Uno de los discursos que mejor ejemplifican las dinámicas tanto de África occidental, como de África austral, como del Cuerno de África es precisamente el septiembre de 2021 de uno de los líderes de los lagos centrales: Yoweri Museveni, Presidente de Uganda.
África central
Por un lado Museveni fijó sus prioridades en la República Democrática del Congo, donde apuntaban a uno de los grupos insurgentes más importantes de la región: las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF). Este grupo ugandés se encuentra afiliado a Estado Islámico y mantiene su principal actividad en las regiones orientales congoleñas. Museveni afirmaba que estaba listo para entrar en la República Democrática del Congo, a falta de obtener aprobación por parte de Kinshasa. En mayo se había declarado el Estado de Sitio en las regiones congoleñas de Ituri y Kivu Norte, se estableció un centro de actividades conjuntas con Uganda y, finalmente, se dio la entrada de tropas ugandesas en noviembre. A este grupo se le atribuyen unas 6.000 muertes de civiles desde 2013 y los recientes atentados en Kampala, capital de Uganda, en octubre de 2021.
Uno de los puntos más tensos que se han vivido en Uganda ha sido la reelección del Presidente Museveni a principios de año, con la proclamación de la victoria también por parte de su rival, el cantante Robert Kuagulanyi (Bobi Wine), las consiguientes protestas, represión y arresto domiciliario de Wine. La presión internacional liderada por Estados Unidos puso fuerte presión contra Museveni pero no sería hasta septiembre que se mostraría dispuesto a dialogar con Wine, aunque criticando las injerencias de las potencias extranjeras y las ONG como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
La tendencia entre las potencias regionales de los lagos, como la propia Uganda y Ruanda, ha sido hacia un incremento de la asertividad. Aunque durante los últimos años se ha suavizado su relación, Museveni seguía apuntando a su homólogo sureño, el líder ruandés Paul Kagame. Museveni criticó a Kagame por el cierre de la frontera hacía 2 años, así como por sus acusaciones contra el ugandés de comportarse como el amo de la región.
Ruanda está incrementando su peso en conflictos regionales como la intervención en la segunda guerra civil de República Centroafricana y el combate contra la insurgencia islamista en el norte de Mozambique y, en menor medida, Tanzania.
El caso de República Centroafricana (RCA) abriría un hilo de primer nivel en la región: la competición de la Francáfrica y la Rusáfrica. Tras la reelección del Presidente Faustin-Archange Touadéra y la unión de los grupos opositores en la alianza rebelde Coalición de Patriotas por el Cambio (CPC), se produjeron sustanciales avances que amenazaban la capital, Bangui, con un asedio rebelde tras la toma de la ciudad de Bangassou en el sureste y el corte de la importante carretera Bangui-Camerún. La colaboración rusa, importante desde 2018, con el gobierno centroafricano permitiría seguir avanzando contra la unión de fuerzas rebeldes. En febrero se recuperaría la carretera que conecta con Camerún, así como también la ciudad de Bossangoa, situada en el noroeste del país.
Sin embargo, la influencia francesa iba en retroceso teniendo en cuenta que su antiguo apoyo, el ex presidente François Bozizé –llegó al poder con un golpe de Estado apoyado por Francia-, era asociado por el gobierno centroafricano con la CPC y con el gobierno de Chad, feudo actual de Francia. Desde el fracaso de la operación francesa contra los rebeldes en 2016, el gobierno centroafricano se fue acercando más y más a Rusia para obtener apoyo en seguridad y frente al embargo de armas. El éxito de la primera mitad de 2021 sirvió para consolidar al Presidente Touadéra tras la baja participación en las elecciones de diciembre de 2020. Esta competición cristalizó en una tensión cada vez mayor entre Rusia y Francia por el control del Sahel, con la consolidación de Touadéra como un ejemplo a perseguir por otros gobiernos en una región extremadamente convulsa. Varios grupos rebeldes eran barridos en la RCA gracias a la participación de Rusia –de manera no formal- y, en menor medida, de Ruanda; y en mayo se llegaba a producir una escaramuza con las tropas chadianas en la frontera, tras múltiples acusaciones de estar acogiendo a miembros de la CPC. La otra frontera, la de Camerún, seguiría siendo tan inestable como en los momentos de enfrentamiento intercomunal más agudos, produciendo por choques étnicos en el norte un nuevo éxodo de miles de personas hacia Chad.
África occidental
El continuo deterioro de la seguridad en el Sahel iba vinculado con el crecimiento del yihadismo en la región, con grandes competiciones entre grupos locales y asociados a Al-Qaeda y Estado Islámico. El gran foco surgido en el Azawad, norte de Malí, se expandió a Níger, Chad, Burkina Faso, Nigeria y, durante 2021, alcanzando picos en Burkina Faso, Costa de Marfil, Ghana, Togo o Benín. Especialmente clave han sido dos regiones: la triple frontera entre Burkina Faso, Níger y Malí; y la cuádruple frontera del Lago Chad entre Nigeria, Chad, Camerún y Níger.
Varias tendencias se han visto en el hartazgo ante el fracaso frente a los yihadistas, comenzando por una gran inestabilidad política y siguiendo por la búsqueda de apoyos externos alejados de Francia, que sería vista aún como potencia colonizadora. Tras las disputadas elecciones de Níger en febrero de 2021, el nuevo gobierno de Mohamed Bazoum aseguraría haber frustrado un intento de golpe de Estado con un tiroteo en torno al Palacio Presidencial de Niamey en marzo. Poco después, el Presidente de Chad, Idriss Déby, moría en el frente luchando contra un grupo insurgente que venía del norte desde Fezzan, Libia. A la muerte de Idriss Déby le siguió un golpe de Estado de su hijo para establecer su poder mediante el ejército y aprovechar que Déby padre debía organizar una transición eventualmente tras 31 años y 5 mandatos. Mahamat Idriss Déby Itno se convertía en nuevo líder chadiano mediante un golpe de Estado que contó con el silencio cómplice de Francia, dado que buscaba mantener su posición en su fuerte del Sahel. Níger y Chad son esenciales para Francia, cualquier conato de inestabilidad podría haber supuesto un nuevo problema para París.
Sin embargo, el acontecimiento más destacado del Sahel que amenaza con mover las dinámicas de 2022 en adelante, como sin duda ya lo ha hecho en 2021, es el golpe de Estado de Malí. El Presidente Ibrahim Boubacar Keïta era derrocado por los militares en 2020. Tras ceder en posiciones transicionales el poder a una administración civil, los militares eran relegados paulatinamente hasta que en mayo de 2021, tras una reorganización de gobierno que les apartaba de posiciones clave, el coronel Assimi Goita daba un nuevo golpe de Estado. Goita, artífice del golpe contra Keïta, derribaba al Presidente interino Bah N’Daw y su gobierno. Este segundo golpe en menos de un año tenía explicaciones políticas claras, buscando una reorientación del rumbo de la transición y apoyo en un nuevo sector político que lo permitiese, como el Movimiento 5 de Junio-Agrupación de Fuerzas Patrióticas (M5-RFP).
El nuevo rumbo de la transición hizo que, a diferencia de lo ocurrido en Chad, Francia sí condenase enérgicamente tanto el golpe de Estado en Malí como la nueva dirección que llevaba el país durante 2021; siendo especialmente crítico que el golpe se llevara a cabo poco después de la visita del gobierno a Francia. Emmanuel Macron anunciaba en junio el fin de la importante Operación Barkhane, columna vertebral de su presencia en el Sahel. En un primer momento se canceló la colaboración en operaciones conjuntas con Malí, posteriormente se desdijo y buscó apoyo en operaciones europeas, para acabar expandiendo el rango de actuación de Barkhane según se anunciaba su paulatino fin.
No tardaría muchos meses en notarse el nuevo rumbo de Malí, que bebía en gran medida de la experiencia de la República Centroafricana, con la mejora de relaciones entre Bamako y Moscú. Las manifestaciones en favor de una eventual colaboración con Rusia para acabar con el yihadismo también amenazaban con extenderse a otros países de la región. Entre los países que se podían ver afectados se encontraba la práctica totalidad del Sahel. Los militares habían señalado directamente hacia Costa de Marfil durante 2020 debido a la inestabilidad política, pero en marzo de 2021, el Presidente Alassane Ouattara lograría un espaldarazo en las elecciones parlamentarias y la política se dirigía hacia una meridiana normalización con el regreso al país del ex Presidente Laurent Gbagbo.
Se podían ver al menos dos tendencias meridianamente claras en la región. La inestabilidad política y la muestra de poder que los estamentos militares estaban mostrando en Malí cristalizaron con las dinámicas propias de Guinea cuando en septiembre de 2021 el coronel Mamady Doumbouya daba un golpe de Estado contra el anterior líder guineano, el Presidente Alpha Condé. Doumbouya organizaría un gobierno transicional y propondría un plazo de 2 años para organizar elecciones. Volviendo al discurso de Museveni, el líder ugandés fue uno de los más duros contra el golpe de Guinea, calificando como “paso atrás” los actos de los golpistas, que debían “marcharse” y “enfrentar sanciones”.
Por otro lado, había una tendencia creciente en la extensión de los yihadistas hacia el sur desde Malí. Con ellos también llegaban las protestas ante la ineficacia de la lucha contra el terror. Si bien los secuestros en Nigeria seguían siendo graves, el peso relativo de Boko Haram fue puesto en entredicho cuando en mayo su líder, Abubakar Shekau, se inmolaba en un enfrentamiento contra la rama local de Estado Islámico.
Pero el avance del yihadismo hizo especial mella en Burkina Faso durante 2021. Entre las protestas de noviembre contra el gobierno por los numerosos muertos que se venían registrando en dichos ataques, comenzó a extenderse el sentimiento antifrancés hasta el punto de bloquearse un convoy de Barkhane que transitaba entre Níger y Burkina Faso. Esta tendencia podría entrelazarse con la política si el Presidente burkinés Roch Marc Christian Kaboré no logra dar salida al descontento. Por lo pronto, en noviembre destituyó a su gobierno y en diciembre entró uno nuevo en ejercicio, apostando por la renovación para evitar una posible enmienda a la totalidad que terminase en un golpe. De cara a 2022 es importante tener la vista puesta sobre Burkina Faso y Níger ya que cada vez la tensión asedia más los enclaves vitales para Francia: Chad a nivel militar y Níger a nivel energético.
Cuerno de África
Siguiendo la inestabilidad política del Sahel, el país más oriental ha sido el otro que más réplicas ha sentido en 2021: Sudán. El golpe de Estado de 2019 continuaba con buen pie ampliando su base política, con acuerdos con más grupos rebeldes y protocolos regionales para Abyei, Montes Nuba o el Este. 2021 comenzó con un fuerte repunte de la violencia en Darfur, lo cual continuó a pesar del nombramiento del ex líder rebelde Minni Minawi al frente de la región en mayo, debido al fin del mandato de seguridad de las fuerzas de la ONU. La entrega de la seguridad al gobierno sudanés no fue exitosa en grado alguno, anticipando lo que podría ocurrir si, como quiere el gobierno somalí, las fuerzas de la Unión Africana se hubieran marchado en diciembre de 2021.
Pero Sudán seguía, como se ha mencionado, ampliando sus capacidades internas y externas gracias a la maniobrabilidad que ofrecía la diarquía civil-militar. En enero Sudán se incorporaba definitivamente a los Acuerdos Abraham para normalizar sus relaciones con Israel, un acuerdo que no pretendía tener un gran recorrido –al menos en palabras del sector civil del gobierno-, pero que era necesario para recuperar el favor de Estados Unidos, salir de la lista de países patrocinadores del terrorismo y lograr un acuerdo por las indemnizaciones derivadas de los vínculos entre Al-Bashir y Al-Qaeda en los atentados contras las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania. Las élites militares, cercanas a los Emiratos Árabes, seguirían así su camino pero sin el largo recorrido que sí pretendían EAU y Bahréin.
Por otro lado, Rusia había conseguido en 2020 un acuerdo de gran relevancia para abrir una base militar en Port Sudán, en la costa sudanesa del Mar Rojo. En el mes de abril de 2021 este acuerdo fue puesto en peligro, aunque Rusia lo negaba, pero las negociaciones continuaron en agosto. Este será un punto muy relevante a observar en función de cuál sea el devenir político. Y esto es porque la tensión civil-militar era tal que en septiembre se anunciaba haber desarticulado un intento de golpe de Estado de los lealistas de Al-Bashir. Estas tensiones se tradujeron en movilizaciones en las principales ciudades, con especial fuerza frente al centro administrativo y en el este, donde fueron bloqueados los puertos. Se pedía la caída del gobierno y esto se tradujo en un golpe de Estado en octubre, en el que Abdelfatah Al-Burhan eliminaba a los elementos civiles del gobierno. Las protestas viraban contra la junta ante la desviación de lo que conocían como “revolución” contra el régimen político de Al-Bashir. Los militares buscaron apoyarse políticamente en otros sectores civiles, pero no tuvieron el éxito de sus homólogos malienses, así que acabaron recurriendo al Primer Ministro depuesto, Abdalla Hamdok, para retomar legitimidad frente a las calles. Sin embargo, la ruptura de la junta militar y los sectores civiles era un hecho, y es que los primeros solo buscaban ofrecer posiciones cosméticas a los segundos pero los necesitaban por la legitimación social. Cabe esperar nuevas tensiones en 2022, ya sea con la salida de Abdalla Hamdok, con las calles luchando contra la junta militar o incluso con ambas situaciones. Especialmente relevante es el paralelismo con la represión que la junta militar –con las Fuerzas de Acción Rápida- realizó tras el golpe de 2019, dejando muertes civiles y soliviantando aún más a las calles, que exigían responsabilidades ante esta situación.
La parálisis de Sudán tuvo efectos en toda la región, especialmente en Sudán del Sur, con quien existía una importante interdependencia energética. El acuerdo de paz de Sudán del Sur no terminaba de completarse y las tensiones cada vez eran mayores, con un intento de derribar al Vicepresidente Riek Machar desde su propio partido, que acabó en un conflicto armado limitado en agosto de 2021. La difícil implementación del acuerdo aún arrastraría las tensiones meses o incluso años, si la situación de Sudán no vuelve a ponerse en contra de las dinámicas regionales. Las tensiones con Etiopía también han sido mayores en Al-Fashqa y la Gran Presa del Renacimiento desde 2020, cuando Sudán pasó de mediar entre Egipto y Etiopía a posicionarse del lado de Egipto con acuerdos de cooperación militar. En 2021 Etiopía completó la segunda fase del llenado de la presa, con el tercero previsto para 2022.
En Etiopía la guerra de Tigray se convirtió en una guerra civil completa y su tendencia es hacia la conformación de bloques y el largo plazo tras varios vaivenes durante 2021. Tras la marcha del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF) a las montañas por su derrota desde el inicio de la guerra en Tigray ante Amhara, Eritrea y Addis Abeba; en junio lograron completar la Operación Alula, retomando la capital regional, Mekelle, y la zona de Tigray oriental. En julio se lanzó la Operación Madres de Tigray para abrir frentes en los Estados vecinos de Afar (este) y Amhara (sur). Además el TPLF se asoció con grupos rebeldes de Oromia (OLA) y de Gambella. Sin embargo el gobierno de Addis Abeba junto con las tropas regionales y milicias amhara lanzaron una contraofensiva en agosto que torpedeó el camino del TPLF hacia las ciudades amhara de Bahir Dar, Debre Tabor y Gondar (oeste). El TPLF logró avanzar hacia el sur y tomar la ciudad de Dessie en octubre, conformando posteriormente una nueva alianza de 9 grupos étnicos que permitió la unión de frentes entre el TPLF y el OLA: el Frente Unido de Fuerzas Federalistas y Confederales de Etiopía. Sin embargo, la nueva contraofensiva gubernamental logró expulsar al TPLF de las regiones ocupadas, quedando recluidos de nuevo en Tigray desde diciembre. La nueva estrategia de ganar la guerra a base del empleo masivo de ataques aéreos fue un éxito gracias a los drones turcos, emiratíes y, en menor medida, iraníes. El uso del hambre como arma y los ataques aéreos seguirán siendo clave para asfixiar los anhelos de reorganización del TPLF en el interior de Tigray.
Durante la llegada del TPLF a Afar, también estalló el conflicto entre las fuerzas somalíes del clan Issa y los propios afar, se produjo el corte de la infraestructura que conectaba Addis Abeba con Djibuti y, de hecho, el conflicto interétnico se extendió a Djibuti. No obstante, el gobierno de Djibuti se negó a verse arrastrado al conflicto etíope, tras la reelección del Presidente Guelleh en abril por el 98% de los votos. Aunque Estados Unidos mostró su apoyo sin fisuras a dicha reelección, sin prácticamente candidatos opositores –lo cual contrasta notablemente con su postura en Uganda-, Djibuti negó a Estados Unidos la posibilidad de intervenir militarmente en Etiopía desde su territorio a medida que aumentaban las tensiones entre los gobiernos de Washington y Addis Abeba.
Somalia también verá su propia crisis debido a la no realización de sus elecciones en febrero, con una crisis extendida hasta abril, cuando el Presidente Farmaajo intentó extender su mandato expirado durante 2 años. Tras una confrontación armada en Mogadiscio entre sus tropas y las de la oposición, se apostó por dar un paso atrás en la extensión y dar la coordinación electoral al Primer Ministro Roble. Otras nuevas crisis surgirían entre Farmaajo y Roble en septiembre y en noviembre a cuenta de los nombramientos en varios ministerios y en la agencia de inteligencia. El nuevo calendario electoral avanzaría lentamente pero, una vez finalizados los comicios indirectos al Senado, la tensión entre las tropas favorables a Presidente y Primer Ministro se traduciría en una nueva movilización en las calles de Mogadiscio en diciembre, cuando varias figuras políticas acusaron a Farmaajo de “intento de golpe de Estado” por tratar de suspender al Primer Ministro.
La fecha clave para Somalia era el 31 de diciembre de 2021, puesto que Farmaajo deseaba la salida de las tropas de la fuerza de la Unión Africana (AMISOM), compuesta principalmente por Uganda, Kenia, Etiopía y Burundi. No sería nada fácil la transición en las fuerzas de seguridad viendo el crecimiento que seguía experimentando Al-Shabaab tras la salida de las 700 tropas de Estados Unidos para enero de 2021, a pesar de que el gobierno pudiera residir en Mogadiscio y no en el exilio como en el peor momento de Al-Shabaab. Volviendo al discurso de Museveni, el líder ugandés señaló que “podría sacar sus tropas” de Somalia debido al clima político, donde el yihadismo de Al-Shabaab ganaba posiciones gracias a la torpeza política de los políticos y a su uso de ciertas tropas en conflictos internos. Museveni calificó esta situación como “SIDA político”. Kenia, por su parte, aunque había logrado restaurar sus relaciones con Somalia en mayo, no era bien vista por el sector de Farmaajo al haber dado apoyo a la región díscola de Jubalandia. De hecho, en octubre de 2021 la relación con Kenia volvió a quedar tocada tras el veredicto de la Corte Internacional de Justicia que redibujaba la frontera marítima entre ambos, con una sección más favorable a Somalia. Habrá que ver lo que ocurre de cara a la próxima fecha clave para la AMISOM, cuya retirada ha sido pospuesta hasta el 31 de marzo de 2022.
El Presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, tendría también complicada la transición en 2022, dado que mantiene un apoyo de facto sobre su rival, Raila Odinga, que le ha granjeado una rivalidad con su actual Vicepresidente, William Rutto. La intención de Kenyatta era realizar cambios constitucionales, tumbados por la justicia en mayo de 2021, y evitar con su sintonía con Odinga el regreso de la violencia post-electoral, que dejó un mal recuerdo en el país.
África austral
El sur de África mantiene un país escenario y un actor protagonista. El gran escenario es Mozambique, donde la insurgencia islamista del norte se descontroló tras sendos fracasos de empresas de seguridad extranjeras rusas y sudafricanas. La tendencia abierta por las empresas rusas en República Centroafricana tiene un camino potencial enorme en el Sahel, pero nada pudo hacer en Cabo Delgado, la región nororiental de Mozambique. El actor protagonista en la región es, sin duda, Sudáfrica, pivote regional y con interés en ser potencia media entre sus vecinos dados los lazos históricos, étnicos y político-económicos.
El gobierno de Mozambique no tuvo éxito a principios de 2021 en retomar la ciudad de Mocimboa da Praia, aunque la forma de actuar de la insurgencia yihadista era más cercana al saqueo que al control efectivo del territorio propio del grupo al que técnicamente se había afiliado –Estado Islámico-. Esta insurgencia mantuvo su asedio sobre la ciudad de Palma hasta que lanzó un ataque en marzo de 2021. El problema se había hecho tan grande por la marginación tradicional de Cabo Delgado en Mozambique que ya alcanzaba Tanzania y amenazaba otras regiones norteñas. En junio se planteó la posibilidad de un despliegue de la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC), la organización de integración regional del sur de África. De entre sus miembros había dudas sobre quién podría entrar en el atolladero de Cabo Delgado teniendo en cuenta sus problemas particulares. Surgió también la posibilidad de acudir a Ruanda, uno de los participantes en la lucha de República Centroafricana. Todo ello suponía un punto de inflexión, ya que Mozambique hasta el ataque a Palma había rechazado intervenciones estatales extranjeras.
Sin embargo, antes de poder acudir a Mozambique, la región ardió entre protestas en dos puntos importantes: Esuatini en junio y julio, relevante por su contexto político como única monarquía absoluta, y Sudáfrica en julio, relevante si buscaba liderar el despliegue de la SADC. Las protestas de Esuatini fueron históricas sin duda, con el rey Mswati III –quien había cambiado el nombre del país en 2018- en paradero desconocido durante un tiempo. Las reivindicaciones fueron creciendo según se hacían más masivas y aumentaba la represión, hacia un proceso constituyente con la conformación de un gobierno transicional, la legalización de partidos políticos y la conformación de una democracia multipartidista. Las protestas serían sofocadas pero habría otro pico en octubre con un componente estudiantil más destacado.
Por su lado, Sudáfrica también vivió unas protestas masivas con epicentro en Durban, KwaZulu-Natal, y los suburbios de Johannesburgo, especialmente en Soweto. La cuestión étnica comenzó a imbricarse con la política cuando comenzó la represión contra las movilizaciones de población zulú que salió a protestar contra el juicio al ex Presidente Jacob Zuma. El país destacaba por su desigualdad a nivel mundial, con lo cual pronto la cuestión saltó desde KwaZulu-Natal a los barrios de población negra de las grandes ciudades de Gauteng, con mayor fuerza en Soweto, en una impugnación social contra la desigualdad endémica y la falta de transición real desde la caída del apartheid.
Las protestas en ambos países dejaron un saldo de varios centenares de muertos por la represión. En ese momento de julio se produjo el esperado despliegue en Mozambique de las fuerzas de Ruanda y, al tiempo, de la SADC con Sudáfrica, Zimbabue, Botsuana y Angola. La presencia de Ruanda redundó en un gran éxito en poco tiempo, con la recaptura de Mocimboa da Praia en agosto.
A pesar de todo, en la región se pudo ver un caso de transición pacífica cuando en agosto el Presidente de Zambia, Edgar Lungu, entregó el poder pacíficamente a su rival, Hakainde Hichilema, quien le había ganado por más de 20 puntos. Aunque hubo un conato de tensión en la calle y Lungu desplegó al ejército, la transición fue pacífica y chocaba con el clima general. Para 2022 será importante ver lo que ocurre en Angola o Kenia, ya que las otras grandes elecciones de África subsahariana son parlamentarias. Por último cabe mencionar la desarticulación de un complot de asesinato contra el Presidente de Madagascar y el intento de asesinato contra Assimi Goita en Malí. Ambos incidentes tuvieron lugar en julio pero fracasaron a diferencia del mencionado final de Idriss Déby en Chad. El otro Presidente que murió en el cargo en 2021 fue John Magufuli, el líder negacionista de Tanzania que murió –posiblemente de COVID-19- en marzo, dando paso a su Vicepresidenta, Samia Suluhu, que se convirtió en la primera mujer Presidenta de Tanzania en la historia.
*Alejandro López Canorea es analista político internacional.
Artículo publicado en Descifrando la Guerra, editado por el equipo de PIA Global