Por lo que nadie al que le haya interesado profundizar en el tema puede decir que le faltan elementos para comprenderla. Aunque organismos internacionales como Naciones Unidas (UN) y la Unión Africana (UA), que deberían imponer de manera urgente el embargo de armas, establecer sanciones a los responsables de las masacres y desplegar una misión militar que pueda dar protección a los civiles, siguen distraídos en vaya a saber qué.
Al tiempo que han fracasado todos los intentos por conseguir un mínimo acuerdo entre los dos bandos en las negociaciones de Jeddah (Arabia Saudita), aunque se renuevan las esperanzas en las que se realizan en Ginebra (Suiza), por la participación de Egipto, que ha decidido tomar una mayor injerencia en las negociaciones para la resolución del conflicto, coordinando con Washington las conversaciones que alcancen un alto el fuego.
Mientras, los combates continúan y la cifra de muertos sigue creciendo (el número es absolutamente incierto, aunque nunca menor de 40.000 personas) y los desplazados internos ya superan los 12 millones, lo que convierte a este fenómeno, en el mayor del mundo.
Sudán enfrenta, también, la peor hambruna registrada a nivel mundial en los últimos 40, con más de 25 millones de personas de una población total cercana a los 47 millones, por lo que la asistencia humanitaria es urgente, ya que el cincuenta por ciento de las áreas cultivables fueron afectadas por el conflicto, al tiempo que los envíos de víveres desde Puerto Sudán sobre el Mar Rojo, donde se concentra la mayoría de la ayuda internacional para después transitar en camiones miles de kilómetros hasta los puntos de distribución, suelen ser asaltados y saqueados. Por lo que la asistencia siempre es escasa, llega a cuenta gotas y a veces irremediablemente tarde.
Los campamentos de desplazados hace meses que han agotado sus provisiones, por lo que miles de personas que están pasando hambre carecen también de atención sanitaria y suministro de agua. A consecuencia de esto se han comenzado a propagar enfermedades como cólera, polio y sarampión, a lo que se le acaban de agregar los primeros casos de mpox (viruela de los monos). Se calcula que cerca del ochenta por ciento de los centros de salud sudaneses desde el comienzo de la guerra han quedado fuera de servicio o funcionan parcialmente.
Otra “epidemia” que se ha expandido es la de la violencia sexual y otro tipo de atrocidades que parecen figurar como un recurso más en el mapa de la guerra.
Para menguar algo los padecimientos de la guerra a la población civil, Egipto, que en estos últimos meses parece haber recuperado el protagonismo regional, además del envío de armamento y tropas a Somalia y establecer una posible alianza con Turquía, también ha decidido llevar asistencia y personal médico a Sudán e intenta desbloquear los convoyes humanitarios atascados en la frontera con Chad.
En este contexto se anota también la reiteración del genocidio de Darfur, que entre 2003-2005 se cobró la vida de medio millón de personas y obligó al desplazamiento de tres millones de personas que escaparon de la limpieza étnica contra las comunidades negras originarias, conocidas como fur, massalit y zaghawa, a manos de los baggara (los de las vacas), una tribu de origen árabe. Hoy, con ese mismo propósito, un nuevo genocidio está en marcha y si bien todavía no se alcanzó aquella cifra, ya se sabe que estas cosas son solo cuestión de tiempo.
En El-Geneina, la capital del estado de Darfur Occidental se reporta, de manera casi cotidiana, que elementos de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), en su mayoría baggaras, salen de cacería contra los massalit. Familias enteras han sido asesinadas en sus casas o en plena calle cuando solo intentaban escapar sin presentar ningún riesgo para los milicianos.
Mientras tanto, en el resto del país el número de civiles ejecutado, violado, torturados y mutilados, aumenta día a día y dos millones de sudaneses han escapado hacia Egipto, Chad y Etiopia.
En este último país, cerca de dos mil refugiados han quedado atrapados en el cruce fronterizo de Gallabat (Sudán) y Metema Yohannes (Etiopía) por el incremento de los combates entre el Ejército etíope y milicias regionales, que amenazan con reeditar otra guerra civil como la de Tigrey, 2020-2022, en la que murieron cerca de un millón de personas.
¿Quién alimenta la guerra?
Más allá del odio racial y los diferentes intereses de los líderes de la guerra, el general Abdel Fattah al-Burhan, el jefe de las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), y Mohamed “Hemetti”, Hamdan Dagalo comandante del grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR), en la guerra sudanesa también juegan potencias extranjeras, que además de apoyar a uno u otro bando convirtieron a Sudán en escenario de sus propias disputas.
Por ejemplo Arabia Saudita, que apoya al general al-Burhan, dirime allí sus diferencias con los Emiratos Árabes Unidos (EAU) que respaldan a Hemetti, a quien habían proveído cientos de sus milicianos para luchar contra los hutíes no bien comenzada la guerra de Yemen en 2015. Mientras tanto, el general Hemetti Dagalo ha acusado al ejército sudanés de reclutar mercenarios libios haciéndolo ingresar al país desde Chad.
Fuentes occidentales han denunciado que en el conflicto también participaron hombres del Grupo Wagner, la fuerza mercenaria de origen ruso, que habría brindado entrenamiento a las FAR; mientras que fuerzas especiales ucranianas se han desplegado en Sudán para apoyar a las FAS, como también lo están haciendo en el norte de Mali, apoyando a la extraña alianza de los separatistas tuaregs y Jama’at Nasr al-Islām wal Muslimin (Grupo de apoyo al islām y los musulmanes), tributario de al-Qaeda en el Sahel, en su combate contra el Gobierno de Bamako, aliado de Moscú.
Aunque después de la muerte de Yevgeny Prigozhin, el fundador del Grupo Wagner, en agosto del año pasado, el Kremlin habría reconsiderado el apoyo que le estaría dando a Hemetti y habría acordado con el general al-Burhan a cambio de armas y municiones, siempre según fuentes occidentales, para conseguir establecer una base naval sobre la costa del Mar Rojo.
La misma fuente indica que también Teherán estaría apoyando a FAS a cambio de una base en el Mar Rojo, lo que habría hecho sonar las alarmas en El Cairo y Riad y obviamente en los Estados Unidos, que al igual que el Reino Unido y Francia no estarían jugando de manera directa en la guerra, aunque muy posiblemente, por disimulada que sea la colaboración, Washington no va a permitirse no jugar algunas fichas en un conflicto que se disputa en un país con 2.200 kilómetros de costas sobre el Mar Rojo y donde tienen intereses tanto Moscú como Teherán y Beijing, que desde hace al menos dos décadas ha realizado millonarias inversiones.
En este contexto, el domingo partió en una gira a Arabia Saudita, Egipto y Turquía, el enviado especial para Sudán del presidente Joe Biden, Tom Perriello, cuya misión es establecer bases sólidas con los tres interlocutores que conduzcan a la resolución del conflicto sudanés.
Mientras los negociadores se acomodan en sus sillas, la guerra no espera y continúa devastando al pueblo sudanés. En un ataque aéreo del pasado domingo día 8 murieron al menos 20 personas que asistían a un mercado de la ciudad de Sennar al sureste del país.
Según fuentes locales, el ataque habría sido responsabilidad de las Fuerzas de Apoyo Rápido. Además de los muertos el bombardeo dejó cerca de 80 heridos. La acción se produjo después de que el Ministerio de Asuntos Exteriores de Sudán, que responde al general al-Burhan, rechazara el pedido de funcionarios de la ONU para que se les permitiese desplegar una fuerza internacional para la protección de civiles.
En el pedido de Naciones Unidas, realizado dos días antes del ataque al mercado, también señalaba que su equipo de investigación había descubierto violaciones de los derechos humanos de características «horribles» por parte de ambas partes, que podrían definirse como “crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad”.
Así todo, los funcionarios del general al-Burhan rechazaron la propuesta al día siguiente, lo que permitió que el domingo las FAR pudieran atacar una vez más un objetivo claramente civil en el contexto de una guerra que por más que se la explique no se puede entender.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Artículo publicado originalmente en Rebelión