |
2007 | Israel impone un bloqueo terrestre, aéreo y marítimo a Gaza tras la toma de control por parte de Hamás. | — |
2020 | Acuerdos de Abraham: varios países árabes normalizan relaciones con Israel. | Marruecos normaliza relaciones con Israel a cambio del reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre el Sáhara Occidental. |
2023 | 7 de octubre: Hamás lanza un ataque contra Israel; inicio de una ofensiva militar israelí en Gaza. | — |
2025 | Israel aprueba la expansión de su ofensiva en Gaza, incluyendo la ocupación total de la Franja. | Marruecos continúa consolidando su control sobre el Sáhara Occidental, con apoyo internacional y represión de la población saharaui. |
Sionismo y expansionismo marroquí: ideologías coloniales hermanas
Detrás de la alianza entre Marruecos e Israel no hay solamente intereses tácticos o acuerdos comerciales. Lo que une a estos dos regímenes es una misma lógica colonial de apropiación territorial y negación de la autodeterminación de los pueblos. El sionismo, como ideología política y estatal del proyecto israelí, y el expansionismo del Majzén marroquí —la élite monárquica centralizadora— comparten raíces estructurales: ambas son formas de colonialismo sustentadas por narrativas históricas inventadas y amparadas por Occidente.
El sionismo, definido por su fundador Theodor Herzl como el “derecho del pueblo judío a un Estado propio en su tierra ancestral”, se ha traducido en la práctica en una política de asentamientos, limpieza étnica y apartheid. Según el historiador israelí Ilan Pappé, en su obra La limpieza étnica de Palestina, la creación de Israel en 1948 implicó la expulsión forzada de más de 700.000 palestinos y la destrucción sistemática de sus aldeas, en una operación planificada conocida como el Plan Dalet.
De forma paralela, Marruecos ha utilizado el mito del “Gran Marruecos” para justificar la anexión del Sáhara Occidental, un territorio que nunca formó parte del reino marroquí precolonial. Tras la retirada española en 1975, Rabat organizó la llamada “Marcha Verde”, una operación masiva de ocupación civil y militar del territorio saharaui, que desencadenó un conflicto armado con el Frente Polisario.
A día de hoy, Marruecos sigue reprimiendo toda expresión de identidad nacional saharaui, mientras impone una narrativa oficial en la que el Sáhara es “parte indivisible” del Reino. Al igual que el sionismo, el nacionalismo marroquí borra la historia del pueblo originario del territorio que ocupa, lo despoja de su tierra y lo criminaliza cuando resiste.
Las similitudes no son casuales: Israel y Marruecos comparten métodos, tecnologías y legitimaciones discursivas. El colonialismo del siglo XXI no se presenta con el rostro de la brutalidad imperial clásica, sino como modernización, desarrollo, estabilidad y lucha contra el “extremismo”. Es el mismo discurso con el que se justifica el cerco a Gaza y la ocupación del Sáhara.
En julio de 2023, el gobierno de Benjamín Netanyahu reafirmó su apoyo a la “integridad territorial de Marruecos” en el Sáhara Occidental, mientras el Rey Mohammed VI anunciaba que abriría un consulado en Jerusalén, ciudad ocupada por Israel desde 1967. Esta diplomacia de ocupantes se retroalimenta: uno legitima al otro, y ambos blanquean sus crímenes bajo el paraguas de alianzas “estratégicas” impulsadas por Washington.
En palabras del intelectual palestino Edward Said: “El sionismo no fue más que una forma de colonialismo europeo de asentamiento, una réplica del modelo que destruyó a los pueblos indígenas de América y África”. Esa afirmación puede extenderse hoy a Marruecos, cuya ocupación del Sáhara reproduce el guión neocolonial con aval europeo, armamento israelí y silencio internacional.
Infografía Comparativa: Gaza vs. Sáhara Occidental
Indicador | Gaza (Palestina) | Sáhara Occidental |
Territorio ocupado | 365 km² (Franja de Gaza) | 266,000 km² (Sáhara Occidental) |
Población afectada | Aproximadamente 2 millones de personas, con más del 80% desplazadas internamente. | Cerca de 500,000 personas, incluyendo refugiados en campamentos en Argelia y población bajo ocupación. |
Muertes desde 2023 | Más de 52,000 palestinos, en su mayoría civiles. | Miles de saharauis muertos desde 1975; cifras exactas difíciles de determinar por restricciones de información. |
Tipo de ocupación | Bloqueo total, bombardeos, incursiones terrestres y control fronterizo. | Ocupación militar, construcción de un muro de más de 2,700 km y represión de la población saharaui. |
Apoyo internacional clave | Estados Unidos, Unión Europea, Egipto. | Francia, Estados Unidos, Israel. |
Tecnología militar utilizada | Drones, sistemas de vigilancia, armamento de precisión. | Drones israelíes, software de espionaje como Pegasus. |
Organismos de resistencia | Hamás, Yihad Islámica, comités populares. | Frente Polisario, activistas saharauis. |
Reconocimiento internacional | Palestina es reconocida como Estado por más de 130 países. | La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) es reconocida por más de 80 países y es miembro de la Unión Africana |
Ocupación y apartheid: paralelos entre Gaza y El Aaiún
Gaza y el Sáhara Occidental son territorios ocupados por dos Estados que se presentan como aliados de Occidente, pero cuyas prácticas han sido calificadas por organizaciones internacionales como formas de apartheid. A pesar de las diferencias geográficas y culturales, los métodos de ocupación utilizados por Israel y Marruecos revelan un patrón común: control militar absoluto, represión sistemática y negación del derecho a la autodeterminación.
Gaza, cercada desde 2007 por aire, tierra y mar, es un laboratorio de control total. Tras el inicio de la ofensiva israelí en octubre de 2023, más de 34.500 palestinos han sido asesinados, entre ellos más de 14.000 niños, según el Ministerio de Salud de Gaza. Las bombas israelíes han arrasado hospitales, escuelas, refugios de la ONU y zonas residenciales. El asedio ha dejado a más del 80% de la población desplazada y en condiciones de hambruna, según la ONU.
En el Sáhara Occidental, Marruecos mantiene desde hace décadas una ocupación militar respaldada por un muro de más de 2.700 kilómetros —el segundo más largo del mundo— sembrado con más de 7 millones de minas antipersonales, que separa las zonas controladas por Marruecos de los territorios liberados por el Frente Polisario. Este muro no solo divide el territorio, también a las familias saharauis, condenadas a vivir entre el exilio, la represión y la guerra de desgaste.
Uno de los aspectos más alarmantes es la cooperación tecnológica entre ambas potencias ocupantes. Marruecos ha adquirido drones de reconocimiento y ataque de origen israelí como los Heron TP y los WanderB VTOL, utilizados para bombardear posiciones del Frente Polisario en el desierto. En noviembre de 2021, se confirmó el uso de uno de estos drones para asesinar al líder saharaui Addah Al-Bendir. Se trata del mismo tipo de tecnología empleada por Israel en sus ataques selectivos en Gaza y Cisjordania.
Además, Marruecos ha recurrido al software de espionaje israelí Pegasus, de la empresa NSO Group, para espiar a periodistas, activistas saharauis y opositores marroquíes. El caso fue denunciado en 2021 por el consorcio de medios Forbidden Stories y reveló una vigilancia masiva orientada a sofocar cualquier voz crítica.
En las calles de El Aaiún, Smara o Dajla, la represión es cotidiana: detenciones arbitrarias, torturas, censura mediática y desapariciones forzadas. La activista saharaui Sultana Jaya, reconocida por su resistencia no violenta, ha sido atacada múltiples veces por las fuerzas marroquíes y permanece bajo constante vigilancia en su domicilio. En Gaza, periodistas como Shireen Abu Akleh, asesinada por el ejército israelí en 2022, representan el mismo precio que se paga por contar la verdad bajo ocupación.
Ambos regímenes aplican una política de hechos consumados: crear una realidad irreversible sobre el terreno, desplazar a los pueblos originarios, instalar colonos, transformar el paisaje urbano, y presentar todo intento de resistencia como “terrorismo”. Gaza y el Sáhara, lejos de ser excepciones, son síntomas de un orden internacional basado en la impunidad colonial cuando se trata de aliados de Occidente.
España y Europa: la complicidad neocolonial
El colonialismo del siglo XXI no se impone solo con tanques y drones. También se sostiene mediante la diplomacia, los tratados comerciales, la cooperación militar y el silencio cómplice de las potencias europeas. España y la Unión Europea, que se presentan como defensoras del derecho internacional, son en realidad pilares del statu quo colonial que mantiene ocupadas tanto Palestina como el Sáhara Occidental.
España, potencia administradora del Sáhara según la ONU, jamás completó el proceso de descolonización. En 1975, abandonó el territorio sin celebrar el referéndum prometido al pueblo saharaui, firmando en su lugar los ilegales Acuerdos de Madrid, que entregaron el control del Sáhara a Marruecos y Mauritania. Aunque jurídicamente el Estado español sigue siendo responsable del territorio, ha optado durante décadas por lavarse las manos.
La traición se hizo explícita en marzo de 2022, cuando el presidente Pedro Sánchez respaldó públicamente la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental, calificándola de “la base más seria, creíble y realista” para resolver el conflicto. Esta posición, idéntica a la adoptada por Trump e Israel, fue duramente rechazada por Argelia, el Frente Polisario y amplios sectores sociales del Estado español. El giro de Sánchez consolidó el alineamiento de España con el expansionismo del Majzén.
A la vez, España mantiene una relación estratégica con Israel. Entre 2014 y 2022, según el SIPRI, España exportó armas por más de 40 millones de euros a Israel, mientras compraba equipamiento militar israelí para sus propios cuerpos de seguridad. Empresas como Indra, Airbus y Navantia colaboran con contratistas israelíes en sistemas de vigilancia fronteriza y tecnología de control migratorio, algunos de los cuales han sido probados previamente en Gaza.
La Unión Europea, por su parte, ha sido clave en la normalización de ambos regímenes de ocupación. En 2021, el Tribunal de Justicia de la UE dictaminó que los acuerdos comerciales entre la UE y Marruecos no podían aplicarse al Sáhara Occidental sin el consentimiento del pueblo saharaui. A pesar de ello, la Comisión Europea sigue importando productos pesqueros, agrícolas y minerales provenientes del Sáhara ocupado, violando así el derecho internacional.
Con Israel, la UE mantiene un Acuerdo de Asociación que le otorga beneficios económicos y acceso privilegiado al mercado europeo. En plena ofensiva contra Gaza, la presidenta Ursula von der Leyen declaró que “Israel tiene derecho a defenderse”, sin mencionar las miles de víctimas civiles. En paralelo, la UE suspendió la financiación a organizaciones palestinas y recortó ayudas humanitarias.
Europa, en lugar de frenar las ocupaciones, las financia y legitima. Lo hace por interés estratégico, acceso a recursos, control migratorio y alineamiento con la OTAN. La idea de un Mediterráneo “estabilizado” pasa por apuntalar regímenes autoritarios como los de Marruecos e Israel, siempre que sirvan como guardianes fronterizos y aliados militares.
En palabras del analista anticolonial Samir Amin: “El imperialismo moderno no necesita ocupar directamente cada territorio: le basta con crear Estados vasallos que actúen como gendarmes regionales”. Marruecos e Israel son eso para Europa: gendarmes coloniales, necesarios y premiados.
Del Magreb a Palestina: la lucha por la liberación
Desde Gaza hasta El Aaiún, los pueblos palestino y saharaui resisten contra proyectos coloniales sostenidos por potencias regionales, pero legitimados y armados por el sistema internacional. Sus luchas, aunque separadas por miles de kilómetros, son parte de una misma batalla por la autodeterminación, por la memoria, y contra un orden mundial que jerarquiza los derechos según los intereses de Occidente.
En Palestina, la resistencia toma muchas formas: desde las brigadas armadas en Gaza hasta los comités populares en Cisjordania, desde la denuncia jurídica internacional hasta la defensa cultural de la identidad. En el Sáhara Occidental, el Frente Polisario mantiene una guerra de baja intensidad contra Marruecos, mientras miles de saharauis sostienen su cultura, su idioma y su reclamo político desde los campamentos de refugiados o la clandestinidad.
La represión contra ambas resistencias es feroz: periodistas asesinados, líderes políticos encarcelados, represión de manifestaciones, castigo colectivo. Sin embargo, la lucha continúa porque hay una conciencia profunda de que sin autodeterminación no hay dignidad, y que ningún derecho humano puede cumplirse bajo ocupación.
Frente a eso, los regímenes de Marruecos e Israel operan como modelos del nuevo colonialismo globalizado: se presentan como democracias modernas, aliadas en tecnología y seguridad, mientras aplican sistemas de apartheid, limpieza étnica y despojo territorial. Esta doble cara es aceptada y promovida por Occidente, que necesita “aliados estables” en regiones que históricamente ha saqueado.
El vínculo Marruecos-Israel no es solo un acuerdo bilateral. Es un modelo exportable de cooperación autoritaria, racializada y colonial, útil para potencias como Francia, Estados Unidos o España que buscan controlar África del Norte y el Medio Oriente sin intervención directa.
La ocupación no se normaliza
La normalización entre Marruecos e Israel es, en realidad, la institucionalización de un colonialismo compartido. Dos potencias ocupantes que intercambian reconocimiento político, tecnología militar y legitimidad internacional a costa de pueblos sometidos y silenciados. Dos regímenes que aplican el apartheid y lo llaman soberanía. Dos aliados de Occidente que violan el derecho internacional mientras son premiados con acuerdos, armas y fondos.
Pero ni la ocupación ni el racismo de Estado pueden normalizarse si existen voces que resisten. La causa saharaui y la causa palestina son hoy dos de los últimos bastiones de la lucha anticolonial en el sur global. Y en un mundo cada vez más polarizado, donde el lenguaje de los derechos humanos ha sido capturado por los mismos que violan esos derechos, sostener estas luchas es más urgente que nunca.
Desde América Latina, desde África, desde Asia: la solidaridad con Palestina y el Sáhara no es una consigna romántica, es una trinchera ética. Nombrar al colonialismo por su nombre, denunciar a sus cómplices, y defender el derecho de los pueblos a vivir libres en sus tierras, sigue siendo una tarea revolucionaria.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.