Europa

Y von der Leyen prepara un pequeño golpe en la UE

Por Dante Barontini* –
La centralización del poder político -y el control presupuestario es el más político de los poderes- en muy pocas manos se produce a pesar de todas las pretensiones de «democracia» e incluso de «transparencia».

La Unión Europea, tal y como se ha construido, no resiste la competencia internacional, ni con China ni con Estados Unidos. Tras el inicio de la guerra en Ucrania, la destrucción del gasoducto North Stream y las sanciones contra Rusia (que no hicieron sino paralizar a las empresas europeas que habían desarrollado relaciones con Moscú), la situación se precipitó sin que ninguno de los poderes fácticos o «pilotos automáticos» pudiera frenar una avalancha que cada día va a más.

El «informe Draghi» ha fotografiado esta situación sugiriendo correcciones tan drásticas (centralización de la deuda, inversiones públicas comunes, selección de los sectores industriales a privilegiar, reescritura de los mecanismos institucionales, etc.) que sería necesaria una temporada extraordinaria de debate público para construir en torno a ese proyecto (u otros con las mismas dimensiones estratégicas) un consenso suficiente para garantizar que no se produzcan terremotos sociales incontrolables. Tarea difícil, para quienes predican el neoliberalismo y la austeridad presupuestaria, pero sin embargo necesaria si no se quiere correr el riesgo de fracasar.

El camino elegido por la Comisión Europea de Ursula von der Leyen es, en cambio, el -habitual- de la imposición sin discusión.

Un documento de política interna, que ha llegado a manos del diario (estadounidense, no «putiniano») Político, es lo suficientemente detallado -sobre las líneas evolutivas- como para no dejar mucho margen a interpretaciones minimizadoras.

«La idea principal es que Bruselas impondrá condiciones mucho más estrictas que en presupuestos anteriores. Según el texto, unos 530 programas actualmente en vigor para cada país de la UE se combinarán en un único fondo nacional, que determinará el gasto en áreas que van desde los subsidios agrícolas a la vivienda social».

En la práctica, Ursula von der Leyen está esbozando cómo pretende presionar a los países para que apliquen «reformas económicas fundamentales» si quieren acceder al bote de 1,2 billones de euros que la UE tiene para siete años. Aprovechando precisamente las fuentes presupuestarias que hasta ahora habían garantizado un reparto de fondos al mismo tiempo «austero» pero «atento a las necesidades» de los distintos países.

Para entendernos. «El cambio más importante respecto a las reglas actuales es que los países sólo recibirán los fondos si aplican las reformas preferidas por Bruselas».

El mecanismo de toma de decisiones para lograr el secuestro es bastante simple y tosco: el documento prevé un «grupo directivo ad hoc que gestionará el proceso presupuestario. Estará compuesto por von der Leyen, el Departamento de Presupuestos y la Secretaría General, y funcionará bajo la autoridad directa del Presidente».

Los vicepresidentes (incluido Raffaele Fitto, cuyo nombramiento fue vendido por Giorgia Meloni como un reconocimiento de la «centralidad italiana en Europa») y los demás comisarios podrán participar de vez en cuando, pero como meros «invitados».

En concreto, se trata de los aproximadamente 530 programas actualmente en vigor en cada país de la UE, que se unificarán en un fondo nacional único, que determinará el gasto en ámbitos que van desde las subvenciones agrícolas hasta la vivienda social. Un botín de 1.200 billones y del que no saldrá ni un céntimo si no es a cambio de «reformas» ad hoc, unificadas en el espíritu neoliberal pero obviamente graduadas según las características -o la distancia respecto al modelo ideal- de cada país.

Sin embargo, la relación entre las partidas de financiación y las «reformas» parece decididamente azarosa. Uno de los pocos ejemplos que ofrece el documento se refiere, por ejemplo, al hecho de que «los países tendrán que abordar la brecha de género para recibir fondos para la vivienda social o promover la agricultura ecológica para acceder a la financiación agrícola». Un vínculo tan improbable -especialmente en estos dos sectores la brecha de género es de las mayores, por razones históricas y de producción bastante obvias- como para garantizar una oposición feroz, desgraciadamente declinada en un sentido profundamente reaccionario y pasota.

Estamos, pues, ante la perspectiva de un duro choque social que ampliará desproporcionadamente el espacio de las derechas nazifascistas y nacionalistas, además, enloquecidas estratégicamente por el hecho de tener que apoyar la lógica empresarial ultraliberal, sus sueños de una imposible restauración de la «soberanía nacional» dentro de esa lógica, y su hostilidad a cualquier cambio presentado -sólo presentado, por supuesto- como un «factor de progreso».

Pero también hay que destacar el hecho propiamente institucional. La centralización del poder político -y el control presupuestario es el más político de los poderes- en muy pocas manos se produce a pesar de todas las pretensiones de «democracia» e incluso de «transparencia».

Además, esta centralización -si se aprueba de esta forma, lo que es dudoso- se produce al final de procesos de toma de decisiones cada vez más alejados de cualquier legitimación popular. La votación del llamado «Parlamento Europeo» sólo sirvió para definir un arco mayoritario que, sin embargo, no definió la selección de los comisarios (indicados por los distintos gobiernos pero utilizados y posicionados por von der Leyen sin más comparación). Las biografías políticas de los «ministros» individuales presentan, por tanto, muchas excepciones a la estructura supuestamente «liberal».

Pero incluso esta patrulla compuesta de personajes no elegidos – «designados»- es a su vez burlada por un poder «misterioso» que mueve las opciones políticas incluso frente a los países «fuertes» de la Unión (véase el voto de Alemania contra los aranceles a los coches chinos, pero que de todas formas serán impuestos por la Comisión motu proprio). Convenientemente, se trata del poder de los «mercados», es decir, de los grandes grupos industriales y, sobre todo, del capital financiero.

La narrativa que presenta el «jardín occidental» como el templo de la «democracia» frente a las «dictaduras» está llegando a su fin. «Habíamos estado bromeando», nos dirán un día u otro. «No nos digan que se lo han creído…».

*Dante Barontini, editorialista del periódico digital italiano Contropiano.

Artículo publicado originalmente en Contropiano.

Foto de portada: Foto: AP / NTB

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