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EE. UU: cuando la mentira es el último recurso del imperio

Por Hernando Kleimans*. Especial para PIA Global. – Hace ochenta años el Ejército Rojo iniciaba una gigantesca ofensiva por todo el enorme frente oriental que le permitió liberar del nazismo a toda Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia y casi la totalidad de Austria.

El primer resultado de esta ofensiva fue establecer la famosa plaza de armas de Kunstrin, cruzando el Oder y a unos 60 kilómetros de Berlín. Desde allí, el 1° Frente de Bielorrusia comandado por el mariscal Gueorgui Zhúkov, iniciaría a mediados de abril la batalla final.

En su flanco izquierdo, el 1° frente de Ucrania comandado por el mariscal Iván Kóniev, acababa de limpiar de nazis la región industrial de Silesia, que entregaría casi intacta a la nueva Polonia.

En su flanco derecho, el 2° frente de Bielorrusia comandado por el mariscal Konstantín Rokossovski, terminaba con la resistencia hitleriana en Prusia y avanzaba hasta el Elba, el río dispuesto como demarcación entre las tropas soviéticas y las anglo-norteamericanas comandadas por el general Dwight Eisenhower.

En el transcurso de la ofensiva, las tropas soviéticas liberaron decenas de miles de extenuadas sombras humanas que sobrevivían en el horripilante campo de concentración de Auschwitz o, en polaco, Oswencim. Polonia estuvo saturada de campos de concentración donde los nazis exterminaron millones de judíos polacos, prisioneros soviéticos, resistentes franceses o belgas o simplemente mujeres y niños no arios.

Los combatientes soviéticos cumplieron con un primario deber de humanidad y con la orden principal del alto mando, aunque ya tenían la dolorosísima experiencia de liberación de los campos nazis en Ucrania, en Bielorrusia y en los países bálticos. Pese a que hoy, como parte de la solapada reivindicación del nazismo por parte de influyentes medios de comunicación, alentada por figuras como Elon Musk y sus secuaces, se intente diluir la gesta soviética inclusive prohibiéndole a Rusia participar en la conmemoración del 80 aniversario de la liberación de Auschwitz, la historia es terca y la realidad es que quien liberó los campos, llegó a Berlín y exterminó al nazismo fue el Ejército Rojo.

Ese fue el primer objetivo de la gran ofensiva invernal del 45. La Unión Soviética había aprendido a combatir en soledad, pese a las promesas (¡cuándo no!) de sus aliados occidentales. Los suministros de pertrechos y armamentos acordados con los aliados anglo-norteamericanos por el régimen de Lend Lease fueron escrupulosamente cobrados a Moscú. Los pagos los finalizó Vladimir Putin a principios de los 2000… Recién en noviembre del 44, cuando ya estaba todo resuelto y Hitler y su banda no tenían escapatoria, las tropas anglo-norteamericanas desembarcaron en Normandía.

No fueron de mucha ayuda… Fue un avance exageradamente lento, soportando peleas internas entre Eisenhower y sus generales Omar Bradley y George Patton, los desplantes del inglés Bernard “Berni” Montgomery y los arrebatos nacionalistas del francés Charles De Gaulle. Tardaron cien días en cubrir unos 400 kilómetros. En el mientras tanto, el “maquí” francés liberó París y los partisanos italianos liberaron el norte de la península. Meses atrás, en septiembre del 44, las tropas soviéticas habían destruido los ejércitos nazis en Bielorrusia y cruzaron las fronteras con Polonia y Prusia, cubriendo más de 600 kilómetros en algo menos de dos meses…

En diciembre de 1944 Hitler ordenó una contraofensiva en las Ardennes, una región semiboscosa, semidesértica, acaballada entre Bélgica y Francia. El objetivo, más que batir al enemigo, era obligar a los “aliados occidentales” a una paz por separado para lanzarse de lleno al frente oriental. Ya en Suiza el futuro jefe de la CIA, Allen Dulles, se había reunido con emisarios de Joseph Goebbels, el ideólogo del Tercer Reich, para terminar de discutir el asunto. Unas oportunas fotografías de los reunidos, tomadas por unas despreocupadas turistas y puestas por Stalin en mano de Roosevelt y Churchill en Yalta, desarmaron la estantería.

 Pero Hitler no podía distraer fuerzas del frente oriental, así que la ofensiva contra las tropas anglo-británicas fue llevada a cabo por las raleadas divisiones alemanas que contenían el frente occidental. Su éxito fue inusitado. En pocos días, las desorientadas tropas aliadas perdieron todo el terreno que habían conquistado y se enfrentaron a una hecatombe general.

En ese momento, el 6 de enero de 1945, el primer ministro inglés Winston Churchill le envió una carta al generalísimo Iósif Stalin. En ella, Churchill le exponía la crítica situación y le rogaba “informar si los aliados occidentales de la URSS podrían contar con una gran ofensiva de las tropas soviéticas en el frente del Vístula o en cualquier otro lugar en el curso de enero o en cualquier otro momento”

Mayor desesperación no se podía pedir. Stalin cumplió con su deber de aliado, adelantó las ofensivas previstas para finales de enero y el 15-16 de ese mes el Ejército Rojo inició las acciones. Esto permitió a Eisenhower y Montgomery recomponer sus tropas y continuar el “paseo” hasta el Elba, con un camino allanado por el rendimiento anticipado del nazismo en el frente occidental. Al poco tiempo, el mismo Churchill le escribía a Eisenhower “sugiriéndole” que apurara el paso y tomara Berlín, rompiendo los compromisos contraídos con Stalin en Teherán en 1943 y en Yalta en febrero del 45, cuando todavía no se habían repuesto de la paliza de las Ardennes.

Churchill argumentaba que ese paso era necesario para impedir que los soviéticos se arrogaran el papel protagónico en la derrota del nazismo. Algo que la URSS se había ganado durante casi 1.500 días de cruentísima lucha, a un costo de más de 27 millones de muertos, con el 30% de su PIB incinerado, con casi 1.500 ciudades totalmente destruidas y más de cincuenta mil aldeas arrasadas.

Hace 80 años…

El régimen nazi se rindió incondicionalmente ante el Ejército Rojo. Los secuaces de Hitler se refugiaron en las posiciones anglo-norteamericanas y Churchill ordenó en secreto a Montgomery que preparara a los prisioneros nazis, los rearmara y los entrenara para seguir la guerra contra “el bolchevismo soviético”.

En la superficie, Churchill y el nuevo presidente norteamericano Harry Truman, un furibundo antisoviético que reemplazó al fallecido Franklin Roosevelt, se deshicieron en elogios hacia “el pueblo, el ejército y el gobierno de la Unión Soviética por el fundamental aporte a la causa de la civilización y la libertad”. Y volvieron a solicitarle a Moscú que declarara la guerra contra Japón, al que no podrían vencer en los próximos dos años sin la ayuda soviética. En agosto, en 23 días de demoledora ofensiva, el Ejército Rojo y sus aliados: el ejército mongol y el ejército de liberación de China, liquidaron al ejército japonés de Kuantung. La URSS solventó su promesa y terminó la campaña a orillas del mar de China, liberó a Corea y facilitó el avance del ENL de Mao sobre todo el Norte y Centro de China…

Estados Unidos en el frente europeo sólo peleó seis meses. En total, sufrió menos de 300.000 bajas, cien veces menos que las bajas soviéticas. Ni una sola bomba cayó en territorio norteamericano, confortablemente protegido por dos océanos. Ningún ocupante saqueó aldeas, ni violó mujeres, ni asesinó civiles, ni mandó a la esclavitud a millones de seres humanos. No hubo racionamiento de comestibles. Las heladeras siguieron funcionando y los bares permanecieron abiertos. No hubo masiva evacuación de fábricas y plantas industriales. En ninguna ciudad se apagó la luz ante la alarma de un bombardeo aéreo. Las playas siguieron pletóricas de bañistas.

Hace 80 años nadie, ni siquiera Churchill o Truman, podrían haber dicho que “Rusia ayudó a los Estados Unidos a ganar la segunda guerra”. Hoy sí se ha dicho. Too much.

Los rusos son un pueblo solidario, unido, con un gran respeto por su historia. Veneran a sus muertos en la guerra. Todos los años, el 9 de mayo, por todas las ciudades rusas e incluso en las colectividades rusas en el extranjero se cumple la marcha del “Regimiento Inmortal”. Millones desfilan en silencio, con los retratos de sus seres queridos muertos en la guerra. Como dice la llama votiva que fulgura permanentemente ante las murallas del Kremlin: “Nadie está olvidado, nada está olvidado”.

Quizá los herederos actuales de aquel bloque anglo-norteamericano deberían refrescar su memoria, además de sus conocimientos, y entender de una buena vez que lo que comenzó con la derrota del nazismo en 1945 fue un proceso de liberación del mundo colonial y de consolidación de un orden más justo y solidario, donde no existe un poder hegemónico autoritario y dictatorial. El parto, doloroso y sangriento como todo parto, tardó ochenta años en tomar cuerpo. Hoy el nuevo orden multipolar se extiende por más de la mitad del globo terráqueo y procesa casi el 40% del PIB mundial. Pese a bravatas, agresiones y frustrados desplantes del obsoleto bloque unipolar, consolida cada vez más su integración y su postura. Con toda la diversidad, con todas las diferencias y con todas las rispideces que sólo un riquísimo arco de Estados puede ofrecer.

En cualquier caso y de todos modos, creo que este decadente y decrépito bloque deberá aceptar la nueva realidad mundial y reconocer su ordenamiento. Esa sería la única manera de conservar su existencia. Aunque, como en la fábula del escorpión, siempre habrá que desconfiar de sus instintos criminales y de su desaforada ambición por la dominación incondicional.

Soy historiador. Estoy acostumbrado a analizar objetivamente los hechos y los personajes. La aviesa deformación de la realidad intenta convertir a la historia en una herramienta de esa dominación. El deber de todo analista de la historia es derrotar esos intentos y preservar la autenticidad y la veracidad de los hechos.

Hernando Kleimans* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Getty Imagen

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