Comercio, migración y seguridad hemisférica serán seguramente los ítems que pueden provocar fricciones tanto como “cooperaciones”. El impacto sobre el comercio a partir del previsible proteccionismo; y sobre las remesas, que alimentan las escuálidas economías mesoamericanas y caribeñas serán claves para pensar la relación de la región con la nueva administración norteamericana.
Es un lugar común entre los analistas colonizados, e incluso en gran parte de los analistas críticos, coincidir que la preocupación principal de Trump será la recuperación económica, comercial y productiva de su país y que por lo tanto la política exterior estará condicionada por esta situación. Es habitual encontrar comentarios que afirman que América Latina está muy lejos en la agenda de prioridades trumpistas.
Honrando las más espesas tradiciones diplomáticas norteamericanas de sus momentos fundacionales se afirmará la política “aislacionista” del electo presidente, la “isolation”, que recupera al mismísimo George Washington y su “Farewell address” (1796), documento que el propio Henry Kissinger definirá en sus memorias como determinante y rector de una “diplomacia patriótica”, donde se establecerá la necesidad de concentrarse en la afirmación de los valores, intereses y necesidades norteamericanas sin cultivar alianzas permanentes con nadie, ni teniendo que gastar sus propios recursos en auxilios de otros.
Bucear en este documento y contrastarlo con la narrativa trumpista nos permite construir una proyección sobre la relaciones internacionales y cómo manejarán su injerencia en algunas situaciones muy determinantes en el planeta.
Pero justamente comprender a la luz de este documento, como propone el título de la nota, la narrativa y la acción política de Trump nos obliga a reafirmar lo que ya definimos como situación de dependencia y colonialidad de la región respecto de la metrópoli norteamericana que en base a esta relación construye sus fortalezas comerciales, productivas y financieras.
No se puede afirmar que América Latina y el Caribe no están en la agenda de importancia de Estados Unidos porque eso es negar la relación imperialista que es la matriz que produce la política en el continente. Podemos matizar y evaluar formatos novedosos de expoliación y colonialidad pero nunca negarlos.
Aquella situación del primer gobierno de Trump donde convivían en una tensión permanente el MAGA (el sector propio de Trump, Make America Great Again) y los neoconservadores, no se repetirá esta vez, donde el presidente llega más fortalecido y con sectores de alianzas más complejos que incluyen demócratas industrialistas (Kennedy Jr): por lo cual algunas situaciones impulsadas por los neoconservadores como las provocaciones a Venezuela, es difícil que pueden repetirse en esta gestión.
Es casi una certeza que la política económica que se vaya a implementar implique consecuencias altamente inflacionarias para América Latina y el Caribe, y la muy probable suba de tasas de interés reorientará inversiones mudando capitales de la región hacia la metrópoli. Del mismo modo la política de subsidios y aranceles provocará una reorientación de destinos comerciales donde China se perfila como muy probable captador de las necesidades comerciales latinoamericanas y allí seguramente entre en juego el departamento de Estado a platear sus “líneas rojas” en tecnología y comunicaciones (5G) para lo cual además deberá poder ofrecer algún alivio que provea gobernabilidad a los tumultuosos estados latinoamericanos y caribeños.
Impacto directo en cada país.
México junto a Brasil son los dos principales socios comerciales regionales con Estados Unidos.
El electo presidente afirmó que impondría aranceles de entre 25% y 100% a los productos mexicanos si el país vecino no frenaba lo que define como un “ataque de criminales y drogas” que proviene mediante la migración hacia el país el norte.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, de quien Donald Trump ha dicho que sabe que se trata de “una mujer muy agradable”, afirmó en la red X, propiedad del colaborador trumpista Elon Musk, que “los mexicanos no tienen ni una sola razón para preocuparse” afirmando que “tuvimos una llamada muy cordial con el presidente electo, Donald Trump, en la que hablamos de la buena relación que habrá entre México y Estados Unidos”.
La victoria trumpista impacta de manera contradictoria en Brasil. Por un lado hay sectores de la llamada burguesía paulista que se entusiasman con la posibilidad de mayor autonomía para afirmarse como potencia regional y afianzar sus relaciones con el eje sino-ruso con la idea del abandono de Trump de la competencia abierta contra el multipolarismo; pero por otra parte le acechan sombras a partir de la política de aranceles y la preocupación del desarrollo de softpower que alimente referencias que aprovechen la fatiga política actual del presidente Lula da Silva. El pifie diplomático del presidente brasileño quien, sin ninguna necesidad, dos días antes de las elecciones hizo declaraciones públicas de apoyo a la victoria de Kamala Harris, lo expone en un estado de obvia debilidad estructural respecto del país del norte.
El gobierno argentino que comparte con Trump la pertenencia a la internacional conservadora (Conferencia de Acción Política Conservadora-CAPC), supone que se tratará de un período de oportunidades en la expectativa de que el gobierno norteamericano abogue por mejores condiciones financieras para la estragadas arcas argentinas. Con una frase muy sugestiva el presidente Milei felicitó a Donald Trump afirmando que “cuente con la Argentina para hacer de nuevo grande a los Estados Unidos”. Es decir cuente con el petróleo y gas argentino, con los cereales argentinos, los minerales, el litio, etc. Lo cierto es que Trump no respondió los insistentes llamados telefónicos del histriónico presidente argentino, que no pudo echar mano de su supuesta amistad con Elon Musk para que este facilitara las cosas. No obstante, Milei prepara un viaje a Estados Unidos antes de la asunción de Trump para entrevistarse con él y ponerse a sus órdenes, es el flamante canciller argentino Gerardo Wertheim, quien juró a su cargo sobre la Torah y no sobre la Constitución Nacional, un alto dirigente sionista y lobbysta profesional, quien ofició hasta hace semanas como embajador en Norteamérica, el que trabaja para lograr esa entrevista.

El caso venezolano cobra singular importancia por los antecedentes del pasado gobierno trumpista y las bravuconadas que el electo presidente norteamericano escupió en plena campaña, definiendo a Nicolas Maduro como dictador.
No habría que subestimar ni el pragmatismo de los presidentes ni el programa de MAGA. Uno de los puntales que probablemente redunde en una orden ejecutiva inmediata luego de la asunción será el retiro norteamericano del Tratado de París y rechazar la transición energética (Trump representa fielmente a los petroleros convencionales norteamericanos). El programa de sanciones sobre el país caribeño lo administra la OFAC (Oficina de Control de Activos Extranjeros) que tiene institutos que posibilitan la flexibilización de las mismas para que, por ejemplo, Chevron explote y comercialice petróleo venezolano asociado a PDVSA. El petróleo y el racionamiento energético serán pilares de la gestión trumpista.
Es obvio para cualquier analista que la estabilidad política que ofrece Nicolás Maduro y su alianza perfecta civil-militar-policial en el país con la cuenca petrolera más importante del continente, contrasta radicalmente con un eventual escenario de guerra civil contra una derecha golpista colonizada, mal organizada e inconsecuente. Por otra parte la intención de deportaciones masivas de migrantes ilegales de parte de los norteamericanos obligan a una convivencia civilizada con algunos países receptores de esos deportados.
Aproximadamente serían 12 millones las personas migrantes ilegales e indocumentadas en Estados Unidos, el número triplica la situación dejada en el gobierno anterior. La migración ilegal durante su primer mandato provino de los países del llamado Triángulo Norte (Guatemala, El Salvador y Honduras), pero hoy son venezolanos, cubanos, mexicanos, ecuatorianos, colombianos, peruanos, quienes alimentan esos millones de migrantes ilegales que Trump propone deportar y por lo cual resulta obvio la necesidad de acuerdos con los países de origen.
La continuidad de las líneas largas imperialistas
Todo lo expuesto no neutraliza dinámicas de producción política y económica imperialista que pueden no ser llevadas adelante por el propio ejecutivo norteamericano pero sí a través de otras agencias o plataformas que constituyen el “Deep state”. El reciente relevo de la laboriosa generala Laura Richardson de la jefatura del Comando Sur, por su adjunto el ahora Almirante Alvin Hosley no significa un cambio sino una reafirmación en la ofensiva diplomática pentagonal que seguirá avanzando en el reaseguro del funcionamiento de sus cadenas de suministros estratégicos con bienes comunes nuestroamericanos.
El control de fronteras que ya ejercen de hecho en Haití como en varios lugares del Caribe, los acuerdos de monitoreo y control de tránsito con Panamá (uno de los más importantes aeropuertos de distribución y circulación intra-americana); acuerdos de control de fronteras y migratorios con México; el sostenimiento de la presencia militar en Colombia; y la articulación de experimentos de democracias policiales como en El Salvador, Ecuador y eventualmente Argentina; seguirá avanzando con agencias y plataformas variadas como la sucesora de la Escuela de las Américas que desde el 2001 se llama Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (WHINSEC, por sus siglas en inglés), o la Academia Internacional para el Cumplimiento de la Ley (ILEA, por sus siglas en inglés) ubicada en El Salvador.
El New York Times se apresuró, en lo que parecería sr una operación de instalación, a anticipar la designación de Marco Rubio como probable Secretario de Estado lo cual anticipa probables batallas retóricas contra Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sobre Cuba no hay mucho que desde el punto de vista político, comercial, y diplomático que puedan hacer; con Nicaragua endurecer sanciones de una economía muy pequeña y sí probablemente acosarla con el control de las remesas; y con Venezuela ya hemos expuesto el equilibrio inestable que seguramente signará la relación a futuro entre ambos países.
La consolidación de las democracias policiales con gobiernos que se declaran “amigos” de Trump será de seguro una línea de trabajo de segundo orden del Departamento de Estado, promovidas fundamentalmente por el Comando Sur instalando cooperaciones forzosas en la política de “seguridad hemisférica” y apalancadas sobre una fuerte ofensiva contra el narco autonomizado.
Para los ultra neoliberales que proponen en sus países periféricos y subalternos políticas de desregulación, de liberalización de controles, de promoción de inversiones directas privadas, la llegada de Trump será un contraste que probablemente los desencaje en los primeros momentos frente al liberalismo despreocupado del globalismo que expresaban Biden y Harris. Trump llega a repatriar capitales norteamericanos y a defender sus empresas contra la competencia por pequeña e insignificante que sea de cualquier otro capital.
En conclusión y con la complejidad de los tiempos que vienen, creemos que América Latina y el Caribe padecerá tiempos de redespliegue norteamericano operado desde las plataformas del “Deep state” y la diplomacia pentagonal (Comando Sur), que probablemente avancen en el intento de sobre determinación política auspiciando las llamadas nuevas derechas, izquierdas transformistas y regímenes de democracias policiales.
El propio orden mundial basado en normas que tanto ponderó el globalismo es un orden con el que el propio presidente Trump se siente incómodo, por lo cual estas circunstancias abren posibilidades, su hubiera decisión política, de fortalecer espacios regionales autónomos.
Dr. Fernando Esteche* Dirigente político, profesor universitario y director general de PIA Global
Este artículo ha sido publicado en el portal UWI. Data
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