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Diplomacia ambivalente: la santa sede frente a Israel

Por Lourdes Hernández* –
En un mundo donde los símbolos cuentan tanto como las medidas, la pregunta para el Vaticano no es sólo de táctica diplomática, es, sobre todo, de principios.

El pasado 4 de septiembre, en el Palacio Apostólico del Vaticano, el Papa León XIV recibió en audiencia al presidente israelí Isaac Herzog. Según el comunicado oficial de la Santa Sede y la cobertura de agencias, el pontífice planteó la necesidad de un cese de fuego permanente, la liberación de los rehenes y el acceso sin trabas de la ayuda humanitaria a Gaza, además de reiterar el respaldo del Vaticano a una solución de dos Estados como único camino hacia una paz duradera.

A primera vista, el tono de la audiencia parece coherente con el discurso público del Vaticano: preocupación por la emergencia humanitaria y llamado a respetar el derecho internacional humanitario. Pero en la escena diplomática, el encuentro entregó a Herzog —cuyo gobierno y pronunciamientos son objeto de sentencias internacionales— una plataforma simbólica de reconocimiento y normalización en un foro de enorme carga moral. En ese sentido, el gesto vaticano opera simultáneamente como presión con peticiones concretas, y como legitimación con la recepción pública de un jefe de Estado en contexto de controversia. 

La tensión simbólica fue explícita incluso antes de la audiencia. La oficina presidencial israelí afirmó inicialmente que la visita se hacía “por invitación del pontífice”; el Vaticano aclaró, en una nota inusual, que su práctica es acceder a solicitudes de audiencia y no extender invitaciones a jefes de Estado, una precisión que revista como gesto de distanciamiento político. Esa corrección pública debe leerse como una maniobra destinada a no aparecer como iniciador del acercamiento y, al mismo tiempo, a preservar alguna credibilidad ante el mundo árabe y musulmán.

La urgencia del contexto aumenta la gravedad política de ese gesto. Herzog llega a Roma en medio de una gira europea calculada: varios gobiernos occidentales anunciaron intención de reconocer formalmente al Estado palestino en la próxima Asamblea General de la ONU, y la diplomacia israelí puso en marcha una batería de encuentros para contrarrestar ese impulso. Francia, Reino Unido y Canadá, entre otros, anunciaron planes y declaraciones públicas en julio y agosto de 2025 que impulsan un reconocimiento coordinado si no hay avances concretos en la protección de la población palestina; esa posibilidad transformaría el tablero diplomático y aumentaría la presión sobre Washington. La gira de Herzog tiene, por tanto, una dimensión preventiva: neutralizar momentum diplomático y condicionar anuncios.

La Corte Internacional de Justicia (CIJ), en su orden de enero de 2024 sobre las solicitudes provisionales, advino sobre riesgos plausibles y citó el entorno discursivo y ciertos pronunciamientos de altos funcionarios como parte de su análisis sobre la posibilidad de “intención genocida”. Entre las referencias públicas está el debate en torno a comentarios del propio Herzog en octubre de 2023 —frases que él y su gobierno aseguran fueron sacadas de contexto y que Herzog calificó públicamente de “libelo” cuando la CIJ las incorporó en sus consideraciones.

La lógica diplomática de la Santa Sede —insistir en la solución de dos Estados, pedir ayuda humanitaria y liberar rehenes— es coherente con una postura institucional que busca preservar su influencia. Pero es también una realpolitik que prioriza la capacidad de interlocución por sobre la contundencia política. En tiempos de denuncias internacionales y del posible reconocimiento europeo de Palestina, esa ecuación tiene efectos concretos: la audiencia no sólo es un gesto pastoral, sino una operación política que, en la práctica, puede retardar medidas más duras contra Israel y, al mismo tiempo, consolidar narrativas de diálogo que benefician a quien negocia desde una posición militar y diplomática dominante.

¿Puede el Vaticano reclamar la paz y la justicia sin reprobar públicamente y con claridad a quien ejerce la violencia? La Santa Sede puede y debe mantener canales de mediación. Pero esa mediación se vacía de autoridad cuando se combina con gestos que, intencional o no, sirven para normalizar a quien está acusado de graves violaciones. El gesto de recibir a Herzog, aunque acompañado de llamados al alto el fuego y a la ayuda humanitaria, no es neutro; es acto diplomático que para Palestina es otro capítulo de invisibilización práctica y para el Vaticano, un equilibrio que erosionó un poco más su capital moral acumulado durante el pontificado de Francisco.

La Santa Sede se define a sí misma como “pastor universal”. En un mundo donde los símbolos cuentan tanto como las medidas, la pregunta para el Vaticano no es sólo de táctica diplomática, es, sobre todo, de principios. Y hoy la balanza parece inclinarse hacia una prudencia que tranquiliza a la diplomacia pero deja sin sentencia al genocidio llevado a cabo por Israel en el pueblo palestino.

*Lourdes Hernández, miembro del equipo editorial de PIA Global.

Foto de portada: Isaac Herzog vía X

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