El mando francés, a espera de las nuevas estrategias de la OTAN para la región del Sahel, (Ver: La OTAN extiende su sombra al Sahel) y de disminuir los efectos de su fracaso en Mali, lo que ha profundizado el resentimiento del pueblo malí hacia la antigua metrópoli, ha decidido que, por lo menos de manera formal, el mando y la organización de las acciones contraterroristas queden en manos del ejército nigerino.
Las precauciones de París han hecho que los anuncios de su ampliación y despliegue a los países de las áreas del golfo de Guinea como Togo y Benín, donde las operaciones del terrorismo integrista se han empezado a producir con alarmante frecuencia, queden por ahora postergadas, mientras que la presencia francesa se mantendrá en Níger y Chad, donde ya había establecidas unidades de forma permanente.
Queda por develar cuál será la decisión de la junta militar que gobierna Burkina Faso desde el golpe de enero pasado, que ha marcado fuertes diferencias con el Eliseo acercándose a posiciones similares a la de los coroneles de Bamako, incluso anunciando conversación con la empresa de seguridad rusa conocida como Grupo Wagner.
El comandante de la Operación Barkhane, el general Laurent Michon, en recientes declaraciones especificó que sus fuerzas no superaran los 2.500 hombres para toda la región, aunque aclaró que finalmente eso dependerá de la decisión de los gobiernos africanos. Con esta nueva postura, Francia aspira a realizar operaciones acordadas con esos ejércitos locales tomando la forma de “apoyo” y no de “reemplazo” de esas fuerzas, como sucedió en el caso de Mali desde el inicio de la Operación Serval (2013-2014), predecesora de la Barkhane, y disminuir los riesgos de nuevos fracasos.
Esa es la dirección que tomó el ejército francés que ya el año pasado, cuando la crisis con los coroneles malíes había estallado, resolviéndose en enero último con la expulsión del embajador francés, puso bajo las órdenes de un general nigerino una unidad que operaba en la frontera entre Malí y Níger.
En marzo último el cuartel general de la Operación Barkhane se estableció en Niamey, la capital nigerina, con el fin de entablar mejores contactos con la oficialidad local, por lo que Francia transfirió el mes pasado a las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa) la base cercana a la ciudad de Menaka, en el noreste del país, al igual que la base de Gossi, transferida en abril último.
Se espera que la retirada total de las fuerzas francesas de Mali se produzca a fin de septiembre próximo, en la que entregará a las FAMa su último enclave en el país, la base de Gao.
Si bien ya ha retirado de Menaka cerca de 4.000 contenedores y unos 1.000 vehículos, el mando francés aclaró que ese material no quedaría en la región, tratando de que la intervención francesa en el Sahel sea lo menos notoria posible. Y si bien la decisión del presidente Emmanuel Macron acerca de la retirada de Mali había sido tomada con anterioridad al inicio de la contraofensiva rusa en respuesta de las operaciones de la OTAN en Ucrania -conflicto que sigue en plena evolución- nadie sabe cuánto podría llegar a necesitar París ese material, esta vez sí, en defensa propia.
Mientras el repliegue francés continúa en Mali y la presencia del Grupo Wagner, limitado solo al entrenamiento y al asesoramiento de las FAMa, todavía no termina de hacer pie en la región, las campañas mediáticas en su contra que recién llegó a Mali entre noviembre y diciembre del año pasado, han comenzado a arreciar. Culpándolos de perpetrar matanzas contra la población civil y alentando a muchos pobladores a abandonar sus lugares y buscar refugio en el campamento de M’bera (Mauritania), agitando el fantasma del terrorismo, para configurar un panorama de desastre olvidando que dicho centro fue creado en 2013 con la presencia de 75.000 refugiados al inicio de la llegada de la Operación Barkhane, cifras que a lo largo de todos estos años París no logró disminuir.
Por lo que tanto el aumento de los refugiados malíes en M´bera como el incremento de las operaciones de las khatibas del Dáesh y al-Qaeda, bien podría enmarcarse en la campaña mediática, tal como también se libra contra Moscú en Ucrania.
Un incidente curioso
Cuando las relaciones entre Malí y Francia se encuentran en su punto límite de tensión, un episodio, por lo menos extraño, se registró el domingo día 10 en el aeropuerto de Bamako, donde fueron detenidos 49 efectivos del ejército de Costa de Marfil que las autoridades malíes consideran mercenarios.
Según el Estado Mayor marfileño, los efectivos detenidos pertenecían a la dotación de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA) que ha sido un problema administrativo de las autoridades malienses, las que habrían alegado que el avión no estaba en la lista de los arribos autorizados. Según algunos medios locales ni las FAMa ni el Ministerio de Defensa malí quisieron aclarar nada acerca del malentendido que obligó a los soldados detenidos a pasar la noche encarcelados. Y además pasado ya más de un día del “incidente” todavía no se había solucionado investigando cuál fue el verdadero motivo de la llegada de los marfileños.
A fines de enero pasado un caso similar se suscitó con efectivos daneses que habían llegado a Bamako para incorporarse a la Operación Takuba, un conglomerado de fuerzas europeas -entre ellas alemanas, británicas y danesas- además de Níger y de Malí, que no llegan en total a los 1.000 hombres, todos bajo mando francés, con la que se intentó, en el momento de su creación marzo del 2020, remediar el fracaso de la Barkhane.
En el marco de la inestabilidad que vive el Sahel desde el 2012, la que se ha expandido en casi todas las direcciones del continente, sumada la llegada del Grupo Wagner convocado por varios países africanos, entre ellos Malí, y a la espera de la anunciada reacción de la OTAN en la reciente cumbre de Madrid, es de sospechar que la crisis tenderá a profundizarse.
A lo que se suma la inquietante declaración del general Stephen Townsend, jefe del Comando de Estados Unidos en África (AFRICOM) tras la finalización del ejercicio militar internacional African Lion 22, que se extendió desde el 6 al 30 de junio e involucró a 7.500 efectivos de los ejércitos de Marruecos, Ghana, Senegal y Túnez, junto a los de Brasil, Reino Unido, Chad, Francia, Italia, los Países Bajos y obviamente Estados Unidos, además de una treintena de países observadores, entre los que se incluye por primera vez Israel, el cual declaró “Estamos viendo la llegada de actores malignos y específicamente estoy pensando en mercenarios rusos de Wagner”. Además de advertir de que “todas nuestras fuerzas, están preparadas si son llamadas a combatir este tipo de problemas en el futuro”.
Los “juegos de guerra” se realizaron en el desierto Cap Draa, a 700 kilómetros al sur de Rabat, la capital del reino alauita, en los territorios reclamados por la República Árabe Democrática Saharaui (RADS) y próximo a sus propias fronteras y a los campos de refugiados saharauis en Argelia, principal sostén de la resistencia del Frente Polisario, brazo armado de la RADS.
El ejercicio militar se produjo en medio del incremento de las tensiones entre Rabat y Argel, que han vuelto a cortar relaciones diplomáticas desde que expresidente estadounidense Donald Trump, a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Rabat y Tel-Aviv, reconoció la soberanía marroquí sobre los territorios reclamados por la nación saharaui desde 1975 tras independizarse de España.
La cuestión de Sahel, lejos de pacificarse, claramente no ha alcanzado su pico de violencia. Para contrarrestar la llegada de efectivos rusos, como ha sucedido en Siria, el Departamento de Estado y la CIA, junto a otras oficinas occidentales, no solo permitirán a hacer libremente a los muyahidines, sino que volverán a financiar sus acciones a expensas de la vida de miles de africanos, como lo hicieron a expensas de miles de sirios.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Artículo publicado en Rebelión, editado por el equipo de PIA Global