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El regreso de Joseph Kabila: viejas sombras sobre el corazón de África

Escrito Por Beto Cremonte

Por Beto Crermonte*-
Tras años de bajo perfil político, el retorno de Joseph Kabila a la escena pública de la República Democrática del Congo (RDC) reabre heridas que nunca cerraron.

En un contexto marcado por el recrudecimiento de la violencia en el este del país, el avance del grupo armado M23 —apoyado por Ruanda— y la debilidad del gobierno de Félix Tshisekedi, el regreso del expresidente revive temores, suspicacias y también expectativas. Además reaviva los debates sobre el poder, la soberanía y la explotación de los recursos naturales en el corazón de África. El exmandatario, que gobernó entre 2001 y 2019, ha reaparecido en Goma, capital de la provincia de Kivu del Norte, en medio de una avanzada militar del grupo rebelde M23 y una aguda crisis política que compromete la legitimidad del gobierno de Félix Tshisekedi. Este análisis busca situar su regreso en el marco de las complejas dinámicas históricas, geopolíticas y económicas que atraviesan a la RDC, especialmente desde una mirada crítica anticolonial y panafricanista.

Una reaparición cargada de historia

Joseph Kabila gobernó la RDC durante casi dos décadas, desde el asesinato de su padre Laurent-Désiré Kabila en 2001 hasta su salida del poder en 2019. Gobernó por casi dos décadas con una mezcla de autoritarismo, pragmatismo y alianzas regionales, su mandato estuvo marcado por intentos de estabilización tras las guerras del Congo, la firma de acuerdos de paz, pero también por denuncias de corrupción, represión política y una creciente injerencia extranjera en la economía congoleña, especialmente en la explotación minera. Durante su gestión, las provincias del este siguieron siendo territorios fragmentados, controlados por múltiples actores armados, incluidos grupos con vínculos con gobiernos vecinos.

Su salida del país en 2023 se dio en un contexto de tensiones con el gobierno de Tshisekedi, quien rompió con el pacto de cogobierno que ambos mantenían tras las elecciones de 2018. Su retorno coincide con el avance territorial del Movimiento 23 de Marzo (M23), un grupo armado de origen tutsi que ha tomado control de vastas regiones del este del país, incluyendo Goma, con el respaldo comprobado del gobierno de Ruanda. La presencia de Kabila en una zona dominada por el M23 ha sido leída por el gobierno como una provocación y como una posible señal de articulación con redes políticas y militares ligadas al conflicto armado. Kabila, sin embargo, ha declarado públicamente que su retorno es de carácter “patriótico” y no responde a ninguna agenda extranjera ni a pactos con grupos insurgentes.

El rol de Joseph Kabila en la historia reciente de la RDC es contradictorio. Fue un hombre de transición tras una guerra continental, pero también un líder que consolidó estructuras clientelares y mantuvo la dependencia económica del país respecto de intereses externos. Su figura encarna tanto el intento de construir un Estado soberano como la incapacidad de romper con las lógicas de dominación heredadas del colonialismo belga y del intervencionismo occidental posterior.

Hoy, su posible vuelta a un rol activo en la política nacional podría significar un retorno a esas estructuras, o tal vez una oportunidad para redefinir el rumbo del país, dependiendo de los actores con los que decida aliarse. El regreso de Kabila, aunque sin una candidatura explícita, se produce en un momento crítico para la RDC. Su movimiento puede entenderse como una señal hacia las élites tradicionales, los sectores militares y empresariales que aún le son leales, y como un posible intento de reposicionarse frente a un gobierno debilitado.

Desde la independencia en 1960, la RDC ha sido víctima de un sistemático proceso de balcanización, promovido por potencias extranjeras y élites locales aliadas, que buscan garantizar el acceso irrestricto a los recursos del país. La debilidad del Estado central —particularmente evidente en el este del país— ha sido aprovechada por potencias regionales como Ruanda y Uganda, cuyos intereses geoestratégicos incluyen el control de rutas de comercio ilícito de minerales como el coltán, el oro y el cobalto.

La presencia del M23 se inserta en esa lógica: se trata de una fuerza insurgente con respaldo militar ruandés, que ha desplazado a más de 7 millones de personas y ha impuesto estructuras de control territorial, judicial y económico en las regiones ocupadas. Informes de la ONU confirman que Ruanda ha desplegado más de 4.000 soldados en apoyo al M23, consolidando una ocupación de facto de territorio congoleño. Muchas organizaciones y analistas han denunciado masacres, violaciones y explotación infantil en zonas bajo control del M23, mientras que informes del Grupo de Expertos del Consejo de Seguridad de la ONU establecen vínculos directos entre altos mandos ruandeses y operaciones logísticas de dicho grupo armado. “Estamos ante una ocupación encubierta que desmantela cualquier intento de construcción estatal en el este de la RDC“, afirma Anicet Mahamba, politólogo de la Universidad de Kisangani.

IndicadorCifra estimada (últimos datos)
Población desplazada por conflicto (2024)7,2 millones
Porcentaje de reservas mundiales de cobalto en la RDC74%
Exportaciones de cobalto en 2022135.000 toneladas
Presencia militar extranjera en el este (soldados ruandeses)4.000+
Personas con inseguridad alimentaria25,4 millones
Participación del sector minero en el PBI~17%

Recursos y violencia

La RDC posee el 74% del cobalto mundial, además de importantes reservas de coltán, litio, diamantes, cobre y oro. Estos minerales son esenciales para la industria tecnológica y energética global. Sin embargo, su explotación ha estado marcada por la violencia, el trabajo forzado, la evasión fiscal y el saqueo organizado. Multinacionales occidentales, empresas chinas y redes regionales operan bajo la lógica de una economía de guerra, beneficiándose de la inestabilidad. Un informe documenta que más del 60% del cobalto exportado en 2022 desde la RDC pasó por redes de intermediación con vínculos a conglomerados extranjeros que operan en zonas controladas por actores armados. El comercio ilegal de estos recursos no solo financia a grupos armados, sino que también implica a actores estatales y corporativos internacionales. Mientras tanto, la población congoleña enfrenta condiciones de pobreza extrema, desplazamiento forzado y violencia estructural. Según el Programa Mundial de Alimentos, 25,4 millones de personas padecen inseguridad alimentaria en la RDC.

Durante su presidencia, Kabila sostuvo un equilibrio precario entre las presiones internas y los intereses externos. Si bien logró cierta estabilización tras las guerras del Congo, también facilitó concesiones mineras a corporaciones extranjeras y fue criticado por perpetuar estructuras de poder autoritarias. Su regreso podría representar la restauración de alianzas geopolíticas basadas en la explotación de los recursos naturales, o bien una jugada táctica ante el desgaste del gobierno de Tshisekedi. En todo caso, el contexto actual no es el de 2001 ni el de 2011. La presión social, los movimientos juveniles, las redes panafricanistas y el nuevo escenario multipolar exigen respuestas distintas. La pregunta clave es si Kabila regresa para reproducir el viejo orden o para disputar realmente la soberanía del país frente al saqueo sistemático. Observadores de la región, como el Centro Africano de Estudios Estratégicos, señalan que el vacío de poder en Kinshasa podría allanar el camino para reconfiguraciones políticas impensadas hace apenas un lustro.

Desde una lectura panafricanista, la RDC representa un laboratorio de intervención extranjera y extractivismo neocolonial. La continuidad del conflicto armado, la fragmentación territorial y la captura de instituciones por redes de intereses transnacionales muestran la urgencia de reconfigurar el modelo de desarrollo y el pacto político nacional. Frente al cinismo de la comunidad internacional —que mira hacia otro lado mientras los minerales del Congo alimentan las cadenas de suministro globales—, se impone la necesidad de una respuesta soberana y popular. La salida no puede venir solo de una figura política, sea Kabila o Tshisekedi, sino de un proyecto colectivo que recupere el control sobre el territorio, los recursos y las decisiones estratégicas del país.

En esa dirección, actores de la sociedad civil, organizaciones campesinas, sindicatos mineros y redes juveniles urbanas han comenzado a articular una agenda común de soberanía nacional y justicia social, basada en el control democrático de los recursos naturales y la exigencia de reparaciones por el expolio histórico. Estas iniciativas, aún incipientes, podrían sentar las bases para un nuevo contrato social posneocolonial en la RDC. “El pueblo congoleño no necesita salvadores, necesita instituciones fuertes y recursos gestionados con justicia”, sostiene Claudine Mukendi, vocera del Movimiento Juvenil por la Soberanía.

El retorno de Joseph Kabila puede leerse como síntoma de una crisis profunda del Estado congoleño, pero también como una oportunidad para abrir un nuevo ciclo político. Sin embargo, esto solo será posible si se rompe con las lógicas de dependencia, violencia y extractivismo que han definido la historia reciente del país. Cualquier salida pasa por un proceso de descolonización real, en el que los pueblos congoleños —y no las élites políticas o los intereses foráneos— sean protagonistas. La soberanía no puede seguir siendo un discurso vacío sostenido por élites o caudillos: debe traducirse en el derecho efectivo de los pueblos congoleños a decidir colectivamente sobre sus cuerpos, su territorio y sus bienes comunes. Y ese derecho está hoy, más que nunca, en disputa en el Congo.

El futuro de la RDC sigue atado a la capacidad de sus líderes de construir una verdadera soberanía popular y económica. La presencia de más de cien grupos armados en el este, la connivencia de élites locales con potencias regionales y globales, y la dependencia estructural del país respecto de sus recursos naturales plantean desafíos gigantes.

Frente a esto, el retorno de Kabila puede ser interpretado desde dos lentes: o como una vuelta al pasado que impidió la descolonización real del país, o como un elemento que, por su experiencia y alianzas, podría servir para reorganizar el poder frente al caos actual. En cualquier caso, la pregunta clave permanece: ¿quién controla el Congo y para quién trabaja su riqueza?

*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.

Acerca del autor

Beto Cremonte

Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la Unlp, Licenciado en Comunicación social, Unlp, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS Unlp

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