Las esperadas elecciones generales en Kenia, en la que participan dos pesos pesados de la política keniana: el líder del Movimiento Democrático Naranja, Raila Odinga, y el vicepresidente del país, William Ruto, será probablemente muy reñida. En esta entrevista, la experta de Crisis Group, Meron Elias, explica lo que está en juego
Pregunta: ¿Qué está pasando?
Respuesta: Los kenianos votan el 9 de agosto en unas elecciones de alto riesgo que han polarizado a la élite política del país. Las elecciones enfrentan a Ruto, que aspira por primera vez al máximo cargo, con Odinga, el veterano jefe del opositor Movimiento Democrático Naranja. Como vicepresidente, Ruto parecía ser el heredero, pero se ha enemistado con el presidente, Uhuru Kenyatta, que cumple su segundo y último mandato. En su lugar, Kenyatta respalda la candidatura de Odinga, su rival de siempre, que ya acumula cuatro intentos por llegar a la presidencia.
Las encuestas muestran un panorama desigual en la contienda entre Ruto y Odinga. Una empresa de sondeos muy seguida, TIFA Research, ha descubierto que Odinga ha conseguido una ventaja en las últimas semanas, con un 49% frente al 41% de Ruto. Otra encuesta, realizada por Radio Africa Group, concluyó que la carrera está empatada, situando a Ruto en el 45%, un punto por delante de Odinga.
Las elecciones kenianas son casi siempre muy reñidas, pero el enfrentamiento entre Odinga y Ruto ha sido inusualmente imprevisible, en parte porque los acuerdos entre las élites kenianas han puesto en peligro las antiguas alianzas. Se esperaba que Kenyatta, que se hizo con la presidencia en 2013 y ganó la reelección en 2017, respaldara a su subordinado, que le apoyó en ambas campañas. En cambio, Kenyatta forjó una alianza con Odinga poco después de la votación de 2017.
La remodelación del tablero electoral significa que el resultado se decidirá probablemente según el grado de apoyo que puedan reunir Odinga y Ruto fuera de sus respectivas bases. Ruto lleva una gran ventaja en su zona de influencia, el Valle del Rift, mientras que Odinga disfruta de una ventaja inexpugnable en Nyanza, donde tiene sus raíces. El panorama es más complejo en la región de Monte Kenia, al norte de Nairobi, rica en votos y de la que han salido tres de los cuatro presidentes kenianos posteriores a la independencia. En esta ocasión, no hay ningún candidato importante procedente de la populosa zona montañosa central. Ruto ha mostrado una fuerza sorprendente en esa región, donde Kenyatta ha sido tradicionalmente dominante. El vicepresidente sigue muy por delante en las encuestas, aunque sin nada parecido a la enorme mayoría que Kenyatta obtuvo en 2017. Odinga, aunque está por detrás de Ruto en la región, ha aumentado sus cifras en las encuestas hasta situarse entre el 25 y el 30%, frente a la cifra de un solo dígito que registró en 2017. Odinga espera que la mejora en la región compense sus pérdidas frente a Ruto en sus antiguos bastiones del oeste de Kenia y la costa. Las posibilidades de Ruto, por su parte, dependen de que consiga una victoria convincente en Monte Kenia y que le reste apoyo a Odinga en el oeste, la costa y el norte del país. Otra cuestión clave será saber si dos contendientes menos destacados, George Wajackoyah y David Mwaure, pueden restar suficientes votos a los dos candidatos principales para forzar una segunda vuelta.
P: ¿Qué está en juego?
R: Aunque la campaña ha sido en gran medida pacífica, el tono se ha afilado en las últimas semanas. No solo los dos candidatos principales, sino también el presidente saliente ven la carrera en términos existenciales: consideran que ganar es una cuestión de supervivencia política y económica. Ruto, aunque ahora es muy rico, ha convertido su origen humilde en la base de su imagen de campaña, presentándose como un “buscavidas”, un hombre corriente que entiende las necesidades de los kenianos de a pie, a diferencia de Kenyatta y Odinga, los sucesores dinásticos del primer presidente y el vicepresidente de Kenia, respectivamente. Ruto y su compañero de fórmula, Rigathi Gachagua, han prometido hacer frente a la “captura del Estado” que, según ellos, se ha producido durante la presidencia de Kenyatta, una amenaza implícita de investigar los vínculos del imperio empresarial de la familia Kenyatta con el Estado. Sin embargo, si Odinga se impone, el propio Ruto podría enfrentarse a una investigación sobre el origen de su riqueza –políticamente, dada su relativa juventud (55 años), Ruto se juega menos–. Odinga, de 77 años, se postula por quinta y probablemente última vez a la presidencia. Se presenta como un par de manos seguras que unirán el país, y también ha prometido erradicar la corrupción. Ha elegido como compañera de fórmula a la respetada luchadora contra la corrupción Martha Karua, la primera mujer en la historia del país candidata a la vicepresidencia. A los ojos de sus partidarios, ganar le recompensaría por sus grandes sacrificios personales –incluida una larga temporada en prisión en la década de los ochenta– en la búsqueda de una Kenia más democrática.
En las últimas semanas, las dos partes se han intercambiado ataques cada vez más punzantes. Carteles ofensivos han surgido y acusaciones inventadas han proliferado en las redes sociales. Kenyatta y Ruto han lanzado diatribas el uno contra el otro. El 31 de julio, el portavoz del gobierno, Cyrus Oguna acusó a ambos políticos de avivar las tensiones e instó a sus equipos a rebajar la retórica.
Además de las elecciones presidenciales, los kenianos también elegirán entre miles de candidatos a los escaños de la Asamblea Nacional y de los condados, a los representantes en el Senado y a las gobernaciones de los condados. Los comicios para estos últimos suelen ser especialmente reñidos, teniendo en cuenta los poderes delegados y el control de los recursos de los que gozan los gobernadores según la Constitución de Kenia. En algunos lugares, los comicios ya se han vuelto violentos: en el condado norteño de Marsabit, el gobierno nacional impuso un toque de queda tras los enfrentamientos mortales entre comunidades locales. La sequía más grave de los últimos 40 años ha agudizado las hostilidades comunales en las zonas más afectadas, como ha constatado recientemente Crisis Group. También se ha informado de ataques a candidatas en la campaña, a pesar de los avances para la representación de género que implica la nominación de Karua por parte de Odinga.
Aunque las tensiones pueden estallar en algunas localidades, la principal amenaza para la estabilidad reside en un resultado presidencial disputado. Si el ganador obtiene la presidencia por un estrecho margen, el perdedor declarado puede rechazar el resultado. Lo ideal sería que el perdedor agraviado recurriera a los tribunales, pero si en lugar de ello convoca a sus partidarios a las calles, estos podrían enfrentarse a la policía. También podría producirse violencia comunal.
P: ¿Están las instituciones preparadas para las elecciones?
R: Los principales interrogantes sobre la preparación afectan a la Comisión Electoral Independiente y de Fronteras (IEBC). Este organismo, que dirige la votación y tabula los votos, sufrió una merma en su credibilidad tras las elecciones presidenciales de 2017, cuando el Tribunal Supremo anuló los resultados, alegando que la comisión no había llevado a cabo la votación de conformidad con la Constitución y la ley electoral. La IEBC ha prometido aprender de sus errores, y su presidente, Wafula Chebukati, ha dicho que garantizará la transparencia de las elecciones ofreciendo a los agentes de todos los partidos acceso a los recuentos de votos en los colegios electorales.
Las encuestas muestran que la confianza de los ciudadanos en el IEBC es alta (el sondeo de TIFA reveló que el 74% de los encuestados tiene “mucha” o “cierta” confianza), pero una combinación de presiones estatales y sus propios errores ha dificultado sus preparativos. En primer lugar, el Parlamento no aprobó la financiación que la comisión solicitó para celebrar las elecciones a tiempo, lo que retrasó los preparativos, incluida la contratación de personal. En segundo lugar, los medios de comunicación alineados con el Estado y los altos funcionarios han lanzado ataques contra su credibilidad, poniendo en duda su capacidad para llevar a cabo la votación. El 21 de julio, las autoridades arrestaron a contratistas extranjeros que habían llegado a Kenia invitados por la comisión por supuestas violaciones de la ley de inmigración. Los críticos ven estas maniobras como intentos del aparato estatal de intimidar a la IEBC. Por su parte, la comisión tiene una torpe estrategia de comunicación, ya que rara vez informa al público sobre su funcionamiento interno de forma proactiva, lo que propicia las acusaciones de los dos principales candidatos de que no actúa con la transparencia necesaria.
Las fuerzas de seguridad son otro actor clave. Durante la mayor parte de la campaña, se han comportado con moderación. Sin embargo, en las últimas semanas, la policía ha cometido una serie de infracciones del código electoral, como impedir que los miembros de la alianza Kenya Kwanza de Ruto llegaran a varios lugares de la campaña.
En el lado positivo, el poder judicial de Kenia se ha basado en la confianza pública que se ganó con su inesperada anulación de la votación de 2017, junto con una serie de decisiones posteriores que impidieron un intento de Kenyatta y Odinga de cambiar la Constitución. Los candidatos derrotados podrían recurrir de nuevo al Tribunal Supremo esta vez.
P: ¿Qué debe hacerse?
R: Las elecciones kenianas importan más allá de Kenia. El país es el principal centro comercial y de transporte de África Oriental, y una ruptura violenta tras los comicios podría tener repercusiones en la vecindad. Dado que Kenia es un referente democrático en la región, unas elecciones sin contratiempos podrían ser un poderoso ejemplo para otros gobiernos, mostrándoles que la política pacífica tiene más que ofrecer que el autoritarismo personalista común hoy en la región. También se ha posicionado como sede de posibles conversaciones de paz para poner fin a la guerra en el norte de Etiopía y ya ha acogido conversaciones entre las partes en conflicto en el este de República Democrática del Congo. Ambas iniciativas podrían encallar en caso de una crisis prolongada.
El ciclo electoral de 2022 ha tenido muchas características alentadoras, sobre todo en lo que respecta a las tensiones sociales, que han sido sorprendentemente bajas. Sin embargo, la intensa polarización de las élites –y la probabilidad de que el candidato perdedor rechace el resultado, especialmente si las elecciones son reñidas– significa que todos los actores deben tomar medidas para evitar que las elecciones deriven hacia la violencia. En particular, las autoridades deben dejar a las instituciones públicas, especialmente al IEBC, el espacio necesario para administrar las elecciones sin interferencias. Deben atenerse a su promesa no apagar o ralentizar internet, ya que ello perjudicaría la capacidad de la comisión para transmitir los resultados electrónicamente a los centros de recuento. Las fuerzas de seguridad deben mantener una estricta neutralidad.
La comisión electoral debe comunicar las medidas que está tomando para garantizar la integridad del voto. Su presidente debe celebrar reuniones informativas para dar a conocer al público los avances en el día de las elecciones y todos los días siguientes, hasta que anuncie los recuentos finales. Debería abrir sus sistemas al escrutinio de los partidos políticos para reducir las sospechas mutuas. Los funcionarios electorales y otras autoridades deben garantizar también que los agentes de los partidos tengan pleno acceso a los colegios electorales, incluso –como prometió el presidente– durante el recuento de votos. También debería concederse acceso a los observadores extranjeros y kenianos. Odinga y Ruto deberían comprometerse a recurrir al poder judicial en lugar de a la calle si no están satisfechos con el desarrollo de la votación o con el resultado. Incluso en esta fase tardía, el compromiso de ambos de no actuar de forma vengativa contra el otro –o contra el presidente saliente– si ganan ayudaría a rebajar las tensiones.
El Cuerno de África no puede permitirse otra crisis, ahora que gran parte de la región está en ebullición. Las autoridades kenianas, el IEBC y otros dirigentes institucionales, el poder judicial y los principales candidatos deben poner de su parte para garantizar una votación pacífica actuando con moderación –y equidad– cuando los kenianos acudan a las urnas.
Artículo publicado en la web de Crisis Group, editado por el equipo de PIA Global