Ya había informado este verano de cómo una eventual reelección de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos provocaría, sin duda, importantes trastornos en la relación entre los países europeos y Estados Unidos en el plano militar y, por tanto, de la Alianza Atlántica.
De hecho, el magnate neoyorquino nunca ha ocultado su aversión a esta alianza, considerada hoy anticuada y disfuncional para los intereses estadounidenses. Esto se debe también al riesgo moral de los países europeos, que siempre han aprovechado el paraguas protector garantizado por el aparato militar estadounidense para mantener los gastos militares, con cargo a sus presupuestos nacionales, excesivamente bajos. Gastos excesivamente bajos que -como perfecto hombre de negocios- «el Donald» no dejó de cuantificar expresamente ya en su primer mandato: todos los países europeos deben tener un gasto militar no inferior al 2% del producto interior bruto.
Tras ganar las elecciones el 4 de noviembre, el recién elegido presidente volvió inmediatamente a la carga durante una entrevista concedida a la cadena estadounidense Abc y de la que se hizo amplio eco toda Europa. En su argumentación, Trump sostiene la tesis de que si los países europeos no aumentan su gasto militar hasta el fatídico 2% del PIB, los propios Estados Unidos abandonarán la Alianza Atlántica. Como es fácil adivinar, se trata de una amenaza muy seria para las élites europeas, que se verían «amenazadas» por Putin en su flanco oriental sin poder aprovechar el paraguas protector garantizado por Washington. Por no hablar de que con la implosión de Siria, que se acaba de producir en los últimos días, todo Oriente Medio y el Mediterráneo Oriental pierden su estabilidad, generando otro frente de crisis muy peligroso que afecta enormemente a Europa, tanto en relación con el flujo de mercancías que pasan por Suez como por el riesgo de encontrarnos con otra zona desestabilizada del mundo que, además, es altamente estratégica por ser fuente de energía, y también porque Grecia y Chipre, además de ser países europeos, son también parte integrante del área geográfica del Mediterráneo Oriental.
Que la amenaza de Trump ha sido captada en toda su gravedad lo demuestra el hecho de que inmediatamente el nuevo comisario europeo de Defensa y Espacio, Andris Kubilius, pidiera un aumento del presupuesto europeo de defensa de 10.000 millones de euros a 100.000 millones de euros en el próximo presupuesto plurianual. Por supuesto, el argumento del Comisario está vinculado a la amenaza del autócrata del Kremlin: «Tenemos que estar preparados ante la posibilidad de una agresión rusa. Si fracasamos en Ucrania, por supuesto que podría aumentar la probabilidad de una agresión militar rusa contra los Estados miembros de la UE».
Según el análisis de la revista online Politico, la política de Kubilius consiste en integrar las industrias militares nacionales de los países de la UE para formar gigantes capaces de competir internacionalmente, pero también para poder aumentar el apoyo militar a Ucrania en la guerra contra Rusia.
Además, el nuevo comisario también hizo hincapié en la importancia que tiene para Europa la adquisición de armamento de fabricación estadounidense. Se trata en realidad de congraciarse con el próximo inquilino de la Casa Blanca, que no deja de insistir en cómo Estados Unidos «subvenciona» al resto del mundo comprando bienes a costa del tejido productivo nacional.
Que la línea del gasto en rearme europeo será el mantra (incluso en Italia) de los próximos meses y años queda claro también por el hecho de que Francesco Giavazzi, que siempre ha sido profeta de la idea de que hay que reducir el déficit y la deuda pública, es quien la ha adelantado. Ahora, al parecer, ya no es así, el gasto público es bueno siempre que sea europeo y sirva para comprar sistemas de armamento para el futuro Ejército Único Europeo.
Así que las palabras de Trump no fueron en vano; los vasallos ya han entendido qué música tendrán que bailar en los próximos años si quieren sobrevivir. Lo que hay que entender, sin embargo, es si el rearme europeo será sostenible en un continente doblegado por la crisis energética, los despidos y las deslocalizaciones que se están produciendo especialmente en Alemania, que hasta hace un par de años era la locomotora de Europa.
Ciertamente, en términos más generales, parece realmente difícil hacer compatible el dictado trumpiano de un gasto militar igual al 2% del PIB para cada país europeo que forme parte de la OTAN con un déficit público igual, como máximo, al 3% del PIB, como imponen los sagrados escritos del Tratado de Maastricht. Está claro que si queremos limitar el déficit público al 3% con un gasto militar del 2% del PIB, tendremos que prepararnos para recortes masivos en el bienestar y otras inversiones públicas. Esto aumentará el sufrimiento social y, en consecuencia, la impopularidad de las élites que gobiernan los pueblos de Europa desde su torre de marfil de Bruselas (y otras capitales nacionales).
No parece descabellado sostener que el gasto militar que Trump quiere imponer a Europa puede ser la manzana envenenada que mate a la princesa europea. Con más razón puede ser cierto si se hace realidad otro punto de la agenda trumpiana, el de aumentar los aranceles sobre los bienes que EEUU importa de Europa.
*Giuseppe Masala, se licenció en Económicas y se especializó en «finanzas éticas»
Artículo publicado originalmente en lAntidiplomatico.
Foto de portada: Donald Trump en la residencia del embajador de Reino Unido en París. (Getty)

