Una nueva amenaza comercial desde Washington
El anuncio de Donald Trump de imponer un arancel fijo del 10% a todas las importaciones y un 60% específico a productos chinos— representa un giro radical frente a las ya frágiles relaciones comerciales que muchos países del Sur Global mantienen con EE.UU. Aunque el foco declarado sea China, las consecuencias indirectas para África son inevitables: muchos países africanos exportan bienes integrados a cadenas globales controladas por empresas chinas, o bien dependen de acceso preferencial al mercado estadounidense a través de acuerdos como el AGOA (African Growth and Opportunity Act).
Trump afirmó en un mitin en Ohio en julio de 2025 que “el comercio global está destruyendo la economía americana”, y que su objetivo es “repatriar empleos y castigar a quienes se aprovechan del sistema”. Aunque no mencionó directamente a África, la amenaza se cierne especialmente sobre los países que han sido incluidos —y excluidos— de AGOA en función de criterios políticos definidos por Washington.
La Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR) advirtió en un informe de junio que “se están revisando los criterios de elegibilidad del AGOA” de cara al vencimiento del acuerdo en 2025, lo que deja abierta la puerta para una ola de expulsiones en función de “derechos humanos, transparencia democrática o cooperación con actores hostiles”. Es decir: una posible vuelta del chantaje político-comercial, como ocurrió en 2021 cuando EE.UU. excluyó a Etiopía del AGOA por su conflicto interno, afectando más de 100 mil empleos ligados a la industria textil.
La incertidumbre se profundiza, además, por el contexto internacional: el estancamiento de la OMC, el ascenso de los BRICS como bloque comercial alternativo, y la creciente militarización del comercio global (con sanciones, restricciones tecnológicas y exclusiones financieras). En ese marco, el anuncio de Trump no es un hecho aislado sino parte de una guerra económica global, en la que África es tratada como un actor pasivo o marginal, cuando en realidad juega un rol central como proveedor de materias primas críticas, mercado emergente y espacio de disputa entre potencias.
Golpe directo a las economías africanas
Si se implementara el nuevo paquete arancelario propuesto por Donald Trump, los efectos sobre las economías africanas serían significativos y desiguales, pero en todos los casos desestabilizadores. No se trata únicamente de un ajuste técnico sobre tasas de importación, sino de un golpe estructural a una arquitectura comercial ya desequilibrada, que ha mantenido a África como exportador de materias primas e importador de bienes manufacturados, con poco margen de soberanía económica.
Países como Etiopía, Ghana, Madagascar y Kenia, que actualmente se benefician de los términos preferenciales del AGOA, podrían ver desmanteladas industrias enteras si se elimina o debilita este régimen. En el caso etíope, el retiro del AGOA en 2021 —durante la administración Biden— provocó el cierre de decenas de fábricas textiles y afectó a más de 100.000 trabajadores, en su mayoría mujeres jóvenes. Empresas como PVH Corp. (fabricante de marcas como Calvin Klein y Tommy Hilfiger) cerraron sus operaciones, dejando en evidencia la vulnerabilidad de un modelo basado en inversión extranjera condicionada.
Sudáfrica, aunque no depende del AGOA en la misma medida, es uno de los principales exportadores africanos hacia EE.UU., con productos industriales como aluminio, acero, automóviles y también agrícolas como cítricos, vinos y frutas frescas. En 2024, las exportaciones sudafricanas a EE.UU. superaron los 10 mil millones de dólares, de los cuales cerca del 25% ingresaron sin aranceles bajo AGOA. Cualquier restricción afectaría no solo al volumen de comercio, sino a la relación diplomática ya tensa por el alineamiento sudafricano con los BRICS y su negativa a romper lazos con Rusia durante la guerra en Ucrania.
En Nigeria, la mayor economía del África subsahariana, el impacto sería diferente pero no menos profundo. Aunque el petróleo representa la mayor parte de sus exportaciones hacia EE.UU., su creciente asociación estratégica con China y la India —así como su interés por unirse a los BRICS— la coloca en el radar geopolítico de Washington. Un aumento arancelario a productos derivados o restricciones tecnológicas podría complicar las inversiones en refinerías, petroquímicos y energía, en un país que intenta salir de décadas de dependencia cruda.
Incluso los países más pequeños, como Lesoto o Esuatini, cuyas economías dependen en gran medida de la industria textil de exportación, sufrirían un impacto brutal. En Lesoto, más del 30% del empleo formal está vinculado a fábricas que venden directamente a empresas estadounidenses, beneficiadas por las exenciones del AGOA. Un arancel del 10% sobre sus productos los volvería automáticamente menos competitivos frente a proveedores asiáticos, provocando despidos masivos y colapso social.
A nivel sectorial, los productos agrícolas africanos —café etíope, té keniano, cacao marfileño, mangos nigerianos, cítricos sudafricanos— quedarían en desventaja si pierden sus actuales condiciones preferenciales. En muchos casos, los márgenes de ganancia son tan reducidos que un arancel adicional volvería inviable la exportación. De igual forma, la minería estratégica, en especial los minerales raros usados en baterías y tecnologías verdes, como el cobalto congoleño o el litio de Zimbabue, podría verse afectada indirectamente, ya que muchas de estas cadenas están integradas con capital chino o indio, y podrían ser objeto de represalias cruzadas en la disputa EE.UU.-China.
Las consecuencias no serían meramente económicas. En sociedades donde el empleo formal es escaso, una caída de las exportaciones o el cierre de plantas tienen un efecto inmediato en la seguridad alimentaria, la estabilidad política y la migración forzada. Ya hay señales de alarma: el presidente de Kenia, William Ruto, expresó recientemente su preocupación por el “riesgo de una nueva guerra comercial donde África, como siempre, pone los muertos y no toma las decisiones”. En una línea similar, el ministro de Comercio de Sudáfrica advirtió que “el regreso del proteccionismo estadounidense puede destruir décadas de avances limitados en integración africana”.
Frente a esta ofensiva, África queda ante una nueva forma de subordinación ya no basada en ocupación militar directa, sino en la manipulación selectiva del comercio global. El libre comercio, celebrado por Washington cuando le conviene, se convierte en un arma política cuando los países africanos intentan diversificarse o acercarse a otros actores del sistema internacional.
¿Un castigo por la multipolaridad africana?
Lejos de tratarse únicamente de una decisión económica, el anuncio de Donald Trump debe leerse en clave geopolítica: una advertencia a los países africanos que se han alejado de la órbita estadounidense y han fortalecido sus vínculos con los polos emergentes del sistema internacional. En los últimos cinco años, África ha intensificado su acercamiento a China, Rusia, India, Irán, Turquía y los países del Golfo, en un proceso que incomoda profundamente a Washington.
La Cumbre BRICS 2025, fue un punto de inflexión. Participaron 39 países africanos —entre ellos Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Argelia, Senegal, Nigeria, Angola y Zimbabwe—, y al menos 10 manifestaron formalmente su deseo de incorporarse como miembros plenos. La foto de líderes africanos aplaudiendo los discursos de Vladímir Putin y Xi Jinping, y el llamado a construir una “arquitectura financiera soberana y desdolarizada”, encendieron las alarmas en los centros de poder occidentales. El mensaje era claro: África ya no acepta su lugar subordinado en el sistema-mundo.
En este contexto, las medidas proteccionistas anunciadas por Trump pueden leerse como un castigo preventivo a esa autonomía incipiente. Estados Unidos, incapaz de competir con el volumen de inversión china —estimada en más de 60 mil millones de dólares solo en infraestructura desde 2013— ni con el tipo de relaciones políticas que ofrece Rusia, recurre a su herramienta favorita: la coerción económica. Se reinstala así una lógica de Guerra Fría, en la que los beneficios comerciales y financieros se otorgan o retiran según el nivel de obediencia.
Sudáfrica, miembro pleno de los BRICS desde su ampliación en 2010, ha sido objeto de múltiples presiones. En 2023, congresistas estadounidenses propusieron su exclusión del AGOA por negarse a cortar lazos con Moscú. En 2024, EE.UU. suspendió una cumbre bilateral por el supuesto envío de armas de Rusia nunca aprobada. El Departamento de Estado advirtió que “los socios estratégicos deben actuar con responsabilidad y no alentar regímenes autoritarios”, en clara alusión a la política exterior independiente del presidente Cyril Ramaphosa.
Etiopía, por su parte, fue suspendida del AGOA tras una campaña mediática y diplomática impulsada por Washington durante el conflicto del Tigray, a pesar de haber sido uno de los principales aliados de EE.UU. en el Cuerno de África. La medida no solo castigó al gobierno etíope, sino que provocó desempleo masivo en un país donde el 80% de la población tiene menos de 35 años y las alternativas económicas son limitadas.
El verdadero problema para Washington no es la violación de derechos humanos —tema usado selectivamente como excusa—, sino el hecho de que países africanos están tomando decisiones soberanas en función de sus propios intereses. La firma de acuerdos de defensa con Rusia por parte de Malí, Burkina Faso y Níger; la expansión de corredores ferroviarios y portuarios financiados por China; y el creciente uso de monedas locales en el comercio intrafricano desafían los pilares del orden económico occidental.
Este cambio de orientación también se refleja en lo simbólico. El discurso panafricanista vuelve a tomar fuerza, con líderes como Ibrahim Traoré, Bassirou Diomaye Faye, Julius Malema o Kemi Seba denunciando abiertamente el neocolonialismo y la manipulación occidental. En ese marco, el retorno de Trump con un mensaje de “America First” suena no solo extemporáneo, sino abiertamente hostil. Su propuesta no busca reconfigurar la relación con África, sino reinstaurar una jerarquía basada en la subordinación económica.
Paradójicamente, esta amenaza externa podría acelerar los procesos de integración continental. La creación de la Alianza de Estados del Sahel (AES), el avance del AfCFTA, y las conversaciones para una moneda africana común surgen como respuestas concretas al chantaje comercial, financiero y diplomático. África, lejos de retroceder, parece dispuesta a resistir —y en algunos casos, romper— con las imposiciones imperiales.
África busca alternativas: integración y soberanía económica
La amenaza de una nueva ola de aranceles desde Washington ha generado inquietud en varias capitales africanas, pero también ha reforzado el debate sobre la necesidad de una autonomía económica estructural frente al sistema global dominado por Occidente. La fragilidad de los beneficios otorgados por acuerdos como el AGOA —que pueden ser retirados por decisión unilateral de EE.UU. ha dejado claro que no existe verdadera reciprocidad en las relaciones comerciales, sino una lógica de dependencia condicional que limita el desarrollo africano.
En este contexto, se ha revalorizado el proceso de implementación del Acuerdo de Libre Comercio Continental Africano (AfCFTA), el más ambicioso del continente desde las independencias. En teoría, el AfCFTA creará un mercado común de más de 1.300 millones de personas con un PIB combinado de 3,4 billones de dólares, reduciendo aranceles internos y promoviendo cadenas de valor africanas. La posibilidad de reemplazar el comercio vertical (África–Norte Global) por un comercio horizontal intraafricano se vuelve clave ante la hostilidad externa.
Sin embargo, la integración económica no puede avanzar sin soberanía financiera. El debate sobre la moneda común africana, impulsado en el marco de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) y, más radicalmente, por los países de la Alianza de Estados del Sahel (AES) cobra nueva urgencia. El presidente de Malí, Assimi Goïta, ha reiterado que “no puede haber independencia real mientras el franco CFA siga atado al Tesoro francés y los bancos centrales africanos estén sometidos al FMI”. Burkina Faso y Níger acompañan esta perspectiva, discutiendo la creación de un instrumento monetario regional fuera del control colonial.
A nivel continental, el Banco Africano de Desarrollo ha publicado informes alentando una mayor inversión en sectores estratégicos como la industria farmacéutica, las energías renovables, la agricultura sostenible y la infraestructura tecnológica. Todo esto requiere no solo financiamiento propio, sino también una ruptura con las reglas impuestas por la OMC y los acuerdos de inversión redactados por el Norte Global, que siguen limitando la política industrial africana.
Además, varias voces políticas y sociales en África están proponiendo la revisión crítica de todos los tratados bilaterales de inversión y comercio firmado con EE.UU., particularmente aquellos que impiden el desarrollo de sectores protegidos o impiden a los Estados exigir transferencia tecnológica a las empresas extranjeras. En palabras de la economista keniana Wanjiru Njoya, “la libertad de comercio no es neutral: cuando las reglas las pone quien tiene todo el poder, los demás solo pueden perder”.
El crecimiento del comercio con China, India, Turquía y Rusia —con mecanismos financieros alternativos como el yuan digital o las compensaciones bilaterales— está demostrando que existen otras formas de inserción internacional que no dependen de Washington. Aunque aún incipientes, estas alternativas abren un camino para un comercio menos condicionado, más simétrico, y potencialmente alineado con las necesidades de industrialización africana.
En este sentido, la respuesta al nuevo proteccionismo de Trump no debe ser simplemente adaptativa o reactiva. África tiene la oportunidad histórica de construir una estrategia de largo plazo basada en su propio interés colectivo, sus recursos, su juventud y su capacidad organizativa. La cooperación entre Estados, la defensa del interés común frente a las potencias, y la revalorización del panafricanismo económico, se vuelven claves para sostener un modelo alternativo al neoliberalismo global.
La disyuntiva africana ante el retorno de Trump
El eventual regreso de Donald Trump al poder no es solo una preocupación electoral para Estados Unidos. Para África, implica la posibilidad de un nuevo ciclo de coerción económica, manipulación comercial y castigo político bajo la retórica del “America First”. Los aranceles anunciados, más allá de su justificación técnica o fiscal, son una señal de cómo el sistema global está siendo rediseñado para reforzar las jerarquías existentes, donde los países africanos siguen siendo tratados como peones en el tablero de una guerra entre potencias.
Sin embargo, el continente ya no es el mismo. La persistente desilusión con los “beneficios” de la liberalización, el desmantelamiento parcial del viejo orden poscolonial y el surgimiento de liderazgos dispuestos a cuestionar la hegemonía occidental han abierto nuevas avenidas de resistencia. El acercamiento a los BRICS, la implementación del AfCFTA, las apuestas por monedas alternativas, y la creación de organismos regionales más autónomos, muestran que África se está rearmando desde adentro, económica y políticamente.
Pero el desafío es mayúsculo. No alcanza con denunciar los abusos del Norte Global ni con buscar nuevos socios si se mantienen estructuras de dependencia interna, como élites locales capturadas, políticas fiscales impuestas desde el FMI o una lógica de exportación primaria sin valor agregado. La soberanía, para ser real, debe ser económica, financiera, tecnológica y cultural. Y eso requiere un horizonte de largo plazo, construido colectivamente desde los pueblos africanos y sus gobiernos verdaderamente representativos.
La amenaza de Trump —como la de cualquier poder que impone condiciones unilaterales— puede servir como catalizador de una nueva etapa: no de adaptación, sino de ruptura. Ante la disyuntiva entre sumisión o emancipación, África tiene hoy más que nunca las herramientas, la experiencia histórica y la fuerza social para tomar un rumbo propio. Ya no como espacio periférico, sino como uno de los polos claves en la configuración del siglo XXI.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.