Medios progresistas tan acostumbrados a las inercias informativas no dudarán en ponerse del lado de la Premio Nobel de la Paz y otrora paladín de la lucha por los derechos humanos, Aung San Suu Kyi, jefa de estado de Birmania. Explicarán estos medios la tragedia de violencia creciente desde el pecado original de las víctimas: Son una etnia, dicen; son musulmanes en un país budista, explican con Huntington bajo el brazo. Y con osadía expondrán que la Organización para la Liberación Ruainga (Arakan Rohingya Salvation Army –ARSA) es un lejano dedo de la mano de uno de los cientos de brazos de DAESH que no podrán además identificar como parte de los dispositivos operativos del imperialismo norteamericano. El progresismo intelectual siempre es estúpido o se hace.
Desde los medios hegemónicos y el establishment asoman tímidas denuncias frente a lo que es una vergüenza civilizatoria y ensayan tibios reclamos de alto a la masacre. Aprovecharán la situación para producir guerra de 4ta generación contra Myanmar tratando así de sabotear la telaraña que China va tejiendo en Asia para construir la multipolaridad que jaquea la hegemonía norteamericana.
Los estados BRICS y sus medios, intentan salvar su edificación y quedan en la incómoda situación de sostener al gobierno que está perpetrando el genocidio a la vez que condenar la situación. Temerosos del germén terrorista de DAESH no escatiman acciones de profilaxis.
Los ruaingas mientras tanto día tras día van padeciendo los vejámenes más inimaginables, privados de agua potable, privados de ayuda humanitaria de la cada vez más asquerosamente deshumanizada ONU, expulsados de sus tierras y de sus lugares de refugio inhumanos, ignorados, mutilados, en medio de un juego geopolítico que los encontró como excusa formidable, rezando a Dios, proclamando su unicidad y afirmando que es “el más grande”. Ser musulmanes los condena en un mundo crecientemente islamófobo. Cada rezo colectivo que ensayan los refugiados, es atentamente vigilado por los guardias de los campos de refugiados prestos a ultimar a esos “terroristas” que en los cuerpos y almas de mujeres, niños y hombres, derrotados y fatigados, los superpertrechados soldados ven y temen.
Los ruaingas son los descendientes de los obreros bengalíes (de diferentes etnias) que fueron traídos por la Compañía de las Indias Orientales en época de la colonia británica (siglos XVIII y XIX) para trabajos agrícolas. Los ruaingas no son por tanto una minoría étnica sino una minoría sociológica. En época de la colonia, Bengala y Arakan (hoy provincia birmana) eran parte de un mismo territorio.
Frente a este caso uno no puede no remitirse a Ruanda, a la masacre entre hutus y tutsis, explicada hasta el hartazgo en una deliberada equivocación como una guerra étnica. Las guerras entonces y ahora tienen explicaciones mucho más procaces que religión o raza.
En esa mueca histórica con que se construyó Birmania, el grupo de ruaingas siempre se mantuvo disidente de la idea nacional birmana. Cuando lo que podríamos llamar la mayoría nacional birmana (el conjunto de minorías étnicas no islámicas) se alió a los japoneses para constituir un estado tutelado, estos estaban del lado de los ingleses. Y luego, cuando con el Gral. Aung San (padre de la actual premier) a la cabeza, los birmanos enfrentaron a sus mentores nipones para volver a la influencia británica y luego independizarse, encontraron a los ruaingas intentando la anexión de su territorio a Pakistán, sólo la correlación de fuerzas de posguerra y Yalta evitaron esta posibilidad.
La condición islámica de la población ruainga los posicionó desde la independencia misma de Birmania en una situación de ciudadanía devaluada sin derechos a propiedad, libre tránsito, ni educación. En 1982 la dictadura de entonces directamente los despojó de su condición de nacionales birmanos. Para el estado y el gobierno de Myanmar serán migrantes más allá de su secular permanencia en Arkana.
La CIA mediante sus tentáculos, agencias y think tank ha venido apoyando grupos de afirmación identitaria ruaingas en su guerra sorda contra Myanmar, desde que se construyó el gasoducto que conecta el puerto birmano de Kyaukphyu con la ciudad china de Kunming. Gas, Petróleo y vías de tránsito privilegiadas, ubican a Birmania como una preciada ficha en el tablero mundial para sabotear la cristalización del proyecto de una nueva ruta de la seda y un nuevo cinturón mundial que directamente prescinda de la comercialización con el imperialismo norteamericano.
En los últimos tiempos esta población, los ruaingas, que reside principalmente en el estado de Arkana, en el oeste del país, ha sufrido persecuciones, ejecuciones sumarias, violaciones, la quema y destrucción de sus viviendas e infraestructura en general, mezquitas, locales, etc., en el marco del operativo de seguridad del Ejército. El gobierno birmano de la nobel de la paz Aung San Suu Kyi también mantiene prohibido el acceso a la zona de ayuda humanitaria, agua, medicamentos y alimentos, de la que dependen miles de personas, así como de observadores y prensa.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), Zeid Raad al-Husein, no dudó en señalar como crímenes de lesa humanidad lo que el ejército está acometiendo en Birmania contra la población musulmana. Como frente a otras atrocidades tercermundistas resulta grotesco observar las lamentaciones histriónicas de estos diplomáticos tan lejanos al dolor humano. También el papa Francisco, que visitará Myanmar y Bangladesh en noviembre próximo, mostró su solidaridad, desde su ángelus del Vaticano, pidió que se respeten los derechos humanos «de los hermanos ruaingas».
Huyendo de la barbarie, los abusos sexuales, los asesinatos sumarios, más de 18.000 ruaingas caminaron en la última semana y cruzaron el río Naf hasta Bangladesh, que ya está al borde de una crisis humanitaria ante la masiva afluencia de refugiados, más de 400 mil desde el inicio de la crisis. Mientras miles de desplazados quedaron atascados en la frontera entre ambos países, en las montañas, cercados por el ejército genocida y ante la negativa de Bangladesh de seguir receptando refugiados.
Por su parte la India, un nexo estratégico en la nueva ruta de la seda y el nuevo cinturón mundial, está deportando a los ruaingas que llegaron hasta su territorio sin mayor miramiento y ante el temor de que entre los refugiados se escondan elementos terroristas de DAESH.
La líder birmana que ostenta el devaluadísmo premio con que a tantos otros terroristas se ha distinguido, se evidencia hoy incapaz y cómplice silente de las atrocidades que padece el millón de ruaingas birmanos. Varias serán las justificaciones o explicaciones de semejante actitud, en última instancia la elevada autonomía del ejército birmano (controla el 25% de los escaños parlamentarios) no la exime de su responsabilidad que como consejera de estado tiene, siendo la cabeza real del gobierno.
Reseñan los medios del mundo que días antes de que su partido ganara las elecciones de 2015, un periodista le preguntó a Suu Kyi cómo pensaba solucionar el problema de la represión a los ruaingas. Ella respondió con una cita de un dicho birmano: «Los problemas grandes hay que convertirlos en pequeños, y a los problemas pequeños hay que hacerlos desaparecer».
La excusa que desató está última operación militar de limpieza étnica fue un ataque simultáneo a comisarías y fuerzas de seguridad birmanas que dejaron un saldo de más de 70 muertos, de la Organización para la Liberación Ruainga (Arakan Rohingya Salvation Army –ARSA) se supone que coordinada con un grupo bengalí que se separó en 2016 de la Jamat-ul-Muyahideen. Ese grupo juró fidelidad al califa Abu Bakr al-Baghdadi (Daesh) y unió en una coalición los grupos Mudjahiden indios, Al-Jihad, Al-Ouma, el Movimiento de Estudiantes Islámicos de la India (SIMI), Lashkar-e-Toiba (LeT) y Harkat-ul Jihad-al Islami (HuJI) pakistaní. Todo este conjunto de grupos está financiado por la fundación Revival of Islamic Heritage Society (RIHS) de Kuwait, primos hermanos de la Casa Saud aliados de Israel y USA.
La reacción desproporcionada del ejército birmano no puede pensarse ni explicarse en resentimientos pretéritos. Hay quienes se aprovechan de esta grosera y trágica reacción del gobierno de Myanmar. El millón de ruaingas es un daño necesario sin mayor importancia geopolítica en los cálculos de los que piensan la producción civilizatoria desde la caotización, la superexplotación y sus campañas que titulan desvergonzados como “guerra infinita”.
Pensar estos acontecimientos en la clave étnica o religiosa es curiosa y siniestramente reproducir la lógica con que justifican las distintas acciones en la región y cuyo objetivo final no tiene que ver ni con religión ni con moral sino con energía y geopolítica.
Los líderes antiimperialistas deben ser capaces de escapar a las trampas que en última instancia promueve el imperialismo norteamericano, sino terminan jugando el juego que Obama, Trump o quien fuera propone.
Mientras tanto hombres, mujeres y niños, por su sola condición de musulmanes se afligen diariamente en el terror de la supervivencia de una guerra de limpieza que los tiene como objetivos. Morir por ser musulmanes.