¿Qué más puede hacer contra Gaza —y, desde hace semanas, contra Líbano— el recién elegido presidente de Estados Unidos que no haya hecho ya el que todavía sigue en el cargo? O lo que viene a ser lo mismo: ¿Qué puede hacer Donald Trump por el perverso y criminaloide Netanyahu que Biden no haya intentado durante un año y pico? Salvo enviar a sus hordas a bombardear, sin intermediarios ni medias tintas, a iraníes, libaneses y gazatíes, nada. O muy poco.
Únanse las transferencias desde fondos reservados de los que nunca sabremos gran cosa y los paquetes financieros excepcionales para sostener la “maltrecha” economía israelí, así como las ayudas indirectas camufladas bajo todo tipo de denominaciones. Y los aviones clásicos, los B-52, y los de última generación, F-15 y F-35, así como los prototipos del “terrible e indetectable” F-36, lo más granado de la aviación estadounidense, junto con los sistemas de defensa antimisiles Thaad y los carros blindados, vehículos acorazados de transporte y sistemas de detección nocturna, radares, sensores, etc., que la caterva de Washington sigue entregando a su principal aliado mundial. Todo ello sufragado por los contribuyentes estadounidenses, muchos de los cuales consideran que toda ayuda es poca para preservar el proyecto sionista, convencidos, porque no leen sino el tweet que les ponen delante a la hora de desayunar, de que los palestinos, unos advenedizos, están empeñados en ocupar Palestina.
Al tiempo, la diplomacia de EE UU ha desactivado las iniciativas en la ONU de numerosos países para elevar el tono contra Israel; ha secundado las infamias de esta contra las instituciones dependientes de aquella, en primer lugar la UNRWA y, luego, el Tribunal de Justicia Internacional; su secretario de Estado, Antony Blinken, un sionista de postín, ha visitado la región de Oriente Medio 15 veces desde octubre de 2023 para decirles a los Gobiernos árabes aliados que deben presionar a Hamás y permitir a Netanyahu una victoria en las negociaciones que el pueblo palestino le ha negado en el campo de batalla; ha instado a numerosos Gobiernos a mantener un tono contenido hacia el régimen de Tel Aviv y ha orquestado un frente de apoyo con los regímenes árabes, corruptos y dictatoriales, como el egipcio, el saudí y el emiratí, para sostener la campaña bélica de quien algunos de ellos consideran su “gran amigo” Netanyahu. Comandos enviados “oficiosamente” por Washington han participado de forma directa en incursiones dentro de la Franja de Gaza, para liberar a los presos israelíes o localizar a los líderes de las facciones palestinas dicen, y sus portaaviones y destructores llevan desde hace meses interceptando los misiles que las milicias yemeníes, iraquíes y de vez en cuando los iraníes lanzan sobre la Palestina ocupada.
Sus medios de comunicación amplían el tedioso y manipulado —menudo insulto a la razón y el sentido común— punto de vista oficial del ejército israelí, conocido por sus mentiras y sandeces, mientras esconden las imágenes de destrucción y muerte que padecen los gazatíes desde hace más de un año. Las redes sociales dependientes de empresas estadounidenses y no digamos los medios oficiales silencian las voces pro palestinas al tiempo que amplifican los parabienes a los Gobiernos “comprensivos” con las carnicerías del ‘club sionismo XXI’.
Washington, por lo que hace a la asimismo deletérea campaña sionista en Líbano, tampoco ha dicho nada. Los bombardeos sistemáticos han erradicado ya 40 aldeas —los movimientos de colonos, pacifistas como siempre, hablan ya de construir cientos de complejos residenciales sobre sus ruinas— y provocado el desplazamiento de un millón de personas. Pero a los responsables demócratas sólo les importa el regreso de cientos de miles de colonos a sus asentamientos en el norte palestino. Para eso han enviado a otro sionista de tomo y lomo, Amos Hochstein —este además sirvió en el ejército de ocupación en sus años de pacifismo en Israel—, a lanzar peroratas al gobierno libanés y las fuerzas políticas en Beirut, intentando imponerles un acuerdo de paz que concedería al régimen de Tel Aviv carta blanca para entrar y salir de Líbano cuando le venga en gana. A este nivel hemos llegado con la “mediación” orquestada por la patulea que rige la Casa Blanca.
De no ser por Biden, que coordinó incluso el “puente terrestre de la infamia (árabe)” a través del cual los dirigentes jordanos, saudíes y emiratíes han seguido abasteciendo a Israel de productos frescos, el régimen de Tel Aviv se habría desfondado ya, incapaz de otra cosa que no sea diezmar a civiles palestinos y libaneses. Inhábil para derrotar a Hamás y Hezbolá, la imagen de debilidad emitida por el proyecto sionista en su versión más menesterosa y sangrienta, la del propio Netanyahu y advenedizos como Ben Gavir o Smotrich, sólo ha podido ser ‘foto-shopeada’ por el Gobierno de Biden, secundado aquí por su vicepresidente y a la postre candidata presidencial derrotada, Kamala Harris.
La aportación del Gobierno demócrata a esta versión brutal del proyecto expansionista sionista es, pues, fabulosa, desde el argumento de que Israel se está jugando su propia existencia en el envite generado por el 7-O. Biden y compañía han aportado armas, dinero, titulares y todo tipo de bagaje. Así pues, ¿Cuál podría ser la contribución diferencial de Donald Trump, por mucho que todo el mundo ande recordando ahora sus credenciales sionistas?
La verdad, los demócratas se lo han puesto difícil, a pesar de la versión israelí que habla de las continuas cortapisas esgrimidas por Biden para impedir que Netanyahu haga lo que le venga en gana. Cortapisas que debían de ser, en todo caso, muy relativas, habida cuenta del grado de destrucción arbitraria ejercida por este individuo. Eso sí, su victoria (de Trump) ha sido acogida con albricias por el régimen de Tel Aviv, e, incluso, han aparecido carteles parafraseando su conocido lema (“Make Israel great again”). No es casualidad que Netanyahu aprovechara el día de las elecciones en Estados Unidos para destituir a su ministro de Defensa, Yoav Galant, representante del sionismo “secular”, y preparar el camino a un gabinete, y posibles reemplazos en los servicios de seguridad y el ejército, escorados por completo al sionismo “religioso” radical. Para Netanyahu, que lleva metiéndose en charcos cada vez más grandes desde que decidió asolar la Franja de Gaza, el nuevo presidente será fundamental para atacar de forma contundente, esta vez sí, a Irán.
A decir asimismo de la versión oficial israelí, Biden había contenido sus ímpetus belicosos, limitándose a aportarle la mayor cobertura posible ante posibles ataques iraníes y amenazando a Teherán para no traspasar determinadas líneas rojas. Pero el carnicero de Gaza quiere más: sabe que sólo un gran triunfo militar le salvaría de todos sus problemas internos y, más importante aún, relanzaría su gran proyecto de estabilidad regional pro sionista, basado en un gran emporio comercial y financiero con Tel Aviv como cabeza rectora.
Irán, al contrario que Hamás y Hezbolá, tiene un ejército y centros militares, económicos y nucleares visibles que podrían ser destruidos con relativa facilidad; pero, también al contrario de la resistencia palestina y libanesa, es demasiado grande e intrincado para que el ejército israelí haga la tarea a solas. Por eso Netanyahu intentó por todos los medios involucrar a Biden en una ofensiva total contra los iraníes que comprendiera la destrucción de sus pozos petrolíferos y sus centrales nucleares. Un ataque así sólo podría llevarse a cabo con participación directa de la aviación y marina estadounidense, abriendo una caja de pandora de consecuencias incalculables.
Sabida la conocida hostilidad de Trump hacia el Gobierno de Teherán, a quien acusa de los intentos de asesinato sufridos durante la campaña electoral y, ya en plan tremendo, de que no haya paz en Oriente Medio, Netanyahu piensa que arrastrarlo a una nueva contienda regional no será complicado. Pero ahí va a pinchar en hueso: Trump suele repetir que durante su mandato no hubo guerras y que estas no son buenas para el negocio, sobre todo cuando tu principal enemigo, que para él es China por encima de todo, no se va a manchar en ellas ni se va a gastar, al menos necesariamente, un solo yuan, a no ser que Pekín tenga un especial interés en defender a Teherán con sus propios recursos militares.
Para el nuevo mandatario de este gran imperio predador decadente, lo importante es el entramado financiero y la oportunidad comercial. Volver al proyecto de los acuerdos de Abraham, atraer a más gobiernos árabes venales y autoritarios a las dulces promesas de un gran consorcio regional basado en los intercambios comerciales y la aceptación del proyecto sionista, a costa de los derechos legítimos de Palestina —en varios países del Golfo prohíben ya hasta los pañuelos palestinos—. Retomar la senda tranquila y subrepticia del sionismo de siempre, confiscar tierras en Cisjordania para construir más asentamientos, seguir robando el agua a los países vecinos, forzar poco a poco la salida de palestinos, gestionar los posibles recursos de gas y petróleo que haya en la zona, rebañar territorios fronterizos en disputa o generar conflictos artificiales para quedarse con este enclave o aquel, etc. Eso y mantener a Irán a raya es lo máximo que Trump les va a ofrecer. La guerra y el séptimo de caballería contra Irán son elucubraciones del sionismo perverso y pervertido… a no ser que se invente algo de mucho calibre. Es de sobra capaz, por otro lado.
Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita* es profesor del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Ha residido durante unos años en Líbano y Siria. Es autor de Hezbolá. El laberinto de Oriente Medio (Catarata, 2024).
Este artículo ha sido publicado en el portal elsaltodiario.com
Foto de portada: Oficina de Gobierno de Israel
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