Esta cita corresponde al Apocalipsis de la Biblia, en sus líneas están las revelaciones sobre el fin del mundo y la descripción de los Jinetes del Apocalipsis: la conquista, la guerra, el hambre y la muerte. ¿Qué más parecido a estos cuatros elementos que representan el apocalipsis, el fin del mundo, que las llamadas Compañías o Contratistas Militares Privadas (CMP) y el principal aparato militar de guerra del mundo, agrupados alrededor de la política exterior de Washington?
La caída de las Torres Gemelas en el 2001, cambio el curso de cómo los Estados Unidos llevaría a cabo las guerras del futuro acercándolo más a las palabras escritas por Juan El Evangelista en el libro del Apocalipsis. En esta “guerra de la justicia infinita”, la orden fue dada “responder a estos ataques y liberar al mundo del mal”, en este contexto invadieron Afganistán en busca de Osama Bin Laden y de sus aliados los Talibanes (antiguos aliados de los Estados Unidos en su lucha contra la URSS en pleno apogeo de la Guerra Fría) y para ello el uso de mercenarios al servicio del capital privado fue una fuente inagotable para conseguir los objetivos propuestos. Al final Bin Laden fue encontrado en territorio pakistaní y asesinado en su casa por fuerzas elites enviadas por el gobierno de Obama (2011) siendo Joe Biden vicepresidente (EL SEÑOR DE LA GUERRA), por lo que la guerra en Afganistán se convirtió en una línea bipartidista por más de 20 años.
En la nueva Doctrina Militar asumida tanto por Demócratas como Republicanos, con sus matices por supuesto, un factor ha sido constante, común y determinante, el uso de estas contratistas, mercenarios, compañías, CMP o empresas de seguridad (parte indisoluble de la poderosa industria militar estadounidense) vinculadas al ejercicio de la guerra y a la logística que supone la ocupación militar de un territorio por una fuerza extranjera. Estos Jinetes del Apocalipsis suponen para la elite política y militar de Washington la nueva manera de intervenir en países a los cuales se les debe domesticar y conducir hacia el camino de la Democracia Occidental con la amenaza latente lanzada por el último presidente de los Estados Unidos en ejercicio; “los vamos a cazar y os lo vamos a hacer pagar» si desafían “los más altos ideales estadounidenses”, estas últimas palabras pertenecen a George W. Bush, lo que nos permite colocar en evidencia la narrativa común utilizada en estos últimos 20 años por los inquilinos de la Casa Blanca.
Estados Unidos en Afganistán ha librado la guerra más larga en su historia como fuerza militar invasora, 775.000 soldados más unos 7 mil mercenarios bajo la tutela de las contratistas, aproximadamente 2 billones de dólares en gasto para la guerra y la ocupación. ¿Cuántos de estos dólares fueron dirigidos para las contratitas militares? Caballos blancos, rojos, negros o amarillo, la lista de los jinetes del apocalipsis se le queda corta a Juan Evangelista; Vinnell Corp, MAG Aerospace, Mission Essential, AdvanFort, Andrews International, CACI, Blue hackle, DynCorp, GRS, o Academi. Para que tengamos una idea, solo en el 2020, el Departamento de Defensa otorgó un total de 421, 5 mil millones dólares a las contratistas militares (según USASSpending.gov).
En Afganistán, estas llamadas empresas de la guerra, han sido contratadas para Asesoramiento militar y adiestramiento de las Fuerzas Militares Afganas y los núcleos de resistencia contra los talibanes como lo es el Frente de Resistencia Nacional de Afganistán (FRN) que recientemente solicitaba a las fuerzas militares de la OTAN el apoyo para resistir la embestida talibán en el famoso Valle Panjshir. Sobre el primer elemento relativo al apoyo de los EEUU en la construcción de una fuerza militar afgana, el avance total de los talibanes en menos de 10 días demostró la derrota de los Estados Unidos ante sus aliados de la OTAN, el propio Joe Biden le salió al paso al señalar que habían creado una fuerza militar equiparable con cualquier fuerza militar en el mundo pero que “no estaban dispuestas a luchar por sí mismas”. En este sentido, las contratistas militares jugaron un papel decisivo a la hora de ponderar y hacer inventario de la derrota. ¿Pueden las fuerzas militares afganas pelear contra los talibanes al ver como su principal aliado el pasado 2 de julio, desaloja entre cantos de gallo en media noche la Base aérea de Bagram, uno de los símbolos del poderío militar estadounidense?
Un oficial afgano declaraba a medios internacionales: «El ejército afgano se basó en una red de aviones y helicópteros para entregar alimentos, combustible y municiones a los puestos de avanzada periféricos. Se necesitaban helicópteros para transportar a los heridos y entregar soldados de reemplazo. Incluso las bases en los accesos montañosos de Kabul tenían que ser abastecidas por helicópteros. Si bien el ejército afgano tenía una de las flotas de helicópteros más grandes de Asia central, prácticamente todos los mecánicos y el equipo de mantenimiento eran contratistas estadounidenses, muchos de los cuales fueron retirados hace meses. Las instalaciones de reparación de helicópteros y los almacenes de repuestos se ubicaron principalmente en la Base Aérea de Bagram, que fue cerrada por el ejército estadounidense varias semanas antes de que los talibanes tomaran el control. El combustible, una vez entregado por Estados Unidos, también escaseaba”. Y terminaba sentenciando: “Los estadounidenses nos abandonaron».
En la guerra de agresión de los Estados Unidos contra la población afgana, la proporción entre fuerzas militares propias y contratistas desplegados llegó a ser la más alta nunca alcanzada por el Ejército de Estados Unidos, lo que ha cambiado el sentido de la Guerra y en la Doctrina Militar estadounidense. La guerra se convirtió en un gran negocio, en una fuente de acumulación de capital dándose un proceso de reproducción con cada guerra librada o conflicto iniciado. Las llamadas zonas grises (“Gray Zone”-GZ) son los escenarios idóneos para la acumulación del capital [1]
«La guerra moderna de Estados Unidos estaría incompleta sin la participación del fundador de Blackwater, Erik Prince», escribió el periodista Jeremy Scahill en su libro fundamental Dirty Wars. El mundo se convierte en campo de batalla donde mercenarios como el fundador de Blackwater, ahora renombrada Academi, se convierten en actores protagonistas de la política exterior de quienes imponen la hegemonía. Y Latinoamérica no es ajena a este campo de batalla, no lo ha sido en el pasado ni en su presente ni mucho menos en su futuro; Cuba, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Colombia, Bolivia o Venezuela, son algunos de los ejemplos de participación de mercenarios utilizados con el fin de imponernos la “Democracia Occidental”.
Expongamos solo por ahora tres casos en la historia política contemporánea de Latinoamérica tres casos que pudieran tener un vínculo común en el cual no solo está presente la elite de Washington, sino que involucra a la elite política que ha está detrás de la restauración conservadora.
Caso Venezuela. Hace más de un año, en pleno inicio de la crisis de salud que genero el COVID-19, los pobladores de localidades costeras Chuao, Petaquirito o Cepe enfrentaron en conjunto con la FANB y la policía estadal de Aragua la incursión militar desde el extranjero, específicamente desde Colombia, donde participaron mercenarios estadounidenses hoy tras las rejas tras el fracaso de la “Operación Gedeón”. Recordemos la figura de Jordan Goudreau, con vínculos con el entorno de Donald Trump y veterano de Afganistán e Irak convertido en un mercenario que fundó la Silvercorp USA. La “Operación Gedeón” fue planificada en territorio colombiano con el visto bueno del gobierno de Iván Duque, sus campos de entrenamientos estaban ubicados, además eran protegidos por la inteligencia colombiana. Recordemos finalmente que esta operación fue contratada y pagada por Juan Guaidó, quien aún no se separa de la idea de derrocar al Gobierno Bolivariano con el apoyo de fuerzas mercenarias.
Caso Bolivia. El golpe militar que depuso a Evo Morales, con la participación abierta de las fuerzas de derecha en Bolivia y la intervención directa de Luis Almagro, secretario de la OEA para deslegitimar unas elecciones que el Movimiento Al Socialismo gano en buena lid, contaba con la posibilidad de una intervención de los Estados Unidos a través de una fuerza mercenaria que partiría desde una base militar estadounidense en las afueras de Miami. Llamadas telefónicas y correos electrónicos filtrados daban cuenta de un despliegue masivo de mercenarios contratados para coincidir con las elecciones, plan que nunca llego a concretarse.
Caso Haití-Colombia. El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse y la participación de un número importante de exmilitares, incluyendo algunos oficiales colombianos, expone la creciente industria de mercenarios en Colombia. Afganistán, Yemen, Irak, Libia y Somalia son solo algunos de los países en los cuales actúan militares colombianos contratados por estas empresas de la guerra. La exportación de soldados se ha convertido en un negocio lucrativo en Colombia. La larga guerra que por décadas ha envuelto al país vecino bajo el apoyo de las fuerzas militares estadounidenses, las pocas oportunidades que tienen los soldados y oficiales que han combatido y la creciente demanda de mercenarios en el extranjero han conseguido un caldo de cultivo para la proliferación de estas Compañías que con personal con experiencia de combate ofrecen sus servicios al mejor postor. El magnicidio en Haití fue un negocio de la empresa CTU Security, contratada para asesinar al presidente Moise. Esta Contratista es propiedad del colombiano Alfred Santamaría, personaje del entorno de Iván Duque y Álvaro Uribe Vélez y el venezolano Antonio Intriago, este último vinculado a Juan Guaidó. El propio senador Gustavo Petro daba cuenta de una imagen donde reflejaba la relación del presidente colombiano con los socios dueños de CTU Security. Uno de los mercenarios asesinos es primo hermano del principal asesor de seguridad nacional del presidente Duque.
Un ex mercenario, de nombre Sean McFate que en su cuenta de twitter se jacta de ser “Intellectual mercenary”, ha declarado sobre este tema señalando: “Los mercenarios cambian la guerra de manera profunda, la comercializan y los colombianos son solicitados porque tienen un buen valor (…) Los soldados colombianos tienen una influencia considerable en el campo mercenario y son muy buscados (…) La larga historia de conflictos internos del país ha generado una gran cantidad de soldados experimentados, tácticos y bien entrenados (…) También son buenos guerreros, respetan la cadena de mando, son hábiles tácticamente y cuestan entre la mitad y la cuarta parte del precio”. Recordemos solo la historia reciente colombiana el nombre de Yair Klein, un mercenario israelita que entrenó a los sicarios de los carteles de la droga y al paramilitarismo colombiano en la década de los 80. Su vínculo con Álvaro Uribe Vélez no es una simple especulación o una compleja conspiración contra quien porta los números 82 y 1087.
Finalmente, unas interrogantes expuestas por el compañero Carlos Lanz en el 2016 en un trabajo que lleva por título, “Preguntas, directrices y contenidos abreviados del seminario sobre guerra no convencional y la defensa integral de la patria” y que publicamos bajo el título “Lecciones de Carlos”, el año pasado[2], nos servirán para ir entendiendo el papel de las contratistas, compañías, CMP o empresas de seguridad que contratan a mercenarios para hacer la guerra de quienes cabalgan sobre el lomo de los Jinetes de la Apocalipsis:
“¿Cuál es el papel de la guerra en la crisis del capital? ¿Quiénes promueven las guerras y que modalidad asume la misma en la actual coyuntura? ¿Cuáles son los vértices de esta nueva estrategia imperial? ¿Cuáles son las características de las operaciones encubiertas? ¿En qué consiste la negación plausible de las operaciones encubiertas? ¿Cuáles fuerzas clandestinas intervienen en las operaciones encubiertas? ¿Cómo se expresa en outsourcing de inteligencia en la nueva estrategia imperial? ¿Cuál es el curso de acción en la defensa integral del proceso revolucionario?” Carlos Lanz, 2016.
Por ahora el desenlace de los que ocurre en Afganistán y el papel jugado por las empresas de la guerra, exponen la derrota, directamente e indirectamente de la administración en tres elementos fuertes que fueron parte de la narrativa durante su campaña en su carrera por la conquista de la Casa Blanca; la política exterior, el debilitamiento del liderazgo de los Estados Unidos en la OTAN y la división entre los cuadros militares estadounidense en el Pentágono.
Y rememorando la idea de Mao Tse-tung sobre el imperialismo estadounidense, “TIGRE DE PAPEL”, en relación con que, aunque es una gran fuerza militar, políticamente es muy débil pero el tigre posee garras y dientes. Le sumaremos otra idea de un buen y recordado amigo, Néstor González, en referencia a los Estados Unidos, “malandro se retira disparando”. Para muestra su última acción militar en su desesperada retirada, el ataque aéreo que dio muerte a 10 afganos integrantes de una familia, uno de sus miembros sirvió a la orden de las fuerzas de la OTAN, entre los asesinados figuran 6 niños.
Notas:
*(@SalazarErEspia) Profesor en Ciencias Sociales del Instituto Pedagógico de Caracas (IPC).
Miembro del equipo editorial de la revista digital puebloenarmas.com de Venezuela
Fuente: Revista Pueblo en Armas
Referentes:
[1] https://puebloenarmas.com/zona-gris-el-camino-de-gedeon/ . [2] https://puebloenarmas.com/las-lecciones-de-ca