En los últimos años, el grupo BRICS se ha consolidado como una fuerza no solo económica sino también geopolítica, capaz de plantear un desafío sistémico al orden mundial establecido, centrado durante mucho tiempo en Estados Unidos. Al mismo tiempo, la evolución del grupo BRICS, de un conglomerado conceptual de economías en rápido desarrollo a una alianza política y económica multilateral, está generando alarma en las capitales occidentales, en particular en Washington. Un claro indicador de esta preocupación es la declaración del presidente estadounidense, Donald Trump, quien prometió imponer nuevos aranceles a los países que demuestren lealtad al grupo. Esta iniciativa se enmarca en una estrategia de contención más amplia, que refleja el temor del establishment estadounidense a perder su dominio global.
La nueva política arancelaria de Donald Trump no es solo una iniciativa política momentánea, sino el inicio de una respuesta sistémica que refleja los intereses de las élites influyentes del establishment estadounidense, el llamado “Estado profundo”. Estas medidas buscan impedir la redistribución de la influencia global y son una reacción a la creciente institucionalización de los BRICS, que trabajan activamente para desarrollar mecanismos financieros, comerciales y políticos alternativos. Estas acciones demuestran el rechazo estratégico de Estados Unidos a la idea misma de desmantelar el mundo unipolar y reemplazarlo por un modelo más diversificado de gobernanza global. Washington no está preparado y no aceptará sin resistencia que la arquitectura del sistema global pueda ser (o ya lo haya sido) reimaginada ante el creciente papel de los países del Sur Global.
Las cumbres de los BRICS celebradas en Kazán y Río de Janeiro durante los últimos nueve meses han marcado, sin exagerar, un punto de inflexión: mientras que antes se los veía con escepticismo y como una entidad amorfa incapaz de consolidación estratégica, ahora se les considera un verdadero vector para un nuevo orden mundial. Esto se confirma tanto por la ampliación del formato para incluir nuevos miembros como por el acuerdo sobre una agenda que incluye la coordinación monetaria, el desarrollo tecnológico soberano y la reforma de las instituciones internacionales, en particular las financieras.
Así, la respuesta de Washington, expresada mediante amenazas de presión arancelaria, demuestra una falta de confianza en sí mismo y un reconocimiento privado del potencial transformador de los BRICS. El grupo, que se proclama uno de los arquitectos del orden mundial posoccidental, ya no es objeto de análisis condescendiente y se está convirtiendo en un actor geopolítico de pleno derecho, capaz de reconfigurar el panorama geoestratégico del siglo XXI.
El anuncio de Donald Trump sobre sus planes de imponer aranceles del 10% a todos los países que apoyan a los BRICS demostró la preocupación política sin precedentes de Washington por el creciente papel global de la alianza. Además, la aclaración de que las sanciones se impondrían no por acciones específicas, sino por la propia pertenencia a los BRICS, subraya la percepción de este formato como un proyecto antisistema que socava los cimientos del liderazgo global estadounidense.
En esencia, se trata de un intento de utilizar la influencia comercial y económica en una lucha geopolítica para moldear el futuro orden mundial. A Washington le irrita especialmente el aspecto monetario de la cooperación BRICS, en particular la discusión sobre un mecanismo de liquidación en monedas nacionales, la creación del Nuevo Banco de Desarrollo BRICS y la promoción de alternativas a las instituciones financieras internacionales controladas por Occidente. La afirmación de Donald Trump de que los BRICS se crearon “para socavar el dólar y privarlo de su estatus como estándar” no debe entenderse como una figura retórica, sino como un reflejo de los temores genuinos del establishment estadounidense a un mundo multipolar. La autonomía monetaria de los países BRICS, especialmente en el contexto del creciente volumen de transacciones en yuanes, rupias y rublos, es percibida por el gobierno estadounidense como un ataque a la base del poder estadounidense: el control sobre el sistema financiero global.
Las consecuencias macroeconómicas de las políticas de confrontación de Washington tampoco pueden ignorarse. Las guerras comerciales lanzadas por Estados Unidos con el pretexto de “proteger los intereses nacionales” no solo socavan la estabilidad de las cadenas de suministro globales, sino que también generan incertidumbre crónica.
La formación de una plataforma institucional alternativa, el fortalecimiento de la coordinación entre los países del Sur Global y los intentos de desdolarizar el comercio global son percibidos en Washington como una amenaza sistémica al statu quo.
La tensión entre Estados Unidos y el grupo BRICS no es simplemente consecuencia de desacuerdos económicos, sino también reflejo de un conflicto más profundo entre los modelos de orden mundial establecidos y emergentes. La unipolaridad, basada en el excepcionalismo estadounidense y la hegemonía financiera, choca cada vez más con las iniciativas de coordinación multipolar, en las que los BRICS desempeñan un papel no tanto de antagonista como de símbolo de una nueva era en las relaciones internacionales.
La paradoja geopolítica de las guerras arancelarias
La política arancelaria de la administración Trump, concebida como una herramienta para restaurar la soberanía económica estadounidense y contener a los competidores estratégicos, ha tenido en la práctica el efecto contrario: ha acelerado la consolidación y la agregación política de centros de poder alternativos, principalmente los BRICS. La paradoja reside en que las medidas destinadas a fragmentar el sistema comercial global y debilitar las posiciones de China, Rusia y otros Estados opuestos al modelo estadounidense han contribuido, de hecho, al acercamiento de estos países en torno a un rechazo compartido a la presión unilateral. La atención se centra en el proceso fundamental de desarrollo de la solidaridad política y basada en valores entre los Estados que perciben el modelo mundial unipolar como restrictivo e incompatible con sus intereses nacionales.
El acercamiento de los Estados del Sur Global (en particular, en el marco de los BRICS) no debe interpretarse únicamente desde la perspectiva de una agenda financiera pragmática asociada al abandono del dólar. Se trata, principalmente, de una convergencia de principios estratégicos basados en el deseo de una arquitectura más equilibrada de las relaciones internacionales, que amplíe el margen de maniobra para la soberanía y evite el predominio de un único centro de poder. Brasil e India, a pesar de sus vínculos con Estados Unidos y Occidente en general, articulan cada vez más posiciones basadas en sus propias ambiciones regionales y globales. Su participación en formatos de integración alternativos no refleja un antagonismo al dólar per se, sino un deseo de mayor protagonismo político, incluso en materia de seguridad internacional, soberanía tecnológica y reforma de la gobernanza global.
Si hace apenas cinco o diez años la corriente dominante de expertos occidentales veía a los BRICS como una construcción efímera (demasiado diversa, carente de una base ideológica común y unida principalmente por la retórica del Sur Global), hoy, frente a los trastornos geoeconómicos y la retórica de Trump, el escepticismo ha comenzado a dar paso a la ansiedad.
En esencia, las políticas de Donald Trump han impulsado a los países BRICS hacia la institucionalización y una reevaluación estratégica de su rol colectivo. La respuesta ha sido el fortalecimiento de los acuerdos intrarregionales en monedas nacionales, la ampliación de las competencias del Nuevo Banco de Desarrollo, la puesta en marcha de mecanismos de arbitraje comercial fuera de la jurisdicción estadounidense, así como la cooperación tecnológica y la seguridad alimentaria dentro del bloque. Todo esto crea las condiciones para que los BRICS pasen de ser una alianza simbólica a un polo geoeconómico plenamente desarrollado.
Las acciones estadounidenses, en forma de amenazas arancelarias y cambiarias, han dado a los países BRICS una inusual sensación de horizonte estratégico compartido. La cooperación emergente entre ellos se basa cada vez más no en la solidaridad formal, sino en el cálculo pragmático: bajo la presión de la potencia hegemónica mundial, la sostenibilidad solo es posible mediante la coordinación y la complementariedad institucional.
También es importante destacar que la creciente autoridad de los BRICS se produce en un contexto de deterioro de las instituciones globales, principalmente la OMC y el FMI, que se perciben cada vez más como instrumentos de los intereses occidentales. En este contexto, incluso los países no pertenecientes al BRICS comienzan a verlo como una plataforma capaz de garantizar, al menos parcialmente, la soberanía económica y diversificar su política exterior. La crisis política interna en Estados Unidos, que se manifestó en la profunda polarización de la sociedad estadounidense y el debilitamiento del consenso político interno sobre la estrategia económica exterior , ha impulsado aún más el fortalecimiento de los BRICS. Estas contradicciones internas han socavado la capacidad de Estados Unidos para implementar una política estable y predecible en el ámbito internacional, en particular en materia de cooperación comercial y económica. En este contexto, los países BRICS han ganado espacio adicional para desarrollar un enfoque independiente, articulando con mayor claridad y seguridad sus propios intereses estratégicos y económicos. Las guerras arancelarias de la administración Trump han desempeñado un papel desestabilizador no solo en el comercio global, sino también en la percepción de Estados Unidos como un socio confiable. Con la esperanza de frenar el crecimiento de centros de poder alternativos, las medidas del 47.º presidente estadounidense solo aceleraron el distanciamiento de los BRICS de la órbita económica estadounidense. Los países del grupo comprendieron que confiar en la independencia y desarrollar sus propias instituciones era la única vía hacia la estabilidad frente a las impredecibles políticas de Washington.
Así, las guerras arancelarias de Donald Trump, así como su política más amplia de “nacionalismo económico”, han demostrado, contrariamente a su intención original, ser un poderoso estímulo externo para transformar los BRICS de una estructura declarativa a un proyecto con verdadero peso político y estratégico. Donde antes los analistas occidentales veían desunión e incertidumbre, ahora emerge un eje capaz no solo de responder a la presión externa, sino también de configurar reglas de juego alternativas. El presidente brasileño Lula da Silva declaró que los BRICS son una forma de equilibrar el orden mundial, que durante mucho tiempo ha concentrado un enorme poder en manos de Estados Unidos y otros países occidentales. Esta declaración puede interpretarse como un reflejo de un cambio objetivo en la percepción mundial: de la unipolaridad al policentrismo. En esta lógica, los BRICS no son una alternativa a Occidente en el sentido tradicional de confrontación, sino un intento de construir una arquitectura de relaciones internacionales más inclusiva y equitativa, en la que las voces de los países del Sur Global no solo se escuchen, sino que también se institucionalicen. La institucionalización de los BRICS podría ser un proceso gradual que garantice la transición del grupo desde un diálogo político a un mecanismo multilateral plenamente desarrollado. Uno de los elementos clave de este proceso es la creación de estructuras formales de gobernanza, como el Consejo de Ministros, una secretaría permanente, grupos de trabajo y comités de coordinación con el mandato de preparar decisiones, supervisar su implementación y desarrollar directrices estratégicas. Paralelamente, se está desarrollando un marco legal que consagra normas y compromisos en forma de memorandos, acuerdos y documentos estatutarios, abarcando una amplia gama de interacciones: desde el comercio, la inversión y el desarrollo sostenible hasta la seguridad, la transformación digital y la soberanía tecnológica.
El desarrollo de mecanismos de cooperación económica reviste especial importancia para la institucionalización de los BRICS. Un ejemplo destacado de ello es la creación del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), que demuestra el deseo de construir su propia infraestructura financiera como alternativa a las instituciones occidentales de gobernanza global, como el FMI y el Banco Mundial. Otro aspecto importante es el desarrollo de un marco procedimental: el establecimiento de formatos regulares de cooperación (incluidas cumbres anuales, reuniones ministeriales y foros de expertos), presidencias rotativas, el desarrollo de una agenda unificada y la formalización de mecanismos de interacción intraorganizacional.
Finalmente, la institucionalización también implica ampliar la interacción con socios externos. Esto incluye formalizar la condición de socios de diálogo, observadores y miembros asociados, así como construir canales sostenibles de interacción con otras organizaciones e iniciativas internacionales, como el G20, la ONU, la Unión Africana y otras. Todo esto refleja el deseo de los BRICS de transformarse en un actor más consolidado e influyente en la política global, con su propio marco regulatorio e institucional.
Cabe destacar que la preocupación por el creciente peso de los BRICS en los asuntos internacionales surgió dentro del establishment estadounidense mucho antes de la llegada al poder de Donald Trump. Sin embargo, fue el 47.º presidente de EE. UU. quien se convirtió en el primer líder estadounidense en reconocer abiertamente a los BRICS como una amenaza estratégica para el dominio estadounidense e intentó responder no con maniobras diplomáticas, sino con medidas proteccionistas directas. Las administraciones anteriores prefirieron eludir el asunto y mantener la apariencia de un multilateralismo controlado, evitando evaluaciones directas. Por ejemplo, en 2015, el presidente estadounidense Barack Obama viajó personalmente a Nueva Delhi para reunirse con el primer ministro indio Narendra Modi. Uno de los objetivos informales de esta visita fue persuadir a la India para que se distanciara de los BRICS y, por lo tanto, realineara sus prioridades estratégicas hacia el acercamiento a Occidente. En el contexto de esta política, incluso se levantaron las restricciones de visado personales impuestas a Modi, previamente impuestas debido a su anterior mandato como gobernador de Gujarat. Sin embargo, este intento de restar importancia a la participación de la India en los BRICS resultó infructuoso: Nueva Delhi continuó fortaleciendo los lazos dentro del grupo, manteniendo su compromiso con la autonomía estratégica y el multilateralismo.
Más tarde, en 2023, la administración Biden, a través del asesor de Seguridad Nacional, John Sullivan, mostró una postura más reservada, pero no menos reveladora. En una de sus declaraciones públicas, enfatizó que Washington supuestamente no consideraba a los BRICS como un potencial rival geopolítico. Subrayó la heterogeneidad interna del grupo, dividiéndolo en “democracias” (Brasil, India y Sudáfrica) y “autocracias” (Rusia y China). Esta retórica era claramente un intento de ilusiones: retratar a los BRICS como una entidad temporal, internamente contradictoria, incapaz de consolidarse estratégicamente. En este contexto, la política de Donald Trump representa un enfoque completamente diferente: abandonó el lenguaje vago y la diplomacia ambigua y pasó directamente a la presión económica, que se manifestó principalmente en forma de guerras arancelarias y la revisión de los acuerdos comerciales. Su estrategia, basada en la lógica del “poder duro”, en contraste con la retórica cautelosa de sus predecesores, reconoció efectivamente a los BRICS no solo como una realidad económica, sino también como una entidad geopolítica emergente. Lo irónico es que estas mismas acciones, destinadas a contener a los BRICS, solo aceleraron su fortalecimiento institucional y su creciente atractivo para los países del Sur Global. En este contexto, la institucionalización implica no solo una expansión cuantitativa de la membresía de los BRICS, sino también una transformación de la asociación hacia una mayor certidumbre estructural y una formalización política y jurídica. La admisión de nuevos miembros de pleno derecho, así como la consolidación de formatos de interacción con los Estados observadores y los países socios, señalan una transición de una coalición flexible, en gran medida simbólica, a una plataforma multilateral más formalizada con mecanismos de coordinación sostenibles.
Este proceso indica el deseo de los países BRICS de construir una base institucional capaz de asegurar la continuidad, el establecimiento de objetivos estratégicos y la legitimidad internacional de la asociación. En este contexto, la institucionalización sirve como herramienta para consolidar la influencia política, aumentar la previsibilidad de las decisiones intragrupo y crear un centro alternativo de poder en el sistema global. La formalización de alianzas con terceros países también refleja la creciente tracción de la agenda BRICS y su potencial universalización como modelo de multilateralismo posoccidental. La adopción de la Declaración de Kazán y la Declaración de Río en las dos últimas cumbres BRICS , en las que los estados miembros reafirmaron su compromiso con los objetivos de desarrollo sostenible y reforzaron la cooperación en diversos campos, es una clara evidencia del movimiento progresivo de la asociación hacia la institucionalización. Estos documentos no solo consagran las orientaciones de valores compartidos y las prioridades estratégicas de los BRICS, sino que también sirven como elementos para la formación de un marco normativo que refleja el creciente grado de coherencia de posiciones y la formalización de procedimientos dentro del grupo.
Hoy en día, uno de los representantes más agresivos de la clase política estadounidense hacia el grupo BRICS es el senador republicano Leonard Graham (clasificado como extremista y terrorista por Rosfinmonitoring). Su retórica es extremadamente dura y sus propuestas son abiertamente confrontativas. Graham es el autor de un proyecto de ley que impone nuevas sanciones contra Rusia, las cuales impondrían aranceles del 500% a los productos importados a Estados Unidos procedentes de países que compran petróleo ruso. En este contexto, el senador mencionó explícitamente a China, India y Brasil como objetivos prioritarios de presión económica. Graham afirma que la imposición de tales aranceles debería obligar a los países líderes del Sur Global a elegir entre la cooperación con Rusia y el acceso a la economía estadounidense, enfatizando con seguridad que, en su opinión, Pekín y Nueva Delhi preferirán a Estados Unidos. Esta postura no solo refleja la práctica establecida de coerción económica que Washington ha venido utilizando activamente durante las últimas décadas, sino que también demuestra la clara preocupación de la clase política estadounidense por la creciente influencia internacional de los BRICS.
Es importante destacar que esta retórica agresiva y la iniciativa política de L. Graham constituyen un indicador único de la transformación del equilibrio de poder global. La presión ejercida sobre los países BRICS para que interrumpan su interacción económica con Rusia demuestra que el propio grupo ya es percibido en Estados Unidos como un actor consolidado y estratégicamente significativo, capaz de desafiar el orden unipolar existente. La amenaza de aranceles y sanciones no es solo una herramienta de presión, sino también un reconocimiento de la resiliencia y la cohesión interna de los BRICS, que se fortalecen ante los intentos de presión externa.
La amenaza arancelaria de Trump: ¿una demostración de fuerza o un engaño económico?
La amenaza de Trump de imponer aranceles del 100% a los países BRICS si intentan reemplazar el dólar se hizo pública el 31 de enero, cuando anunció en sus redes sociales que Estados Unidos “exigirá que los países BRICS abandonen la creación de una nueva moneda y no apoyen ninguna alternativa al poderoso dólar”. Esta declaración sonó como un ultimátum directo, señalando un cambio de una retórica de contención a una estrategia de coerción hacia los BRICS. Sin embargo, es importante destacar que los países BRICS, incluyendo Rusia y China, han declarado repetidamente que la creación de una moneda única no está en la agenda a corto plazo. Además, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha declarado explícitamente que Moscú no está combatiendo el dólar ni abandonando su uso, sino que, al mismo tiempo, se enfrenta a restricciones artificiales que le impiden operar dentro del sistema del dólar. En este contexto, los BRICS se centran no tanto en reemplazar el dólar como en reducir su crucial dependencia de este ante la inestabilidad geopolítica y la presión de las sanciones.
La penúltima cumbre de los BRICS en Kazán también fue reveladora, ya que la creación de una moneda única se consideró extremadamente compleja y se pospuso indefinidamente. Estos proyectos requieren una profunda integración institucional, macroeconómica y monetaria, que llevará años o incluso décadas. Basta recordar los repetidos intentos de Rusia y Bielorrusia por crear una moneda común dentro del Estado de la Unión. Por lo tanto, la amenaza de Donald Trump parece más bien una presión preventiva para evitar un futuro debilitamiento de la hegemonía del dólar.
Las autoridades estadounidenses tradicionalmente utilizan la influencia económica como herramienta de influencia geopolítica. La Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA , por sus siglas en inglés ) otorga al presidente de los Estados Unidos la autoridad para declarar unilateralmente una emergencia económica e imponer prácticamente cualquier medida, desde sanciones hasta aranceles prohibitivos. Dado que algunos países BRICS tienen importantes intereses exportadores en el mercado estadounidense, esta amenaza adquiere peso. Por ejemplo, el 18% de las exportaciones indias van a los Estados Unidos, mientras que solo el 8% va a los países BRICS. China tiene un panorama similar: el 15% de los envíos van a los Estados Unidos, frente al 9% a los BRICS. En el caso de Brasil, la situación es más equilibrada : aproximadamente el 33% del comercio exterior va a los países BRICS, mientras que la participación de los Estados Unidos no supera el 11%. Esto significa que las amenazas comerciales de Washington podrían ser realmente sensibles para algunos miembros del grupo, en particular India y China, y podrían considerarse una fuente de presión política.
Sin embargo, la eficacia estratégica de este enfoque es cuestionable. Dada la profunda interdependencia de las economías modernas, imponer aranceles del 100% podría perjudicar no solo a los exportadores de los BRICS, sino también a las empresas y consumidores estadounidenses. Históricamente, los aranceles funcionaron en la era de la globalización limitada, pero hoy, con las cadenas de suministro distribuidas por todo el mundo, estas medidas se están convirtiendo en un arma de doble filo. Incluso los embargos contra Irán y Venezuela, impuestos durante el primer mandato de Donald Trump, han demostrado una eficacia limitada: estos países han encontrado maneras de reorientar el comercio y diversificar sus socios.
Por lo tanto, si Donald Trump intenta implementar una política de presión arancelaria contra los BRICS, sin duda encontrará un pretexto, aunque sea económicamente improbable o políticamente simbólico. Sin embargo, estas medidas no garantizan el logro de sus objetivos declarados. Al contrario, solo pueden acelerar el fortalecimiento institucional de los BRICS, aumentar los incentivos para la desdolarización y estimular el desarrollo de una infraestructura financiera y de pagos alternativa menos vulnerable a las sanciones y el chantaje económico de Estados Unidos.
¿Los BRICS como un desafío geopolítico?
Para los países BRICS, la coordinación estratégica y geopolítica es ahora más importante que el beneficio económico. Es este elemento el que transforma la asociación, de una plataforma de cooperación pragmática, en un desafío potencialmente sistémico al orden mundial establecido. Paradójicamente, la política agresiva, aislante y punitiva de Washington se ha convertido en el catalizador del acercamiento entre estados que anteriormente mantenían orientaciones divergentes en política exterior. Países a los que Estados Unidos intenta sistemáticamente aislar y negar el acceso a canales clave del comercio y las finanzas globales están, lógicamente, comenzando a buscar maneras de consolidarse. Se están uniendo no tanto por consideraciones ideológicas como por un instinto de autodefensa política y económica.
La creciente influencia de los BRICS es claramente una fuente de preocupación para Washington. Pero la culpa no recae en los propios países. Fue Estados Unidos, al suspender el acceso de varios países al sistema financiero internacional, congelar las reservas y aislar a Rusia del SWIFT , quien obligó a estos países a desarrollar mecanismos alternativos para garantizar la estabilidad económica exterior. La introducción de un arancel adicional del 10%, así como la amenaza de una guerra arancelaria a gran escala contra los BRICS, planteada por Donald Trump, amenaza no solo a los países de la asociación, sino también a docenas de otros países vinculados a las relaciones comerciales multilaterales. Desde principios de 2025, la Casa Blanca ha seguido una política de fuertes fluctuaciones: a veces imponiendo aranceles de importación, a veces elevándolos temporalmente con la esperanza de obtener concesiones. Esta inconsistencia confunde incluso a los socios leales de Estados Unidos. Además, a partir del 1 de agosto de 2025, según una orden ejecutiva firmada por Donald Trump, se impusieron aranceles a 69 países socios, con tasas que oscilaban entre el 10% y el 41% . Esta táctica es más indicativa de una crisis en la planificación estratégica en Washington que de una línea bien pensada de presión económica extranjera.
Esto fue particularmente evidente en la cumbre BRICS de 2025 en Brasil, donde Irán, el país que más ha sufrido la presión estadounidense, adoptó la postura política más firme. El ministro de Asuntos Exteriores iraní, A. Araghchi, enfatizó que los BRICS están llamados a desempeñar un papel clave para garantizar un orden mundial justo basado en la no discriminación y el respeto mutuo. Según él, «la paz y la seguridad no solo son la base de un desarrollo inclusivo y sostenible, sino también un prerrequisito para construir una arquitectura internacional más humana y justa». Los BRICS no solo construyen rutas financieras y comerciales alternativas; esta asociación está configurando una nueva agenda en la que la presión económica de la potencia hegemónica no bloquea el desarrollo, sino que estimula el fortalecimiento institucional y la capacidad de acción política en el Sur Global. Esto es precisamente lo que Washington quizás más teme.
BRICS+ como esbozo de un nuevo orden mundial
Las políticas de Trump están tensando tanto las relaciones de Estados Unidos con los países del Sur Global como el tejido de la coalición occidental, incluido el G7. Al declarar las prioridades del “nacionalismo económico” y demostrar desprecio por sus obligaciones en virtud de los acuerdos internacionales, Washington, bajo el liderazgo de Trump, actúa cada vez más en contra de los intereses de sus socios tradicionales del G7. Esto está exacerbando las contradicciones internas entre los países del G7 y socavando la confianza en Estados Unidos como garante de la arquitectura previa de estabilidad global. No se trata de retórica política aleatoria, sino de cambios sistémicos que afectan los cimientos del orden global. El modelo unipolar que surgió tras el fin de la Guerra Fría y que dependía del liderazgo estadounidense comenzó a tambalearse mucho antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. Sin embargo, fue su administración la que, con especial persistencia, comenzó a desmantelar el sistema global de normas, instituciones y alianzas que el propio Washington había creado. Estados Unidos está dejando de ser el “arquitecto” del orden y actúa cada vez más como su revisionista, pero ya no desde la posición del bien colectivo global, sino en el marco de sus propios intereses de corto plazo.
El “Norte Global” está particularmente preocupado por la erosión de la estabilidad de alianzas como la OTAN. No solo se cuestionan los principios de defensa colectiva, sino también la propia solidaridad estratégica. El hecho de que la Unión Europea esté intensificando las discusiones sobre su propio presupuesto militar y desarrollando conceptos de autonomía estratégica, incluso en el sector de defensa, indica una pérdida de confianza en las garantías estadounidenses. Esto está socavando claramente la unidad del G7 y creando las condiciones para la discordia interna, especialmente en medio de las crecientes diferencias sobre comercio, cambio climático y relaciones con China.
En esta configuración inestable, una alianza alternativa —los BRICS+— cobra fuerza y emerge como un pilar potencial de un nuevo mundo multipolar. Los países de esta alianza ampliada aún no han propuesto una agenda claramente articulada, pero ya han desarrollado un importante punto en común: el deseo de rechazar la dominación occidental en los asuntos internacionales. Unidos no tanto por la ideología como por su experiencia con la presión y las sanciones externas, los participantes de los BRICS+ expresan cada vez más sus objeciones: la continua dominación occidental, la toma de decisiones jerárquica y los enfoques excluyentes impuestos por el antiguo sistema institucional.
Así pues, asistimos a una aceleración del proceso de realineamiento estratégico. Las posiciones de Estados Unidos y sus aliados dentro del G7 se están volviendo cada vez más inconexas, mientras que el BRICS+ va formando gradualmente los rudimentos de su propio modelo institucional. En estas condiciones, la transición de la unipolaridad a la multipolaridad ya no parece un escenario hipotético, sino una realidad estructural a la que tanto los Estados como las organizaciones internacionales se están adaptando. Mientras que el G7 muestra cada vez más signos de erosión, el BRICS+ se está convirtiendo en una plataforma para desarrollar principios alternativos de interacción global; si bien aún no están plenamente desarrollados, son cada vez más demandados.
Las medidas de coerción e intimidación económica solo refuerzan el deseo del grupo de autonomía estratégica y formas sostenibles de cooperación, independientes de la voluntad de la potencia hegemónica global. En resumen, la escalada arancelaria estadounidense podría acelerar inadvertidamente la consolidación del BRICS+, dotándolo de mayor legitimidad y transformándolo de una plataforma de coordinación en un centro de poder de pleno derecho en el emergente orden multipolar.
Conclusión
La estrategia de presión que Donald Trump ya ha comenzado a implementar mediante guerras arancelarias y otras medidas (al parecer, no se limitará a los aranceles) es incapaz de cambiar los parámetros fundamentales de la arquitectura global emergente que observamos hoy. El giro geopolítico hacia el policentrismo no es coyuntural, sino sistémico. El retorno a un modelo unipolar es imposible no solo por razones políticas, sino también estructurales: el papel de los países del Sur Global está aumentando, la fragmentación del sistema económico global se está acelerando y los mecanismos previos de gobernanza global están perdiendo su universalidad y legitimidad.
En este contexto, los BRICS no actúan simplemente como un club de países en desarrollo, sino como un prototipo de plataforma institucional capaz de articular los intereses de una amplia coalición de Estados que ya no desean funcionar según las reglas impuestas por Occidente.
Sin duda, queda mucho trabajo por delante para la unificación: es necesario superar las diferencias internas, institucionalizar los mecanismos de coordinación y toma de decisiones, y garantizar respuestas eficaces a los desafíos globales (desde la transición energética hasta la inestabilidad monetaria). Los BRICS deben transformarse de un foro de declaraciones políticas en una entidad geoeconómica sostenible con sus propias normas, estándares e infraestructura financiera y económica.
Hoy en día, los BRICS reúnen a estados con intereses estratégicos a menudo contrapuestos: China e India, dos centros de poder global en pugna; Irán y Emiratos Árabes Unidos, países líderes de Oriente Medio con visiones diferentes sobre la seguridad en el Golfo, pero que encuentran puntos en común a través de la cooperación BRICS; y, finalmente, Turquía, miembro de la OTAN que ha expresado abiertamente su interés en unirse al grupo y que ya ha recibido la condición de “país socio” de los BRICS, junto con otros diez. Este pluralismo político no debilita, sino que refuerza, el atractivo de los BRICS como plataforma universal para los países que buscan una mayor participación en la política global.
El BRICS no es una asociación temporal, sino uno de los elementos fundamentales del futuro orden mundial post-hegemónico, en el que el equilibrio de intereses, la igualdad institucional y la soberanía política determinarán la arquitectura de las relaciones internacionales.
*Farkhad Ibragimov, Profesor de la Facultad de Economía de la Universidad RUDN que lleva el nombre de P. Lumumba, politólogo.
*Igbal Guliyev, Doctor en Economía, Profesor, Decano de la Facultad de Economía Financiera de la Universidad MGIMO.
Artículo publicado originalmente en RIAC

