Primero. Europa y América Latina tienen historias distintas. En nuestra región hay una larga época aborigen; luego tres siglos de coloniaje seguidos por el período de las independencias y desde inicios del siglo XIX la época de las repúblicas. Para comprender estos procesos existen múltiples estudios. Pero en las ciencias sociales latinoamericanas está muy claro que aquellas teorías o conceptos de los países del Norte Global a menudo no se aplican a nuestra región en el mismo sentido original. Tenemos categorías de análisis propias, que dan cuenta de la historia diferente que atravesamos frente a Estados Unidos o Europa. Por ejemplo, el “capitalismo” latinoamericano es tardío, no fue fruto de una revolución industrial, es, en esencia, periférico y dependiente, además de que en la mayoría de los países se carece de una burguesía “schumpeteriana”, capaz de “revolucionar” las fuerzas productivas, como diría Marx. Nuestra historia política tiene caudillos civiles y militares; populismos distintos a los europeos; una democracia en desarrollo bajo agudas conflictividades sociales, con desempleo, subempleo, pobreza extendida, con nacionalidades indígenas y organizadas sobre todo en México, Guatemala, Ecuador, Perú o Bolivia, y una inconcebible concentración de la riqueza. Así es que algunos conceptos teóricos del Norte Global pueden ser iguales pero su contenido muy diferente si se extienden y aplican para América Latina.
Segundo. Específicamente Ecuador, poco conocido y estudiado internacionalmente, ofrece procesos compartidos con América Latina. Su regionalización económica y geográfica marcó su evolución; pero hasta los años 50 del siglo XX el país era uno de los más atrasados y subdesarrollados y todavía estaba vigente el régimen oligárquico-terrateniente. Solo adquirió un claro camino capitalista dependiente durante las décadas de 1960 y 1970, gracias al desarrollismo y el petróleo.
Desde 1979 Ecuador pasó a vivir la época constitucional más larga de su historia, en medio de sobresaltos, pugnas políticas y agudas confrontaciones sociales. A partir de los años 80 siguió el modelo “neoliberal” inducido por las cartas de intención con el FMI y el Consenso de Washington, un fenómeno igual en casi toda Latinoamérica, que convirtió a la región en la más inequitativa del mundo, con Ecuador ubicándose entre los primeros lugares.
Los gobiernos de Rafael Correa (2007-2017) superaron esa herencia. Se puso en marcha una economía social del Buen Vivir, basada en el papel regulador del Estado, amplios servicios públicos en educación, salud, seguridad social, y garantías a los derechos individuales, sociales y laborales. La Constitución de 2008 expresó estos ideales y además fue pionera en reconocer los derechos de la naturaleza y un Estado plurinacional. Este ciclo coincidió con la “marea progresista” o “marea roja” de los gobiernos de nueva izquierda en varios países latinoamericanos.
En contraste con este ciclo, desde 2017 tres gobiernos identificados con la derecha política y las élites ricas del país (Lenín Moreno, Guillermo Lasso y Daniel Noboa) restauraron el neoliberalismo, persiguieron al “correísmo” y consolidaron un bloque de poder al servicio de los grupos económicos oligopólicos, con intereses y cultura oligárquicos. Igualmente se afianzaron los acuerdos con el FMI y la subordinación a los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos. En consecuencia, se reconcentró la riqueza, se agravaron las condiciones de vida y trabajo, explosionó la inseguridad nacional por el auge del crimen organizado y se acumularon las fuerzas de la protesta social, evidenciadas recientemente en un mes de paro indígena y protestas sociales, reprimidas en forma brutal e inédita en cuatro décadas.
Tercero. La situación de fondo en América Latina es que se hallan en conflicto dos modelos de economía: el uno, confía en el mercado libre y la empresa privada; considera que el Estado debe ser “achicado” y su intervención económica mínima; que deben reducirse los impuestos, atraer inversiones extranjeras, “flexibilizar” y precarizar el trabajo, y “privatizar” todo lo público. El otro es un modelo de economía social, comparable con el europeo, pero que postula Estados fuertes, que redistribuyan la riqueza, promuevan el desarrollo con bienestar social e impongan los intereses nacionales a los propietarios del capital. En Latinoamérica se postula la soberanía, la constitución de un bloque geopolítico propio e influyente, que enfrente al “imperialismo” y especialmente al “neoamericanismo monroísta” que en la actualidad ha retomado la senda del “Big Stick”, que distinguiera a Theodore Roosevelt.
Naturalmente son fuerzas sociales diametralmente opuestas las que apoyan al primer modelo económico o al segundo. El neoliberalismo ha dado un paso adelante con el “anarcocapitalismo” o “libertarianismo” proclamado por el presidente argentino Javier Milei. El modelo de economía social avanza muy lento, aunque en la actualidad son un ejemplo del progresismo los gobiernos de Claudia Sheinbaum en México, Lula en Brasil y Gustavo Petro en Colombia, mientras Argentina y Ecuador están a la vanguardia del derechismo. En la perspectiva de la filosofía griega clásica, en ellos no se produce democracia, sino oligarquía; y en los términos de Platón y Aristóteles, se camina a la tiranía o a la dictadura.
Cuarto. En la geoestrategia mundial las visiones se han concentrado en el Medio Oriente y en Ucrania, además de que en Occidente crece la preocupación sobre Rusia y China. Pero estos temas no son de atención prioritaria en América Latina, preocupada por la pobreza, el dominio de las “élites del poder”, los emigrantes, el desarrollo, la democracia o el creciente autoritarismo ultraderechista. Desde hace décadas la región ha rechazado toda guerra injusta, el intervencionismo, los bloqueos (como a Cuba) y, desde luego, toda masacre y genocidio, acontecimientos que los ha vivido en su propia historia, como ocurrió con las dictaduras terroristas de la “seguridad nacional” y el anticomunismo en el Cono Sur.
Vivimos una época de inevitable desplazamiento de la hegemonía de Estados Unidos y del Occidente por el nuevo mundo multipolar en el que ascienden China, Rusia y los BRICS, y crecen las luchas contra el neocolonialismo en África, de las que Latinoamérica forma parte. Existe una verdadera tercera guerra mundial híbrida. En estas condiciones, América Latina es la región en “disputa” entre el Oriente y el Occidente y sobre ella se repliega el “neomonroísmo” de la segunda “era Trump”.
Por tanto, es necesario comprender que América Latina se proclamó “zona de paz” en la II Cumbre de la CELAC (2014); que la región busca romper con la tradicional dependencia externa, diversificar sus economías con todo el mundo, incluyendo China, Rusia, los BRICS, Asia y África. No son nuestros “enemigos”. Al mismo tiempo la región rechaza a toda potencia vieja o nueva que quiera imponer sus intereses contra la soberanía de cada país.
América Latina es una región de esperanzas. Busca terminar con la confrontación entre élites que dominan frente a poblaciones que por demandar la justicia social sufren el grave peso de la represión. Estamos a tiempo para retomar los ideales de la paz, el progreso, los derechos, el desarrollo, la amistad y cooperación de los pueblos en el nuevo mundo multipolar.
Juan José Paz y Miño Cepeda*. Doctor en Historia Contemporánea. Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia de Ecuador; fue vicepresidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC), entidad de la que es Director Académico en Ecuador.
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