Imperialismo

La Revolución Cubana, víctima de su éxito

Por Atilio Borón*- Si Washington mantiene el bloqueo es porque sabe muy bien que sin él la economía cubana florecería como en ningún otro país de la región, y eso sería un pésimo ejemplo para el resto del mundo.

Cuba es víctima de su propio éxito. Un logro de formidable envergadura pero que la opinión “bienpensante” insiste en caracterizar como un fenomenal fracaso. Algunos lo hacen por ignorancia, repitiendo el mensaje que le bajan los medios dominantes y sus “opinólogos” a partir de un guión que en sus líneas generales fue elaborado en Estados Unidos desde los primeros meses del triunfo de la Revolución.

Pero en la mayoría de los casos este mensaje es emitido por una nutrida caterva de mercenarios de la guerra comunicacional que saben que están mintiendo, pero la generosa recompensa que les prodiga el Imperio logra acallar sus dudas y volcarse con frenesí a la difamación y la mentira en contra de los enemigos que puntualmente Washington les señala.

Dije éxito, intencionalmente, porque de qué otro modo podríamos calificar el desempeño de un pequeño país que pese a ser víctima del bloqueo más prolongado e integral de la historia de la humanidad, se las ha ingeniado, gracias a su revolución, en producir indicadores sociales admirables.

Tomemos, sin ir más lejos, el combate a la pandemia del Covid-19 y observemos el comportamiento de un indicador clave: el número de muertes por millón de habitantes. Pese a las criminales restricciones que impone el bloqueo recargado por Donald Trump y mantenido por Joe Biden, la tasa de letalidad por millón de habitantes en Cuba es, al día de hoy, igual a 195/millón. En Brasil es 2.555, en Argentina 2.259; Bélgica 2.166; Estados Unidos, el verdugo del pueblo cubano, tiene una tasa de 1.881, siempre por millón de habitantes; Chile, 1.808; Uruguay, 1.696 y Suecia 1.438. En pocas palabras: el “régimen” cubano (como se lo nombra para descalificarlo) tiene una tasa de cuidado de su población casi diez veces superior a la de la ejemplar “democracia” estadounidense y unas siete veces más efectiva que la de la tan admirada “democracia” sueca.

Dado que la protección de la ciudadanía es un rasgo esencial de la democracia mientras que la existencia de un sistema multipartidario no lo es (recordemos que en la dictadura brasileña “funcionaban” al menos dos partidos políticos, y que bajo los regímenes de Anastasio Somoza y Alfredo Stroessner había inclusive más), con elecciones periódicas y todos los rasgos que el saber convencional de la ciencia política considera consustanciales con la democracia, la conclusión a la que podemos llegar es que desde este punto de vista, el cuidado de la población, la Cuba revolucionaria es mucho más democrática que cualquiera de los países arriba nombrados.

Eso sería todo, ¿sus éxitos en materia de combate al Covid-19? No, de ninguna manera. La salud como derecho ciudadano alcanza niveles formidables en Cuba, mientras que en Estados Unidos (el país agresor), aquella es una mercancía más, accesible a quien pueda pagarla. Quien tiene dinero accede a la salud, los demás deben rezar al buen Dios para que los libre de todo mal.

Un indicador sensible de los muchos que podrían utilizarse para graficar el desempeño de Cuba en materia de salud es la tasa de mortalidad infantil: mientras que ésta es de 4 por mil nacidos vivos en la mayor de las Antillas, en Estados Unidos, para su deshonra, es de 6 por mil nacidos vivos, según informa el Banco Mundial. En Colombia, cuyo gobierno se ufana (para su desgracia) de haber convertido a ese país en “la Israel de América Latina” y sobre el cual llueven los elogios de Mario Vargas Llosa, el guarismo se empina a un criminal 12 por mil nacidos vivos.

Como si lo anterior no fuera suficiente, Cuba es el único país de Latinoamérica y el Caribe que ha logrado la autosuficiencia vacunal, no con una sino con dos vacunas ya en uso y tres más a punto de ser aprobadas. Países con mucha más población y economías mucho más grandes (Brasil, México, Argentina, por ejemplo) muestran una lastimosa dependencia en este rubro pese a que ninguno de ellos sufre de un bloqueo como el que oprime a cubanas y cubanos.

Agréguese a lo anterior que la Revolución Cubana exhibe una tasa de alfabetización del 99.8 por ciento en la población de 15 años o más contra el 99.0 por ciento de Estados Unidos; una competencia reñida, pero en la cual Cuba se lleva los lauros. Y que el acceso a la cultura, en todas sus manifestaciones, es uno de los grandes logros de la revolución cubana, evidenciada en la calidad universal de sus músicos, sus artistas plásticos, pintores, literatos, etcétera.

Y de la mano de esta preocupación por socializar no sólo la economía sino también la cultura viene la democratización del acceso al deporte. Siendo en términos demográficos un país pequeño, es el primero de Latinoamérica y el Caribe a la hora de computar las medallas obtenidas en los Juegos Olímpicos: con 226 medallas en total, 78 de las cuales doradas, aventaja no sólo a todos los demás países de la región sino a otros como Canadá, España, Dinamarca, Turquía y muy holgadamente a Brasil, México y Argentina. Y si observamos el medallero de los Juegos Panamericanos, detrás del Goliat norteamericano, que lo encabeza con 2066 medallas doradas, inmediatamente atrás viene Cuba con 908, Canadá con 491, Brasil 383, Argentina 327 y México 258.

Va de suyo que estos logros no ocultan los problemas que aquejan a la economía cubana. Fidel permanentemente recordaba que la Cuba socialista era una economía subdesarrollada, dependiente y altamente vulnerable, más que cualquiera otra de la región a causa del bloqueo genocida al cual se ve sometida. Y si bien sería un error atribuirle al bloqueo la totalidad de las dificultades económicas cubanas, pues hay muchas que son endógenas –por ejemplo, la demorada actualización del modelo económico y un exceso de burocratismo en la gestión macroeconómica- no puede haber la menor duda que estos problemas fueron potenciados hasta lo indecible a causa de los efectos devastadores de un bloqueo que se extiende por sesenta años. Cualquier análisis de la economía cubana que soslaye este dato fundamental jamás podrá aportar una explicación convincente de sus problemas y debe ser considerado como una grosera pieza propagandística.

Conclusión: si el imperio creyera realmente lo que dicen sus voceros, debería levantar el bloqueo inmediatamente para que salte a la vista que los problemas de la economía cubana se deben a la irracionalidad del socialismo y a la ineptitud del gobierno revolucionario, haciendo que la población se rebele en contra de las autoridades y provoque su derrocamiento. Pero ellos saben que esto no es así, y por eso persisten con el bloqueo. Si no, ¿para qué concitar el periódico repudio universal en contra de una política genocida que en los últimos 29 años fue repudiada casi por absoluta unanimidad en la Asamblea General de las Naciones Unidas?

Si Washington mantiene el bloqueo es porque sabe muy bien que sin él la economía cubana florecería como en ningún otro país de la región, y eso sería un pésimo ejemplo para el resto del mundo. Sería la corroboración empírica de la superioridad de una economía socialista sobre la capitalista, y eso es un tema tabú para la derecha y los imperialistas. De ahí la enfermiza obsesión de todos los gobiernos, desde 1959 hasta hoy, por mantener el bloqueo.

*Atilio Borón es sociólogo, politólogo, catedrático y escritor argentino. Doctorado en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Es Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e investigador adscripto al IEALC de dicha facultad.

Este artículo fue publicado por Cuba Debate.

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