El nuevo presidente asumiría oficialmente el cargo el próximo mes de mayo, si las denuncias de manipulación electoral de la oposición no prosperan judicialmente o las protestas en las calles no la condicionan.
El país más rico y más poblado del continente africano ha abordado unas elecciones algo diferentes a las anteriores en varios aspectos, lo que para algunas fuentes podría tener nuevos desafíos. Pero al mismo tiempo, otros factores se han repetido como en el pasado.
El papel de las nuevas tecnologías y una contienda a tres que rompía la pugna bipartidista del pasado, pero sobre todo el peso y las ganas de cambio del electorado joven, buena parte del cual se ha manifestado en el apoyo al candidato del Partido Laborista (LP), Peter Obi, formando un grupo de apoyo conocido como “obidients”, hacían augurar a algunos analistas la posibilidad de una transformación. La movilización del voto juvenil, segmento importante y conocedor de las redes sociales, el 42% de los votantes registrados, pero con una base sólida principalmente en las clases medias urbanas. Pero finalmente, parece que se han impuesto los factores del pasado.
Un contexto caracterizado por la falta de seguridad, la amarga disputa entre los partidos políticos, las identidades étnicas, religiosas y regionales de los candidatos, unido a la impunidad de la violencia electoral, y una grave crisis económica (escasez de combustible y efectivo entre otras cosas) ha seguido polarizando el país.
La participación finalmente ha sido algo inferior a la de 2019, a pesar de la esperanza puesta en la movilización del voto joven. La abstención se sigue sustentando en una creencia de que nada cambiará, el miedo a la violencia y otras intimidaciones, y la falta de comprensión del sistema de votación. No está todavía claro si la oposición puede presentar pruebas tangibles de la manipulación electoral. De momento el partido vencedor, el APC, presenta su derrota en Abuja y Lagos como prueba de que las elecciones han sido “libres y justas”.
En estas elecciones los tres candidatos principales pertenecían a las tres etnias mayoritarias, yoruba, fukani e igbo, lo que ha incrementado el rechazo de las minorías étnicas. Desde el punto de vista religioso, históricamente se ha buscado equilibrar la situación presentando candidatos de las dos principales religiones (cristianos y musulmanes) en los dos primeros puestos. Y otro tanto se hacía desde el punto de vista regional (norte/sur) Sin embargo, la configuración de las papeletas desde el punto de vista religioso y regional, en esta ocasión también ha incrementado laa diferencias intrareligiosas y regionales, así como los enfrentamientos dentro de los principales partidos.
La falta de identidad nacional coherente, la dependencia y el peso de la etnicidad, el regionalismo, la religión y, en estas elecciones, la generación, pueden desencadenar en un sistema de mayor inseguridad. La papeleta del APC, con dos musulmanes en cabeza, la política regional de los gobernadores del G5 del opositor PDP, el perfil regional y étnico del líder del LP y de fe crisitiana han tensionado el ambiente previo a las elecciones.
El sistema político en Nigeria se caracteriza por lo que se conoce como “síndrome de patrocinio prebendal”, donde los actores políticos se hacen con el poder estatal para promover el bienestar de sus propios grupos religiosos o étnicos. La distribución desigual de los recursos estatales, y la búsqueda de fórmulas para contentar a otros sectores minoritarios (rotación de poder y la zonificación) han sido consecuencia de esa política. Esa política de prebendas en torno a la etnicidad y la religión ha traido disputas dentro del APC y el PDP.
En Nigeria, la importancia de las personalidades está por encima de los propios partidos, lo que se traduce en transfuguismo, o en movimientos como “Obidient”. En esta ocasión, además, la aparición de un tercer partido y las disputas inrapartidistas, han condicionado el resultado final. Algunos analistas han apuntado que la presencia de Peter Obi ha podido facilitar el triunfo de Tinubu, al frenar las posibilidades de Atiku Abukabar, del Partido Democrático Popular (PDP). Éste creía que la no presencia del actual presidente Buhari le permitiría vencer la base del norte del presidente y él mantendría sus bastiones del sur. Ya en noviembre el sucesor de Obi como gobernador de Anambra, señaló que a pesar de la popularidad de Obi, éste no sólo estaba compitiendo con Atiku, sino que abría la puerta al triunfo de Tinubu. Una parte importante de los votos del candidato del LP provienen de los feudos del PDP.
La economía de Nigeria atraviesa una situación muy delicada. La inflación es la más alta en 17 años, el desempleo juvenil alcanza el 42,5%, el costo de la vida sigue subiendo y cerca del 40% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Se da la paradoja además que es un país rico en petróleo, pero la escasez y carestía del mismo son tónica habitual. Durante mucho tiempo ha tenido que importar petróleo refinado. Las élites nigerianas siguen enriqueciéndose de los recursos naturales, mientras que a la población se le condena a un escenario cada vez más duro.
La deuda se ha duplicado en los últimos siete años, y el peso de la economía informal es de dos o tres veces la de la oficial. Y esa esfera sigue absorbiendo a los recién llegados al mercado laboral. Al tiempo que los jóvenes nigerianos abandonan el país en un número récord.
La corrupción es otro de los protagonistas en el país. Ésta se ha mantenido desde el periodo colonial. En Nigeria se da la paradoja de la abundancia debido a su riqueza en petróleo, lo que ha traído consigo actividades corruptas masivas y estructurales, una pobreza inmensa, una distribución desigual del ingreso y un desempeño económico deficiente.
Los colonialistas y sus colaboradores locales primero; tras la independencia, los diferentes gobiernos civiles y militares; y más recientemente desde la vuelta de los gobiernos civiles en 1999, las prácticas corruptas han estado arraigadas en todas las administraciones.
Los sectores público y privado se han unido en la cultura “de la no rendición de cuentas”, así, en 2007, la policía nigeriana, la compañía PHCN, el Ministerio de Educación y la Comisión electoral estaban sumidas en prácticas corruptas.
El saqueo de propiedades estatales, el desvío de fondos públicos a cuentas privadas, el enriquecimiento personal y familiar por parte de las élites y de sus administraciones, han sumido a buena parte de la población en una situación de subdesarrollo y precariedad social y económica. Los altos índices de pobreza, el alto costo de la vida, el desempleo, la inestabilidad económica y la inseguridad nacional van ligadas a esas prácticas corruptas. La dependencia del petróleo ha traído además, más corrupción y pobreza, débil creación de empleo e inflación.
El sistema federal en Nigeria sigue sin lograr su encaje en la realidad del país africano. El problema del federalismo nigeriano es resultado de los gobiernos militares, que implementaron tendencias centralizadoras, alterando la distribución de poderes a su favor, acumulando las finanzas del centro sobre las regiones, ampliando el peso y los cargos de la burocracia norteña, entre otras medidas.
La participación de los militares, la monoeconomía rentista basada en el petróleo, la distribución desigual de la riqueza, las consecuencias de la guerra civil y os constantes cambios constitucionales han sido los factores que han posibilitado ese mal funcionamiento federal. La dictadura militar no acabó con el fin del régimen militar, sino que transformó en partidos y dirigentes políticos a dirigentes provenientes de esa dictadura. Según un analista local, “es necesario una redistribución radical del poder y la riqueza para estabilizar el sistema federal en Nigeria”.
La inseguridad y la violencia es otro reto que difícilmente desaparecerá del escenario nigeriano. La fragilidad estatal ha traído que importantes áreas del país están fuera del control gubernamental, y sean espacios ingobernables. Grandes zonas del noroeste y sureste son a día de hoy casi inaccesibles.
Las amenazas para la seguridad del país y de la región son cada vez más evidente. Adía de hoy Nigeria es un mosaico de conflictos con diferentes variables y actores. En el noreste destaca la presencia de grupos jihadistas como Boko Haram y el Estado Islámico en la Provincia de África Occidental (ISWAP); el bandolerismo y la delincuencia violenta generalizada en el noroeste, donde los secuestros y la inseguridad en las carreteras está presente en el día a día; la violencia entre pastores y ganaderos en el llamado Cinturón Medio (unos 20 estados); tensiones étnico religiosas en el centro-norte del país; movimientos separatistas armados en Biafra, sureste, y otros movimiento separatistas en el sur y suroeste; ataques a las infraestructuras petroleras, inseguridad marítima, piratería y violencia policial. A lo que se puede añadir la presencia de grupos armados de autodefensa y milicias paramilitares “privadas”.
La importancia regional del devenir de Nigeria es evidente. Su peso económico y demográfico, su papel en organizaciones como la UA y la CEDEAO, está acompañado en esta ocasión por la ausencia de exmilitares en las papeletas de los principales partidos. De asentarse el sistema, con todas sus deficiencias, será alabado en Occidente, no trato por su “calidad democrática”, sino como ejemplo para los estados vecinos de la región, donde se han sucedido golpes de estado y donde la presencia de movimientos jihadistas, el rechazo a las antiguas potencias coloniales y la presencia de Rusia “preocupan” a las cancillerías en Occidente.
En Nigeria podemos asistir a la proclamación de un nuevo presidente, pero las dificultades y los retos no son nada nuevos. Tinubu, el padrino de Lagos, ha pedido “paz, paciencia y solidaridad”. Se muestra dispuesto a afrontar algunos retos, pero todo parece indicar que sus recetas son las del pasado y las que imponen fuerzas y actores extranjeros y las élites locales defensoras del status quo.
Mientras tanto, la mayoría de la población se muestra partidaria de una democracia real, pero con una profunda desconfianza hacia la clase política, los partidos políticos y las instituciones, en definitiva, al sistema que sustentan. El aumento de la frustración, el protagonismo de nuevas generaciones y la articulación de alternativas políticas nuevas podría ser la base de la receta para un cambio profundo en Nigeria.
*Txente Rekondo es Analista Internacional
Artículo publicado originalmente en Rebelión
Foto de portada: Bola Tinubu, presidente electo de Nigeria (REUTERS/James Oatway)]