En particular, ambas partes han declarado la necesidad de respetar la soberanía y no interferir en los asuntos internos de otros Estados. Esto último puede significar no sólo la apertura de representaciones diplomáticas, sino también el deseo de restablecer la confianza mutua mediante el compromiso de no llevar a cabo actividades subversivas contra la otra parte. La KSA sospecha que Irán apoya a organizaciones chiíes en su territorio, y Teherán acusa a Riad de llevar a cabo una campaña de propaganda masiva y de patrocinar a la oposición.
Simbólicamente, poco después de la firma del acuerdo, el monarca saudí invitó al presidente iraní a visitar el reino. Tal gesto no sólo es una confirmación de las intenciones pacifistas, sino también de la voluntad de proseguir el diálogo. Por su parte, Irán, según informan varios medios extranjeros, ha aceptado ayudar a resolver el conflicto en Yemen, donde apoya al movimiento Ansar Allah, que lucha contra la KSA desde 2015. En otras palabras, podemos esperar una desescalada no solo en el propio Golfo, sino también en el sur de la península arábiga. La estabilización en Yemen es necesaria no solo para garantizar la seguridad inmediata de la KSA, sino también para mejorar el clima de inversión. Después de todo, el reino espera atraer miles de millones de dólares en megaproyectos de desarrollo, principalmente en la construcción de las nuevas ciudades del futuro.
La decisión de Arabia Saudí de reanudar las relaciones diplomáticas con el IRI fue precedida de medidas similares por parte de otras dos monarquías del Golfo, EAU y Kuwait. Pasó a formar parte de la tendencia regional en el marco de la cual las monarquías árabes empezaron a rechazar la política de «máxima presión» de Estados Unidos e Israel sobre Irán y a buscar vías para negociar una coexistencia pacífica. Nótese que funcionarios saudíes reconocieron en conversaciones privadas, al menos en 2017, que Irán es una de las potencias regionales que tiene derecho a exigir que sus intereses sean tenidos en cuenta por el resto de los Estados. Más bien, el problema ha sido definir las líneas rojas y los límites de las esferas de influencia y hacer cumplir esos acuerdos.
Los acuerdos actuales entre Arabia Saudí e Irán no deben sobrevalorarse, ya que el proceso abierto de desescalada no ha hecho más que empezar y podría ser fácilmente víctima de «cisnes negros». Resulta más apropiado considerar el actual acercamiento entre la KSA y el IRI dentro de la lógica de la Guerra Fría regional; es decir, sigue siendo una distensión más que una reconciliación de viejos rivales.
Lo que el acuerdo prevé
La reapertura de embajadas parece a primera vista un paso técnico y sin importancia. Pero incluso esto contribuiría en gran medida a reducir las tensiones en el Golfo. La existencia de representaciones diplomáticas operativas permitirá canales directos de comunicación para el diálogo y la transparencia. Se trata de un paso fundamental, porque la experiencia de la Guerra Fría demostró que, en la confrontación, cada parte tiende a exagerar las capacidades y el nivel de amenaza del adversario, y las percepciones erróneas sobre el enemigo provocan casi inevitablemente una carrera armamentística y aumentan el riesgo de guerras preventivas.
Para la KSA, la distensión con Irán es una oportunidad para dedicar más atención y recursos a sus propios programas de desarrollo, de los que depende en gran medida el futuro político del gobernante de facto del Reino, el príncipe heredero Mohammed bin Salman. Los actuales dirigentes luchan en dos frentes a la vez: en el exterior, con Irán y sus aliados, y en el interior, con los opositores dentro de la élite gobernante y la sociedad.
Si se aplica el acuerdo y se intensifica el diálogo de paz, no sólo se reforzará la seguridad de la KSA, sino que también se debilitará significativamente el aislamiento internacional de Irán. Hay esperanzas de que se restablezcan y desarrollen los lazos económicos en el Golfo. En el caso de la KSA, es prematuro hablar del desarrollo de los lazos económicos con el IRI, pero para otros países del Golfo, especialmente los EAU, se trata de una cuestión de gran actualidad. Por ejemplo, antes de la imposición de las sanciones internacionales, el volumen de comercio de EAU con Irán ascendía a 20.000 millones de dólares.
Irán también debería estar interesado en reducir las tensiones. El IRI ha aprendido a sobrevivir bajo las sanciones, pero un mayor desarrollo económico es extremadamente difícil debido a la falta de acceso a la inversión y la tecnología. Sin crecimiento económico, es difícil contar con el mantenimiento de la estabilidad social. Un indicador de la difícil situación económica es la depreciación regular del rial, que ha caído a la mitad frente al dólar desde que comenzaron las protestas en septiembre de 2022.
A medio plazo, la distensión de las relaciones entre Arabia Saudí e Irán y la renovación de la cooperación económica podrían ir seguidas de medidas para crear una nueva arquitectura de seguridad en el Golfo, que incluiría diversos mecanismos para controlar la actividad militar e intercambiar información. En particular, una distensión saudí-iraní sostenida pondría en entredicho la puesta en práctica del proyecto estadounidense de construir una coalición árabe-israelí para contener a Irán. Así lo indican los incipientes rumores sobre la cancelación por parte de Israel de un acuerdo armamentístico con algún país de Oriente Medio (presumiblemente los EAU) por valor de al menos mil millones de dólares.
Un nuevo papel para China
Para ser justos, las negociaciones entre Arabia Saudí e Irán llevaron bastante tiempo, primero con la mediación de Omán y luego de Irak, pero uno de los principales problemas del futuro acuerdo era la falta de un garante fiable. Desde este punto de vista, la implicación de China ha desempeñado un papel crucial, ya que Pekín mantiene lazos estrechos y, sobre todo, de confianza, tanto con Teherán como con Riad. Hasta hace poco, China se ceñía a la fórmula de «estabilidad a través del desarrollo», que implica centrarse en el comercio y la inversión. Sin embargo, para la RPC, las consultas saudí-iraníes fueron una buena oportunidad para demostrar sus crecientes capacidades diplomáticas, ya que Pekín fue capaz de resolver un problema que los diplomáticos estadounidenses y europeos no pudieron manejar. Pero más importante para la propia China es el hecho de haber conseguido crear las condiciones para reducir las tensiones en una región de la que obtiene alrededor del 40-50% de sus importaciones de petróleo.
China también ha demostrado a los países de Oriente Medio y al mundo que puede ser una alternativa a Estados Unidos no sólo en energía, comercio o tecnología, sino también a la hora de abordar cuestiones de seguridad. Por ejemplo, la visita del año pasado del presidente Xi Jinping a Arabia Saudí demostró que Riad ve a la República Popular China no sólo como un socio económico, sino también político. Esto da motivos a algunos observadores para hablar del comienzo de una nueva fase en las relaciones entre Arabia Saudí y China, y del comienzo de una nueva fase en la política de Pekín hacia Oriente Medio, que utiliza hábilmente su capacidad para mantener contactos y relaciones comerciales con todas las potencias regionales, simultáneamente. Sin embargo, sólo el tiempo dirá si China tiene suficiente peso económico para actuar como mediador eficaz y garante de los acuerdos alcanzados. Obviamente, la primera prueba será precisamente su implicación en la desescalada saudí-iraní.
El éxito de China se produjo en un contexto de declive del interés estadounidense en Oriente Medio. A los ojos de la opinión pública regional, esto al menos ensombrece la reputación de EEUU como garante tradicional de la estabilidad regional, ya empañada por su precipitada retirada de Afganistán y su incapacidad para proteger a Arabia Saudí de los ataques con misiles desde Yemen. Sin embargo, no hay que suponer que Estados Unidos se quedará atrás. La alianza estratégica entre Washington y Riad continuará, al menos a medio plazo, ya que Pekín ha declarado sistemáticamente, hasta hace poco, su reticencia a asumir compromisos militares y políticos en Oriente Medio y a estacionar tropas en la región. En general, sin embargo, la distensión saudí-iraní beneficia bastante a Estados Unidos porque evita a Washington, al menos por el momento, la necesidad de gastar recursos en garantizar la seguridad de un aliado clave en Oriente Medio. Además, Washington admite que, en principio, Estados Unidos no podría desempeñar el papel de mediador entre Riad y Teherán, porque la administración Biden no tiene suficiente confianza en ninguna de las partes.
El futuro del acuerdo
China ha desempeñado eficazmente el papel de facilitador, pero ahora tendrá que hacer cumplir los acuerdos. Aquí conviene recordar que el llamado «problema iraní» tiene, desde la perspectiva de los dirigentes de los países árabes vecinos, varios componentes: una política regional expansionista, un programa nuclear, programas de misiles balísticos y de aviones no tripulados. Sin la resolución de todas estas cuestiones, es improbable que se llegue a un verdadero acuerdo y a una normalización. Éste será el principal reto para la RPC como mediadora.
Para las monarquías árabes, la revisión de la política regional del IRI y la reducción de sus actividades son la clave para un acuerdo. Por lo tanto, la primera prueba para el acuerdo saudí-iraní será la capacidad de las partes para acordar la resolución o al menos la congelación del conflicto en Yemen, y después vendrán los casos más difíciles de Irak, Líbano y Siria. Además, como demostró la experiencia de los ataques a la refinería de petróleo saudí en 2019, la seguridad de la KSA depende tanto de los acontecimientos en Irak como de la situación en Yemen. En cuanto a la cuestión nuclear y las capacidades militares del IRI, es probable que estas cuestiones se pospongan. Mientras tanto, ha llegado el momento de dar pequeños pasos para restablecer y reforzar la confianza mutua entre ambas partes. Éstas pueden incluir medidas para rechazar la retórica hostil o para promover narrativas relevantes a través de los medios de comunicación, medidas para desarrollar los lazos económicos y medidas para asegurar el transporte marítimo y combatir el terrorismo directamente en la zona del Golfo. Estas medidas podrían ir seguidas en un año o año y medio de un diálogo ampliado. Mientras tanto, el resultado inmediato del acuerdo será la distensión y/o una paz fría.
*Nikolay Surkov es Graduado en Ciencias Políticas, investigador principal del Centro de Estudios sobre Oriente Próximo de IMEMO RAS, experto de la RIAC
Artículo publicado originalmente en el Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia.
Foto de portada: Banderas de Arabia Saudita e Irán. Borella/Getty Images