La guerra que comenzó en pleno centro de Jartum, la capital del país, se ha expandido de manera inmediata hacia todos los estados del país, afectando muy particularmente, a la región de Darfur, de una superficie cercana al medio millón de kilómetros cuadrados, aproximada al tamaño de España y con una población aproximada de 11 millones de personas. Se divide en tres estados: Norte, Occidental y Sur, donde además, como en la guerra de principios de siglo, se encubre una limpieza étnica contra las etnias (negras): masalit, fur y zaghawa por parte de los ex-janjaweed (jinetes armados) que han dado origen a las actuales FAR, compuestas por abbalas (árabes) también conocidos como baggaras (los de las vacas).
El conflicto radica fundamentalmente en que el primer grupo son campesinos poseedores originarios de las tierras en disputa y los segundos son criadores de ganado, especialmente de camellos. Un duelo ancestral que se da en gran parte de los países del continente y muy particularmente en el Sahel, conflictos que de manera azarosa estallan en combates que dejan decenas de muertos.
Algunos analistas consideran que las FAR, llegadas a la región de Darfur tras las invasiones árabes del siglo VIII, han visto en este proceso la oportunidad de conquistar ese territorio para finalmente escindirse del poder central, como ya lo hizo tras una guerra civil de décadas Sudán del Sur.
La virulencia de los combates ha generado un número de muertos, todavía muy discutido, que según las fuentes va de los 10.000 a los 25.000, dejando destruida prácticamente toda la infraestructura del país y lo que ha provocado el desplazamiento interno de más de 10 millones de personas obligando a más de un millón a buscar refugió en países vecinos (Chad, Egipto, Etiopía y Sudán del Sur), por la que la mayoría de los campamentos para refugiados dentro y fuera del país están al borde del colapso.
Entre todos ellos quizás el más emblemático sea el de Zamzam, en el norte de Darfur, a 14 kilómetros al sur de al-Fashe la capital estadual y uno de los más antiguos y poblados de Sudán, que se comenzó a formar a partir de los años 90 en el trascurso de una de las tantas guerras civiles que con frecuencia asolan al país africano.
Hasta el último censo, realizado antes del inicio de esta nueva guerra, se habían registrado cerca de 120.000 habitantes que tras casi diez meses de iniciado el conflicto, y dado que uno de los principales escenarios de la guerra es Darfur, su ocupación se ha multiplicado por cinco o por seis. Y en este contexto solo se puede esperar que todos esos números se sigan incrementando, con el consiguiente desborde de todas sus necesidades, a lo que se suma que dada la falta de acuerdos de las dos partes para establecer vías de seguridad para el transporte de suministro, el abastecimiento resulta casi imposible.
Las noticias de Zamzam, son espeluznantes, y sin necesidad de entrar en los detalles de las cifras, según el último reporte de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF), presente desde mucho antes de abril pasado, revela una situación catastrófica.
La escasez de agua potable obliga a las personas a beber agua de los bañados y circunstanciales charcos, con el altísimo riesgo de contraer enfermedades como el cólera, habiéndose producido ya unos 10.000 casos.
Prácticamente sin alimentos, y menos medicamentos, la ONG denuncia que apenas se pueden paliar, superficialmente, las dolencias más leves, mientras que cualquier cuadro más grave, fácilmente solucionable en circunstancias normales, corre un alto riesgo de muerte.
Obviamente la crisis se agrava más en la población infantil, de que la cuarta parte de los estudiados padece desnutrición aguda y el siete por ciento desnutrición aguda grave (SAM). Entre los niños de seis meses a dos años las cifras todavía son más alarmantes, marcando que casi el cuarenta por ciento está desnutrido y el quince padece SAM. Entre las mujeres embarazadas casi la mitad y lactantes están desnutridos.
El número diario de muertes de menores se estima en 13, y los médicos advierten de que en el marco de desnutrición severa en que muchos se encuentran, el riesgo de morir entre las próximas tres y seis semanas, de no reciben tratamiento, es altísimo.
El hambre se agudiza en toda esa región en la que además de la falta de llegada de suministros se suma el fracaso de las cosechas de diciembre, ya que durante el año los campesinos no han podido atender sus cultivos, no solo debido a la inseguridad, sino también a la sequía, que se extendió de abril a septiembre, lo que se podría haber resuelto de contar con los medios para explotar el mayor acuífero de agua fósil del mundo, que abarca dos millones de kilómetros cuadrados.
La guerra cruza las fronteras
Si las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) que bombardean la ciudad de el-Fasher -en manos del ejército sudanés- consiguieran tomarla, los paramilitares de Hemetti terminaran de controlar la totalidad de Darfur, pero la guerra civil parece haber cruzado la frontera de Sudán del Sur.
La semana pasada se comenzaron a librar intensos combates étnicos tribales entre los ngok dinka, (negros) campesinos asentados históricamente en Sudán del Sur y los misseriya, (árabes) pastores nómadas que llegan hasta esas áreas en busca de pasturas para su ganado y que hasta el comienzo de la guerra civil se adherían a Jartum y hoy se cree que se encolumnan junto a las Fuerzas de Apoyo Rápido en el Área Administrativa Especial de Abyei, rica en recurso naturales, principalmente petróleo, que todavía se encuentra en disputa entre Jartum y Juba.
Abyei ha quedado, desde los acuerdos de 2011 con los que terminó la prologada guerra independentista que dio paso a la creación del nuevo país, bajo control de Juba.
El pasado fin de semana se produjeron unos 40 muertos en los condados de Rum-Ameer, Alal y Mijak y hacia el este en Rumamier. Mientras, a lo largo de la semana anterior las bajas habían superado las 50, entre ellas dos Cascos Azules de Las Fuerzas Provisionales de Seguridad de las Naciones Unidas para Abyei (UNISFA), además de 74 heridos. Para el ataque se utilizaron, además de fusiles y granadas, armas pesadas como cohetes, granadas propulsadas y morteros. La intensidad de los enfrentamientos ya ha obligado cerca de 100.000 personas a desplazarse hacia áreas más seguras, lo que profundiza la crisis humanitaria de toda esa región.
El ataque, según el Ministro de Información de Sudán del Sur, habría sido iniciado por combatientes leales a un misterioso líder espiritual llamado Gai Machiek, de la etnia neur, que fue acusado de azuzar el conflicto contra los grupos armados del estado de Warrap, con cercanía a los misseriyas.
Los atacantes saquearon e incendiaron el mercado, varios locales y viviendas, además de robar unas mil cabezas de ganado, tras lo que el presidente sursudanés, Salva Kiir, le ordenó taxativamente que abandonara la región y se abstuvieran de seguir alentado los choques.
La situación no es para nada sencilla, dado que ambos grupos, si bien se asientan ambos en Sudán del Sur, responden a intereses diferentes, a lo que se suma la potencialidad petrolera de la región, lo que, como tantas veces en tantos escenarios diferentes, necesita muy poco para el estallido de un conflicto armado, en este caso transfronterizo, lo que significa un elemento más para considerar en esta exacta geometría del caos.
*Guadi Calvo, escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central
Artículo publicado originalmente en Rebelión