El arribo del nuevo presidente fue saludado con tambores de victoria hasta por sectores progresistas, de izquierda y democráticos de América Latina y el Caribe que suponían que la refinada estirpe del académico de Harvard iba a marcar un profundo cambio respecto de la brutalidad y la barbarie de George W. Bush. Los resultados están a la vista. No hay mucho que decir.
Entre otras cosas, en aquel artículo señalaba que era “…evidente que la transición de un gobierno a otro en Estados Unidos ha significado un importante cambio de forma en su manejo internacional, pero es sumamente peligroso suponer que es posible que exista `un imperialismo bueno´”. Más adelante opinaba que “: La lucha por la paz y la democracia no nos puede llevar al desarme político e ideológico frente a un imperio que pareciera estar a la defensiva como fiera herida en su crisis, pero que no ha alterado un ápice su voluntad guerrerista y agresiva”.
En mi opinión estamos asistiendo a un nuevo canto de sirenas. Sobre todo, en algunos medios de comunicación, ya no en aquellos bajo servicio imperial, sino en los que dan a conocer y divulgan opiniones y reflexiones que ayudan a comprender el devenir político desde una perspectiva popular y democrática, se vuelve a exaltar a Joe Biden y a su gobierno como algo bueno y esperanzador.
Ya ni siquiera se trata de ensalzar la sutileza de aquel académico encantador de serpientes cuyos asesores utilizaban el color oscuro de su piel como símbolo de lo nuevo, sobre todo en materia de política internacional. Ahora se trata de un genuino representante del establishment quien por casi 45 años ha pululado como sanguijuela silenciosa por los pasillos del poder en Washington. Joseph Robinette Biden Jr. fue senador durante 36 años y vicepresidente por 8.
Como senador, Biden fue miembro principal y posteriormente presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la cámara alta. En esa responsabilidad apoyó la expansión de la OTAN hacia Europa del Este y una intervención militar más activa de Estados Unidos en la guerra de Yugoslavia durante la última década del siglo pasado. Así mismo, respaldó la resolución que autorizaba la guerra en Irak en 2002, cuando -según lo recogen diversos medios de prensa- su consejo fue decisivo a la hora de convencer al presidente Bill Clinton para utilizar la fuerza militar contra ese país. Incluso elaboró un plan para dividir Irak a partir de criterios sectarios, creando tres instancias, una chií, una suní y una kurda.
En 1982, Biden apoyó la posición inglesa en las islas Malvinas, afirmando que » es claro que el agresor es Argentina y es claro que Inglaterra tiene razón, y debería ser claro para todo el mundo a quién apoya Estados Unidos”. De la misma manera, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, instó al presidente a utilizar un gran contingente de tropas de su país en Afganistán
Como vicepresidente estuvo muy activo respaldando la intervención militar en Libia. De la misma manera, su equipo fue redactor de la ley que declaró a Venezuela como amenaza a la seguridad de Estados Unidos.
Esta “joyita” será el presidente de Estados Unidos a partir de la próxima semana. Resulta extremadamente peligroso y desmovilizador suponer que un hombre de rancio ADN imperialista pueda ser tan bueno como para celebrar su victoria como propia. Algunos medios y analistas incluso han caído en el error de considerar el cambio de administración en términos de gobierno, lo cual –desde mi modesto punto de vista- solo conduce a equívocos. Me parece que el estudio de los acontecimientos en Estados Unidos solo tiene validez para América Latina y el Caribe cuando se observan desde el punto de vista del sistema… y en eso, muy poco cambio habrá. Lo digo, tal como lo hice hace 8 años cuando las loas al presidente negro desbordaban emociones.
Con respecto a Estados Unidos, lo interesante es lo que está por ocurrir. Creo que todo lo que ha pasado en el último año desde que entre mayo y junio el manejo equivocado de la pandemia y la economía hicieron que las encuestas dejaran de favorecer al presidente Trump hasta el 6 de enero cuando se produjo el asalto al capitolio, ha estado orientado por la intencionalidad del presidente Trump de seguir siendo un actor protagónico en la dinámica política del país. Para ello se ha propuesto actuar desde dos escenarios por crear: el primero, arrebatarle el partido republicano al establishment para disputar bajo esa bandera las próximas elecciones parlamentarias de 2022 proyectando así su plan de futuro y en segundo lugar –si el primero no es posible- crear un tercer partido que destruya el bipartidismo sobre el cual está construido todo el entramado político y jurídico del Estado.
Esto último sería lo más peligroso, por eso tanto demócratas como algunos sectores republicanos están interesados en la aplicación de la Enmienda 25 de la Constitución o si no es aceptada por el vicepresidente Pence, realizar un impeachment que saque a Trump para siempre de la política. Al contrario de lo que se cree, la actuación de este no ha estado encaminada a desconocer al Estado ni a negarse a entregar el poder, nunca han estado en su cabeza tales posibilidades. Lo único que ha hecho a través de la represión de los negros antes y de la movilización de sus seguidores para denunciar un supuesto fraude ahora, es acumular fuerzas y mostrar músculo movilizador para enviar un mensaje a fin de negociar desde una mejor posición. Lo que está sobre el tapete es dirimir si los 76 millones de votos obtenidos son de él o del partido republicano.
En el plano internacional, las duras sanciones contra Irán, han sido una señal para el lobby sionista y la declaratoria de Cuba como país que fomenta el terrorismo, algo similar dirigido al poderoso lobby cubano de la Florida. De igual manera, su férrea voluntad de someter al gobierno de Venezuela, reflejan su intencionalidad de atraerse los millones que ha acumulado la rica comunidad venezolana de Miami. Ha visto que necesita votos, pero también dinero si quiere hacer política a futuro. Es obvio que está pensando en el porvenir, sino, no se podrían entender decisiones y medidas de última hora que está tomando de forma inédita por un presidente que se retira.
En el otro lado de la trinchera, Biden ha creado un gabinete multicolor, incorporando a las minorías y a los sectores sociales que lo llevaron a la presidencia. Se trata de disputarle el control del partido demócrata a las nuevas generaciones que ya deslastradas del liderazgo fallido y cobarde de Bernie Sanders, se preparan para asaltar el poder en las próximas décadas.
La inteligencia del ex presidente Obama, quien es el actual “dueño” del partido demócrata después de arrebatárselo a los esposos Clinton, se manifiesta al haber diseñado un dúo gubernamental que mezcla la sordidez propia del establishment y la veteranía encarnada por Biden con la proyección futura de Kamala Harris, verdadera protagonista del proyecto Obama de largo plazo. En Kamala se concentran sus condiciones de mujer, negra y descendiente de inmigrantes que encarnan el éxito del “sueño americano”.
He ahí el verdadero escenario de mediano plazo en la confrontación interna futura en Estados Unidos. Biden, por su edad, su salud y por sus variadas evidencias de demencia senil son solo un intermedio necesario para llegar a batallas decisivas por el control político del país en una confrontación que indudablemente tendrá poderosa influencia más allá de las fronteras imperiales.
Es muy probable que el nuevo gobierno signifique cambios internos importantes para Estados Unidos, en el escenario internacional también los habrá, pero solo serán de forma, el talante imperialista, agresivo e intervencionista de Estados Unidos no cambiará ni un milímetro. Como hace 12 años atrás, recomiendo no hacerse ilusiones.
* Consultor y analista internacional venezolano, graduado en Relaciones Internacionales de la Universidad Central de Venezuela, Mención Magna Cum Laude, y Magíster en Relaciones Internacionales de la misma casa de estudios.
Fuente: http://barometrolatinoamericano.blogspot.com/