En el complejo tablero geopolítico actual, donde las líneas entre alianza y rivalidad se difuminan constantemente, la sabiduría oriental encuentra su aplicación más refinada no en el campo de batalla, sino en los salones diplomáticos donde se forjan los destinos económicos del mundo.
La reciente llamada telefónica entre Xi Jinping y Donald Trump, que duró aproximadamente 90 minutos y se centró “casi completamente” en temas comerciales, representa un momento crucial en la reconfiguración de las relaciones sino-estadounidenses que trasciende las meras consideraciones económicas para adentrarse en los territorios más profundos de la hegemonía global.
Después de meses de escalada en las tensiones comerciales, donde los aranceles alcanzaron niveles estratosféricos y las acusaciones cruzadas se convirtieron en moneda corriente, la decisión de establecer un diálogo directo revela tanto la urgencia de la situación como la complejidad de los intereses en juego.
Xi Jinping señaló durante la conversación que “recalibrar la dirección del barco gigante de las relaciones China-Estados Unidos requiere que tomemos el timón y establezcamos el rumbo correcto”, una metáfora que encapsula perfectamente la magnitud del desafío que enfrentan ambas naciones.

Los cimientos de Ginebra
Para comprender la verdadera dimensión de lo que está en juego en las conversaciones actuales, es fundamental examinar los antecedentes inmediatos que llevaron a este momento de aparente distensión.
El acuerdo de Ginebra, alcanzado en mayo de 2025, estableció una tregua comercial de 90 días que redujo los aranceles estadounidenses del 145% al 30% y los chinos del 125% al 10%.
Esta reducción masiva de las barreras comerciales no fue simplemente un gesto de buena voluntad, sino el resultado de negociaciones intensas que reconocían la interdependencia económica fundamental entre las dos superpotencias.
El encuentro de Ginebra, liderado por el lado chino por el viceprimer ministro He Lifeng y por el estadounidense por el secretario del Tesoro Scott Bessent y el Representante Comercial Jamieson Greer, sentó las bases para lo que ahora vemos desarrollarse en Londres.
Sin embargo, las semanas posteriores al acuerdo suizo revelaron las fragilidades inherentes a cualquier entendimiento entre potencias que compiten por la supremacía global.
Las acusaciones de Trump sobre violaciones del acuerdo por parte de China y la respuesta defensiva de Beijing ilustraron cómo cada movimiento en esta partida de ajedrez geopolítico es escrutado e interpretado a través del prisma de la desconfianza mutua.
Navegando entre la soberanía y la interdependencia
En el antiguo arte de la guerra chino, se habla de la importancia de “ganar sin luchar”, un principio que parece guiar la estrategia de Xi Jinping en estas negociaciones.
Durante la llamada telefónica, Xi enfatizó que China ha “implementado seriamente” el acuerdo de Ginebra y que Estados Unidos debería “revocar sus medidas negativas contra China”.
Esta declaración no es meramente retórica; representa una línea roja clara trazada por Beijing: cualquier progreso futuro en las relaciones comerciales debe basarse en el respeto mutuo y el reconocimiento de que ambas naciones tienen intereses legítimos que defender.
Las líneas rojas chinas van más allá de los aspectos puramente comerciales. La cuestión de Taiwán, que inevitablemente surgió en las conversaciones entre los dos líderes, representa quizás la más sensible de todas las cuestiones que separan a Washington y Beijing.
Según el resumen del gobierno chino, Xi advirtió a Trump contra tomar medidas amenazantes respecto a Taiwán, una advertencia que subraya cómo los temas de seguridad nacional y soberanía territorial se entrelazan inextricablemente con las consideraciones económicas en el gran juego geopolítico.
Por el lado estadounidense, las líneas rojas se manifiestan de manera diferente pero igualmente inflexible. La preocupación por el déficit comercial con China, que ha sido una obsesión persistente de Trump, refleja una preocupación más profunda sobre la competitividad estadounidense en la economía global.
Más allá de los números del comercio bilateral, Estados Unidos ha trazado líneas rojas en torno a lo que considera amenazas a su seguridad nacional, particularmente en áreas de tecnología avanzada, semiconductores y capacidades militares duales.

La danza de las concesiones
Las recientes modificaciones propuestas por el Representante Comercial de Estados Unidos a las políticas de transporte marítimo ofrecen una ventana fascinante hacia la mecánica real de las negociaciones sino-estadounidenses.
La decisión de reducir las tarifas portuarias para los transportistas de automóviles de 750.000 a 210.000 dólares representa más que un simple ajuste técnico; es una señal cuidadosamente calibrada dirigida tanto hacia los aliados como hacia los adversarios.
Esta modificación, que beneficia particularmente a los constructores navales chinos, líderes mundiales en la industria, debe entenderse en el contexto más amplio de las negociaciones en curso.
No es casualidad que estos cambios se anuncien mientras las delegaciones de ambos países se encuentran en Londres, trabajando para construir sobre los cimientos establecidos en Ginebra.
Cada concesión, por pequeña que parezca, forma parte de un intrincado ballet diplomático donde cada movimiento tiene múltiples capas de significado, acuerdos previos de mediano/largo alcance que terminarán afectando y tocando diversos intereses económicos y de desarrollo global.
La eliminación del requisito de que el gas natural licuado estadounidense se transporte en buques construidos en el país es particularmente reveladora. Esta medida, que efectivamente reconoce la realidad de que Estados Unidos carece actualmente de la capacidad de construcción naval necesaria para sus ambiciones exportadoras, ilustra cómo las consideraciones pragmáticas a menudo prevalecen sobre los impulsos proteccionistas.
El hecho de que el último buque metanero construido en Estados Unidos haya sido desguazado en 2021 subraya la brecha entre las aspiraciones de autosuficiencia estadounidense y las realidades de la economía global integrada.
Londres: El teatro de las grandes decisiones
Las conversaciones de Londres representan un momento crucial en la evolución de las relaciones sino-estadounidenses. A diferencia de las negociaciones de Ginebra, que se centraron principalmente en establecer una tregua temporal, las conversaciones londinenses tienen el potencial de definir el marco a largo plazo dentro del cual estas dos superpotencias coexistirán y competirán en las décadas venideras.
La composición de las delegaciones en Londres es en sí misma reveladora. La presencia del viceprimer ministro chino He Lifeng, junto con el secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent, el secretario de Comercio Howard Lutnick y el Representante Comercial Jamieson Greer, señala que ambos lados están tomando estas conversaciones con la seriedad que merecen.
No se trata simplemente de funcionarios de segundo nivel intercambiando posiciones preestablecidas; estos son arquitectos de política con el poder real de hacer compromisos vinculantes.
El timing de estas conversaciones también es significativo. Mientras el mundo observa los desarrollos en Londres, los datos económicos recientes de China revelan las presiones subyacentes que dan urgencia a estas negociaciones.
Las exportaciones chinas en mayo mostraron un crecimiento del 4.8% interanual, una desaceleración respecto al 8.1% de abril, con las exportaciones a Estados Unidos cayendo dramáticamente un 34.52%.
Estas cifras no son meramente estadísticas; representan millones de empleos, miles de empresas y el bienestar de comunidades enteras en ambos lados del Pacífico.

Movimientos calculados en el tablero global
En el juego chino del Go, la estrategia a largo plazo prevalece sobre las victorias tácticas inmediatas. Esta filosofía parece permear el enfoque de Xi Jinping hacia las negociaciones con Estados Unidos.
Mientras Trump se enfoca en métricas inmediatas como el déficit comercial bilateral, Xi parece estar jugando un juego más largo, uno que busca establecer China como una potencia global co-igual con Estados Unidos en lugar de simplemente mejorar los términos comerciales bilaterales.
La insistencia china en que Estados Unidos “revoque sus medidas negativas” no es simplemente una demanda comercial; es una declaración de principios sobre cómo China espera ser tratada en el orden internacional.
Beijing no está buscando simplemente acceso a los mercados estadounidenses; está buscando reconocimiento como una potencia legítima con derecho a perseguir sus propios intereses sin interferencia externa.
Esta perspectiva se refleja en los esfuerzos de China para acelerar la implementación de nuevos avances en ciencia y tecnología, como anunció el primer ministro Li Qiang.
La estrategia china de romper su dependencia de la tecnología estadounidense y desarrollar una base industrial líder mundial no es simplemente una respuesta a las sanciones estadounidenses; es una estrategia a largo plazo para lograr la autonomía tecnológica y, por extensión, la paridad geopolítica.
Cuando los rivales no pueden vivir sin el otro
Una de las paradojas más fascinantes de la actual confrontación sino-estadounidense es que, a pesar de toda la retórica sobre desacoplamiento y competencia estratégica, ambas economías permanecen profundamente interconectadas.
Esta interdependencia no es accidental; es el resultado de décadas de integración económica que ha creado cadenas de suministro tan complejas que desenredarlas requeriría años, si no décadas, y resultaría en costos enormes para ambos lados.
Los datos comerciales recientes ilustran esta realidad de manera dura y realista. A pesar de la guerra comercial y los aranceles punitivos, China sigue siendo el mayor socio comercial de Estados Unidos en muchas categorías, mientras que Estados Unidos permanece como uno de los mercados de exportación más importantes para China.
Esta interdependencia económica crea tanto oportunidades como vulnerabilidades para ambos lados, y navegar estas aguas requiere una diplomacia sofisticada que va mucho más allá de las simples consideraciones comerciales.
La dependencia estadounidense de las importaciones chinas se extiende a sectores críticos que van desde los productos farmacéuticos hasta los componentes electrónicos esenciales para la infraestructura de defensa.
Simultáneamente, la dependencia china de la tecnología y los mercados estadounidenses crea vulnerabilidades que Beijing está trabajando febrilmente día y noche para abordar, pero que no pueden eliminarse de la noche a la mañana.

La nueva frontera de la competencia
Si el siglo XX fue definido por la competencia en la producción industrial y la capacidad militar convencional, el siglo XXI está siendo definido por la competencia en el dominio tecnológico.
Las restricciones estadounidenses a las exportaciones de tecnología a China, que incluyen motores a reacción, software de diseño de chips y componentes de plantas de energía nuclear, representan un intento de mantener la ventaja tecnológica estadounidense en sectores considerados críticos para la seguridad nacional.
Sin embargo, estas restricciones también han tenido el efecto no deseado de acelerar los esfuerzos chinos para desarrollar capacidades tecnológicas independientes.
Como observó un economista durante una audiencia gubernamental en Washington, las sanciones y restricciones comerciales estadounidenses han motivado a China a adoptar un modelo de desarrollo que busca mantener una participación manufacturera relativamente estable en el PIB, reduciendo así su dependencia de los insumos y tecnologías extranjeros.
Esta dinámica crea un dilema estratégico para Estados Unidos. Por un lado, las restricciones tecnológicas pueden ralentizar el avance chino en el corto plazo; por otro lado, pueden acelerar el desarrollo de alternativas chinas que eventualmente compitan directamente con los productos estadounidenses en los mercados globales.
La historia tecnológica está llena de ejemplos de cómo las restricciones a las exportaciones terminaron estimulando la innovación en los países objetivo, creando competidores más formidables a largo plazo.
El As en la manga de China
En el contexto de las negociaciones actuales, pocos temas ilustran mejor la complejidad de la interdependencia sino-estadounidense como el de los minerales de tierras raras.
China controla aproximadamente el 80% de la producción mundial de estos elementos críticos, que son esenciales para todo, desde teléfonos inteligentes hasta sistemas de defensa avanzados.
Esta dominancia china en el sector de tierras raras representa tanto una vulnerabilidad para Estados Unidos como una carta de negociación poderosa para Beijing.
Las indicaciones de que funcionarios estadounidenses están dispuestos a eliminar ciertas restricciones tecnológicas si China permite que se exporten más minerales de tierras raras a Estados Unidos revelan la realidad de esta dependencia mutua.
Para Estados Unidos, el acceso seguro a estos materiales es crítico para mantener su base industrial de defensa y su competitividad en sectores de alta tecnología. Para China, el control de estos recursos proporciona influencia significativa en las negociaciones bilaterales.
Aunque esta dinámica también ilustra las limitaciones del poder económico basado en el control de recursos. China ha aprendido de experiencias pasadas que usar los minerales de tierras raras como arma política puede ser contraproducente, estimulando a otros países a desarrollar fuentes alternativas y reducir su dependencia china.
La sabiduría estratégica sugiere que Beijing usará esta ventaja de manera cuidadosa y calibrada, maximizando su influencia sin provocar una reacción que podría erosionar su posición a largo plazo.

Las ondas expansivas globales
Las negociaciones sino-estadounidenses en Londres no ocurren en un vacío; sus resultados tendrán implicaciones que se extienden mucho más allá de la relación bilateral entre estas dos superpotencias.
Los aliados de Estados Unidos en Europa y Asia están observando cuidadosamente, tratando de entender cómo los desarrollos en Londres afectarán sus propias relaciones tanto con Washington como con Beijing.
Para los países europeos, que han tratado de mantener relaciones económicas productivas con China mientras se alinean con Estados Unidos en temas de seguridad, los resultados de Londres podrían requerir recalibraciones significativas de sus propias estrategias.
Una distensión sino-estadounidense podría aliviar algunas de las presiones sobre Europa para elegir lados, mientras que un endurecimiento de las tensiones podría forzar decisiones difíciles sobre lealtades económicas versus geopolíticas.
En Asia, los países que han sido beneficiarios de la diversificación de las cadenas de suministro lejos de China están observando nerviosamente si una mejora en las relaciones sino-estadounidenses podría revertir algunas de estas tendencias.
El aumento del 14.84% en los envíos chinos a los países de ASEAN en mayo refleja cómo China ha estado trabajando para diversificar sus propios mercados de exportación, pero también cómo otros países han estado beneficiándose de las tensiones sino-estadounidenses.
Lecciones del Tao
En el Tao Te Ching, Lao Tzu escribió: “El sabio no actúa, pero nada queda sin hacer”. Esta paradoja aparente captura perfectamente la naturaleza de la diplomacia de alto nivel, donde los gestos más sutiles y las palabras no dichas a menudo tienen más impacto que las declaraciones grandilocuentes. En el contexto de las negociaciones actuales, ambos lados están demostrando una comprensión sofisticada de esta dinámica.
La decisión de Xi Jinping de extender una invitación a Trump para visitar China, y la aceptación de Trump de una invitación recíproca, como reportaron varios medios, representa exactamente este tipo de diplomacia sutil.
Estas invitaciones, que pueden o no materializarse en visitas reales, sirven múltiples propósitos: señalan buena voluntad, crean momentum positivo en las negociaciones, y proporcionan flexibilidad para futuras maniobras diplomáticas.
En la filosofía china antigua, el concepto de “wei wu wei” – acción a través de la no-acción – sugiere que a veces los resultados más poderosos se logran a través de la paciencia y la no-intervención agresiva. Este principio parece estar informando el enfoque chino a las negociaciones actuales.
En lugar de confrontar directamente cada medida estadounidense, China ha optado por una estrategia que combina resistencia selectiva con señales de voluntad de cooperación, creando espacio para que ambos lados encuentren salidas mutuamente aceptables.

Equilibrando presiones domésticas e internacionales
Tanto Xi como Trump enfrentan presiones domésticas significativas que complican sus capacidades de hacer concesiones en las negociaciones internacionales. Para Trump, la promesa de revitalizar la manufactura estadounidense y reducir el déficit comercial con China fueron elementos centrales de su campaña electoral.
Cualquier acuerdo que no produzca resultados tangibles en estas áreas podría ser visto como una traición de sus compromisos electorales.
Para Xi, las consideraciones domésticas son igualmente complejas, aunque se manifiestan de manera diferente. El liderazgo chino debe equilibrar la necesidad de mantener el crecimiento económico, que es fundamental para la legitimidad del partido, con la importancia de no aparecer débil frente a la presión estadounidense.
La narrativa del “rejuvenecimiento de la nación china” que ha sido central al liderazgo de Xi requiere una postura que demuestre que China no cederá a las demandas extranjeras que se perciban como injustas o humillantes.
Estas presiones domésticas crean lo que los académicos de relaciones internacionales llaman “juegos de dos niveles”, donde los negociadores deben satisfacer tanto a sus audiencias domésticas como a sus contrapartes internacionales.
El éxito en estas negociaciones requerirá que ambos líderes encuentren maneras de presentar cualquier acuerdo como una victoria para sus respectivas audiencias domésticas, incluso si implica concesiones significativas.
Construyendo para el futuro
Una de las diferencias más fundamentales entre los enfoques chino y estadounidense a estas negociaciones radica en sus respectivos horizontes temporales. La planificación china tiende a operar en escalas de tiempo de décadas, reflejando tanto la cultura política china como la estabilidad institucional que permite perspectivas a largo plazo.
El enfoque estadounidense, influenciado por ciclos electorales y la presión para resultados inmediatos, tiende a enfocarse en logros más inmediatos y medibles.
Esta diferencia temporal tiene implicaciones profundas para la naturaleza de cualquier acuerdo que emerja de las conversaciones actuales. China está dispuesta a hacer concesiones a corto plazo si cree que esto servirá a sus objetivos estratégicos a largo plazo de establecerse como una potencia global co-igual (en el peor de los casos) o superior.
Estados Unidos, bajo la presión de mostrar resultados inmediatos, puede estar más dispuesto a aceptar compromisos que proporcionen beneficios inmediatos pero que pueden ser menos favorables a largo plazo.
La gestión exitosa de estas diferentes perspectivas temporales requerirá creatividad diplomática considerable. Los acuerdos deben estructurarse de manera que proporcionen victorias a corto plazo para satisfacer las necesidades políticas estadounidenses, mientras que también establecen marcos para la cooperación a largo plazo que satisfagan los objetivos estratégicos chinos.
El camino hacia la coexistencia competitiva
Mientras las conversaciones de Londres continúan, es importante reconocer que el objetivo final no es resolver todas las diferencias sino-estadounidenses – una tarea que sería imposible dadas las diferencias fundamentales en sistemas políticos, valores y objetivos estratégicos.
En cambio, el objetivo más realista es establecer un marco para lo que podría llamarse “coexistencia competitiva”: un sistema donde ambas potencias pueden perseguir sus intereses nacionales mientras minimizan el riesgo de conflicto directo y mantienen canales de comunicación y cooperación en áreas de interés mutuo.
Como dice un proverbio chino: “Cuando sopla el viento del cambio, algunos construyen muros y otros construyen molinos de viento”. Las decisiones tomadas en Londres determinarán si las dos superpotencias más poderosas del mundo optarán por la construcción de muros o por el aprovechamiento del viento del cambio para beneficio mutuo.
El legado de estas negociaciones se extenderá mucho más allá de los números comerciales inmediatos o incluso de los términos específicos de cualquier acuerdo que se alcance.
Lo que está en juego es nada menos que la arquitectura del orden internacional del siglo XXI: si será caracterizado por la cooperación entre grandes potencias o por una nueva forma de guerra fría; si la interdependencia económica servirá como un estabilizador de las relaciones internacionales o como una fuente de vulnerabilidad mutua; y si el mundo será testigo del surgimiento de un sistema bipolar estable o de una competencia desestabilizadora que ponga en riesgo la prosperidad global.
Como escribió el maestro estratega Sun Tzu, “la suprema excelencia consiste en someter al enemigo sin luchar”. En el mundo contemporáneo, esa excelencia podría encarnarse en la habilidad diplomática de construir un equilibrio donde grandes potencias coexistan sin que el ascenso de una implique la caída de otra.
Las conversaciones en Londres, lejos de ser un simple gesto simbólico, podrían marcar un punto de inflexión: la posibilidad de redefinir la competencia global no como un juego de suma cero, sino como una oportunidad para evitar la catástrofe y forjar una estabilidad compartida.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
*Foto de la portada: Qilai Shen/Bloomberg