Europa

Geert Wilders se la juega al todo o nada en Países Bajos

Por Sebastiaan Faber* –
El líder ultra fuerza la caída del Gobierno de derecha radical tras no lograr imponer su programa de máximos en inmigración.

Caída de gobierno en La Haya: el 29 de octubre, los neerlandeses volverán a las urnas por tercera vez en menos de cinco años. La coalición que costó 223 días formar ha sobrevivido 336 al timón del país. En ese espacio, no ha logrado realizar ninguna de sus promesas. Peor, no ha progresado ni un ápice en la resolución de los problemas reales del país: la crisis de vivienda, la crisis climática, la crisis ambiental causada por la agricultura intensiva y la pérdida de fe de la ciudadanía en la capacidad de gestión del Estado y en la probidad de clase política. Al mismo tiempo, el manejo de parte del gobierno de una crisis fabricada –un supuesto exceso “insostenible” de personas que solicitan asilo– se ha caracterizado por la más completa incompetencia. Estos días, además, el gobierno se disponía a realizar duros recortes en el sistema educativo. Entre los muchos que se alegran por el fin de la coalición –además de la oposición progresista, claro– están las universidades y escuelas.

“El gobierno más derechista de la historia del país” –como se autodenominaba con orgullo– fue un experimento arriesgado que ha fracasado estrepitosamente. Lo experimental no consistió en que se tratara de una coalición de cuatro partidos, por más que incluyera por primera vez al ultraderechista Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders, ganador de las últimas elecciones con un 23,5 por ciento de los votos. No, lo nuevo era que los cuatro líderes de los partidos en cuestión acordaran no entrar a formar parte del equipo de ministros, sino quedarse como diputados en el parlamento. 

La figura del “gobierno extraparlamentario” se vendió como una medida regeneradora, pero, en realidad, se inventó a medida para evitar la pesadilla vergonzosa de que el propio Wilders acabara de primer ministro del país. En su lugar, se nombró como presidente del Gobierno a un alto funcionario en edad de jubilación al que nadie conocía, llamado Dick (por Hendrikus) Schoof. El disparo salió por la culata, ya que Wilders, desde la relativa libertad de su escaño parlamentario –y resentido porque le “robaran” una presidencia de gobierno que creía haberse ganado en las urnas–, siguió haciendo lo de siempre: meter cizaña, criticar sin tregua al gobierno que ayudó a formar, incluidos a veces a los mandatarios de su propio partido. 

En las últimas elecciones que se celebraron, en noviembre de 2023, Wilders logró doblar su porción del voto (de 17 a 37 escaños), mientras que el Nuevo Contrato Social, partido fundado solo tres meses antes, entró al parlamento con 20 escaños. Tras casi ocho meses de complicada negociación se presentó un equipo de ministros que se tambaleaba de crisis en crisis, entre filtraciones embarazosas, peleas públicas, pataletas lacrimógenas, amenazas, ultimátums y dimisiones. Schoof, un hombre gris, ponía buena voluntad a su papel como primer ministro, pero carecía de capacidad de liderazgo, en parte por su falta de militancia partidista. En sus ruedas de prensa semanales hacía gala de una ausencia tal de carisma y habilidad retórica que su incomodidad llegó a inspirar compasión entre las y los periodistas. Siempre daba la impresión –comentó alguien– de estar dándose cuenta de que debía haber pasado por el baño antes de hablar con los medios.

Fue Geert Wilders quien decidió reventar la coalición y retirar a sus ministros y secretarios de Estado, incluida la estrafalaria ministra de Inmigración y Asilo, Marjolein Faber, que parecía empeñada en proyectar la maldad encarnada. (Se negó, por ejemplo, a aprobar una condecoración real para cinco ciudadanos que dedicaban sus horas libres al voluntariado, enseñando clases de neerlandés a inmigrantes). De hecho, fue la incapacidad de Faber y la consiguiente caída de PVV en los sondeos las que parecen haber movido a Wilders a presentar, a finales de mayo, diez demandas en torno a la política de migración y exigir que sus compañeros de coalición las adoptaran de inmediato y sin chistar. Si no –decía– se iba. Dado que se trataba de cuatro refritos de su programa electoral, incluidas algunas medidas claramente ilegales o irrealizables, los otros tres partidos se negaron a firmar. Wilders, que acababa de regresar de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en Hungría, no tardó en darle al botón rojo. 

Al reventar la coalición, Wilders no solo se ha cargado al gobierno sino que también ha condenado a la insignificancia a dos de sus partidos integrantes, ambas escisiones recientes de los cristianodemócratas: el Nuevo Contrato Social (NSC), creado en 2023, cuyo carismático pero inestable fundador, Pieter Omtzigt, se retiró de la política hace poco; y el Movimiento de Granjeros y Ciudadanos (BBB), formado en 2019 como populista caballo de Troya de la industria del agro. Ambos se ven diezmados en los sondeos, sumándose a un listado cada vez más largo de “partidos hongo” que, después de un crecimiento rápido, vuelven a encogerse como un champiñón al sol. 

Más importante –y, la verdad, incomprensible– es que Wilders, con su acto de sabotaje, ha destruido cualquier posibilidad de que su partido –o al menos, él– vuelva a entrar a un gobierno nacional. Se ha condenado a pasarse el resto de su vida activa en la política en la bancada de la oposición, donde seguramente podrá seguir haciendo daño, pero menos que en la rama ejecutiva.

Aunque Wilders es el causante directo de la caída del Gobierno, el responsable verdadero de la crisis actual es el Partido Liberal (VVD) de Mark Rutte –después de presidir cuatro gobiernos en 14 años fue nombrado secretario general de la OTAN– y de su sucesora, Dilan Yeşilgöz. Fueron ellos dos los que, en julio de 2023, hicieron prácticamente lo que Wilders dos años después: provocar una caída del gobierno mediante una crisis inventada en torno a las personas solicitantes de asilo. Fue la propia Yeşilgöz, entonces ministra de Justicia y Seguridad, la que difundió la mentira de que la política neerlandesa de reunificación familiar permitía una reunificación “en cadena” que resultaría en la llegada de “miles” de inmigrantes nuevos cada año. (Las cifras verdaderas eran mínimas; en 2023, llegaron 10). Cuando los otros partidos de la entonces coalición se negaron a modificar las normas de reunificación por motivos éticos, el VVD forzó nuevas elecciones.

Fue Yeşilgöz, ya elegida como nueva líder del partido, la que a su vez alentó el crecimiento del PVV de Wilders. De hecho, lo hizo de dos maneras distintas. Primero, adoptó sin más el marco ultraderechista en torno al “problema de la inmigración”. Segundo, afirmó estar dispuesta a gobernar con Wilders, incluso más que con el centroizquierda (al que Yeşilgöz demonizaba). Pero al abrir la posibilidad de que el PVV entrara a gobernar –en otras palabras, de que un voto a Wilders no fuera un voto basura, como lo había sido durante años– disparó al partido en los sondeos.

Curiosamente, esta ruptura del cordón sanitario parece haber acabado por incomodar al propio Wilders, que ha mostrado carecer del aguante, y del talante, necesarios para la gestión. Aunque lleva 35 de sus 61 años en política, es un lobo solitario que no está acostumbrado a colaborar con nadie. No permite que otras personas militen en su partido y lleva viviendo más de 20 años bajo protección constante por las amenazas que ha recibido. 

En cierto sentido, su retirada a lo bonzo equivale a una restitución del cordón, ahora voluntaria, como un pájaro domesticado que prefiere la jaula a la libertad. Por más que pretenda culpar de su falta de resultado a sus compañeros de coalición por “obstruccionistas” o “pusilánimes” (a Wilders le encanta ir de duro; “yo no tengo la columna vertebral de un plátano”, llegó a decir en el parlamento), le será difícil negar que quien ha renunciado al poder –a la posibilidad real de “resolver los problemas de la gente”– es él. Además, es la segunda vez: en 2010 se comprometió a dar apoyo parlamentario al primer gobierno de Rutte, para retirarlo dramáticamente dos años después. 

Para la oposición progresista, una vez pasado el júbilo inicial, el panorama se pinta complicado. El tradicional Partido del Trabajo (PvdA) está en pleno proceso de fusión –pendiente del visto bueno de los militantes– con la Izquierda Verde (GroenLinks). Su líder, Frans Timmermans, un veterano de la Comisión Europea, regresó a la política nacional hace dos años con grandes expectativas. Pero le ha costado convencer, gracias en parte a su acento sureño y a su imagen de regente burgués. Por otra parte, la creciente tensión internacional le ha permitido lucir su enorme pericia en ese terreno –habla siete idiomas, incluidos ruso e italiano–. Y el peso que ha perdido después de una reciente reducción estomacal parece habérsele devuelto en soltura y porte. 

A la vista de los sondeos actuales, es posible que, en octubre, el partido de Wilders llegue a empatar con los liberales de Yeşilgöz y la izquierda de Timmermans, que pueden conseguir en torno a 30 escaños cada uno (el parlamento holandés tiene 150). Pero los demás partidos progresistas (unos cuatro en total) no reunirán más de 25 o 30 escaños juntos, con lo que una mayoría de progreso parece fuera de cuestión. Dada la inviabilidad de Wilders –cuyos escaños serían indispensables para repetir una coalición de derechas–, lo más probable es que el país vuelva a una variante de la “gran coalición” entre partidos de derecha e izquierda, bastante común desde la Segunda Guerra Mundial. Eso sí, para que eso ocurra hará falta que, antes o después de la campaña, los liberales de Yeşilgöz (VVD) se apeen del carro ultraderechista. La verdad es que el VVD sigue contando con sectores moderados, incluida la sección juvenil, que han estado muy incómodos con la dirección de los últimos dos años.

Sea cual sea el gobierno que surja de las elecciones del otoño, su desafío mayor será doble: restituir la fe de la ciudadanía en la capacidad de gestión de la democracia parlamentaria; y ganar algún control sobre un relato nacional que, en los últimos años, ha sido casi completamente colonizado por la ultraderecha, con la connivencia del centro.

*Sebastiaan Faber, Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos ‘Exhuming Franco: Spain’s second transition’

Artículo publicado originalmente en Contexto y Acción.

Foto de portada: Geett Wilders, durante una conferencia de prensa en el Parlamento Europeo. / © Unión Europea – Fuente: EP

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