Durante la cumbre en Gyeongju, Trump y el presidente surcoreano Lee Jae-myung alcanzaron un acuerdo comercial que, lejos de representar una victoria para Washington, demuestra la incapacidad del expresidente para sostener su política de coerción económica sin provocar daños colaterales.
Trump, que había utilizado los aranceles como arma de presión —una herramienta típica de su política exterior basada en la intimidación y el chantaje—, se vio obligado a aceptar una reducción significativa: los aranceles sobre automóviles y autopartes pasaron del 25 % al 15 %.
El acuerdo, que incluye además un paquete de inversiones surcoreanas en Estados Unidos por 350 mil millones de dólares, fue presentado por Trump como un “gran éxito”, aunque los hechos indican lo contrario: es una concesión directa frente a la falta de resultados tangibles en su estrategia asiática.
La retórica vacía frente a la realidad económica
Desde su regreso al poder, Trump ha intentado imponer su lógica empresarial en la política internacional: exigir sumas desproporcionadas, amenazar con sanciones, condicionar la cooperación tecnológica y, finalmente, presentarse como un negociador insuperable.
Sin embargo, la realidad asiática le ha resultado mucho más compleja. Corea del Sur, con un tejido industrial y tecnológico de vanguardia, no está dispuesta a someterse al juego de la intimidación económica.
La negociación con Seúl pone en evidencia que Washington ha tenido que retroceder. Corea del Sur no solo logró rebajar los aranceles, sino que impuso condiciones claras respecto al uso de sus inversiones y limitó el impacto en sus mercados financieros.
Además, el presidente Lee aprovechó el encuentro para solicitar la transferencia de combustible nuclear destinado a submarinos de propulsión nuclear —una vieja aspiración frustrada por la negativa estadounidense—, evidenciando que Seúl busca una mayor autonomía estratégica.

La contradicción nuclear
El pedido surcoreano de uranio enriquecido para propulsión naval deja al descubierto una de las mayores contradicciones de Trump: su insistencia en exigir mayores contribuciones militares de sus aliados, al mismo tiempo que bloquea sus intentos de desarrollo tecnológico. Corea del Sur busca independencia en materia de defensa, pero Washington teme que un aliado fuerte pueda actuar fuera de su control.
El propio asesor de seguridad nacional, Wi Sung-lac, reconoció que Estados Unidos “comprende la necesidad” de Seúl de contar con submarinos de propulsión nuclear, aunque sigue oponiéndose a suministrar el combustible necesario.
La renuencia estadounidense demuestra que el discurso sobre la “cooperación estratégica” es apenas un disfraz para mantener relaciones de dependencia.
El costo político de la coerción
Analistas surcoreanos señalan que la estrategia de Trump —usar los aranceles como moneda de cambio— no solo ha generado incertidumbre en las empresas, sino que también ha dañado la coordinación diplomática en el Indo-Pacífico.
Leif-Eric Easley, profesor en la Universidad Ewha Womans, destacó que este método ha “consumido el tiempo y la energía de los diplomáticos que deberían estar trabajando en estrategias comunes frente a China”.
Paradójicamente, el intento de Trump por contener a China a través de alianzas coercitivas está logrando el efecto contrario: está debilitando la confianza de sus socios asiáticos y fortaleciendo la idea de que Washington es un socio impredecible y agresivo.
Una política exterior atrapada en su propia trampa
El caso surcoreano refleja el agotamiento de la política exterior de Trump, basada en el chantaje, la improvisación y la búsqueda de réditos internos. La “revisión” de los acuerdos previos con aliados estratégicos como Corea del Sur o Japón no ha traído beneficios duraderos; solo ha generado tensiones y evidenciado la pérdida de influencia real de Estados Unidos en Asia.
En un contexto donde China expande su presencia económica y tecnológica, y Rusia mantiene un papel activo en la región del Indo-Pacífico, las provocaciones de Trump aparecen cada vez más desconectadas de la realidad. Su retórica de “gran negociador” choca con los resultados concretos: retrocesos, concesiones y aliados cada vez más escépticos.
Lo ocurrido en Gyeongju deja en claro que el método de Trump ha perdido eficacia. Asia no responde ya al lenguaje de la intimidación, y Corea del Sur, lejos de ceder ante las presiones, ha demostrado que puede negociar en sus propios términos.
El intento estadounidense de imponer su voluntad mediante extorsión económica solo ha dejado en evidencia una verdad incómoda: Washington ya no tiene el control absoluto sobre la región, y su “arte de la negociación” se está desmoronando frente a una Asia cada vez más soberana, pragmática y multipolar.
*Foto de la portada: EPA/Yonhap









 
									 
							 
							 
							 
							 
							