Culminó la copa mundial de fútbol y por un momento, por unas pocas horas, el mundo se detuvo para sufrir y disfrutar al vaivén de un balón. El fin de ese episodio fue mucho más que anecdótico, porque nos permitió ver en el dramático final, un golpe furibundo de fe para un pueblo, para un país y, en realidad, posiblemente para todo un continente -quizás incluso más- que, de la nada, se sintió de pronto, inmensamente feliz, sin poder tal vez explicar por qué se sentía así.
Esos millones de hombres y mujeres no mejoraron su calidad de vida, sus expectativas económicas, ni se sacudieron los gravísimos problemas que atraviesan como, por ejemplo, en el caso de Argentina. Sin embargo, la alegría colectiva, asociada en montoneras de gente que se hace multitud festiva, resulta contagiosa y nos permite recordar nuevamente que jamás debemos subestimar el papel determinante que juegan las emociones, a nivel individual y colectivo.
Mañana, al terminar los festejos, los problemas seguirán allí, pero una inexplicable ola de optimismo recorrerá cada corazón y cada cabeza de esos millones de personas que enfrentarán el nuevo día. La vida seguirá y la alegría transitoria enfrentará, seguramente, la persistente y tozuda realidad. Mientras tanto, felicidades a la Argentina Campeón y al pueblo que tanto deseó algo, hasta que se hizo realidad. Para que el resto de deseos del pueblo se cumplan habrá que seguir luchando.
Nunca es triste la verdad…
… Lo que no tiene es remedio, dictaba el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, hace ya varias décadas. El paso del tiempo no invalida la rabiosa actualidad de la afirmación y nos parece una buena manera de revisar el panorama actual de Nuestra América, inmersa en una compleja situación política que se va generalizando a lo largo y ancho del continente.
Esa realidad señala una lucha permanente entre fuerzas del campo popular enfrentadas crecientemente a fuerzas de extrema derecha que, con metodologías y lógicas neofascistas, parecen mantener una cierta velocidad de crucero en su desarrollo, gracias a que en la permanente, cambiante y dinámica correlación de fuerzas de la lucha de clases continental, el campo popular parece mostrar retrocesos, debilidades, divisionismo y una cierta tendencia a la desmovilización.
Si no queremos negar o subestimar la realidad que se presenta ante nuestros ojos, evitemos perfumarla y colorearla para hacerla aparecer más agradable, porque -de hacerlo- nos arriesgamos a dar mecánicamente pasos hacia atrás, al no visibilizar adecuadamente las fuerzas, las tácticas y la estrategia del modelo neocolonizador imperial que se cierne sobre nuestros pueblos y, por ende, no utilizaremos las armas y métodos adecuados para derrotarlo.
Tomaremos tres casos que se presentan como ejemplo del avance y, en algunos casos consolidación, de fuerzas de derecha y extrema derecha en Nuestra América, las cuales siguen representando en materia de electores a nivel continental, al menos el 40% de ese universo. Tomaremos los casos de Argentina, Perú y El Salvador, reconociendo que sin duda, los desarrollos en cada uno de esos países tienen consecuencias y afectan las realidades políticas y geopolíticas que los circundan.
Argentina, apunten contra CFK
El caso argentino parece tener nombre y apellido, Cristina Fernández de Kirchner, CFK. La vicepresidenta de la República y presidenta del Senado resulta el punto focal de ataque de las fuerzas de la derecha oligárquica, asociadas a capitales financieros transnacionales, decididas no ya a asediarla sino a aplastarla, porque ven en ella uno de los escasos obstáculos sólidos para su desarrollo y crecimiento, en el convulso y polarizado ambiente político argentino.
Dos hechos destacan; en primer lugar, el atentado contra su vida, a manos de un grupo neofascista. Las dificultosas investigaciones van dejando claro que el hecho fue financiado, organizado y promovido por oscuros poderes fácticos, que identifican en la lideresa del kirchnerismo la pieza a remover para poder desestructurar o debilitar el campo popular, descabezando a su figura más destacada.
En segundo lugar, fracasado el atentado, esa derecha extrema, enquistada en estructuras institucionales y apoyada en el tridente financiero-comunicacional-judicial, se lanza a otra clase de eliminación: la muerte civil expresada en la condena a seis años de prisión e inhabilitación permanente para ocupar cargos públicos.
Los hechos vienen precedidos por una ofensiva permanente desde los medios de comunicación, y del ataque constante de fuerzas políticas conservadoras, ancladas en una suerte de fortaleza particular, con eje en el control del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, CABA, donde disponen de fuerzas policiales represivas, aparatos de inteligencia, y políticas orientadas a la criminalización y persecución de la protesta ciudadana.
Se acumulan, asocian y articulan así sectores ligados a un neofascismo negacionista, que añora los días de la última dictadura, y que han ido ganando terreno camuflados como partido político detrás de las propuestas de Milei, vocero de esas fuerzas de extrema derecha, pero que va aglutinando en su entorno a lo más radicalizado del macrismo. Allí se ha ido alineando poco a poco también el conservadurismo tradicional y las poderosas fuerzas de la oligarquía, asociada al capital financiero transnacional.
Junto a ese universo del arco conservador, el liberalismo y el neofascismo, destaca un poder en sí mismo, que en Argentina han dado en llamar Partido Judicial, por la forma en que este núcleo corporativo de jueces, fiscales, y abogados coludidos con aquellas fuerzas, se comporta en defensa de intereses claramente determinados, afianzándose así, junto con los propietarios de los grandes medios de comunicación, como “el núcleo del poder”. Todo bajo un manto de inmunidad e impunidad abierta, ante la que no parece encontrar antagonistas de su altura.
Desde el punto de vista de las acciones políticas de todo el espectro de la derecha, y más allá de que podamos juzgar detestables sus métodos y objetivos, lo cierto es que las clases dominantes hacen lo que deben hacer en favor de sus intereses.
El problema, a nuestro juicio, es cuando miramos hacia el campo del pueblo en su concepción más amplia y vemos que en gran medida, los avances de esa derecha cavernícola, que no oculta su violencia, ni su deseo de aplastar todo lo que “huela a pueblo” una vez retornada al poder Ejecutivo, se debe a la escasa fuerza de resistencia que ha encontrado hasta el momento desde el campo popular.
Un gobierno que discursivamente se define al servicio de las causas populares, como el de Alberto Fernández, parece tener, de acuerdo a opiniones externadas desde distintos sectores sociales y políticos argentinos, no poca responsabilidad de la actual situación, ante la tibieza de reacciones oficiales para enfrentar desafíos serios a la estabilidad y permanencia del actual conglomerado político en el gobierno y en general, ante la ofensiva de la derecha fascista en todos los terrenos.
Para ponerlo en blanco y negro, resulta incomprensible que aún existan en Argentina presos políticos como el caso de la líder social Milagro Sala, o que la derecha y extrema derecha neofascista se apropie de la capital de la República como una fortaleza inexpugnable donde brillan la impunidad, la conspiración permanente contra el gobierno central, el uso de la fuerza y la represión discrecional contra todo tipo de organización popular.
Cuando se supo del atentado fallido contra CFK una ola de indignación pareció recorrer el país, y por cierto, el hecho generó una enorme condena internacional y manifestaciones de solidaridad hacia la vicepresidenta y hacia su pueblo. Sin embargo, no se produjeron grandes movilizaciones de condena que dejaran claro a los asesinos frustrados que había un límite: la paciencia popular.
Si aquellas manifestaciones mostraban signos de debilidad, la respuesta ante la condena judicial incalificable contra la líder del peronismo kirchnerista, fue nula. Un amago de llamado a una manifestación y a un acto de desagravio, convocados por lo más tibio del reformismo socialdemócrata iberoamericano, más interesado en promover su presencia en el escenario político internacional, que en defender la figura de la vicepresidenta, demostró ser tan vacío de contenidos reales que fue convocado y suspendido dos veces para, finalmente, posterga el evento hasta marzo del año que viene, cuando ya los jueces espurios que la condenaron hayan podido fabricar sus argumentaciones con el respaldo del aparato mediático a su disposición. Vergonzoso.
Esa es la realidad que parece prevalecer en el caso argentino en cuanto a las actuales capacidades de movilización popular. Seguramente influye la grave crisis de subsistencia para las grandes mayorías populares a consecuencia de estos años de crisis económica, y el cumplimiento oficial de compromisos con el FMI y otras multilaterales, a expensas del bienestar del pueblo.
Tampoco se ve en dirigencias asociadas habitualmente a los sectores nacional-populares, capacidad o voluntad de convocatoria. Fragmentado, hambreado, sin mayores opciones, sin una clara conducción que, además, para quienes ven en CFK a su líder natural, enfrentan el hecho de que ella misma anuncia una suerte de renunciamiento (aunque solo sea a ser candidata), profundiza de conjunto, cierto sentimiento de orfandad para el pueblo.
La derecha mientras tanto no descansa, y para establecer sus fueros, reprime hasta a los manifestantes que se movilizaban para festejar un triunfo de su selección nacional en el mundial. Así avanzan las fuerzas del neofascismo, vestido con trajes elegantes, pero con el mismo odio al pueblo que tuvieron sus abuelos de camisas oscuras.
Perú: el pueblo en las calles
En Perú un presidente legítimo, elegido hace menos de dos años por un pueblo cansado de sentar en la presidencia a personeros que renegaban de sus promesas y se aliaban con la oligarquía limeña para seguir expoliando aquel Perú profundo de sierra y selva, sigue preso sin juicio ni causa. Un maestro rural que habla el mismo idioma que aquellas mayorías que lo eligieron. No estaba cumpliendo con su audaz programa de gobierno, y el pueblo lo sabía, pero veía también la forma en que su gestión fue saboteada sistemáticamente cada día por la oligarquía, el fascismo fujimorista y el resto de sectores de la burguesía y las clases medias que ostentan mayoría en el congreso.
El conjuro oligárquico establecía que este primer presidente de origen genuinamente popular y con respaldo mayoritario de las poblaciones serranas y sectores campesinos, no debía terminar su mandato, en la medida que estaban también en juego intereses corporativos extranjeros relacionados con el extractivismo minero y energético, interesados en asegurar concesiones favorables en materia de disponibilidad de explotación de petróleo, gas, y litio, entre otros.
En esas necesidades e intereses también podemos encontrar algunas de las explicaciones más plausibles acerca del desarrollo de acontecimientos en Perú. Nuevamente, la alianza estratégica de personeros en el congreso se completó con los jueces y los grandes medios de comunicación, con algunos actores importantes detrás de escena, como las fuerzas armadas, y con la embajada de EEUU moviendo sus hilos e intereses, cuya representante en aquel país, Lisa Kenna, fue por 9 años oficial de la CIA, secretaria ejecutiva del Departamento de Estado, y asesora principal del secretario de Estado de Donald Trump, Mike Pompeo, a su vez antiguo director de la misma central de inteligencia. Una embajadora que previamente había ocupado puestos en Pakistán, Irak, Jordania y Egipto. Y quien, no por casualidad, un día antes del golpe de Estado contra el presidente Castillo, se reunió con el entonces ministro de defensa del Perú.
El golpe parlamentario fue rápidamente justificado a través de una narrativa elaborada desde los grandes medios, para establecer a nivel mundial un relato donde “el villano es el presidente elegido y apoyado por el pueblo, frente a un grupo de legisladores que se dedicaron a restaurar la constitución”.
Esa mentira burda la pueden elaborar y vender los grandes conglomerados de comunicación y propaganda a nivel global y la difunden sin cansancio, pero no la ha comprado un pueblo que sigue confiando en un líder que no lo engañó.
Las movilizaciones subsecuentes en valles y sierras son la muestra efectiva de esa realidad. Sin embargo, desde las fuerzas de izquierda, con alta incidencia en la realidad limeña pero escasa influencia y contacto con el Perú profundo, se observa el comportamiento de siempre, sectarismo, fragmentación, pensamiento miope y actitudes políticas interesadas, que llevaron a algunos representantes de esas izquierdas, por ejemplo, a plegarse con sus votos vergonzosos a la decisión de destituir al presidente desde el congreso.
En otros casos, desde la llamada izquierda caviar (con una visión profundamente reformista y electorera), pero incluso desde las filas de Perú Libre, el partido que respaldó a Pedro Castillo, sólo se observan vacilaciones y justificaciones, que los llevan a plegarse al discurso oficial de la oligarquía. Ni siquiera cuestionan la legitimidad de la usurpadora Dina Boluarte. Por eso hoy se oyen con insistencia los reclamos por un cambio en el congreso, el llamado a una constituyente y a elecciones generales anticipadas.
Entre esas fuerzas casi nadie habla de la necesidad de liberar de inmediato al presidente. Eso solo lo menciona el pueblo en sus marchas. El llamado mismo a elecciones generales significa haber adoptado el discurso del vencedor, del dominante, por eso casi nadie exige lo que debería ser elemental, la restitución del legítimo presidente derrocado.
Frente a ese desalentador panorama de las izquierdas partidarias en crisis, encontramos al pueblo. Un pueblo que comenzó a movilizarse desde el primer día, desde el campo y las ciudades de todo el país, y cuya acción se fue gradualmente masificando y radicalizando en la medida que élites políticas, profundamente corruptas, racistas y clasistas, decidieron recurrir a lo que suelen echar mano en primera instancia, la represión indiscriminada.
Hoy tenemos en Perú un pueblo que llora a sus muertos y los honra como se debe, redoblando la lucha. La situación escaló, sin duda, de una quiebra política institucional a una creciente crisis social, con masas campesinas movilizadas como casi nadie esperaba, y que no tiene aún apariencia de detenerse. Es, sin duda, un movimiento incipiente y posiblemente aún débil, a falta de liderazgos específicos o históricos. Pero será seguramente de estos contingentes populares de donde surgirán nuevos y combativos liderazgos, fogueados además en la lucha.
Por ahora, la movilización tampoco parece tener un rumbo claro, al mantenerse en la toma de carreteras, de aeropuertos y acciones de resistencia similares. Será importante observar los próximos movimientos populares y si se logra un nivel de coordinación que pueda orientar la marcha sobre la capital. Si hasta ahora la agitación de masas ha impedido a las fuerzas del fascismo estabilizar su golpe, aún y con el beneplácito de los EEUU, es evidente que una decisión de las masas movilizadas de dirigirse a Lima, podría acelerar la crisis, y aquello que empezó como un golpe parlamentario podría evolucionar hacia formas de disputa de impredecibles consecuencias.
Quizás ante esta realidad es que surge con fuerza desde el arco partidario completo, de izquierda a derecha, el llamado a una posible constituyente. Una propuesta que, en los actuales momentos de ausencia de claros, reconocidos y consolidados liderazgos populares, solo podría servir como una emboscada más al pueblo, porque el proceso serviría a los fines de las clases dominantes, operando como distractor y desmovilizador de las masas populares, apelando a un gatopardismo clásico, donde cambiar la constitución, con el proceso controlado por los mismos actores que ejecutaron el golpe parlamentario, y que mantienen al Perú en crisis desde hace décadas, solo beneficiaría y daría aire a las clases dominantes.
Un detalle final en el caso peruano. Solo cuatro gobiernos en América Latina expresaron oficialmente su respaldo y solidaridad con el presidente depuesto; fueron Argentina, Colombia, Bolivia y México. Un gesto de dignidad y coherencia que no parece acompañado por otros Estados, y que puede dar también una pauta del estado de la situación a nivel continental, más allá de declaraciones de buenas intenciones.
El Salvador, ¿neofascismo consolidado?
Finalmente, El Salvador, con su régimen bonapartista autoritario, implementado a partir del control completo de los órganos de Estado, el desmontaje del estado de derecho, la militarización y el control social, se ha instalado en el país transformando el Estado en una empresa familiar, al servicio de una burguesía emergente asociada a intereses oligárquicos, que está llevando a las mayorías populares a un deterioro considerable de sus condiciones materiales de vida, habiendo perdido en el proceso una amplia batería de beneficios sociales conquistados en previos gobiernos.
Esta dictadura de nuevo tipo, asentada en un golpe de estado camuflado detrás de maniobras parlamentarias, que impuso regímenes restrictivos contra las libertades individuales, la libertad de información y prensa, y que fragua su continuidad ilegal en el poder a través de nuevas violaciones a la constitución, no ha generado política alguna de bienestar social para las grandes mayorías de El Salvador. Por el contrario, en los más de tres años de gobierno la población ha visto aumentar la pobreza extrema y la relativa; el crecimiento económico, de acuerdo a datos recientes de la CEPAL, es de 2.3%, uno de los más bajos de América Latina.
Con represión, y denuncias sostenidas de violaciones a los DDHH, persecución política por medio del uso del aparato judicial con esos fines, crecimiento económico casi nulo, aumento de la pobreza multidimensional, aumento de la migración por razones económicas, entre muchos otros factores que demuestran los niveles crecientes de deterioro de las condiciones de vida de la población, una porción importante del pueblo salvadoreño muestra, sin embargo, niveles aún muy altos de apoyo a un gobierno que, como lo hemos señalado en más de una ocasión, hace de la mentira y la manipulación a través de los distintos canales de propaganda y desinformación a su disposición, un permanente eje en el ejercicio de gobierno.
Estos niveles de aceptación en encuestas, como la reciente de LPG Datos, van más allá del simple registro estadístico, sino que van demostrando a lo largo del tiempo un creciente desapego de sectores mayoritarios de la sociedad hacia los partidos políticos, incluyendo el partido de gobierno y el fundado por el presidente. No son resultados casuales, indican el efecto acumulado de la lógica neofascista del discurso del odio, de la división y la confrontación permanente, las campañas antipartidos y de difamación, en particular contra personajes representativos de fuerzas o gobiernos de izquierda o populares. Aquel desapego facilita, sin duda la manipulación y la dominación por el grupo de poder hegemónico.
Pero ese proceso de consolidación del proyecto neofascista no puede considerarse como algo fatídico e imposible de detener. Por el contrario, representa el principal y mayor desafío para las fuerzas de la izquierda revolucionaria y demás sectores populares, porque solo con un profundo trabajo de concientización, de información y de comunicación directa con el pueblo, de relación permanente para caminar juntos en la organización desde la base, y la defensa de intereses sectoriales se podrá disputar aquella hegemonía.
Sin duda, en ese proceso de trabajo organizativo y comunicacional casa por casa, persona a persona, se encontrarán puntos en común para la lucha conjunta, con nuevos y mayores sectores populares, para ir quebrando la incidencia de quienes, siendo enemigos del pueblo, se presentan como sus supuestos defensores. Tirar abajo ese valladar de mentiras e infamias aparece como tarea destacada. Los espacios pre-electorales que se irán abriendo desde inicios del próximo año pueden resultar ideales para aplicar los criterios Schafikistas de trabajo con la gente, de amplia labor de concientización y politización en tiempos electorales.
Raúl Llarul* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.
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