Todavía no hay necesidad de hablar de guerra en el sentido de guerra. Después de todo, a excepción de los bombardeos de Irán y el posicionamiento de tropas frente a las costas de Venezuela, el “Agente Naranja” aún no ha movido la inmensa maquinaria de guerra estadounidense.
Sin embargo, las hostilidades sistemáticas contra diferentes países muestran que su característica marcial es ineludible. En menos de un año, el titular de la Casa Blanca ya ha sugerido la anexión de Canadá, ha pedido a gritos la adquisición de Groenlandia y ha recuperado el control sobre el Canal de Panamá, renovando las peores prácticas coloniales estadounidenses. Entre otras acciones incisivas, también podemos mencionar su política migratoria y el despliegue de la Guardia Nacional a Chicago e Illinois (sí, una agresión interna), bajo la falsa acusación de que sus gobernantes no protegen adecuadamente a las autoridades federales de inmigración.
Pero es innegable que la belicosidad de Trump tiene su expresión más visible en el comercio. En unos pocos meses, Estados Unidos ya ha sobrecargado a sus vecinos en América del Norte y ha acosado a la Unión Europea para que revise el comercio recíproco. El “viejo mundo”, que ruge ruidosamente contra Rusia, maúlla suavemente a los pies de Trump. Además, el presidente estadounidense ha estado distribuyendo “tarifaços” como la misma sutileza con la que Chacrinha, el viejo payaso de la televisión brasileña, distribuía bacalao en sus programas dominicales. De India a Costa de Marfil, de Japón a Nauru, no hay nadie que escape a la furia trumpista.
Brasil también ha sido blanco de las hostilidades de Trump. Después de gravar en exceso las exportaciones brasileñas y aplicar la infame Ley Magnitsky contra los jueces de la Corte Suprema, Trump abrió una ventana prometedora para las negociaciones. Después de una breve reunión con motivo de la 80ª reunión anual de las Naciones Unidas, el estadounidense mantuvo una fructífera conversación telefónica con Lula, dejando el camino libre para nuevos diálogos, ya sea directamente entre los dos líderes, o a través de la diplomacia de alto nivel, es decir, entre el secretario de Estado, Marco Rubio, y el ministro de Relaciones Exteriores brasileño, Mauro Vieira.
En este contexto, pocos temas han despertado tanto escalofrío en los medios de comunicación como las negociaciones comerciales entre Brasil y Estados Unidos. Aunque la economía brasileña ha demostrado ser resistente, manteniendo grandes números incluso en presencia de los recargos de Donald (estamos hablando de Trump, no del pato ronco de Disney), sin mencionar las acciones de la “quinta columna” bolsonarista, que trabaja día tras día en contra de los intereses nacionales, no hay duda de que el diálogo es siempre el mejor camino. Después de todo, más allá del comercio, las relaciones con Estados Unidos tienen múltiples matices, con evidentes ramificaciones socioculturales y políticas.
Pero Brasil está lejos de ser un problema importante para el “hombre del moño naranja”. Hace unos días, después de una pausa, Trump volvió sus baterías contra China. Debido a la limitación de la venta de tierras raras (siempre ellas) por parte de China, Trump sobregravó las exportaciones chinas en un 100%, porcentaje que se suma al exorbitante 30% ya vigente. China es más que una piedra en la zapatilla de cristal de Trump. El dragón chino es el principal rival geopolítico de Estados Unidos, dando grandes pasos para destronar a Estados Unidos del primer puesto en el podio de las superpotencias mundiales. ¿Y sabes cuál es la peor noticia para los estadounidenses? Esta es una disputa que ya han perdido.
De hecho, además de pontificar en áreas estratégicas como las patentes y la propiedad intelectual, dominando sectores sensibles como la robótica y la inteligencia artificial (IA), los chinos avanzan en la agenda financiera, económica y comercial. En reacción al Día de la Liberación y a las hostilidades siempre renovadas de Washington contra el mundo, China se presenta como el pilar del multilateralismo y la gobernanza global. De hecho, pocos dudan hoy de que, en gran medida, los aranceles de Trump son contraproducentes. En varias regiones del mundo, incluso dentro de los BRICS, las nuevas articulaciones comerciales eluden las barreras impuestas por Trump, desafiando los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos. En este reordenamiento global, el Sur Global ocupa un lugar destacado, con China asumiendo el papel de motor principal.
Pero no es nuevo que Estados Unidos haya estado en declive. Como señaló la revista británica The Economist en su edición del 9 de septiembre, el debilitamiento del poder estadounidense precede a la “naranja”. De hecho, desde principios del siglo XXI, la participación de Estados Unidos en el comercio mundial se ha reducido de una quinta a una octava parte de las transacciones totales, una caída del 37,5 por ciento. El aislacionismo y la arrogancia diplomática del nuevo presidente solo aceleran esta pérdida de protagonismo, impulsando a los aliados históricos a buscar nuevas articulaciones y socios. Un ejemplo emblemático ocurrió el 18 de septiembre, cuando el presidente de México y el primer ministro de Canadá se reunieron para discutir la integración de las cadenas productivas de los dos países, así como las inversiones comunes en infraestructura e inteligencia artificial, sin siquiera invitar a Estados Unidos. Este es un gesto simbólico, porque Estados Unidos, ahora ignorado, una vez forjó el TLCAN y aspiró a construir una gran área de libre comercio en las Américas, desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
Aún más elocuente fue la reunión entre los presidentes de China, Xi Jinping, y de la India, Narendra Modi, el 31 de agosto. Ambos declararon que tenían “más consensos que divergencias” y lanzaron una nueva agenda de cooperación. Esto habría sido un movimiento impensable hace unos años, cuando sus tropas estaban en desacuerdo en Cachemira, en el borde occidental del Himalaya. Ironía de ironías: al imponer aranceles del 50 por ciento a los productos indios, Trump ha acercado a Nueva Delhi a Beijing, un “regalo” involuntario que simboliza cómo las propias acciones de Estados Unidos contribuyen a la reducción de su relevancia global. El acercamiento entre las dos grandes potencias asiáticas -presentes en la coalición BRICS- pone de manifiesto no solo la erosión del poder estadounidense, sino también el surgimiento de un orden en el que Washington ya no dicta las reglas. Por lo tanto, es cierto que, en la guerra librada por Trump contra todo y todos, hasta ahora las mayores víctimas son los Estados Unidos.
Lier Pires Ferreira* Doctor en Derecho (UERJ). Investigador en NuBRICS/UFF.
Renata Medeiros** Máster en ciencias políticas, abogado
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