Este enfrentamiento debe analizarse en un contexto más amplio de geopolítica global, donde las acciones de la administración Modi parecen alinearse con intereses de potencias occidentales, particularmente Estados Unidos, en su intento por contrarrestar el creciente poder de alianzas como BRICS y la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China.
La coincidencia de estos eventos con la visita del vicepresidente estadounidense Vance a la región difícilmente puede considerarse casual y sugiere una estrategia coordinada para desestabilizar a potencias emergentes y mantener la hegemonía unipolar occidental.
Un conflicto con raíces profundas y proyecciones globales
El 22 de abril de 2025, un ataque terrorista en la pradera de Baisaran, cerca de Pahalgam, en la Cachemira administrada por India, dejó 26 víctimas fatales, incluyendo 24 turistas indios, un nepalí y un guía local.
Los atacantes, descritos como cinco o seis hombres armados, dispararon durante diez minutos tras interrogar a las víctimas sobre su religión, exigiendo que recitaran versos islámicos.
Este incidente, uno de los más letales contra civiles en la región en años, ha desatado una crisis diplomática y militar entre India y Pakistán, con India acusando a su vecino de apoyar el terrorismo transfronterizo y Pakistán exigiendo pruebas concretas.
La respuesta de India, liderada por el primer ministro Narendra Modi, ha sido contundente: reducción de relaciones diplomáticas, cierre del cruce fronterizo de Attari y la amenaza de suspender el Tratado de Aguas del Indo de 1960, un acuerdo vital para la agricultura paquistaní.
La suspensión del tratado, aunque no tenga efectos inmediatos debido a la limitada capacidad de almacenamiento de India, es una declaración de intenciones hostiles. Según Osama Malik, experto en derecho internacional, cualquier reducción en el caudal del Indo podría provocar una “situación catastrófica similar a una sequía” en Pakistán, especialmente en un año de precipitaciones escasas.
Esta amenaza, combinada con rumores de posibles ataques militares, ha elevado las tensiones a niveles no vistos en décadas. Pakistán, por su parte, ha reforzado su postura defensiva, con el ministro de Defensa, Khawaja Muhammad Asif, advirtiendo que India libra una “guerra de baja intensidad” y que Pakistán está preparado para responder.
El primer ministro Shehbaz Sharif convocó una reunión del Comité de Seguridad Nacional el 24 de abril para discutir represalias, intensificando el riesgo de escalada.
Pakistán también por su parte, ha calificado cualquier intento de desviar las aguas del río Indo como un “acto de guerra”, elevando el espectro de un conflicto entre dos potencias nucleares.

El Gobierno de Modi: Política Exterior Agresiva Como Estrategia
El comportamiento agresivo del gobierno de Modi hacia sus vecinos no es nuevo ni aislado. Desde su llegada al poder en 2014, y especialmente tras su reelección en 2019, la administración del Bharatiya Janata Party (BJP) ha implementado una política exterior marcadamente nacionalista y confrontacional, particularmente hacia Pakistán.
La revocación unilateral del artículo 370 de la Constitución india en agosto de 2019, que otorgaba un estatus especial a Jammu y Cachemira, fue un punto de inflexión que exacerbó las tensiones.
Esta decisión, que eliminó la autonomía constitucional de la región, fue implementada junto con un bloqueo de comunicaciones, arrestos masivos de líderes políticos locales y un despliegue militar sin precedentes en la región.
El gobierno de Modi ha utilizado sistemáticamente una retórica nacionalista hindú que polariza a la sociedad india y alimenta la islamofobia, creando un clima de hostilidad hacia Pakistán y la minoría musulmana dentro de India. Esta narrativa de “amenaza permanente” sirve para justificar medidas cada vez más draconianas en Cachemira y una postura inflexible hacia Pakistán.
La Visita de Vance y los Intereses Estadounidenses en la Región
La visita del vicepresidente estadounidense Vance a la región en plena crisis no parece ser una coincidencia. Estados Unidos, bajo su nueva administración, continúa implementando una estrategia que busca contener la creciente influencia de China y Rusia en Asia.
La desestabilización de la región, particularmente afectando a Pakistán como socio clave de China en el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), parte fundamental de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, sirve directamente a estos intereses.
Washington ha mantenido históricamente una política de doble rasero en el subcontinente indio, presentándose como mediador neutral mientras cultiva alianzas estratégicas con India como contrapeso regional a China.
Desde 2016, Estados Unidos ha designado a India como un “socio de defensa importante” y ha aumentado significativamente la cooperación militar y de inteligencia entre ambos países.
La visita de Vance, en este contexto, puede interpretarse como un respaldo implícito a la posición india y un intento de aprovechar las tensiones para debilitar la posición de Pakistán en la región.
Esta estrategia se enmarca en un esfuerzo más amplio por contener la expansión de la influencia china y rusa en Asia Central y Meridional, particularmente a través de sus iniciativas económicas y políticas.

BRICS, la Franja y la Ruta, y el Mundo Multipolar
La actual crisis debe entenderse dentro de una transformación más amplia del sistema internacional, marcada por la competencia entre grandes potencias y el avance hacia un orden multipolar. En este nuevo escenario, el bloque BRICS se presenta como un desafío directo al modelo económico y político dominado históricamente por Occidente.
Paralelamente, China impulsa la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), el proyecto de infraestructura global más ambicioso de la era contemporánea. Dentro de este plan, Pakistán ocupa un lugar estratégico gracias al Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), una pieza clave para conectar a China con el mar Arábigo y expandir su influencia económica en Asia del Sur.
En este complejo entramado geopolítico, India desempeña un papel ambivalente. Aunque forma parte del BRICS, también se ha convertido en un socio importante para la estrategia estadounidense en Asia, que busca contener la expansión de China.
El gobierno de Narendra Modi ha sabido aprovechar esta dualidad para obtener beneficios tanto de sus alianzas con Occidente como de su participación en foros del Sur Global. Sin embargo, en los últimos años, India parece alinearse cada vez más con los intereses de Estados Unidos y sus aliados.
Dentro de esta dinámica, la desestabilización de Pakistán tendría varios efectos geoestratégicos. Por un lado, debilitaría al CPEC, afectando la principal vía terrestre de la BRI en el sur de Asia.
Además, dificultaría la expansión económica de China en la región y obligaría tanto a China como a Rusia a destinar recursos a la estabilización regional, distrayéndolos de otros frentes globales.
Al mismo tiempo, permitiría consolidar a India como una potencia regional alineada con Occidente y obstaculizaría el desarrollo de una estructura coherente y efectiva dentro del bloque BRICS.
Un ejemplo concreto de esta presión geopolítica es la reciente suspensión del Tratado de Aguas del Indo. Esta medida afecta directamente a la economía paquistaní, profundamente dependiente de la agricultura, y compromete varios de los proyectos de infraestructura chinos en territorio pakistaní.
En consecuencia, lo que está en juego no es solo la estabilidad de un país, sino el equilibrio del nuevo orden mundial en construcción.
La estrategia occidental de desestabilización regional
La escalada de tensiones entre India y Pakistán no puede comprenderse de manera aislada. Forma parte de una estrategia más amplia impulsada por potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, orientada a debilitar regiones clave en el proceso de transición hacia un mundo multipolar. Esta estrategia se basa en varios mecanismos que operan de manera simultánea.
En primer lugar, se promueve la aparición o el agravamiento de conflictos regionales que obligan a los países involucrados a desviar recursos y atención de sus proyectos de desarrollo económico y cooperación con otras potencias emergentes.
Al mismo tiempo, se explotan tensiones históricas, étnicas o religiosas para profundizar la inestabilidad y erosionar la cohesión interna de los Estados. Bajo la cobertura de una narrativa antiterrorista, se justifican intervenciones, alineamientos y operaciones encubiertas que responden, en realidad, a intereses estratégicos globales.
Otra dimensión clave de esta estrategia es el impulso de alianzas militares que fragmentan o diluyen la efectividad de bloques económicos emergentes como el BRICS.
Al debilitar las estructuras de integración regional y generar desconfianza entre sus miembros, se dificulta la consolidación de un sistema alternativo al orden liderado por Occidente.
Paralelamente, se aplica presión económica selectiva, ya sea a través de sanciones, condicionalidades financieras o manipulación del comercio, con el objetivo de erosionar la capacidad de resistencia de países clave en las nuevas redes comerciales globales.
En este contexto, la visita del vicepresidente estadounidense J.D. Vance durante la crisis debe entenderse como una maniobra geopolítica cuidadosamente calculada. Lejos de buscar una solución equilibrada, la diplomacia norteamericana ha utilizado momentos de tensión como este para reforzar alianzas estratégicas, firmar nuevos acuerdos militares o de inteligencia y consolidar su influencia en zonas de disputa.
El respaldo implícito a la posición de India, incluso sin declaraciones oficiales contundentes, refuerza la narrativa que presenta a Pakistán como un “estado patrocinador del terrorismo”, una simplificación interesada que ignora deliberadamente las complejidades históricas, sociales y geopolíticas del conflicto en Cachemira.
Silencios complices
En este escenario de confrontación geopolítica, el silencio de muchos medios occidentales sobre las provocaciones de la India es también parte del problema. La narrativa predominante en los grandes medios globales reproduce el discurso del “terrorismo islámico” y minimiza las acciones de represión y violencia estatal en la Cachemira ocupada. La propaganda mediática cumple así su función de justificar lo injustificable y de preparar el terreno para una nueva fase de agresión, disfrazada de “respuesta legítima”.
La situación es extremadamente delicada. Las decisiones tomadas por Nueva Delhi no solo violan acuerdos internacionales, sino que empujan a la región a un abismo. El pueblo indio y el pueblo paquistaní, históricamente hermanados en múltiples aspectos culturales, lingüísticos y religiosos, no desean una guerra.
Lo dicen los habitantes de Delhi y de Islamabad entrevistados por la prensa: no hay espacio para una confrontación que solo traerá muerte y destrucción. Pero mientras las élites políticas e intereses foráneos sigan dictando la agenda, el riesgo es cada vez mayor.
El conflicto entre India y Pakistán es, entonces, mucho más que una disputa territorial o un problema de seguridad. Es un reflejo del enfrentamiento global entre dos modelos de mundo: uno unipolar, dominado por la lógica de la imposición, el saqueo y la militarización; y otro multipolar, basado en la cooperación, el respeto soberano y la construcción de rutas alternativas de desarrollo.
Estados Unidos y sus aliados anglosajones han comprendido que la región del sur de Asia es clave en este tablero, y están dispuestos a hacer todo lo posible para desestabilizarla. La visita de Vance, lejos de ser un gesto de apoyo, es una señal clara de intervención.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
Foto de la portada: Alex Brandon / AP