Multipolaridad Nuestra América

«La Profecía del Comandante Chávez y la Irreversible Mulipolaridad»

Por Omar Hassaan Fariñas* Especial para PIA Global
Occidente Imponiendo una Unipolaridad en un Mundo Irreversiblemente Multipolar

El Congreso de Viena fue uno de los procesos diplomáticos más importantes de la historia de las relaciones internacionales, sin duda alguna. Luego del derrocamiento del Emperador francés en Leipzig en 1813 y finalmente en Paris en marzo de 1814, las “cuatro grandes potencias” (Inglaterra, Prusia, Rusia y Austria) negociaron con la Francia Borbónica el futuro del continente europeo y lograron mantener un sistema de equilibrio geopolítico que se extendió – de una manera u otra – desde 1815 y hasta 1914, casi un siglo completo. Sin duda alguna, las negociaciones y los acuerdos del Congreso de Viena y el llamado “Concierto de Europa” después, son los orígenes del sistema de las Naciones Unidas de la actualidad, y el multilateralismo internacional que caracteriza el sistema internacional de la pos-guerra (Segunda Guerra Mundial).

El problema con las concepciones tradicionales sobre el Congreso de Viena es que, a raíz de su inmensa importancia histórica e institucional para el sistema internacional, se nos olvida lo tan geográficamente (y, por ende, socioculturalmente) localizado que fue este. Si observamos los libros sobre el tema, o los documentales que se producen al respecto, podemos discernir que, en la mayoría de las narrativas, el congreso y el concierto son “sinónimos” del sistema internacional de entonces, lo cual naturalmente conlleva al surgimiento de críticas y acusaciones de “eurocentrismo”, “mentalidad colonial” y “colonialidad de los saberes”, acusaciones que estarían bastante acertadas. En 1815, Nuestramérica estaba luchando muy exitosamente contra el Imperio Castellano, Estados Unidos había recientemente finalizado una guerra no muy exitosa contra sus primos anglosajones, el Imperio Otomano se encontraba entre reformas y rebeliones nacionalistas, mientras que las grandes potencias asiáticas – India y China – vivían sus propias realidades políticas y diplomáticas, lejos del llamado congreso. 

Aunque existían como potencias regionales, los Estados, imperios y monarquías del Mundo no-Occidental durante los Siglos XVII, XVIII y XIX, estos no representaban un desafío existencial para las emergentes potencias europeas. La Gran Guerra Turca (1683 – 1699) inició el largo periodo de declive otomano, y aunque esta potencia de origen centroasiático continuó su relevancia en los asuntos europeos hasta 1922, ya después de 1699 no representó un gran desafío para las principales potencias europeas. Potencias asiáticas como la India (Britsh Raj) y la China (las Guerras del Opio) ya estaban bajo el yugo de una potencia europea tras otra, hasta que Gran Bretaña logró consolidar su dominio sobre la Asia Oriental, y de todas estas, ninguna logró desafiar a una potencia europea hasta la victoria japonesa contra los rusos a comienzos del Siglo XX (Batalla de Tsushima, 1905).

La batalla de Tsushima./ Mary Evans Picture Library/Global Look Press

A principios del siglo XV, China tenía los mejores barcos del mundo, y su almirante Zheng He dirigió cientos de ellos (incluidos los veleros de madera más grandes jamás construidos) hasta el este de África, la Meca y probablemente la costa norte de Australia. Los chinos, sin embargo, se dieron cuenta rápidamente de que la geografía hacía que estos viajes no fueran rentables, por lo menos para ellos. Para entonces, como es el caso en la actualidad del Siglo XXI, los mercados de la Asia Oriental eran los más importantes del mundo, por lo cual existían pocos incentivos para que los chinos navegaran a Europa, y aún menos aventurar en las aguas peligrosas del Pacífico. En la década de 1430, se interrumpieron los viajes chinos de larga distancia.

No obstante, para los europeos del siglo XV, la geografía creó una serie de incentivos completamente opuestos a los que tenían los chinos. Los europeos también reconocieron que los mercados asiáticos eran los más ricos del mundo y, habiendo aprendido de los árabes cómo construir barcos que pudieran cruzar océanos – junto a las habilidades de navegar – comenzaron a buscar nuevas formas alternativas de viajar hacia el Oriente, sin pasar por las rutas bajo el dominio musulmán. Inicialmente, los italianos (en mejor posición para aprender de los árabes en el Mediterráneo) abrieron el camino, pero los navegantes portugueses y españoles (con territorios accesibles al Atlántico) los desplazaron rápidamente. Claro, el factor tecnológico siempre fue decisivo: la tecnología nacía en Oriente, pero a través de la estagnación y la falta de incentivos para innovar, esta se fue trasladando hacia Occidente, en donde fue prosperando.

Al igual que los barcos y la tecnología para navegar, las armas de fuego nacen en la China, pero solamente en Europa – y en el Imperio Otomano – es que cobran relevancia y se transforman en el instrumento principal de conquista y sometimiento. En la década de 1490, cuando Vasco da Gama llegó a la India, las armas de fuego y los barcos europeos eran los mejores del mundo. Naturalmente, existen otros ejemplos de innovaciones tecnológicas, pero por lo general, estas siguen el mismo patrón: nacen en el Oriente, pero son transformadas por el Mundo Occidental.

Los portugueses, los castellanos y los venecianos fueron los primeros europeos en dominar el sistema transatlántico y mediterráneo. Luego, podemos observar el auge de potencias más al norte de Europa, como los holandeses, los franceses (primeramente, con el Rey Sol, luego con el oficial de artillería de origen corso), los prusianos (primeramente, con Federico el Grande, luego con El Canciller de Hiero, y finalmente con el fracasado pintor austríaco) y los británicos, por lo menos hasta que los alemanes pusieron fin a su hegemonía durante la segunda Guerra Mundial. Los únicos verdaderos triunfadores de esa devastadora guerra mundial – la Unión Soviética y Estados Unidos – crearon un sistema supuestamente “bipolar” en el cual se enfrentaron entre ellos mismos por cuarenta años en una rivalidad geopolítica que se identifica como una “Guerra Fría”, a raíz de que se materializó a como múltiples enfrentamientos bélicos indirectos, siempre a través de terceros. 

Lo importante es que, desde el Siglo XVI, y con ciertas notables excepciones pero que no forman tendencias de largo plazo, la “hegemonía” política, económica y militar en el sistema internacional se fue desplazando de una potencia Occidental a otra. El imperio otomano obtuvo ciertas victorias, sin duda alguna, durante este medio milenio de historia internacional, y ciertos países orientales evitaron caer bajo el dominio directo de los Occidentales (como Irán, por ejemplo). No obstante, el dominio sobre las rutas marítimas, el comercio y sobre todo la capacidad más efectiva para hacer guerra, pasaba de una potencia europea a otra, quedando firmemente en las manos de los británicos, desde las victorias de Trafalgar (1805) y Waterloo (1815), y hasta la huida de los británicos y los franceses de Dunkirk (1940).

La victoria de Nelson en Trafalgar terminó con la amenaza de una invasión francesa y garantizó el dominio británico de los mares durante los 100 años siguientes.

Existe, interesantemente, una excepción a esta gran tendencia de “longue durée”: el doble auge del imperio del Sol Naciente. Japón nunca fue una potencia Occidental, y su primer auge desde 1868 (la Restauración Meiyi) fue a través de la apropiación de la modernidad europea, pero aplicando sus propias concepciones de esta, y asumiendo todos los sacrificios nacionales que este proceso implicó. La victoria contra la Rusia zarista en 1805 representa la primera victoria de una potencia no-europea contra una de ese continente, desde quizás siglos (aquí no se cuentan las victorias otomanas). Igualmente representa la victoria del modelo guerrerista japonés de la Restauración Meiyi.

Luego de la catastrófica derrota del Imperio del Sol Naciente por parte de los estadounidenses – y solo estos, ya que sus socios europeos no derrotaron a nadie en el Pacífico – la potencia asiática renace de las cenizas de las bombas nucleares y se transforma en una potencia económica global, pero con la distintiva característica de obtener ese crecimiento económico, solamente dentro del contexto de una incuestionable hegemonía estadounidense, y como podemos ver de la postura de Tokio sobre el conflicto en Ucrania (enero – abril 2022), la potencia asiática aún actúa bajo el “paraguas” del poder estadounidense, como siempre lo ha realizado después de 1945.

Lo importante es que a pesar de estas excepciones (y quizás otras que al igual no cambian la tendencia general), el “manto” de la hegemonía internacional ha pasado de una potencia Occidental a otra. Cuando empleo la palabra “hegemonía”, me refiero a la capacidad de determinar las “reglas” de un sistema regional o internacional, y a la vez ser el único actor que viole estas, cuando le conviene. También nos referimos a la potencia que puede ejercer dominio sobre la producción, la distribución de recursos y el dominio de las arterias del comercio global, sean estas terrestres, marítimas o financieras. Obviamente esto incluye el desarrollo de nuevas tecnologías que otorgan ventajas estratégicas. No todas las potencias europeas, durante el auge de su poder imperial, poseían todos los atributos que acabamos de señalar, y el cenit del poder de unas solapaban con el auge del poder de otras (Francia y Gran Bretaña, Holanda y Gran Bretaña, Gran Bretaña y la Alemania unida, etc.).

La transferencia del “manto hegemónico” entre Gran Bretaña y sus primos al otro lado del Atlántico, fue la primera vez en la cual la hegemonía “salió” del sistema europeo – en un sentido netamente territorial/geográfico – aunque quedó firmemente dentro del sistema Occidental. La hegemonía estadounidense dentro del sistema Atlántico y Occidental es la razón por la cual la ciudad de Londres se mantuvo como un centro financiero global, a pesar de su declive como potencia global. La creación de la Unión Europea contrarrestó – por un tiempo – la hegemonía estadounidense, pero esto no ofreció un verdadero desafío para Estados Unidos, a raíz de que no es una entidad sólidamente coherente, su proyección de poder sigue siendo una expresión directa de sus partes (particularmente su parte “alemana”), y no una totalidad que es más que la suma de estas. En pocas palabras, el poder de la Unión Europea es el poder de Alemania, y Alemania no busca desafiar a Estados Unidos – por lo menos por el momento. Esto, a pesar de las pocas y esporádicas posturas independientes que tuvo la Señora Ángela Merkel durante el ejercicio de su mandato.

Entonces, ¿Qué hace de nuestro momento histórico actual una etapa muy particular y excepcional de la historia moderna? Simplemente, que el “manto” de la hegemonía se está desplazando lenta pero seguramente hacía las dos potencias demográficas más grandes del mundo: China e India. Por primera vez en siglos, la capacidad de rehacer el sistema internacional en base a sus reglas y no las de otros, y la capacidad de violar estas mismas reglas mientras se obliga a todos los demás a seguirlas, se está desplazando hacia el Este, hacía los dos gigantes asiáticos: El País del Medio (o del Centro), y Baharata. El monopolio del Mundo Occidental sobre la hegemonía en el sistema internacional está a punto de llegar a su fin, aparentemente.

Los jefes de estado de la OCS, los jefes de estados y gobiernos observadores y los jefes de delegación de organizaciones internacionales durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Ufa, Rusia, el 10 de julio de 2015. (RIA Novosti vía Reuters)

Para el Mundo Occidental, ya no se trata de un desplazamiento de la hegemonía dentro de su propio “equipo” como ha sido el caso durante el pasado medio milenio – sino que el desplazamiento pudiera dirigirse hacia otros equipos, y ya no serán ellos precisamente quienes dictarán las nuevas reglas. Este desplazamiento de la hegemonía fuera del Mundo Occidental, el cual se está materializando sin claridad sobre el liderazgo en el nuevo sistema, implica que la bipolaridad del Siglo XX y la supuesta y soñada unipolaridad del periodo pos-Guerra Fría – incluso hasta una supuesta “tripolaridad” – ya no reflejan la realidad internacional. El orden que se avecina se encuentra indudablemente caracterizado por una multiplicidad de polos. Y justo este tema de cuántos “polos” poseerá el emergente sistema internacional, es el que define los enfrentamientos más agudos e importantes de la geopolítica global, durante la tercera década del Siglo XXI. 

El 12 de agosto de 1998, en una conferencia desde el Palacio de las Academias en la ciudad de Caracas, el entonces candidato presidencial del llamado “Polo Patriótico”, Hugo Chávez Frías, proclamó lo siguiente: “El mundo del Siglo XXI que ya se asoma sobre el horizonte, no será bipolar, tampoco unipolar, gracias a Dios, será multipolar”. Pocos le prestaron atención, quizás por el contexto del momento en el cual el Comandante realizó su proclamación.

Ahora bien, ¿Cuál fue el contexto histórico de la proclamación chavista de 1998? Estados Unidos estaba impulsando una guerra en Kosovo (en la cual finalmente intervino militarmente, sin quejas algunas de la llamada “comunidad internacional”), y a la vez estaba preparando el terreno para la futura invasión estadounidense del país mesopotámico en el año 2003, con las intervenciones de la agencia nuclear de la ONU en Irak.

En ese mismo contexto, el Señor Paul Wolfowitz – analista militar del Departamento de Defensa de Estados Unidos bajo Ronald Reagan – formuló una nueva política exterior con respecto a Irak y otros «potenciales Estados agresores», en la cual se descartaba la estrategia de «contención» a favor de una de «prevención» (ataque anticipado), con el objetivo de golpear primero para eliminar las “amenazas”, reales o ficticias. Esta “doctrina” era novedosa, quizás por su carácter profundamente belicista y agresivo. En diciembre de 1998, El presidente William Jefferson Clinton ordenó ataques aéreos contra Irak (sin un mandato de la ONU) después de que el gobierno de Saddam Hussein se negó a cooperar con los inspectores de armas de las Naciones Unidas, luego de una “ley” estadounidense que apoyaría a grupos opositores iraquíes para implementar un programa de “regime change” en el país mesopotámico.

La campaña de bombardeos de cuatro días de Estados Unidos y Gran Bretaña, dejó miles de muertos en todo el país árabe. El día antes de que inicie la masacre de los iraquíes, la Cámara de Representantes estadounidense, liderada para entonces por los Republicanos, emitió un informe acusando al Señor William Clinton de cometer “crímenes graves y delitos menores”, relacionados con el escándalo sexual de la Señora Mónica Lewinsky. En sus esfuerzos para enfocar la atención de los medios en el tema iraquí y lejos del llamado “impeachment”, el gobierno del Señor Clinton informó que el objetivo de la misión era «degradar» la capacidad de Irak para fabricar y utilizar “armas de destrucción masiva”, justo las mismas que nunca fueron encontradas después del año 2003.

Durante los años 1998 y 1999, Estados Unidos realizaba todo esto y mucho más, con toda la impunidad que ese país deseaba exhibir, sin que se escuche objeciones reales, salvo las de las propias víctimas que estaban a punto de aniquilar (Irak, Serbia, etc.). Podemos decir que el año 1998, en términos generales, se visualizaba lo siguiente: Estados Unidos puede hacer lo que quiera, y adonde quiera, mientras que los europeos, las Naciones Unidas, la supuesta “comunidad internacional”, Rusia (la de Boris Yeltsin), China e India no ofrecen objeciones efectivas, no declaran sanciones, no hablan del derecho internacional, no denuncian las agresiones, no elaboran campañas para ayudar a la victima de la agresión, no denuncian “genocidios” y “crímenes de guerra”, no castigan a todos los connacionales de un solo país por las acciones de su gobierno, etc.

Efectivamente, el único líder de un país que denunció – con fotos – las masacres de los estadounidenses en Afganistán (en octubre de 2001, hace más de dos décadas), fue el mismo profeta de la multipolaridad: Hugo Chávez Frías. Nada extraño que el año siguiente, el líder venezolano sufriría el primer golpe de Estado, de autoría intelectual estadounidense.

Entonces, ¿de qué estaba hablando el Comandante Chávez, en ese día profético de agosto de 1998? El líder suramericano no se refería a su propio mundo, el que parecía ser “unipolar”, en donde los enemigos más poderosos del gobierno estadounidense eran los adversarios republicanos del Presidente en el Congreso, y sus acciones pocas prudentes con una pasante de la Casa Blanca. En vez, se refería a un mundo que se avecinaba desde entonces, un mundo que estaba por nacer, que él podía percibir pero que aún no había llegado. Se refería a nuestro mundo actual, el mundo indiscutible multipolar del 2022. No era una “afirmación del presente” del año 1998, como tantos ignorantes pretendieron alegar para burlarse y reírse del Comandante, sino una predicción del futuro no muy lejano. Definitivamente, fue el Comandante quien se quedó con la última carcajada. Aún después de su siembra, el líder Bolivariano sigue siendo una pesadilla para los apologistas de la unipolaridad.

En la actualidad, Estados Unidos se enfrenta en el ámbito internacional a su verdadero enemigo principal: La República Popular China. Este enfrentamiento es principalmente económico y financiero, de “penetración de mercados” y de presencia como inversionista y potencia económica en múltiples partes del mundo, simultáneamente. Como el ámbito económico y el desarrollo tecnológico es la verdadera fortaleza del gigante chino, Estados Unidos se encuentra desesperadamente tratando de “migrar” su enfrentamiento con China, desde lo económico y hacia lo bélico y militar, o por lo menos en lo diplomático y lo multilateral, con la finalidad de “llevar el enemigo a su terreno de ventaja”.

Para estos efectos, se crean crisis tras crisis, las cuales son estimuladas por Estados Unidos en base a la táctica de “tira la piedra y esconde la mano”: se actúa agresivamente, se amenaza con inestabilidad y así se “tira la primera piedra”, se espera la respuesta lógica que daría cualquier persona o entidad agredida, para luego catalogar a la víctima como el único “agresor”, empleando para estos fines, uno de los poderes más desarrollados que posee Estados Unidos: la difusión de sus narrativas, a través de sus medios de comunicación e información. No obstante, el conflicto geopolítico global actual es, definitivamente, entre una potencia económica en descenso, y otra en ascenso.

Como el poder militar estadounidense es supremo en el sistema internacional – es la potencia bélica más grande de la historia de la humanidad, por lo menos en el sentido de cantidad de armamientos y gastos militares – China no puede enfrentarse sola a una potencia que, a la vez de su inmenso poder bélico, aún posee el control sobre muchas instituciones internacionales y el flujo del poder financiero global, como también la capacidad de imponer las narrativas. Por eso, Pekín desarrolló una fuerte alianza con Moscú, aunque en realidad, esta no posee una visión conjunta de coordinación para el desarrollo de largo alcance, sino que simplemente comparte la necesidad de impedir los esfuerzos de revertir la condición natural de multipolaridad en el sistema internacional, hacia la imposición de una unipolaridad.

A esta altura del conflicto, nos encontramos en la etapa de los intentos estadounidenses y de sus aliados (sean estos voluntarios o involuntarios) de destruir la Alianza Moscú/Pekín. Esta alianza ya posee varios años en formación, pero su definitiva consolidación se dio durante el encuentro entre los Presidentes Putin y Jinping en el marco de las olimpiadas de invierno en Pekín (2022), cuando ambos emitieron el documento denominado “Declaración Conjunta de la Federación de Rusia y la República Popular China sobre las Relaciones Internacionales Entrando en una Nueva Era y el Desarrollo Sostenible Global”, del 4 de febrero de 2022. Este documento es tan estratégicamente importante para las Relaciones Internacionales, como fueron (y siguen siendo) los tratados que crearon la OTAN y el Pacto de Varsovia, solo que la maquinaria ideológica occidental no permite que se vea de esta manera, por razones netamente ideológicas y estratégicas.

Para Estados Unidos, separar a estos dos (Moscú y Pekín) “por las buenas” no funcionó, y ninguna de las partes ha deseado hasta el momento abandonar su relación con la otra, a cambio de ciertos “incentivos” efímeros y de muy corto plazo que pretendía ofrecer Estados Unidos. Por lo cual, no le quedó otra opción a Washington que destruir el socio “junior” de la alianza, el cual, a pesar de su “tamaño” reducido (en un sentido económico) como potencia global en relación con potencias como Estados Unidos y China, sigue siendo profundamente peligroso a raíz del liderazgo político y diplomático que posee, la industria bélica y tecnológica avanzada (en ciertas áreas) que heredó de la Unión Soviética, y los ingresos de su masiva producción energética.

Con la esperada destrucción del socio minoritario de la Alianza Moscú/Pekín, Estados Unidos pudiera dedicarse con más “facilidad” a la destrucción de Pekín, o por lo menos reducirla a un obediente y dócil gigante económico, como lo es (¿o lo fue?) el Imperio del Sol Naciente. Justo en este momento histórico, es que se están llevando las operaciones necesarias para desangrar al socio minoritario de la antes indicada alianza euroasiática, en una serie de batallas que se están dando sobre el territorio de Ucrania, y, mucho más importante, en el ámbito económico, comunicacional y multilateral internacional.

Mucho de este plan estadounidense depende decisivamente de cómo se acepte – universalmente y más allá del propio mundo occidental – las narrativas norteamericanas. De acuerdo con estas narrativas, la reacción internacional a la “no-provocada” invasión rusa de Ucrania repercutiría mucho más allá de la crisis actual. La respuesta concertada a las acciones rusas podría consolidar una alianza global que una a las democracias contra Rusia y China y, por lo tanto, asegure el liderazgo estadounidense del llamado “mundo libre” para la próxima generación. Desde este punto de vista, la guerra de Rusia en Ucrania podría ser un episodio fundamental en una lucha entre las “autocracias” y las “democracias”.

Escarmentadas por la flagrante violación de las normas por parte del Presidente Putin, las democracias se unirían en una vigorosa reafirmación del orden internacional liberal, y lucharían para someter a las autocracias (las cuales específicamente son China y Rusia, como otras secundarias pero aún malignas como Irán, Venezuela, Cuba, etc.). Esta visión utópica de una lucha titánica entre el bien y el mal se puede encontrar en el artículo titulado “¿El Regreso de la Pax Americana? La Guerra de Putin está Fortaleciendo la Alianza Democrática”, escrito por los estadounidenses Michael Beckley y Hal Brands, para Foreign Affairs, en marzo de 2022.

Simultáneamente, como se le fue preparando el terreno a Rusia en Ucrania a lo largo del 2021 (y años antes), se le está preparando – igualmente desde hace ya unos cuantos años – el mismo terreno a China, pero en Taiwán, como también en el Mar de la China Meridional, por si acaso lo de Taiwán no prospera como “anzuelo” para “arrastrar” a China a un escenario tipo “Ucrania”. Pronto, escucharemos cómo la China es un monstro maligno que causa la guerra, el sufrimiento y la violación de los derechos humanos sin “provocación” alguna, y serán los mismos actores de este momento, quienes saldrán a “sanar” las heridas creadas por ese monstro en un dado escenario u otro (el “cual” de este asunto no importa, lo único que importa es el “cuándo”), exigiéndosele al resto del mundo que se decida: o estas con los “monstros”, o con la “civilización”. Es flagrante la ausencia total de creatividad, por parte de las narrativas occidentales, pues suelen repetirse infinitamente las mismas dicotomías, cliché y simplificaciones.

Lo importante de todo esto no son los detalles de la actual batalla ucraniana de este enfrentamiento geopolítico mundial entre Estados Unidos y la Alianza Pekín/Moscú, sino las acciones y las posturas de los otros actores internacionales. Estados Unidos organizó una coalición contra Irak con el fin de invadirla en 1990, pero solo logró estrangular lentamente el país árabe hasta su invasión final en el 2003. Estados Unidos decidió intervenir sangrientamente en la antigua Yugoslavia, y nadie realmente objetó, más allá de las miserables y patéticas quejas del Señor Boris Yeltsin. Luego decidió invadir a Irak sin mandato de las Naciones Unidas, y más allá de las protestas en las calles y ciertas maniobras inútiles por parte de Gerhard Schröder y Jacques Chirac, Estados Unidos procedió a invadir y destruir por completo un país sin justificación alguna, y prácticamente sin resistencia o denuncia de nadie, fuera de Irak mismo.

En el 2022, Estados Unidos solicita la obediencia de la OTAN, y a pesar de los esfuerzos tímidos de Emmanuel Macron (y los aún más ocultos de Olaf Scholz) para evitar una guerra en Europa que solamente beneficia a los intereses geopolíticos de Estados Unidos, los miembros de la OTAN (salvo Turquía, obviamente) han demostrado dedicación y disciplina a Washington, por lo menos en lo público y en lo mediático. No obstante, los alemanes no se cansan de declarar día tras día que, sin el gas y el petrolero ruso, el país teutónico se paralizaría (Christian Lindner dice que los alemanes están más “pobres” ahora, producto de las sanciones contra Moscú, las cuales elevaron el precio de los productos energéticos).

Recientemente (05 de abril de 2022), el Señor Josep Borrell – el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad – utilizó la negativa del primer ministro húngaro, Viktor Orban, para justificar la imposibilidad de una prohibición total europea de importación de hidrocarburos desde la Federación de Rusia. Borrell también señaló la difícil situación en la que se encuentra la Unión Europea, pues, por un lado, la Unión quiere ayudar a Ucrania, pero por el otro, no quiere intervenir en el conflicto y provocar una escalada, argumentando que la Unión no es, técnicamente, una alianza militar

Japón y Corea del Sur, atentos al peligro que representa una China hegemónica y la necesidad que poseen de contar con el “apoyo” estadounidense cuando lo sea necesario, igualmente se sumaron a las exigencias estadounidenses, aunque aparentemente no de manera completa, ya que Japón no tiene intención (por ahora) de retirarse de sus proyectos de petróleo y gas natural en Rusia, de acuerdo con su ministro de economía, Hagiuda Koichi.

Pero más allá del ámbito “occidental” y de sus pocos aliados (Japón y Corea), la “disciplina” internacional con Estados Unidos ha sido bastante débil. Aunque pocos han salido a apoyar abiertamente la invasión rusa de Ucrania, igualmente pocos se han sumado a la campaña de “sancionar” a Rusia en nombre de las exigencias estadounidenses. Y justo este es el punto que deseamos establecer aquí. China, obviamente, no se va a sumar a una campaña que tiene como propósito regresar a Rusia a los “buenos tiempos” de Boris Yeltsin, ya que eso debilitaría la Alianza Moscú/Pekín, y, por consecuencia, ella misma será la próxima víctima de lo que Rusia está viviendo hoy en día.

Lo más interesante del tema es que India igualmente no se sumó a las ordenes estadounidenses, y Pakistán tampoco, país en el cual su Primer Ministro – Imran Khan – se enfrenta a su destitución por presiones estadounidenses. El departamento de Estado llegó al nivel sin precedencia de amenazar a Pakistán si Khan es reelecto, lo que demuestra la “afinidad” por la democracia que posee Washington, cuando esta no funciona en base a sus intereses.

Mientras que Estados Unidos criticaba abiertamente a India por no sancionar a Rusia, Sergei Lavrov discutía tranquilamente en una visita oficial a Nueva Delhi un acuerdo comercial entre rupias y rublos con Rusia, socavando así las medidas coercitivas occidentales. Al mismo tiempo, Pekín reiteró que su relación con Moscú “no tiene límites”. Pocos días antes, el canciller chino ya había visitado a Nueva Delhi para mejorar las relaciones con la otra gran potencia asiática. El Señor Biden habla de cómo las acciones bélicas del Presidente Putin unieron a los miembros de la OTAN, pero dejó de decir cómo sus acciones unieron los criterios de potencias que han sido históricamente imposibles de reconciliar: Pakistán, China e India. Por eso el ex diplomático británico Alastair Crooke señala lo siguiente en su artículo de “Strategic Culture” del 5 de abril de 2022: “Hoy en día, mientras que Europa y Estados Unidos nunca han estado más estrechamente alineados, «Occidente», paradójicamente, nunca ha estado más solo.”

Mientras tanto, los países de la OPEP optaron por mantener un acuerdo con Rusia en lugar de cumplir con las exigencias de Estados Unidos para aumentar la producción y así bajar los precios. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, miembros clave de ese grupo, han señalado su apoyo indirecto a Rusia en los últimos días. Los países productores de petróleo, después de sufrir años de la estrategia estadounidense del “fracking” que desde el 2014 ha arruinado a tantos países exportadores de hidrocarburos, ahora no están dispuestos a salvar a Estados Unidos y sus aliados más allegados (los países anglosajones: Gran Bretaña, Australia, Canadá, y otros de lealtad absoluta a los anglosajones). Los países árabes, ni sancionaron a Rusia, ni ayudaron con la crisis energética que los mismos estadounidenses crearon, en primer lugar.

La situación energética ha llegado a tal nivel crítico que se espera que la administración del Señor Biden libere un millón de barriles diarios durante seis meses, lo que resultará en una liberación total de alrededor de 180 millones de barriles. Aunque esta liberación será la mayor liberación de petróleo en los 46 años de historia de la reserva estratégica de petróleo de Estados Unidos, en términos estructurales solo equivale aproximadamente al 1 % del consumo mundial diario y al 5 % del consumo diario estadounidense. Adicionalmente, la Declaración de Islamabad (Pakistán) emitida el 23 de marzo de 2022, tras la 45ª reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de los cincuenta y siete miembros de la Organización de la Conferencia Islámica se negó a respaldar las sanciones contra Rusia, ni tampoco condenó al país euroasiático.

El continente africano, en su totalidad, se quedó muy lejos de las exigencias estadounidenses, valorizando la inmensa presencia china en el desarrollo de su infraestructura, por encima de las exigencias de Washington. Si los mismos países europeos están preocupados por los “efectos boomerang” de las medidas coercitivas unilaterales contra Rusia, mucho más lo están los países africanos y asiáticos, muchos de los cuales no consideran que la lucha entre Estados Unidos y Rusia es su lucha. El actual Presidente de Uganda, Yoweri Museveni, ha señalado recientemente las intervenciones de Estados Unidos en Afganistán, Irak y Libia para justificar su rechazo a criticar a Rusia. Para Museveni, “la guerra de Rusia contra Ucrania debe verse en el contexto de que Moscú es el «centro de gravedad» de Europa del Este”.

A medida que se intensifica la guerra en Ucrania, los líderes del partido gobernante de Sudáfrica – el “Congreso Nacional Africano” – asistieron a un evento en la Embajada de Rusia en Ciudad del Cabo para conmemorar el 30 aniversario de los lazos diplomáticos del país con la Federación Rusa. Finalmente, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, dijo que su país se abstuvo de la resolución anti-rusa en la ONU porque no buscaba un «compromiso significativo» con Rusia. Al respecto, señaló que “…hemos visto cómo, con el tiempo, los países han sido invadidos, se han lanzado guerras durante muchos años y eso ha dejado devastación…y algunos líderes de ciertos países han sido asesinados. En nuestro propio continente, Muammar Gaddafi fue asesinado”.

El presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, defendió el lunes su postura neutral sobre la invasión de Ucrania por parte de Rusia y pidió conversaciones, no condenas.

Hasta en América Latina, más allá de países como Venezuela, Cuba, Bolivia y México, hasta países como Colombia y Brasil no se sumaron a las iniciativas anti-rusas. Moscú, sancionada por ciertos países occidentales, está muy lejos de estar “aislada” en el sistema internacional.

No deseamos aquí debatir de manera detallada la batalla ucraniana, ni tampoco la guerra más amplia entre Estados Unidos y la Alianza Moscú/Pekín. Lo que deseamos señalar aquí es precisamente lo que el escenario internacional actual nos demuestra, inequívocamente: vivimos en un mundo multipolar, el mismo que ya se venía avecinando desde 1998, y que el Comandante Hugo Chávez profetizó ese mismo año.

Pero el Comandante Chávez no solamente predijo el carácter multipolar del sistema internacional, sino que participó activamente en su creación. La II Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), celebrada en septiembre del año 2000 en la ciudad de Caracas, fue uno de los eventos de su gobierno con más profundas consecuencias para el sistema internacional, muchas más de las que los occidentales le otorgan, precisamente por el daño que los resultados de esa conferencia le causaron a la hegemonía estadounidense, a largo plazo. Fue esta cumbre que transformó el mercado energético global, desde entonces y hasta la contraofensiva estadounidense del fracking, circa 2014. Fueron los resultados de esta cumbre histórica, adicionalmente, las que ayudaron en la transición de la Rusia de Boris Yeltsin a la Rusia de Vladimir Putin.

Vivimos en lo que el Comandante Hugo Chávez predijo en 1998, y por eso es que el Señor Dmitry Medvedev – ex -Presidente Ruso – y el señor Joseph Biden, por lo menos coinciden en una sola cosa: el sistema internacional pos-guerra ha llegado a su fin, y se está forjando en la actualidad uno nuevo, en donde la lucha más importante es por el derecho exclusivo de redactar las reglas del nuevo sistema. Mientras que Medvedev indica que “el mundo unipolar ha llegado a su fin…los estadounidenses ya no son los dueños del planeta Tierra”, el Presidente estadounidense indica que “va a haber un nuevo orden mundial y tenemos que liderarlo. Y tenemos que unir al resto del mundo libre para hacerlo». Estas dos declaraciones se pronunciaron en el mismo mes: marzo del año 2022.

La crisis estructural que vive actualmente el sistema internacional es producto de que, mientras que el sistema actual exhibe una realidad en particular, ciertos actores de este buscan cómo revertir dicha realidad, a la fuerza, si es necesario. No solamente el sistema internacional – en la actualidad – es multipolar, sino que es irreversiblemente de esta manera. La crisis del sistema se puede encapsular de la siguiente manera, aunque corremos así el riesgo de emitir ciertas simplificaciones vulgares y reduccionismos cuestionables: Una lucha para imponer forzosamente un sistema unipolar, en lo que esencialmente es un mundo irreversiblemente multipolar.

Irónicamente, Estados Unidos acusa al Presidente Putin y la Federación de Rusia de desear regresar a los días de la Unión Soviética, cuando en realidad nadie exhibe más nostalgia por el “glorioso pasado” que el mismo Estados Unidos, un pasado en donde China se encontraba “enterrada” en sus propias realidades internas y no producía nada de lo que el mundo consume; a la vez, Washington poseía su propio representante en el Kremlin – Boris Yeltsin – y la economía de ese país euroasiático se encontraba por el suelo; la África subsahariana era irrelevante, Europa altamente sumisa (bueno, eso sí que no ha cambiado mucho), y el petróleo costaba tres lochas.

Más importante, era el pasado nostálgico en el cual los programas de “regime change” solían ser, por lo general, altamente exitosos, sin que terceros intervengan para desarticularlos (como Rusia ha hecho en Siria, y ambos Rusia y China lograron en Venezuela). Eran momentos alegres para la política exterior estadunidense, cuando la famosa frase “bomb them back to the stone age” (bombardearlos hasta que regresen a la Edad de Piedra) – empleada por ciertos norteamericanos cuando querían amenazar a otros miembros de la llamada “comunidad internacional” – era una articulación que los llenaba a ellos de orgullo, de poder y de una sensación eufórica de supremacía, de imperio, en vez de verse como un innegable testamento de crímenes de lesa humanidad, de guerra y actos de genocidio. Eran los “good ol´ days”, los que ahora, y a cualquier precio, deben regresar. Lamentablemente para los gringos, “John Wayne” ya falleció.

Xi Jinping y Hugo Chávez

La lucha de la actualidad es para revertir lo que el Presidente Chávez profetizó muy correctamente que será el sistema internacional, hace ya veinticuatro años. Es la lucha para revertir una multipolaridad e imponer una unipolaridad que pueda reescribir las reglas de este nuevo sistema, para que todos salvo el autor mismo, tengan que obedecerlas. El problema es que el carácter multipolar es, en realidad, irreversible, producto de la naturaleza del poder en el sistema actual, y cómo este se encuentra difuso, de manera altamente compleja y fluida.

No se trata de que el “poder” se trasladó desde Washington a Pekín, como efectivamente sucedió entre las dos guerras mundiales, cuando se “trasladó” de Londres a la capital norteamericana. Más bien, el propio concepto del poder ha alcanzado un grado de complejidad multifactorial que ya no permite el mantenimiento de una unipolaridad, por más que se trate de imponer este concepto altamente destructivo.

China seguirá siendo uno de los actores principales de un nuevo sistema internacional cuando se consolide, sin duda alguna, pero imponer su voluntad descaradamente como Estados Unidos lo hizo durante la última década del Siglo XX (y desea seguir haciéndolo, en la actualidad) será imposible, ya que existirán potencias que Pekín quizás nunca podrá dominar, como Nueva Delhi, por ejemplo. Estados Unidos, por más que sufre de su propio declive, tampoco desparecerá de un momento a otro como un actor principal del escenario internacional, aunque su rol cambie drásticamente. No es el “poderío” chino o ruso que hace la anhelada unipolaridad estadounidense una imposibilidad, sino la propia naturaleza del sistema que poseemos en la actualidad.   

El dilema micro para Estados Unidos es que Rusia recuperó parte de su capacidad para perturbar la política exterior estadounidense, dentro del propio marco del actual sistema internacional, el de la posguerra. Aunque la Rusia de Putin no es la Unión Soviética de Leonid Brézhnev, tampoco el Estados Unidos de la actualidad es el mismo de John FitzGerald Kennedy o de Lyndon Baines Johnson. El dilema macro para los norteamericanos es que China logró imponerse como un efectivo rival dentro del marco del actual sistema internacional – y de carácter económico, el cual es un tipo de rivalidad que Estados Unidos realmente no ha tenido que enfrentar, desde el crepúsculo del imperio británico, a comienzos del Siglo XX. A pesar de estos dilemas “micro” y “macro”, el verdadero desafío para la potencia norteamericana es la naturaleza del sistema internacional mismo, y cómo este impide en vez de facilitar la imposición de una hegemonía unipolar. Irónicamente, el gran impedimento del anhelado sueño estadounidense (la unipolaridad) es el propio sistema que ellos mismos diseñaron e implementaron.

El diseño y las reglas del sistema internacional fueron específicamente creadas por Estados Unidos, y para el beneficio de ese país, desde 1945. Incluso, podemos argumentar fácilmente que la Segunda Guerra Mundial se dio con la expresa finalidad de determinar quién creará las reglas y dominará las bases del futuro sistema internacional. Ahora, en la tercera década del Siglo XXI, y a raíz de ciertas transformaciones y cambios imprevistos e impredecibles, surgen “polos de poder” que desafían la hegemonía del autor del sistema, pero interesantemente, surgen desde el propio sistema, y no desde afuera de este.  

Naturalmente, a raíz de estos desafíos impredecibles, se requiere de un nuevo sistema internacional en donde los desafiantes del autor intelectual del sistema actual, o son reincorporados bajo un nuevo “paraguas” estadounidense (como la Alemania Occidental y el Japón lo fueron, después de la Segunda Guerra Mundial), o son desarticulados y reducidos (como los imperios austrohúngaro o otomano lo fueron, después de la Primera Guerra Mundial). Por eso es que escuchamos al Señor Biden emitir frases que anteriormente ningún presidente estadounidense ha emitido, como lo de un “un nuevo orden mundial (que) tenemos que liderarlo”. Quizás no podemos articularnos mejor que el analista internacional y ex – Embajador indio M.K. Bhadrakumar, en un artículo de su autoría en el “Tribune”, el 7 de abril de 2022:

Fundamentalmente, lo que debe entenderse es que la confrontación que se está gestando sobre Ucrania desde hace una década es en realidad sobre los contornos del orden mundial. El espectro que acecha a Occidente es que su dominación global de cinco siglos de antigüedad se ha enfrentado a un serio desafío a medida que han surgido múltiples centros de poder (como China, India) en varias regiones. Este es un último lanzamiento desesperado de los dados, por así decirlo, para hacer retroceder a las fuerzas de la historia. La verdadera agenda de Occidente es la reimposición de un orden mundial unipolar para perpetuar su dominio del orden económico y político internacional.

Para Venezuela y los venezolanos, para los países y los pueblos del Sur, para todos quienes habitan la América Meridional (y la Central), toda la África y la Asia lejos de las grandes potencias (es decir, la mayoría de la humanidad), las realidades sociopolíticas, socioeconómicas y geoestratégicas de estos conflictos son y seguirán siendo de inmensa importancia, quizás hasta formarán una necesidad existencial. Lo que sucede en Ucrania no es la “guerra” en sí, sino una “batalla” en una guerra para reconfigurar un sistema internacional que ya todos – China, Rusia, Estados Unidos y sus serviles aliados – saben que no dará para más. Esta batalla terminará, y la guerra seguirá porque un actor internacional en particular sigue aspirando tercamente a obtener finalmente una soñada y anhelada unipolaridad, en un terreno que ya es irreversiblemente multipolar. Eso lo entendió el Comandante Hugo Chávez hace veinticuatro años, y lo entienden muchos de los países del Sur en la actualidad, pero no lo acepta la gente en Washington.

En los próximos años, veremos la intensificación de esta lucha geopolítica a escala global, y el escenario principal de esta lucha será brindado – obligatoriamente y contra su propia voluntad – por parte de los países del Sur. Pero antes de llegar a otra “Ucrania” que seguramente la pagará uno o varios países del Sur, tendremos las narrativas, pues el elemento esencial de la señalada lucha será siempre las “narrativas”. Quien logre imponer sus narrativas, tendrá por lo menos la mitad de la victoria asegurada, y esta imposición de narrativas se dará no en las propias poblaciones de las respectivas potencias, sino en las del Sur. Estados Unidos necesita de todo el mundo – y no solamente de sus aliados de la OTAN – para derrotar a la Alianza Moscú-Pekín, pues ya no es la misma potencia de 1945, ni tampoco sigue siendo el mismo escenario internacional de entonces. Y esta necesidad será una parte intrínsecamente fundamental de las relaciones internacionales en los próximos años.

Por todo lo antes indicado, entender la geopolítica global será una necesidad esencial para los pueblos del Sur, ya que mucho de lo que se avecina será manipulación a través de los medios de comunicación y las declaraciones de los lideres de este enfrentamiento geopolítico global, para asegurar el triunfo de unas narrativas sobre las otras, y poder alegar que ciertos contrincantes en este conflicto “lideran” el mundo, porque sus narrativas poseen más difusión y absorción que las de sus adversarios. Tomemos, por ejemplo, la actual batalla en Ucrania. Los medios de comunicación estadounidenses nunca hablan de “Estados Unidos” al hablar de cualquier postura anti-rusa, sino del llamado “Mundo Libre”, o la “Comunidad Internacional”, y cuando critica al gobierno de la India por no sumarse al “campo” occidental, lo hace desde una postura de moraleja superior y blanca, que mira con desprecio e indignación a la postura de confusión y debilidad de los “otros” pueblos.

Imran Khan y Narendra Modi

Pakistán recibió más que meras críticas, y Khan ya está en proceso de luchar por su futuro político. Cabe destacar que, tanto Narendra Modi como Imran Khan, fueron democráticamente electos. El ex – Embajador indio, Bhadrakumar, indica lo siguiente, en el mismo artículo antes señalado:

Washington espera que India cumpla con sus «sanciones del infierno» contra Rusia. Este paradigma se ha presentado como una batalla entre las democracias y las autocracias. Pero India no se dejará influir por tal disimulo. El hecho de que el primer ministro Modi hiciera una notable excepción al recibir al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, en una reunión de 40 minutos en el tumultuoso telón de fondo de la política mundial, ha transmitido un mensaje poderoso. Modi ha subrayado que India otorga la máxima importancia a las relaciones con Rusia en sus estrategias globales.

Hace más de veinte años (2001), Estados Unidos había declarado que el Mundo en su totalidad debe decidir: o están con la “civilización” (Washington), o están con los “terroristas”. La definición de “terrorista”y aquí tenemos el elemento clave de esta ecuación – quedó reservado exclusivamente para el Departamento de Estado: los “grupos” que avanzan los intereses de Washington, son grupos que luchan por la “democracia” y los “derechos humanos”, y los grupos que no avanzan estos intereses, son efectivamente los “terroristas”, aunque todos estos grupos pueden intercambiar posiciones de un momento a otro, dependiendo de la necesidad geopolítica estadounidense, en cualquier dado momento.  

Hoy en día, se repite la situación, solo que se le hace aún más difícil a Estados Unidos imponer su inestable y contradictoria dicotomía. O estas con los “autoritarios”aun cuando estos incluyen la democracia más grande del mundo (la India) y democracias que celebran elecciones en frente de árbitros internacionales (Venezuela) – o estás con los “democráticos” aun cuando los “democráticos” incluyen el regimiento fascista “Azov” de Ucrania y partidos políticos como “Prawo i Sprawiedliwość” (Ley y Justicia), en Polonia. Nadie quedará por fuera de esta forzada dicotomía, nadie puede alegar “neutralidad” o no formar parte del conflicto, no se tolerará movimientos de países no-alineados, porque ya no se trata de una nueva aventura imperial para ocupar el espacio adonde se genera la cantidad más grande de petróleo en el mundo (el Medio Oriente), sino que ahora se trata de ocupar indiscutiblemente la cima del nuevo sistema internacional. Como dicen los anglosajones, “the stakes are much higher”.

Por eso es que tenemos el deber, desde los países del Sur, de prepararnos para los próximos años de inestabilidad y conflicto, ya que la próxima batalla pueda manifestarse en cualquier parte, pero por lo general sería en uno de los países del “Sur”, adonde es más conveniente que se dé en el contexto de una guerra fría. Más importante, las potencias en conflicto – particularmente Estados Unidos – arrastrarán a la gran abrumadora mayoría de las poblaciones humanas para que participen en este, obligándolos a tomar una postura u otra. Es esencial que estemos preparados con las dos armas más potentes que poseemos, y que debemos continuar desarrollando, desde nuestros propios espacios: el conocimiento, y los criterios propios: la capacidad de discernir de manera autónoma, independiente de las grandes olas de manipulación que existen en la actualidad, y que crecerán en tamaño y devastación, durante los próximos años.

Sin conocimientos reales, racionales y sociohistóricamente determinados (y no con meras narrativas ideológicas ensambladas en el exterior para nuestro consumo interno), y sin nuestros propios criterios críticos y contextualizados para juzgar propiamente en vez de reproducir lo que generan otros, seremos las primeras víctimas de este conflicto, o por apoyar a quienes tarde o temprano nos esclavizarán, o por seguir los mismos pasos poco responsables del actual gobierno en Kiev, y prestarnos para intimidar a una potencia, para después llorar cuando esa potencia que se encuentra acorralada gracias a nuestras acciones, nos ataque en vez de quedarse tímida y sumisamente esperando por su destrucción y aniquilación.  

La naturaleza del conflicto en el cual vivimos ya no permite el lujo de ser espectadores o ignorantes de este, sino que ahora estamos obligados a participar, pero no con tanques y bayonetas, tampoco con envenenadas medidas coercitivas unilaterales, como las que han causado tanto daño al pueblo venezolano, sino con consciencia, conocimiento y capacidad propia para discernir, todas estas aplicadas a nuestra mirada y comprensión del ámbito internacional.

En una guerra de narrativas, nuestra salvación se encuentra en evitar tomar el mismo triste camino que ha tomado el pueblo ucraniano. Por ende, esta salvación solo se puede lograr a través de nuestra capacidad innata para resistir las narrativas toxicas y distorsionadas de los interesados, y en vez percibir la realidad a través de nuestra propia óptica crítica, una óptica que siempre en su análisis debe buscar las manifestaciones del poder y los intereses socioeconómicos adonde sea que estos estén presentes, sin perder el tiempo con dicotomías supuestamente “civilizatorias” (civilización/barbaría) y discursos “culturales” (motivaciones “culturales” para explicar asuntos netamente de poder y de riquezas), ya que estos suelen ocultar contenidos imperialistas y altamente racistas.

Notas:

*Internacionalista y Profesor de relaciones internacionales en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Ex Diplomático Bolivariano en Honduras expulsado en el 2019 por la dictadura golpista.

Omar Hassaan Fariñas es colaborador de PIA Global

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