Las familias políticas de la Eurocámara se forman una vez pasadas las elecciones europeas. Dónde irá a parar el Fidesz de Víktor Orbán o cuál será el destino del recién denostado Alternativa para Alemania (AfD) son algunas de las incógnitas todavía por despejar. Pero a dos semanas de los comicios, que se celebran entre el 6 y el 9 de junio, el huracán ultra está dejando ya varias réplicas. El grupo de Identidad y Democracia ha expulsado a AfD por los recientes comentarios de su candidato blanqueando a SS nazis. Pocos días antes, el plantón se lo daba su aliada Marine Le Pen. Mientras la unidad de las fuerzas ultraconservadoras se resquebraja hay otra realidad que cada vez se afianza más: el pacto entre el Partido Popular Europeo con los Conservadores y Reformistas (ECR), donde se encuentra Vox.
El Parlamento Europeo se ha vestido de gala este jueves para acoger el gran debate entre los cabezas de lista que aspiran a convertirse en el próximo presidente de la Comisión Europea. Todas las miradas estaban puestas sobre Ursula von der Leyen, la elegida de los democristianos para repetir en el piso 13º del Berlaymont, donde vive y trabaja. Y sobre todo, en torno a qué alianzas forjará para el proceso legislativo del próximo lustro. Es cierto que desde el inicio de la campaña, la alemana ha tendido la mano a Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia y primera ministra transalpina. Pero durante el debate ha dado más detalles sobre sus intenciones con la que es también presidenta de ECR, la familia europea en la que se circunscribe Vox.
La exministra de Defensa de Angela Merkel ha descartado a su vez alianzas con el partido de Marine Le Pen, con el polaco Confederacia o con la formación que lidera la populista de izquierdas Sahra Wagenkecht. «Son diferentes nombres, pero tienen algo en común: son amigos de Putin y quieren destruir a Europa. No permitiremos que eso suceda», ha proseguido.
«¿Las políticas de Meloni contra los derechos del colectivo LGTBI+ no le preocupan?», le ha preguntado la periodista. «Tengo una postura sobre ello completamente diferente», se ha limitado a decir. Von der Leyen pone el muro a ID, aunque asegura que con sus condiciones «no se refiere a grupos sino a parlamentarios individuales». Su estrategia parece llamada a abrazar a delegaciones que integra ECR, como Vox, o a absorber a algunos de estos partidos en las filas del Partido Popular Europeo. Una estrategia no exenta de riesgo.
El propio PPE comenzó la actual legislatura con el Fidesz de Orbán como uno de sus miembros. Y el resto es historia: la relación se hizo insostenible y la imagen de los democristianos iba mermando con cada día que pasaba junto al único líder que tiene el Artículo 7 [del tratado de la UE] abierto por sus ataques al Estado de Derecho. Al final, los eurodiputados de Fidesz fueron invitados a marcharse.
Las elecciones de 2019 enterraron el bipartidismo, obligando a extender los consensos a liberales y verdes. Las de 2024 son las primeras en las que la gran coalición entre Populares y Socialdemócratas que impera desde 1979 se tambalea. El escenario base es ya que, independientemente de las coaliciones que se forjen, el arco parlamentario girará a la derecha.
Todo llega en un momento en el que la extrema derecha europea vive su momento de gloria. Ha pasado de ser una paria a formar parte de buena parte de los gobiernos europeos. Desde Finlandia, hasta Italia o Hungría. El último en caer ha sido Países Bajos. La potencial formación de un gobierno formado por el partido del liberal Mark Rutte con el ultra y xenófobo Geert Wilders también ha sacado los colores a Renovar Europa, que se niega a pactar con la extrema derecha en Bruselas, pero no ha expulsado todavía a su delegación neerlandesa por hacer lo contrario en La Haya.
La ultraderecha está en ascenso, pero también en proceso de desintegración a nivel de cohesión interna. Es difícil imaginar un escenario en el que todas las fuerzas ultras de Europa sean capaces de unirse en único partido —podrían sumar hasta 180 escaños, según las encuestas—. Los últimos acontecimientos así lo evidencian. A principios de la semana, Marine Le Pen rompía con AfD por los comentarios de su cabeza de lista, Maximilian Krah, asegurando que no todos los agentes de las SS eran criminales. Este jueves es su familia europea, ID, quien ha expulsado a los alemanes por ser demasiado radicales incluso para ellos.
Muchas de las fuerzas ultras parecen querer edulcorar su imagen para aprovechar los vientos de cara y su normalización en la política nacional y europea y ganar fuerza con futuros pactos con el centro-derecha, que no hace tantos años también aplicaba el cordón sanitario.
«Estamos viendo a políticos de ultraderecha que quieren desestabilizar la UE (…) Hemos visto a algunos de ellos trabajar con Rusia o China para atacar nuestros intereses. La mayor estrategia de seguridad que debemos llevar a cabo es evitar un giro hacia los ultras», ha alertado Terry Reintke, candidata de Los Verdes. «No entiendo que Von der Leyen esté abierta a ECR. Están en contra de Europa. Debes confrontarlos, no unirte a ellos. En este Parlamento siempre diremos no a una alianza con la extrema derecha«, ha coincidido el liberal Sandro Gozi.
A los cinco candidatos (Populares, Socialdemócratas, Liberales, Verdes e Izquierda) no se ha sumado ningún representante de ECR ni de ID, los dos grupos ultranacionalistas de la presente legislatura. Como defensores de una «Europa de las naciones» con menos poder y competencias en Bruselas y más en las capitales, los partidos ultras no reconocen el sistema del Spitzenkandidaten, pensado para que el líder de la lista más votada en las urnas se convierta en el próximo mandatario de la Comisión Europea.
Se trata de un mecanismo pensado para reforzar la democratización de la UE y el papel del Parlamento Europeo, pero que en la práctica es una quimera. Solo se ha aplicado en 2014 para alzar a Jean-Claude Juncker. Son los jefes de Estado y de Gobierno los que continúan teniendo la llave mágica de esta decisión. Por ello, el debate nada asegura que uno de los integrantes del debate se convierta en el próximo presidente de la Comisión. La única que tiene alguna posibilidad es Von der Leyen, que para ello debe seducir a los primeros ministros.
Por último, la alemana no ha entonado ningún mínimo de crítica a su reacción con la guerra en Gaza. Durante los primeros compases de la contienda izó la bandera hebrea en la Comisión, viajó a Jerusalén y dio a Israel un respaldo que se traducía en que su respuesta contra Hamás no tenía límites. Al ser preguntada sobre si se «arrepiente de haberse precipitado» en su apoyo a Israel, Von der Leyen ha asegurado que «fue totalmente necesario reconocer los horrores del 7 de octubre». «No puede volver a ocurrir», ha añadido.
En ese sentido, la presidenta de la Comisión Europea ha señalado que apoya el alto el fuego en Gaza «y la liberación de rehenes». Por su parte, el candidato de la Izquierda Walter Baier ha cuestionado a la alemana si la UE impondrá sanciones a Israel por la «masacre en Gaza». «Todos sabemos que hay una situación dramática en Gaza. Pero no podemos olvidar cuál es el origen: del 7 de octubre», se ha limitado a responder Von der Leyen.
*María G. Zornoza, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: Los candidatos a la Presidencia de la Comisión Europea durante el debate celebrado en Bruselas. —Oliver Hoslet/EFE