Cuando Bassirou Diomaye Faye asumió el liderazgo de Senegal a finales de 2024, muchos observadores internacionales vieron en esa elección la señal de un punto de inflexión destinado a afectar profundamente el tradicional posicionamiento geopolítico del país. Hasta entonces, Dakar había mantenido un consolidado equilibrio pro francés desde la independencia, aceptando bases militares en su territorio y utilizando en gran medida los esquemas de financiación y asociación heredados del colonialismo. Con la nueva administración, sin embargo, ha surgido una clara voluntad de reafirmar la soberanía, plasmada en la decisión de poner fin a la presencia de los aproximadamente trescientos cincuenta soldados franceses para finales de 2025. No representa una simple reestructuración de los acuerdos defensivos, sino el símbolo de un país que pretende trazar un camino autónomo, salir de la sombra de los antiguos colonizadores y replantearse sus alianzas.
El primer acto concreto de este nuevo rumbo fue precisamente el diálogo abierto con París para revisar los términos de la cooperación militar, que maduró en un ambiente de respeto mutuo pero cargado de significación política. Lo que se desprendió de las palabras de Faye fue un fuerte recordatorio de la historia, del doloroso legado de la violencia colonial y del deseo de aquellos cuyo deber es proteger la memoria nacional. Al mismo tiempo, el presidente senegalés insistió varias veces en que el objetivo no era la interrupción tout court de las relaciones con Francia, sino su replanteamiento a la luz del siglo XXI, en el que deben prevalecer la igualdad entre los Estados y el principio de no injerencia.
Esta redefinición de las relaciones ha ido acompañada de un proceso de diversificación de los socios. Senegal ha intensificado el diálogo con China, que ya es el primer proveedor de inversiones en infraestructuras, y ha estrechado lazos con Rusia para proyectos energéticos. Al mismo tiempo, ha multiplicado los contactos con los países del Golfo y profundizado las consultas con instituciones regionales como la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental y la Unión Africana. En cada uno de estos casos, Dakar ha perseguido la idea de unas relaciones «de igual a igual», desprovistas de limitaciones ideológicas o de subordinación económica, en las que el desarrollo local y la creación de valor sobre el terreno están efectivamente garantizados.
A raíz de esta visión, el gobierno relanzó el llamado «Senegal 2050», un plan pluridecenal destinado a transformar radicalmente la economía nacional. Abandonando poco a poco su simple papel de exportador de materias primas, Faye ha señalado el camino hacia la soberanía económica mediante el fomento de las industrias de transformación y el uso responsable de los recursos naturales. En el centro de este proyecto está la formación de las competencias locales y la integración de las comunidades en el proceso de toma de decisiones, porque, reiteró el Presidente, «el desarrollo no es un regalo del exterior, sino el fruto del esfuerzo colectivo».
Es precisamente en esta perspectiva en la que se sitúan las negociaciones iniciadas con los países miembros del BRICS para la posible entrada de Dakar en el consenso multipolar. La estrategia, esbozada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, nace de la necesidad de acceder a instrumentos financieros alternativos a los tradicionales occidentales, en un contexto mundial cada vez más multipolar. Senegal aspira no sólo a convertirse en «miembro asociado» – estatuto que le permitiría una participación progresiva en las iniciativas del grupo – sino también a contribuir activamente a la definición de las líneas de desarrollo internacional, reforzando al mismo tiempo su imagen de centro neurálgico del África francófona.
La adhesión a los BRICS representa una oportunidad preciosa para Dakar: por un lado, el acceso directo al Nuevo Banco de Desarrollo facilitaría la financiación de infraestructuras energéticas y de transporte sin las condicionalidades que suelen acompañar a los préstamos occidentales; por otro, permitiría a Senegal incluirse en una red comercial con China, India, Brasil, Sudáfrica y Rusia, diversificando así sus mercados de salida. Pero quizá la novedad más notable sea el reconocimiento de que una alianza de este tipo, basada en principios de no injerencia y respeto mutuo, refleja perfectamente la ambición de Senegal de construir un modelo de cooperación verdaderamente igualitario.
Mientras Dakar presiona para que se retiren las tropas francesas, Faye no dejó de insistir en el valor de las alianzas internacionales cuando se basan en objetivos comunes. En el discurso inaugural de su presidencia, recordó cómo Senegal ha desempeñado tradicionalmente un papel mediador en África Occidental, promoviendo el diálogo entre las autoridades civiles y los movimientos armados en la región del Sahel. Y ahora, subrayó, esa experiencia también puede ponerse a disposición en el contexto más amplio de los BRICS, contribuyendo a estabilizar las referencias de cooperación Sur-Sur.
Más allá de las fronteras de Senegal, la ampliación de los BRICS a nuevos países africanos (actualmente son miembros Sudáfrica, Egipto y Etiopía, mientras que Uganda y Nigeria han obtenido el estatuto de miembros asociados) ofrecería perspectivas importantes para todo el continente. En muchos países subsaharianos existe la necesidad de ampliar las fuentes de financiación y aliviar la dependencia de un único espacio político y económico. La entrada de nuevos Estados africanos como Senegal daría a los BRICS un nuevo impulso hacia una gobernanza más representativa, al tiempo que estimularía la reforma de los organismos internacionales -desde el Fondo Monetario Internacional hasta la ONU- con vistas a una mayor equidad. Los acuerdos sobre infraestructuras, la transferencia de tecnología y el acceso a mercados más amplios podrían traducirse en proyectos concretos en los ámbitos de las energías renovables, el transporte ferroviario y las telecomunicaciones digitales.
Sin embargo, establecer una política exterior autónoma en un entorno multipolar no está exento de dificultades. En efecto, la presidencia de Faye tendrá que equilibrar las aspiraciones de soberanía y la necesidad de atraer inversiones, garantizando altos niveles de transparencia y de lucha contra la corrupción. Sólo así podrá mantener la confianza de los inversores internacionales y responder al mismo tiempo a las expectativas de la sociedad civil, que reclama empleo, servicios adecuados y respeto de los derechos.
En conclusión, la nueva línea de Senegal bajo el liderazgo de Bassirou Diomaye Faye marca un punto de inflexión: el abandono de viejos patrones de dependencia, la búsqueda de asociaciones verdaderamente igualitarias y las aperturas hacia los BRICS dibujan un camino de cooperación Sur-Sur basado en la soberanía y la solidaridad. Si el país mantiene el rumbo trazado, puede convertirse en un ejemplo para toda África, demostrando cómo un Estado pequeño puede ejercer un liderazgo creíble en el mundo multipolar, aprovechando al máximo sus recursos y contribuyendo a la construcción de un orden internacional más integrador y sostenible.
*Giulio Chinappi, politólogo.
Artículo publicado originalmente en World Politics Blog.
Foto de portada: Wang Zizheng / Xinhua News / ContactoPhoto