El 6 de septiembre, un proyectil que impactó contra el mercado de la localidad de Konstantinovka, en la región de Donetsk, causó la muerte a una quincena de civiles e hirió a varias docenas más. El ataque, que se produjo en una de las zonas más calientes del frente, en el sector de Artyomovsk del norte de la región de Donetsk, causó especial conmoción debido al elevado número de víctimas y la claridad de que el ataque se había producido en un objetivo puramente civil. En términos de presencia mediática, ayudó también que lo que rápidamente se calificó de masacre coincidiera con la última visita de Antony Blinken. El Secretario de Estado de Estados Unidos, en Kiev para coordinar los esfuerzos bélicos en busca de una mejora de los resultados de la actual contraofensiva ucraniana, anunció un nuevo gran paquete de asistencia militar al mismo tiempo que condenaba insistentemente lo ocurrido en Konstantinovka.
Consciente de la importancia de presentar cada ataque como un argumento para exigir más asistencia y más financiación, Volodymyr Zelensky no tardó en condenar los hechos en las redes sociales. “Al menos 16 personas han sido asesinadas por los bombardeos rusos en Konstantinovka, región de Donetsk”, escribió el presiente ucraniano para añadir que “los terroristas rusos han atacado un mercado corriente, tiendas y una farmacia, asesinando a personas inocentes. El número de víctimas mortales puede aumentar más”. No había lugar a dudas sobre la autoría e incluso la intención, ni tampoco en la respuesta a la pregunta ¿qué hacer?. Cualquiera en el mundo que siga tratando con cualquier cosa rusa simplemente ignora esta realidad. El mal absoluto. Maldad abierta. Total inhumanidad”, escribió Zelensky para, después de ofrecer sus condolencias a las familias, finalizar con la idea más repetida de esta guerra: “El mal ruso debe ser derrotado lo más pronto posible”.
De forma aún más contundente se mostró, como es habitual, uno de sus asesores más mediáticos, Mijailo Podolyak, cuyos mensajes en las redes sociales son considerados por la prensa occidental declaraciones oficiales del Gobierno de Ucrania. Aportando el mismo vídeo que adjuntaba Zelensky y en el que podía verse el momento del impacto, el asesor de la Oficina del Presidente llevaba el argumento a su terreno, el rechazo a las negociaciones, para preguntarse “¿Negociaciones? ¿Y después más negociaciones? Y luego incluso más. Porque está permitido matar. Con impunidad. Como hoy. Un ataque deliberado de misiles contra el mercado de Konstantinovka. Cuando hay niños allí…la información preliminar es de 16 muertos”. Sin alcanzar a comprender que la primera parte de su argumento, la de dilatar las negociaciones mientras se sigue disparando, describe perfectamente la actitud ucraniana durante los siete años de Minsk, Podolyak no solo adjudicaba la autoría y el objetivo, sino que incorporaba otro matiz de maldad: apuntar a niños ucranianos. Pero el asesor de la Oficina del Presidente añadía también no entender “dos cosas. La primera: si los asesinos no son castigados por Konstantinovka, seguro que deciden hacerse seguidores de la ley después de las negociaciones, ¿verdad? ¿Es así, no? Y la segunda: ¿podemos acelerar el apoyo militar a Ucrania para dejar de lamentar civiles intencionalmente asesinados en Ucrania?”. Cada ataque es una oportunidad para acusar a Rusia de crímenes y exigir así más ayuda a sus socios. En ese proceso, la rapidez desde el bombardeo y el juego mediático es básica.
Como afirmaba el martes un artículo publicado por The New York Times, cuyos reporteros se encontraban en una localidad cercana y pudieron ser testigos de una parte de los hechos e investigar otra, dos horas después del ataque, “Zelensky acusó a los terroristas rusos del ataque y muchos medios siguieron la corriente”. En realidad, la prensa en bloque dio por válida la acusación ucraniana. Al igual que en cada ocasión en la que un ataque causa un elevado número de víctimas, especialmente si se trata de civiles, las partes en conflicto cruzaron acusaciones rápidamente. Desde el primer momento, Kiev acusó a Rusia de perpetrar un ataque intencionado contra una localidad bajo control ucraniano, mientras que Moscú mantuvo desde el principio no haber participado en el ataque. El proceso fue similar al de otros ataques que han alcanzado protagonismo en la prensa como el bombardeo del teatro de Mariupol, la explosión de un Tochka-U en la estación de Kramatorsk o el ataque que costó la vida a decenas de prisioneros de guerra ucranianos en la cárcel de Elenovka, en territorio bajo control ruso. En cada uno de esos casos, independientemente del lugar en el que se produjo o la evidencia que suponía el armamento utilizado, la prensa ha optado sin discusión y sin matices por la acusación ucraniana, también en los casos en los que los bombardeos se producían en territorio ruso. Hay que recordar que un diario italiano utilizó la imagen de un bombardeo ucraniano en la ciudad de Donetsk para ilustrar un bombardeo del que acusaba a Rusia. También entonces, en un bombardeo utilizando misiles Tochka-U, que solo Ucrania estaba utilizando, Kiev publicó en Twitter un mensaje acusando a Rusia.
A lo largo de esta guerra, incluso antes de la intervención militar rusa, cada acusación de Ucrania ha sido publicada sin necesidad de ninguna verificación y simplemente se ha dado por buena la propaganda ucraniana -cada parte de guerra es, por definición, propaganda de uno de los bandos beligerantes- en una forma de narrar el conflicto que siempre ha carecido de la objetividad necesaria para la labor periodística. Todos estos aspectos se han exagerado aún más desde la invasión rusa, momento en el que Ucrania ha adquirido una centralidad de la que carecía en la prensa mundial y en la agenda política.
Si antes del 24 de febrero de 2022 Ucrania acusaba a Rusia de incumplir los acuerdos de Minsk pese a que en sus propias declaraciones admitía abiertamente no tener intención de implementar su parte, la prensa publicaba las acusaciones ucranianas sin acompañarlas del contexto necesario para comprender los hechos. El desinterés general por aquel proceso hacía de esta manipulación y muestra de falta de profesionalidad periodística un aspecto formal, irrelevante ante la absoluta falta de preocupación por la población civil de Donbass, en estado de guerra y bajo un bloqueo económico durante años.
Desde el inicio de la intervención militar rusa, las acusaciones ucranianas han pasado de ser políticas a puramente militares y cuentan con implicaciones mucho más serias, ya que la escalada es utilizada como argumento para aumentar el suministro de armas. En este tiempo, Ucrania ha acusado a Rusia de terrorismo y genocidio, de bombardear sus propias ciudades, de hacer explotar sus infraestructuras críticas (el Nord Stream y el Nord Stream-2), de intentar asesinar al presidente Zelensky o al jefe de la inteligencia militar Budanov o de atacar deliberadamente un país de la OTAN. Únicamente en el último caso, que habría afectado directamente a los países occidentales, que habrían tenido que intervenir en defensa de un socio atacado, la prensa y los responsables políticos occidentales negaron la realidad según la narraba Volodymyr Zelensky. El resto de los casos, incluido el de Konstantinovka, han sido relatados exactamente según las líneas marcadas por Ucrania.
Desde el mismo día en el que se produjeron los hechos, ha estado presente la duda sobre quién atacó el mercado de Konstantinovka. La idea de la falsa bandera, tan común en esta guerra tras ocho años de acusaciones ucranianas de autobombardeos rusos, apareció por las cuentas prorrusas en las redes sociales, aunque la teoría principal fue siempre la de un misil antiaéreo que, por error, había impactado en una zona civil. Ahora, dos semanas más tarde -a decir verdad, con una rapidez inusitada- un artículo publicado por The New York Times en cuya redacción e investigación han participado media docena de periodistas, algunos de ellos sobre el terreno en el frente de Donetsk, ha dado validez a lo que hasta ahora solo era una teoría. Los periodistas del medio estadounidense, que han tenido acceso al lugar desde el que supuestamente se disparó el misil tipo 9M38 desde un sistema antiaéreo soviético Buk.
El minucioso artículo da por válidos exactamente los mismos argumentos que la prensa rusa alegó el mismo día 6 de septiembre y añade algunos más. La posibilidad de geolocalizar el lugar en el que se produjo el impacto rápidamente dejó ver la dirección del misil: noroeste, territorio bajo control ucraniano. Los vídeos de las cámaras de seguridad, publicados por Ucrania como evidencia de un ataque ruso contra civiles ucranianos, muestran también el impacto del misil en el espejo retrovisor de uno de los vehículos aparcados. La dirección confirma la conclusión alcanzada con la geolocalización, como lo hace también la imagen de civiles girando la cabeza hacia el noroeste en el momento del acercamiento del misil. A esas pruebas, The New York Times añade la opinión de especialistas sobre el tipo y tamaño de la metralla y las pruebas observadas en Druyovka, lugar desde el que se cree que originó el misil. Los periodistas han podido comprobar los restos dejados en el lugar desde el que se disparó el misil. Es más, uno de esos periodistas grabó, por pura casualidad durante un mensaje de voz, uno de los dos disparos realizados desde esa localidad. Los comentarios de civiles locales en las redes sociales, que comentaban disparos contra proyectiles rusos o hacia territorio ruso, son una evidencia más para confirmar disparos desde esa localidad. Aunque una investigación periodística no puede sustituir a una pericial, la conclusión de un disparo ucraniano fallido o un misil antiaéreo que simplemente se quedó corto causando una enorme tragedia en una ciudad bajo su control parece clara.
Sin embargo, no es de esperar una rectificación general de los medios, que pregonaron con rapidez y sin ningún tipo de contraste de la información, la idea de un ataque ruso. El artículo publicado por The New York Times es el mejor ejemplo de ello. Pese a que los periodistas adjudican a Ucrania el ataque y describen con detalle lo ocurrido, la culpabilidad final sigue siendo rusa. No hay arrepentimiento sobre la forma en que cada parte de guerra ucraniano es presentado como hecho contrastado sino refuerzo de la idea de que Rusia siempre es culpable En este caso, lo es por haber causado la guerra, algo que, como muestran los casi ocho años de guerra antes de la entrada de las tropas rusas, es también más que matizable.
El artículo ha llegado en un momento incómodo para Ucrania, el mismo día en el que Volodymyr Zelensky se dirigía a la Asamblea General de Naciones Unidas, un discurso utilizado para exigir más sanciones y aislamiento contra Rusia y asistencia militar hasta la victoria final para Kiev. La reacción ucraniana a la nueva información, especialmente perjudicial al provenir de un medio occidental afín, no se ha hecho esperar y no ha diferido en exceso de la esperada. Siempre capaz de negar la realidad, Mijailo Podolyak, que en el pasado se ha destacado por afirmar, en un mismo tuit, que los drones sobre el Kremlin eran, a la vez, un éxito de Ucrania y una falsa bandera rusa, se lanzó rápidamente contra el medio. Alegando que los hechos están siendo investigados -otra falsedad más, teniendo en cuenta la trayectoria de Ucrania negándose a investigar casos como el de Odessa o las farsas utilizadas como cortina de humo en casos como Maidan- por las autoridades ucranianas, el asesor de la Oficina del Presidente acusaba a The New York Times de caer en la desinformación rusa. “Sin duda, la aparición de publicaciones en los medios extranjeros con dudas sobre la participación rusa en el ataque de Konstantinovka lleva al aumento de teorías de la conspiración, lo que requiere examen y valoración legal por parte de las autoridades”, escribió. Negar los hechos ha sido la línea de actuación habitual para Ucrania, acostumbrada a conseguir que cada una de sus afirmaciones sea dada por buena. A pesar del caso de Konstantinovka, el ejemplo de la falsa acusación de un ataque ruso contra Polonia muestra que la credibilidad de Kiev no se verá minada pese a las mentiras y manipulación de la realidad. Al menos mientras los intereses de Ucrania y los de sus aliados occidentales sigan coincidiendo.
*Nahia Sanzo Ruiz de Azua, periodista.
Artículo publicado originalmente en Slavyangrad.
Foto de portada: extraída de Slavyangrad.