Colaboraciones Nuestra América

Camilo Torres y el amor eficaz

Por Alberto Miguel Sánchez* –
Camilo legó un credo meridional para las futuras lucha de Colombia y Nuestra América: la necesidad de “insistir en lo que nos une, y prescindir en lo que nos divide.” La unidad entre marxistas y cristianos (aquellos que aspiraban a materializar el amor eficaz al prójimo) era un elemento indispensable para el proyecto revolucionario.

Ernesto Guevara, más conocido como el Che por los pueblos del mundo, supo afirmar que los verdaderos revolucionarios están guiados por grandes sentimientos de amor, y al decirlo aclaraba que conocía el riesgo de aparecer como un ridículo idealista.

El amor hacia otro ser humano como expresión de la búsqueda de construir mundos más solidarios y justos. Un reflejo del cristianismo primitivo que había proclamado que el amor más grande era dar la vida por los amigos.

Muchos fueron los cristianos que guiados por el pensamiento de fraternidad entre los hombres asumieron posturas claramente revolucionarias intentando generar condiciones que hagan realidad en la tierra la armonía que otros se planteaban para espacios celestiales.

Tal vez sea Camilo Torres la expresión primera de quien tuvo la audacia de romper ciertos moldes en los cuales se administraban los límites de lo posible.

Camilo Torres Restrepo nació en Bogotá, el 3 de febrero de 1929, en el seno de una familia burguesa. Vive sus primeros años en Europa (entre 1931 y 1934), y a partir de 1937, tras el divorcio de sus padres, en Bogotá con su madre, junto con su hermano mayor Fernando Torres Restrepo, quien fue un reconocido médico, profesor de neurofisiología de la Universidad de Minnesota, asentado en los Estados Unidos de Norteamérica desde 1950.

Realiza los estudios primarios en el Colegio Alemán, y los de secundaria en la Quinta Mutis de Bogotá. En 1946 se gradúa de bachiller en el Liceo Cervantes, y tras iniciar los estudios de derecho en la Universidad Nacional de Colombia, una firme vocación tardía –fenómeno casi epidémico en los años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial– le determina a abrazar el estado eclesiástico, ingresando en el Seminario Conciliar de Bogotá, donde permanece siete años, hasta ordenarse sacerdote católico en 1954.

Enviado a la Universidad Católica de Lovaina, cursa allí estudios de Sociología graduándose en el año 1958 con el trabajo Una aproximación estadística a la realidad socioeconómica de Bogotá, que luego sería publicado en su país como La proletarización de Bogotá. En los años previos a lo que sería el Concilio Vaticano II, Camilo se relaciona fluidamente en Europa con sectores de la Democracia Cristiana participa activamente en los debates acerca de la necesidad de establecer puentes de diálogo y de acción común entre los cristianos y los marxistas.

Ya de regreso a su país, es nombrado capellán auxiliar de la Universidad Nacional de Colombia desde donde propicia activamente el estudio de la sociología ejerciendo incluso como profesor y propiciando la labor social del estudiantado en los barrios populares de Bogotá, como parte de la experiencia académica en el propio terreno y en la búsqueda de generar lazos que vayan abriendo espacios desde donde plantear concretas transformaciones sociales.

Las jerarquías eclesiásticas comenzaron a ver con preocupación las actividades de Camilo, su acción abierta tanto desde el púlpito como en el ámbito universitario y en las barriadas populares donde comenzaba a ser conocido y respetado, por lo que buscaron limitar su capacidad de acción desplazándolo del cargo que poseía en el ámbito universitario y relegándolo a un puesto de menor exposición en la Parroquia de Veracruz.

A pesar de las presiones que sus superiores comienzan a ejercer, Camilo no se detiene y afianza sus contactos con diferentes sectores de la sociedad colombiana, convencido de que el verdadero rol de los cristianos es estar allí donde habitan los que padecen las injusticias acompañando los gestos de resistencia que plantean la posibilidad de un mundo diferente. Ya en 1964 plantea con absoluta claridad la necesidad de la participación política activa como modo de realizar las transformaciones necesarias y a tal fin comienza a proponer la creación de un gran Frente Unido que aglutine a los sectores populares que desde la fragmentación veían fracasar cada uno de sus intentos de cambio.

Camilo buscaba aglutinar a diferentes sectores, que a pesar de sus diferencias ideológicas y/o políticas, representaban una porción de los sectores subalternos colombianos que buscaban romper el predominio conservador. No dudó en establecer contactos con los grupos marxistas que desarrollaban expresiones de acción armada a los cuales consideraba aliados fundamentales en el proceso de lucha.

Sin dudas, la influencia de la Revolución Cubana será determinante para afirmar los posicionamientos de Camilo que radicalizará su mirada y comenzará a buscar contactos con organizaciones revolucionarias para integrarse a ellas. En noviembre de 1965 traslada su sacerdocio católico, desde la teoría revolucionaria a la práctica guerrillera, uniéndose al Ejército de Liberación Nacional (ELN) que por aquellos años era un incipiente grupo guerrillero, en una decisión que sirve para consolidar el prestigio de los elenos frente al resto de organizaciones y grupúsculos insurgentes. En el número extraordinario del periódico Frente Unido que lleva fecha de 9 de diciembre de 1965, publica un “Mensaje a la Oligarquía”, que termina con este párrafo que no deja lugar a dudas sobre el lugar que el autor se atribuye, como voz autorizada del “Pueblo”:

“Como último grito de alarma quiero decirles: Señores oligarcas, el Pueblo ya no les cree nada a ustedes. El Pueblo no quiere votar por ustedes. El Pueblo está harto y desesperado. El Pueblo no quiere ir a las elecciones que ustedes organicen. El Pueblo no quiere a Carlos ni Alberto Lleras ni a ninguno de ustedes. El Pueblo está sufriendo y resuelto a todo. El Pueblo sabe que ustedes también están resueltos a todo. Por eso les pido que sean realistas y que si quieren engañar al Pueblo con nuevas componendas políticas, no vayan a creer que el Pueblo les va a tener fe. Ustedes saben que la lucha irá hasta las últimas consecuencias. La experiencia ha sido tan amarga que el Pueblo ya está decidido a echar el todo por el todo. Desgraciadamente los oligarcas aislados, ciegos y orgullosos parecen no querer darse cuenta de que la revolución de las masas populares colombianas no parará ahora sino hasta lograr la conquista del poder para el Pueblo”

Camilo optó por la clandestinidad y la vía armada convencido de que era el único camino posible, ante la certeza de que los sectores del poder colombiano atenten contra su vida, tal como lo venían advirtiendo diversas informaciones: “Yo me he incorporado a la lucha armada. Desde las montañas colombianas pienso seguir la lucha con las armas en la mano, hasta conquistar el poder para el pueblo. ¡Por la unidad de la clase popular, hasta la muerte! ¡Por la organización de la clase popular, hasta la muerte!”

El 15 de febrero de 1966, Camilo Torres cayó en combate intentando recuperar un fusil del ejército enemigo en Patio Cemento, Santander. El ejército colombiano desapareció su cuerpo y hasta hoy se ha negado a entregar sus restos en un intento de evitar su mitificación, pero fue en vano: el mito de Camilo recorrió Colombia y Nuestra América inspirando a miles de mujeres y hombres de fe cristiana a asumir la lucha revolucionaria hasta las últimas consecuencias.

Un legado eterno

Camilo legó un credo meridional para las futuras lucha de Colombia y Nuestra América: la necesidad de “insistir en lo que nos une, y prescindir en lo que nos divide.” La unidad entre marxistas y cristianos (aquellos que aspiraban a materializar el amor eficaz al prójimo) era un elemento indispensable para el proyecto revolucionario. “Los marxistas luchan por la nueva sociedad, y nosotros, los cristianos, deberíamos estar luchando a su lado”, llegaría a plantear. Fue más lejos aún, al plantear que era más probable que serían los marxistas, y no los cristianos, quienes fungirían como la vanguardia en esa lucha: “Es más probable que los marxistas lleven el liderazgo de ese planeamiento. En este caso, el cristiano deberá colaborar en la medida en que sus principios morales se lo permitan, teniendo en cuenta la obligación de evitar males mayores y de buscar el bien común”.

En 1985 Fidel Castro entrevistado por Frei Betto había profundizado sobre la relación entre el cristianismo y los marxistas, fundamentalmente en los países subdesarrollados afirmando que “No se trata de una cuestión coyuntural o de una simple alianza política. Lo es, desde luego, por definición. Pero el vínculo que aquí se establece, sobre el plano ético o moral, acerca del papel del hombre, ya sea cristiano o comunista, en defensa de los pobres, tiene el carácter de una alianza estratégica duradera y permanente”.

El líder de la Revolución Cubana comprendió perfectamente la importancia de la religiosidad para amplias capas de los sectores populares y observó que los movimientos internos que se fueron sucediendo en el interior de la Iglesia católica, fundamentalmente a partir del Concilio Vaticano II y el surgimiento de lo que luego se llamaría la Teología de la Liberación, aportaban al campo popular múltiples herramientas para la construcción de sociedades basadas en valores humanistas.

Fidel le explicitaba a Frei Betto en aquella recordada entrevista “Cuando, por ejemplo, la Iglesia desarrolla el espíritu de sacrificio y el espíritu de austeridad, y cuando la Iglesia plantea la humildad, nosotros también plantemos lo mismo cuando decimos que el deber de un revolucionario es la disposición al sacrificio, la vida austera y modesta”.

Claramente era una visión tras la cual se observaban puntos en común en relación a los objetivos de fraternidad tanto entre cristianos y marxistas. Ello se irá reflejando en toda Latinoamérica con la acción y el compromiso de miembros de la Iglesia como el Monseñor Romero en El Salvador, Ernesto Cardenal en Nicaragua, los sacerdotes tercermundistas de Argentina y también un importante movimiento de comunidades eclesiásticas en el Brasil que articularán acciones con los diferentes movimientos sociales.

Del mismo modo en que Fidel Castro observó la relevancia que tendría para el desarrollo de los movimientos transformadores en el continente una religiosidad renovadora y con claro contenido social, el Imperio comenzó a operar para truncar cualquier posibilidad de que dichos grupos tengan un mayor grado de desarrollo y se afiancen en el territorio. Para ello recurrieron a la violencia extrema, eliminando a miembros destacados como Romero, Mugica, Angelelli, como a cientos de miles de sacerdotes o fieles que desarrollaban tareas solidarias en apartadas regiones con el fin de aportar a la organización del pueblo.

Al mismo tiempo el Imperio utilizó sus herramientas para favorecer la expansión de diferentes expresiones religiosas evangelistas, claramente alejadas de lo social y mucho más de cualquier transformación de las estructuras injustas vigentes.

El recuerdo de Camilo Torres significa mantener vivo el ejemplo de compromiso revolucionario de aquel religioso que en un contexto determinado de la historia de su país entendió que era necesario tomar las armas para vencer las injusticias.

“Yo podría verdaderamente colaborar con los comunistas en Colombia porque creo que entre ellos hay elementos auténticamente revolucionarios y porque en cuanto son científicos tienen puntos que coinciden con la labor que yo me propongo. Y como nosotros lanzamos la consigna de que seríamos amigos de todos los revolucionarios y enemigos de todos los contrarrevolucionarios, nosotros somos amigos de los comunistas e iremos con ellos hasta la toma del poder, sin descartar la posibilidad de que después habrá discusiones sobre problemas filosóficos. Pero lo que importa por el momento son las cuestiones prácticas en las que ya estamos de acuerdo”

Con Camilo Torres, la fe, la ciencia y la lucha de masas revolucionaria caminaron de la mano. Ahí están las claves de la posibilidad del avance y siguen estando en nuestros días. El amplio desarrollo de nuestras potencialidades y aquello que Camilo llamaba el “amor eficaz” como síntesis de la acción revolucionaria para construir un mundo de iguales permanecen latentes en los diferentes rincones de nuestro continente.

Todo aquello que no seamos capaces de realizar aquellos que nos consideramos revolucionarios, nadie tenga duda que lo harán nuestros enemigos irreconciliables en su propio beneficio.

*Alberto Miguel Sánchez, Historiador y colaborador de PIA Global.

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