La representación de la Federación de Rusia en dicha reunión, encabezada por el Ministro de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov, junto al asesor de Putin para política exterior, Yuri Ushakov, y el director del Fondo de Inversiones Directas (FID) de Rusia, Kiril Dmítriev coincidió en esa conclusión.
La pregunta principal que flotó en el ambiente de Riad después de este primer encuentro ha sido: ¿Por qué esta reunión? Las respuestas son múltiples pero la conclusión mas extendida es que Trump es plenamente consciente de la pérdida de influencia global de Estados Unidos en los últimos años, a partir del deterioro de la hegemonía del dólar estadounidense como “moneda mundial”, de haber quedado rezagado en la carrera tecnológica comercial en relación con China y del presente tecnológico militar en el que Trump, admite incluso, no poseer los avances de que dispone en ese campo, la Federación de Rusia.
Trump ha ido zigzagueando desde su asunción con amenazas y bravuconadas de todo tipo, la mayor cantidad de ellas aun en el plano solo verbal, tanto para con China, Canadá, México o Dinamarca, pero manteniendo un especial cuidado en no enemistarse antes de tiempo con dos países: India y Rusia.
Como venimos señalando hace ya un tiempo la política exterior de Trump, aunque no lo admita públicamente, esta fuertemente influenciada por las ideas de Henry Kissinger, sobre todo en lo referido a dos hechos históricos que toma de ejemplo para reeditar en otro formato y en un presente bastante mas complejo para su país, lo de aquellos años de la década del 70.
En esos días el gobierno de Nixon Kissinger se alejo de Europa abandonando el patrón oro surgido en Bretton Woods y acercándose a la península arábiga para respaldar su moneda nacional con los incipientes petrodólares y se acerco a China para aislar a la entonces pujante Unión Soviética a quien consideraba su “enemigo principal” en el marco de la guerra fría.
Trump intenta hoy una adaptación de aquello, aunque de dudoso resultado positivo. Retorna a la idea de quitarle preeminencia a la relación de Estados Unidos con Europa, a quien considera un aliado “caro e inservible”, disminuye su entusiasmo con el Grupo de los 7, el G 20 y la OTAN y por otro lado intenta un acercamiento con Rusia a quien explícitamente reconoce como su “contraparte” en lo referido a su ilusión de gobernanza global conjunta. Ambas estrategias estadounidenses parecen sin embargo tener un hilo común; intentar aislar a China a quien Trump considera hoy su “enemigo principal”.
Muchos analistas estadounidenses expresan su asombro y también su indignación preguntándose ¿Cómo es posible que Estados Unidos reconozca igualdad de condiciones con Rusia? Para estos, los rusos son los perdedores de la guerra fría, los que deben “callarse y escuchar, aprender y subordinarse”. El asombro de esos analistas de la elite estadounidense es aún mayor en la Unión Europea, que reclama participación en cualquier diálogo con la Federación de Rusia en tanto asumen su condición de “lamebotas” de Estados Unidos y de Biden, lo que hicieron aun a costas de deteriorar severamente la condición de vida de sus poblaciones y la destrucción de sus economías y ante lo que sin embargo Estados Unidos “no se los retribuye” como creen merecer. La patética reunión de París del 17 de febrero de siete países de la UE y Reino Unido además del presidente del Consejo Europeo, el portugués António Costa, la Jefa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, solo visibilizo aún más esa combinación de insolvencia e impotencia, la que inclusive motivó la queja de los lideres de Eslovaquia y Hungría por no haber sido consultados ni invitados a tan exótica reunión.

Donald Trump percibe como cualquier observador no involucrado en el Conflicto de Ucrania que el resultado que Rusia ha conseguido en tres años en relación con el que se suponía en febrero de 2022 es colosalmente superior. Ningún país del mundo ha estado sometido a tanta presión económica, militar y moral-psicológica en tan poco tiempo como Rusia. Se le impuso un número récord de sanciones en la historia, se pretendía eliminarlo abiertamente por métodos no militares de todos los escenarios internacionales, se persiguió su cultura y su deporte y, en cuanto a lo militar, todo el bloque de la OTAN libró una guerra con todos sus medios en territorio de Ucrania y aun en operaciones en propio territorio ruso. Y Rusia soportó estos tres años semejante agresión. Siguió logrando avances constantes en el frente de batalla y su economía está creciendo más rápido que la de quienes planeaban “destruirla” con sanciones y aun con actos terroristas como la voladura de los gasoductos Nord Stream. El brutal error de Biden y sus caniches europeos ha sido que una provocación y un conflicto en escalada con un país como Rusia puede tener un final obvio: una guerra nuclear y una destrucción militar mutua garantizada. Esto significa que aun los más fanáticos “anti rusos” en un marco de mínima racionalidad entienden necesario entablar negociaciones directas con Moscú y Trump lo entiende, tal vez no por su poco probable vocación pacifista, pero si por su expectativa de supervivencia política y económica.
La respuesta de Trump para el público estadounidense es bastante clara: los costos para Estados Unidos de la lucha por mantener la “victoria en la guerra fría y la hegemonía unipolar” han excedido desde hace mucho los beneficios de estas “victorias”. La guerra fría fue una confrontación de largo plazo entre Estados Unidos y lo que entonces era la Unión Soviética, guerra que se libraba en el mundo entero, pero ahora la desacertada idea de Biden y los demócratas de mantener una guerra híbrida total con la Federación de Rusia para conservar su hegemonía unipolar en decadencia ha sido un fracaso gigantesco y ha sido paradojalmente más perjudicial para Estados Unidos y sus aliados europeos que para la Federación de Rusia, lo que incluye la casi humillante derrota demócrata en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses.
La idea de que se podía hostigar a Rusia para posteriormente desmembrarla al estilo yugoslavo no funcionó. Aquel viejo delirio de la insolvente de Hillary Clinton chocó con la realidad del siglo XXI.
Para Estados Unidos en este tiempo, hay cosas mucho más importantes que mantener el marco de la guerra fría: China, India e Indonesia hoy amenazan con sus manufacturas al interior de Estados Unidos la vigencia de sus empresas y los puestos de trabajo en ellas. Trump entiende que debe trabajar con Rusia, un país fuerte que ha demostrado una capacidad de supervivencia fenomenal, no como el país que perdió la guerra fría del siglo XX, sino como un país que ganó la guerra de Ucrania del siglo XXI, y cuya “amistad” resulta imprescindible para que Estados Unidos pueda equilibrar el desfavorable presente de su economía ante la de la República Popular China. Este análisis al parecer convenció a Trump de sacarse de encima a Europa, Ucrania incluida, y reducir sustancialmente sus aportes a la OTAN y a las estrategias de Soft Power europeo financiado por la USAID, que ha resultado un fracaso geopolítico fenomenal para el país de Lincoln y Jefferson.
La respuesta más desagradable para el público europeo hoy es la más pura verdad. La ofensa que dicen les provocó que la Casa Blanca decidiera hablar con Rusia como igual sin Europa no hace más que ratificar otra vieja idea de Henry Kissinger cuando decía “ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es fatal”. Ese concepto debiera ser la directriz de todos aquellos que creen aspirar a poder ser beneficiarios de Estados Unidos.
Europa en el diseño de política exterior de Estados Unidos nunca fue considerada un “otro” atendible. Solo Obama y Biden por vulgar interés nacional intentaron camuflar este hecho con ornamentos de ocasión, pero Trump corta con la diplomacia y la cortesía al tratar con quienes considera sus satélites políticos como entidades superfluas.
Europa y sus patéticos gobiernos delegaron la soberanía y las cuestiones de su desarrollo estratégico a los estadounidenses, abandonaron sus intereses nacionales y calificaron la defensa de su propio interés como “propaganda rusa”. Los mismos europeos pidieron que en sus países hubiera la mayor cantidad posible de “americanos” que los defiendan ¿Por qué entonces Europa debiera ofenderse cuando Estados Unidos no la respeta?. A los ojos estadounidenses Rusia merece mucho más respeto, aunque sólo sea porque se defiende, se autodetermina, controla su propio destino y no depende de nadie.
Europa se ha acostumbrado a considerarse el líder moral de la humanidad, a pesar del colonialismo, el esclavismo, el fascismo, el nazismo y tantos otros ismos no precisamente humanistas, sentada bajo la gratuita protección militar de los Estados Unidos. El vicepresidente norteamericano JD Vance, central en la nueva relación de Estados Unidos con la India, se lo dijo clara y directamente a Europa en la Conferencia de Seguridad de Múnich 2025 “ustedes no son líderes morales, no tienen derecho a dar lecciones de moral a otros y ahora deberán defenderse por su propia cuenta”
Ante estas palabras los europeos sólo pueden llorar desesperanzados y amargamente. Esto es exactamente lo que hicieron en la ciudad bávara, toda una serie de líderes europeos que ofrecieron visiones amargas del “desagradecido” Estados Unidos.
Los discursos del presidente ucraniano mandato cumplido, Volodímir Zelenski y de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, mostraron su desesperación ante la decisión del gobierno de Donald Trump de considerarlos prescindibles, mientras el presidente de la conferencia, el alemán Christoph Heusgen, clausuro el evento entre lágrimas.
Mientras esto sucede en el mundo, en lo que alguna vez fue la República Argentina estos debates parecen ajenos, entre nostalgias de lo que no fue y un presente de delirios mesiánicos, estafas con cryptomonedas y algarabía de patio trasero.
Como dice una vieja reflexión “uno puede hacer cualquier cosa en política, menos dejar de pagar las consecuencias de lo que hace”
Marcelo Brignoni* Analista político internacional
Foto de portada: Evelyn Hockstein/REUTERS